Categoría: Enseñanza

Servir a los más jóvenes requiere una perspectiva diferente

November 22, 2020

Nota de editor: El contenido de este artículo fue escrito originalmente para consejeros bíblicos, pero creemos que tiene mucha utilidad para padres, pastores, y maestros de niños y jóvenes.

por Julie Lowe

Ministrar a niños y adolescentes es diferente de ministrar a adultos. Muchos trabajadores de ministerios evitan a los niños y adolescentes, porque saben que se requiere un acercamiento diferente. Frecuentemente podemos cometer el error de relacionarnos con los niños como con los adultos cuando muchas personas jóvenes ni pueden interactuar en un nivel adulto. Si queremos que los niños y adolescentes se abran acerca de su mundo, y si queremos ministrar de manera efectiva, necesitamos conectarnos con ellos en una manera que los haga sentir comprendidos y conocidos. Esto significa que hacemos lo que podemos para encontrarnos con ellos en la etapa de desarrollo en la que se encuentran. Requiere un arduo trabajo para ver la vida con sus ojos. Esta práctica refleja el corazón de Jesús, quien nos recordó que debemos volvernos como niños para entrar al reino de los cielos, y que cualquiera que recibe a un niño en su nombre, a Él lo recibe (Mateo 18:2-4).

Es valioso conocer a los pequeños de manera tanto individual como en su desarrollo. Así podemos hablar dentro de su mundo y ayudarlos a entenderse a ellos mismos y su necesidad del Señor. Al mismo tiempo, es importante recordar que las tentaciones, luchas y necesidades del corazón humano son las mismas independientemente de la etapa de vida. El alma necesita ser nutrida con la verdad del Evangelio en cualquier edad. Cada individuo necesita conocer a Cristo y aprender del amor de Dios y cuidado en cualquier edad. Todos necesitan ser retados a amar a Dios y a las personas. Y aunque la sabiduría y los principios bíblicos no cambian, la manera en la que los contextualizamos y aplicamos a los niños no siempre es la misma.

Haciendo la conexión

Como adultos, frecuentemente encontramos difícil conectarnos personalmente con los más jóvenes. Puede sentirse difícil abordarlos o atraerlos a conversaciones significativas. La desconexión usualmente se debe a nuestras expectativas; tratar de tener una conversación de adulto con un niño, suponer que los adolescentes están interesados en lo que nos interesa, hablarles y esperar que nos contesten a un nivel adulto, o hacer que los jóvenes se sienten y tengan una conversación acerca de cosas que no les interesan o que no tengan significado para ellos.

Como consejeros, al conectarnos con niños o adolescentes, algunos podemos sentirnos más exitosos de lo que realmente estamos siendo. Ingenuamente nos retiramos de interacciones sintiéndonos semi exitosos. Mantenemos la conversación fluida, logramos que nos respondan preguntas, y podemos incluso haber abordado algunas de las luchas en sus vidas. Podemos retirarnos de una conversación de esta manera y pensar que nos fue relativamente bien. Sin embargo, cuando le preguntas al niño cómo estuvo, puedes escuchar una versión totalmente diferente: “Estuvo terrible. Aburrido. Odio hablar y no quiero volver”. El niño puede retirarse de tales conversaciones sintiéndose como si le acabaran de arrancar los dientes, y hacen lo que pueden para evitar otra visita dolorosa.

Conectarse con niños requiere trabajo

Queremos que nuestros lazos con otros sean fáciles, sin esfuerzo y naturales. Queremos agradarles a las personas. Podemos incluso suponer que las personas a quienes servimos pueden o deben estar en el mismo nivel intelectual, emocional, espiritual o social en el que nosotros nos encontramos. Pero una conexión sin esfuerzo o sin compartir conocimientos es raramente el caso con cualquier persona, mucho menos con un niño. Erróneamente creemos que las buenas relaciones siempre vienen sin esfuerzo, y que el trabajo arduo no es necesario. Cuando pensamos de esta manera, olvidamos el gran esfuerzo que Jesús hizo para amar, compartir y conectarse con nosotros. El bajó a nosotros, y continúa encontrándonos en nuestras debilidades, flaquezas y niñerías. Se vistió de carne humana, humillándose y viviendo nuestra experiencia; incluso experimentó la muerte en nuestro lugar (Fil. 2:6-8).

A la luz de todo lo que Jesús ha hecho por nosotros, la Escritura nos insta: “No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos. Cada uno debe velar no solo por sus propios intereses, sino también por los intereses de los demás” (Fil. 2:3-4, NVI). En nuestras relaciones con otros, estamos llamados a tener la mente de Cristo. ¿Cómo podemos modelar este corazón de Jesús en nuestras interacciones con los más jóvenes con quienes trabajamos? ¿Cómo se vería acercarnos a los niños y adolescentes con la mentalidad de Cristo?

Encontrarlos en donde están

Empezamos por estar comprometidos a encontrar a los niños donde ellos están y no en donde nosotros estamos, ni en donde queremos que estén. Debemos estar dispuestos a trabajar duro y conscientemente para entrar en su mundo. Esto puede significar tomar tiempo para sentarse, observar y ayudar al niño y adolescente a sentir que lo conoces. No es hasta que hacemos esto que tendremos ganada la confianza que necesitamos para influirlos para el Evangelio.

Frecuentemente les digo a los consejeros estudiantes que enseño que su habilidad de trabajar bien con adultos no significa que van a trabajar bien con los niños o adolescentes. Sin embargo, si aprenden a trabajar con los más jóvenes, estarán mejor equipados y hábiles al trabajar con adultos. ¿Por qué? Porque habrán tomado tiempo extra aprendiendo la habilidad no natural de entrar en el mundo de otra persona, esforzándose tanto para conocerla como para amarla bien.

Atraer a los más jóvenes significa esforzarse por descubrir lo que está pasando en sus corazones y mentes. Estamos destapando sus motivos, deseos, miedos, esperanzas, tentaciones y sueños. Como dice Proverbios 20:5 “Como aguas profundas es el consejo en el corazón del hombre; mas el hombre entendido lo alcanzará”. Esa es nuestra meta: descubrir los propósitos del corazón, y luego hablar verdad dirigida a ese corazón.

Cuando se habla de un niño o adolescente, frecuentemente es la habilidad del adulto que determina qué tan efectiva es la consejería, más que la habilidad del menor de articular su mundo interior. Tendemos a hablar con un niño y ser tentados después de unos minutos de llegar a la conclusión que le falta percepción o respuestas comprensivas, o que no le importa su situación. Nos convencemos de que hemos intentado ganar percepción, pero que al niño le falta estar consciente de su situación, o que no está dispuesto a abrirse. Desafortunadamente, la mayoría del tiempo estamos mal. Mostrar interés genuino, seguimiento continuo, enfoques atractivos, la paciencia de un oído atento, y la disposición de hacer buenas preguntas, hace que puedan compartir profundamente.

Jesús nos dio un ejemplo

No es hasta que empiezas a conocer bien a un menor que puedes contextualizar la verdad para cubrir sus necesidades en particular. Este es un paso que nunca se debe de saltar. Jesús modeló la idea de conocer a las personas individualmente. En su vida en la tierra, Jesús modeló un cuidado específico y una interacción personal con quienes se encontraba. La mujer en el pozo era conocida íntimamente y le fue extendida gracia a pesar de sus muchos pecados (Juan 4). Zaqueo, el recolector de impuestos, fue buscado para tener compañerismo (Lucas 19). Los Fariseos y Saduceos fueron reprendidos y fueron llamados generación de víboras (Mateo 12). A los pequeños niños les fue dicho que vinieran a Jesús y fueron abrazados por Él (Lucas 18). Cada discípulo fue conocido individualmente (Juan 1:42-47). Jesús frecuentemente demostró que conocía a sus seguidores muy bien que hasta sabía lo que estaban pensando (Marcos 9:33-34). Les habló a sus dudas, temor, incredulidad y devoción (Mateo 8:26).

El Señor no nos deja a la suerte de nuestros propios recursos. Él nos sigue porque es un Padre amoroso, un Consejero sabio, y un buen Pastor. Él nos encuentra en nuestra necesidad, debilidad y fragilidad. El Señor es inquebrantable en su amor por nosotros. Él nos muestra compasión, y está lleno de misericordia y gracia. Que podamos imitarlo con un compromiso de conocer, entender y proactivamente seguir a los más jóvenes.

Este artículo fue publicado originalmente en New Growth Press. Traducido por Eyliana Perez y usado con permiso.

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Autor

  • Es un miembro de facultad en la Fundación Cristiana de Educación y Consejería (CCEF). Tiene una Maestría en consejería por el Seminario Bíblico Teológico. Es licenciada profesional en consejería con más de dieciocho años de experiencia. Lowe es una terapista de juego registrada y ha desarrollado una oficina de terapia de juego en la CCEF para servir mejor a familias, adolescentes y niños. Es autora de dos libros en inglés: “Child proof: Parenting by Faith, no formula” (A prueba de niños: Criando por Fe, no por Fórmula). Y “Building Bridges: biblical counseling activities for children and teens” (Construyendo Puentes: Consejería Bíblica y Actividades para Niños y Adolescentes).

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