Queremos saber que todo nuestro trabajo de crianza valdrá la pena, y que producirá un día los resultados deseados. Queremos sentir confianza de haber escogido los métodos correctos. ¿Cuáles verdades bíblicas podemos aplicar a este deseo de controlar los resultados de nuestra crianza? ¡Considerémoslo juntos!
Transcripción:
Yo soy una persona que busca garantías y seguridades. Casi nunca compro nada que sea ropa, artículos para la casa, muebles, y ese tipo de producto, que no traiga garantía o la posibilidad de reembolso por no estar satisfecha. Quiero saber que mi carro esté asegurado lo más que se pueda, que mi familia tenga seguro médico, etc.
No sólo eso, quiero saber que cuando empiezo un proyecto, se va a poder terminar. Quiero estar segura de que valdrá la pena mi trabajo. No soy nada arriesgada, y no tiendo a cambiarme de opinión mucho, pero sí soy lenta para estar convencida. O sea, a veces soy un poco cínica para creer que algo funcionará. Necesito ver pruebas.
Después de algunos años de estar metida en la tarea de la crianza, me empecé a dar cuenta de que yo estaba viendo la crianza de la misma forma. Leía libros, pensaba en cómo mi mamá hacía las cosas, decidía cómo las iba a hacer de la mejor forma, y, casi sin darme cuenta, también ya traía en mi mente como tenía que salir todo, cuáles iban a ser los resultados “garantizados”, por decir así.
Dios me medio dejó ir un tiempo por mi camino de sabe-lo-todo porque me mandó a un bebé de tus sueños. Mi hijo mayor fue el bebé mejor portado, más comelón, más sano, más dormilón, y más contento y amigable que jamás has conocido en tu vida. Yo me convencí de que esto fue por mis métodos. Yo lo puse en un horario de dormir y comer, le hacía tener su tiempo de estar solito y jugar para que no se embracilara, le obligaba a ir con gente en brazos para que no fuera anti-social, etc.
Mi esposo y yo estábamos feliz en la tarea de la crianza, y por haber tenido ambos la experiencia de tener otro hermano muy cercano en edad, queríamos tener otro hijo pronto. Cuando mi hijo mayor tenía 7 meses, supe que estaba embarazada de mi hija. Yo realmente me sentía bastante confiada en mis habilidades como mamá y no me abrumaba mucho la idea de tener a 2 chiquitos.
Pues, esa niña nos cambió la vida. Nació en su propio horario, con sus propios gustos, con una personalidad fuerte, y un gusto por estar despierta y no dormir más de 45 minutos a la vez. Volteó de cabeza toda mi supuesta sabiduría de cómo son los bebés, y mis ideas formularias de que, si haces esto y aquello, tu bebé responderá así y asá.
Gracias a Dios, no fue una bebé malhumorada en general, y nos dio suficientes sonrisas para recompensar la falta de sueño y horario. Y ahora, ni se diga, el gozo que nos da definitivamente hace que todo valga la pena. Pero, siendo honesta, soy una persona que prefiere estructura, sabe lo que quiere hacer en el día, incluso en el hora-por-hora, y cuando ella no dormía la siesta que yo pensé que debía dormir, me desesperaba. Entonces, empecé a dudar de mi metodología.
Y eso fue una de las mejores cosas que pudiera haberme pasado.
¿Por qué digo eso? ¿Porque mis métodos no eran buenos? ¡No! Yo todavía recomiendo esos métodos a las mamás de bebés. Creo que te ayudan a vivir el orden en el hogar que Dios nos diseñó para vivir. Creo que ayudan a los padres desde un principio a no ordenar su vida alrededor de ese hijo, sino a incorporar a su hijo a la vida normal de estar sirviendo a Dios. Creo que hay muchísimas ventajas de tener un hogar basado en orden, horarios, disciplina positiva y negativa, rutinas y hábitos. Yo crecí en un hogar así y he querido criar a mis hijos en un hogar así.
Entonces, ¿por qué fue buenísimo que yo empezara a dudar de mi metodología o de mi sistema?
Porque entonces fue que empecé a entender lo que había sucedido sutilmente en mi corazón.
De personas ofreciendo sugerencias prácticas, yo me había desviado a hacer casi una religión. En una religión, ¿cuál es uno de los datos más importantes que tienes que saber? En quien vas a creer, y cuál es el objetivo. Yo había puesto mi confianza en un sistema, en una fórmula, para tener niños bien portados y sanos, y para yo tener una vida y horario bajo mi propio control. La que tenía las manos en el volante era yo. Y cuando me vengo dando cuenta, ya mi corazón estaba viendo hacia el futuro imaginando mis hijos inteligentes, salvos, y sirviendo a Dios, todo porque yo supe escoger un buen sistema de crianza.
Otro resultado de todo esto me pegó duro cuando reconocí que yo juzgaba a otras mamás que no hacían las cosas como yo, que en mi corazón me creía mejor que ellas. Mi superioridad estaba basada en la “evidencia” según yo, de que mis hijos eran más sanos, más contentos, y más inteligentes que casi cualquiera. Claro, todo esto no lo hubiera dicho en voz alta, pero hasta creo que llegué a creer que lo que yo hacía era más “bíblico”. Yo sí tenía, y todavía tengo, principios bíblicos que yo creo apoyan la crianza con orden, rutinas, disciplina, y cuidado sobre alimentación y todo eso. Pero, es muy diferente basar mis prácticas sobre mi evaluación personal de principios bíblicos, y creerme mejor que otra que no lo ve exactamente así.
Dios empezó una cirugía en mi corazón que continúa hasta el día de hoy. Tres años después de mi hija, me mandó a otro varón que también desafió todas mis expectativas de control, y Dios usó esa experiencia grandemente en mi vida.
Mientras mis hijos han ido creciendo, constantemente en el camino, he seguido reconociendo las manifestaciones de ese deseo tan fuerte que tengo que poder de alguna manera garantizar el futuro de mis hijos. Tengo que luchar contra la tendencia de creer que, porque yo he hecho tal cosa, Dios tiene que hacer tal otra cosa por mis hijos. Quiero una fórmula mágica. Mi corazón la busca.
Pero, amigos, permítanme decirles que no existe. No existe la fórmula mágica y garantizada para la crianza.
A primera vista, esta realidad pudiera desanimarnos y desilusionarnos incluso con Dios. Pero en realidad, aceptar y vivir basada en esta verdad es una de las mejores cosas que nos puede pasar como padres. Y tener padres que entienden y viven bajo esta realidad es una de las mejores cosas que pueden pasar a los hijos. ¿Cómo puedo decir esto?
Porque mis hijos necesitan a una mamá y a un papá que viven en total dependencia de Dios mucho más que necesitan a una mamá que tiene todo bajo control y sabe todas las mejores técnicas y métodos. ¿Quién tiene el poder para salvar y guardar a mis hijos? Sólo Dios. Y cuando yo me hago la ilusión de que yo tenga ese poder, ya no estoy haciendo bien a mis hijos.
Pudiera encerrar a mis hijos en una jaula toda su vida, pero aun así terminarían en autodestrucción si Dios no interviene.
Dios creó a cada ser humano con una voluntad libre para decidir en quién o en qué va a confiar. Esta es una de las maneras en que tenemos la habilidad de glorificar a Dios. Cuando escogemos por nuestra cuenta rendir nuestras vidas a Dios y usarlas para su gloria, cumplimos el propósito por el cual fuimos creado. Mis hijos tienen esa voluntad libre. Dios creó a mis hijos como seres independientes con un alma eterna. Pero, junto con esa verdad de que ellos tienen que escoger, tenemos la realidad de que sin la obra de Dios atrayéndolos a Él y regalándoles el don de la fe, todos mis esfuerzos no sirven de nada.
Entonces tenemos dos realidades: lo que Dios tiene que hacer, y lo que yo debo hacer.
¿Qué dice Dios en cuanto a mi rol como padre o madre en la Escritura? Solo voy a mencionar algunas:
Efesios 6:1-4 habla de la bendición que le espera a un hijo que obedece y honra a sus padres, y nos manda a los padres a criarlos en disciplina e instrucción del Señor. Hemos hablado de este pasaje en podcasts previos y cómo esto nos indica las actividades principales de la crianza: disciplina y discipulado. Aquí se describe de manera bastante clara las actividades que deben llenar nuestro tiempo como padres. Es clara la instrucción.
Deuteronomio 6 indica que los padres debemos conocer y amar a Dios y su Palabra, y hablar de ella a todo momento del día y en cada oportunidad. Esto significa que mi mente y corazón tienen que estar llenos del conocimiento y amor de Dios si yo voy a poder responder a cada situación con sabiduría bíblica.
Tenemos muchos pasajes en Proverbios que comunican principios sobre cómo lo más común es que cuando un niño es instruido correctamente, él seguirá en ese camino cuando sea grande. Al contrario, el niño que se permita andar por su cuenta siguiendo sus propios caminos terminará en destrucción. Es importante notar cuando leemos y utilizamos Proverbios que no son promesas, son principios de vida que comunican una realidad común.
Estas son algunas de las cosas que la Escritura dice sobre mi rol como madre, y lo debo tomar muy en serio, pero tengo que tomar esto en una mano, y en la otra, tengo que ver las realidades acerca del futuro de mi hijo. ¿Qué dice Dios que va a determinar el futuro de mis hijos?
Romanos 3:23 dice que son pecadores destituidos de la gloria de Dios.
Efesios 2 dice que nacen muertos en sus delitos y pecados y que solo Dios puede darles vida.
Filipenses 1:6 dice que Él empieza la buena obra en ellos, y también Él es quien tendría que terminarla.
Filipenses 2:13 dice que Dios es quien produce tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad.
Las realidades que tengo que tomar en mis dos manos son estas: tengo una gran tarea que emprender en la crianza. Tengo una gran responsabilidad como instrumento en las manos de Dios para obrar en la vida de mis hijos. Soy representante de Dios en mi hogar, pero Él sigue siendo Dios omnipotente. Esa es una. La otra es que mis hijos tienen una necesidad apremiante, su más grande y grave necesidad, y no soy capaz de suplirla. Solo Dios puede impartir vida y transformar corazones. Estas dos realidades equilibran mi perspectiva como mamá. Si tomo una sin la otra, me creo en control, y eso es muy peligroso. Si tomo la segunda sin la primera, no seré diligente en apuntar a mis hijos hacia Cristo quien puede suplir todas sus verdaderas necesidades.
¿Cómo evito tomar el volante y creerme en posesión de la fórmula mágica? ¿Como evito desesperarme cuando me doy cuenta de que mis métodos y mi control no están funcionando según mi plan?
Rindiéndome completamente en dependencia de Él y recordando su carácter y sus promesas. Él dice que no desea que ninguno perezca. Él dice que el sufrimiento es necesario para el crecimiento. Él dice que nunca nos deja ni nos desampara. Es nuestro buen Pastor. Tengo que entregarle el volante.
¿Cómo evito el ser irresponsable con mi gran tarea de crianza? ¿Qué debo hacer cuando reconozco que no he tomado en serio mi papel, que me he confiado en la bondad de Dios, o me he creído las mentiras del mundo de que mi carrera es más importante que mis hijos, y que “Dios se hará cargo de ellos”?
Tengo que recordar que un día daré cuenta por cómo administré el tiempo con los hijos que Dios me prestó. La flojera y la pereza en la crianza van a dar mal fruto un día. Tenemos que pedirle a Dios que nos ayude a tomar en serio este papel de crianza y recordar que nuestros hijos se pararán delante de Dios un día. Tenemos una oportunidad hermosa de representar a Dios delante de ellos e intentar convencerles cuánto vale la pena rendir la vida a Dios.
¿Sabes lo más hermoso que ha pasado en mi corazón por haberme dado cuenta que quiero una fórmula mágica, pero que tal fórmula no existe? Ha sido el largo proceso que Dios ha ido llevando a cabo en mi corazón. ¡El mismo proceso es valioso! Dios te está quitando tu orgullo y autodependencia una crisis a la vez. Es señal de su gran misericordia cuando te revela que tus métodos no son garantizados. ¡Qué don más grande! Cualquier cosa que me manda corriendo a depender más de Dios es un gran regalo. Entrega tus hijos a Dios, y acepta el proceso que Él quiere hacer en tu vida y en sus vidas, aun cuando no lo entiendas.
Esta semana, te reto a anotar por lo menos tres áreas de tu crianza en las que estás tomando el volante y no reconociendo el control de Dios. Y quizá puedas encontrar algunas áreas donde estás siendo perezosa en tu tarea de crianza espiritual con tus hijos. Que Dios nos ayude a seguir creciendo siempre como padres.