Categoría: Enseñanza,Padres

¿Cómo les hablo a mis hijos sobre sus temores?

August 29, 2020

por Kristen Wetherell

Acercamos el carro al autolavado, pero por los gritos que venían del asiento de atrás pareciera más bien que habíamos llevado a nuestra hija de dos años con el dentista o peor aún, obligado a ver una película de terror. Había un miedo total en su cara y su voz temblorosa.

“Puedo yo misma lavar el carro mañana,” le dije a mi esposo.

“No,” me dijo. “Ella necesita saber que no pasa nada. Ella está a salvo con nosotros”.

Después de que el incidente lleno de gritos y lágrimas terminara, todo estaba bien. Mi esposo y yo aún nos reímos de eso, pero un simple autolavado nos dio la oportunidad de hablar con nuestra hija acerca de algo que aún teníamos que verla expresar: temor.

Un fundamento para enfrentar los temores

¿Qué es el temor? Podemos distinguir entre dos tipos: temor natural y miedo pecaminoso.(1) El temor natural es una respuesta protectora a nuestro mundo caído con sus peligros y amenazas. El miedo pecaminoso es una respuesta a personas y circunstancias que está basada en la incredulidad o falta de fe en la confiabilidad de Dios, que frecuentemente nos lleva a otros pecados (como desobediencia, preocupación y duda).

Dios nos creó a nosotros (y a nuestros hijos) para adorarle con reverencia y asombro, para temerle, pero el pecado corrompió nuestros corazones y ha distorsionado nuestra adoración y nuestros temores (Gen. 2 y 3). Ahora, en vez de temer a Dios como debemos, le tememos a cualquier cosa y a cualquier persona que Él ha hecho.

Nuestro problema con el temor, y el de nuestros hijos, no es que estemos muy temerosos, sino que no estamos lo suficientemente temerosos del Dios que es digno de ser temido. En otras palabras, necesitamos ayudarles a ver a través de su Palabra quién es Dios, y al hacerlo, ayudarles cada vez más a poner el temor en su lugar a la luz de su carácter y promesas (Prov. 9:10).

Digo “cada vez más” porque lidiar con el temor no es un acto de una sola vez sino una práctica continua.(2) Pensar en esto como un proceso nos animará cuando nos sentimos derrotados por nuestros propios miedos que vuelven o cuando los miedos de nuestros hijos no desaparecen durante la noche. Lidiamos con el temor al hacer avances en la batalla. Luchamos, como lo hizo el Rey David, al poner nuestra confianza, una y otra vez, en el Señor: “En el día que temo, yo en ti confío” (Sal. 56:3).

Una estructura para hablar acerca del temor

Estas dos piedras angulares ponen un fundamento firme sobre el cual podemos construir con nuestros hijos conversaciones útiles, llenas de compasión y Cristo-céntricas acerca de sus miedos: 1) enfrentamos el miedo con el temor del Señor, y 2) esta lucha es un proceso continuo. Así que, ¿por dónde podemos empezar?

Nos preparamos.

Como en todos los otros aspectos de la crianza, no podemos dar lo que no hemos recibido (Jn. 15:4). Nuestra mayor aspiración es conocer, amar y temer a Jesús. Así que, diariamente, confesamos nuestra dependencia de Él al buscarlo a través de su Palabra y la oración. Aprendemos del carácter de Dios, buscamos sus promesas, atesoramos sus mandamientos y celebramos su gracia salvadora. Oramos por corazones que le teman (Sal. 86:11), y pedimos por sabiduría mientras nos preparamos para hablar con nuestros hijos (San. 1:5).

Establecemos las expectativas adecuadas.

Consideramos la edad, personalidad y necesidades de nuestro hijo. ¿Puede mantener una conversación de 15 minutos o deberíamos pensar en solo 30 segundos? ¿Será más inteligente   tener una conversación hasta en la mañana? ¿Nuestro cónyuge será el más adecuado para abordar el miedo de nuestro hijo? Me imagino que la forma en que hablamos a nuestra pequeña acerca del autolavado sería muy diferente que la conversación con tu hijo de 6 años o tu adolescente. Sabiduría implica considerar a cada niño y establecer las expectativas adecuadas en cada etapa (Prov. 15:23).

Ayudamos a nuestro hijo a expresar y discernir su miedo.

El corazón humano es un lugar confuso y engañoso (Jer. 17:9). A veces no sabemos exactamente a qué le tenemos miedo (o por qué) hasta que hablamos acerca de eso. Por ello, podemos servir a nuestros hijos por medio de hacerles preguntas acerca de sus temores: ¿Qué imaginas que va pasar si___________? ¿___________ te ha pasado antes? ¿Pasó algo que hizo que tengas miedo de __________? (Prov. 20:5).

Una vez que les ayudamos a expresar con claridad sus temores, podremos discernir si es un miedo natural o pecaminoso y si es real o irreal. Por ejemplo, si el miedo de un niño es, “El autolavado me va a dañar,” podemos discernir que esta es una reacción natural a un ambiente ruidoso y espantoso, pero también está arraigado en algo falso (Fil. 4:8). Podemos afirmar su miedo al decirles lo que es real: ¡el autolavado puede ser ruidoso, pero están seguros! Si su miedo parece estar arraigado en incredulidad (“Tengo miedo de lo que los otros chicos piensan de mí”), tenemos una maravillosa oportunidad de ayudar a nuestros hijos a discernir la raíz de su miedo, de manera práctica abordar lo que requiere nuestra intervención, y por último apuntarlos a Cristo.

Apuntamos a nuestro hijo a Cristo.

Las buenas nuevas acerca de Jesús se aplican directamente a nuestros temores: el Hijo eterno enfrentó y superó el mayor de todos los temores, la justa ira de Dios, para que nosotros no tuviéramos que hacerlo y nunca estuviéremos solos en cualquier situación atemorizante (Rom. 3:23-25; 5:9). Podemos abordar los temores de nuestro hijo con la viva y activa Palabra: ¿Qué acerca del carácter de Dios puede animarlos a confiar? ¿Cuál de sus promesas se aplica a su miedo natural o pecaminoso? (Heb. 4:12). Nuestro propósito es dirigir sus corazones a temer a Dios, lo cual les dará perspectiva a sus miedos.

Oramos con nuestro hijo.

Terminamos nuestra conversación orando con nuestro hijo. Reafirmamos las verdades que acabamos de conversar al alabar a Dios por el regalo de su Hijo y por su carácter y confiables promesas, y le pedimos que su Palabra se arraigue en sus corazones por medio de su Espíritu. Luego, les dejamos saber que siempre estamos para hablar y orar con ellos cuando tienen miedo.

“Unifica sus corazones para que te teman, Señor”

Por encima de todo, queremos que nuestros hijos confíen, conozcan, amen, atesoren y teman a Cristo. Queremos que tengan un nuevo corazón que lo alabe, algo que solo Dios, por su Espíritu, puede darles. Así que oramos por nuestros hijos (y por nosotros), “Unifica (nuestros) corazones para que temamos tu nombre” (Sal. 86:11). Le pedimos a Dios que haga lo que solo Él puede hacer y nos presentamos como instrumentos para su obra, aun cuando se trate de hablar con nuestros hijos acerca de sus miedos.

(1) Aprendí acerca de estos dos términos en el libro de John Flavel Triunfando sobre el Miedo Pecaminoso.

(2) Lee 1 Timoteo 6:12 y 2 Timoteo 4:7 La vida Cristiana es una batalla hasta el final.

Este artículo fue publicado originalmente en www.risenmotherhood.com. Usado con permiso.

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Autor

  • Es esposa, madre y escritora. Es co-autora del libro galardonado Esperanza en medio del dolor por Poiema Publicaciones. Vive en el área metropolitana de Chicago con su esposo e hija. Puedes seguirla en Instagram, Facebook y Twitter.

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