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Episodio #34: Criando por fe en un mundo injusto

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March 4, 2020

Nuestros hijos ven las injusticias que se sufren en este mundo roto, y pueden llegar a preguntarse por qué Dios permite tales cosas. El profeta Habacuc se hizo la misma pregunta, llevó su queja a Dios, y recibió una respuesta. Los padres podemos aprender mucho de este pequeño libro sobre cómo hablar con nuestros hijos sobre la injusticia.

Recursos adicionales:

¿Deben los cristianos involucrarse en el activismo social?

No te han rechazado a ti, han rechazado a Dios

¿Cómo podemos trabajar por la justicia sin menospreciar la evangelización?

Libros:

El Cielo por Randy Alcorn

Justicia Generosa por Tim Keller

Transcripción:

En las últimos semanas y meses, aquí en México hemos estado viviendo una situación que tiene mucho que ver con la crianza. Han sucedido varios incidentes de crímenes particularmente horribles en contra de niñas y mujeres jóvenes. En un caso en particular, una niña de 7 años llamada Fátima fue secuestrada afuera de su escuela después de quedarse ahí sola esperando a su mamá quien llegó tarde por ella. Su cuerpo fue encontrado mutilado, obviamente ella fue víctima de tortura horrible probablemente en el acto de crear pornografía infantil violenta. Como madre o padre, es difícil concebir de algo más horrible que le pudiera pasar a uno de nuestros hijos, y por esta situación, muchos padres y madres estamos contemplando la gravedad de la situación de injusticia que nuestro mundo está viviendo.

En México, y me imagino que, en muchos países, hay alta incidencia de abuso sexual a menores, especialmente pero no exclusivamente a niñas. En la gran mayoría de estos casos, el abusador es un familiar cercano, un tío, un primo, un abuelo o un padrastro. No solo esto, sino en un país culturalmente conocido por el machismo, las mujeres de todas las edades sufren como objetos sexuales y objetos de violencia doméstica. Esto es algo que un alto porcentaje de niños y mujeres experimentan, y es difícil de aceptar y entender.

Como resultados de los incidentes recientes en las noticias, se está haciendo un llamado a las mujeres y niñas de México a ausentarse de todas sus actividades normales y quedarse en casa el 9 de marzo. Se les pide que no vayan a la escuela ni al trabajo, que no compren nada ni paguen por ningún servicio. Aunque varían las frases que cada grupo está utilizando, la idea es que los hombres sientan su ausencia, que vean que la vida no se puede llevar bien sin ellas, que ellas contribuyen de manera esencial a la sociedad, y que ellas valen más que solo sus cuerpos. Algunas dicen cosas como: “si no nos valoran por quienes somos, que nos valoren por lo que generamos a la economía”.

Aunque, al parecer, en cuanto pude investigar, este movimiento empezó con un grupo feminista del sur de México. Algo que comienza con un grupo que promueve el aborto y otras injusticias obviamente nos debe de dar mucha pausa. Pero esto no hace menos dolorosa la situación real que están viviendo muchas mujeres en México y todo Latinoamérica. Las madres en particular nos encontramos preguntándonos, “¿qué hacemos frente a esta situación?” ¿Qué les digo a mis hijos sobre estos incidentes? ¿Cómo protejo a mis hijos? ¿Cómo puedo saber si es seguro tener hijos en un mundo tan malo? ¿Sería mejor sacar a mis hijos de todas las actividades y nunca dejar que anden ahí afuera? ¿Debo participar en movimientos de justicia social que promueven la protección de mujeres y niñas en particular?

Como creyentes, reconocemos que el sufrimiento de niñas y mujeres a manos de hombres injustos y perversos no es nada nuevo. De hecho, el sufrimiento y la victimización del más débil o dócil por parte del más fuerte o más agresivo empezó unos pocos capítulos después de la caída de Eva y su esposo Adán, cayeron en pecado, y sucedió entre sus propios hijos. Vemos que sucede exactamente lo que Dios predice en Génesis 3. El hombre pecaminoso abusa de su autoridad y de su mayor fuerza física para aprovecharse de las mujeres. A veces también hay mujeres que abusan de una posición de autoridad o fuerza mayor para aprovecharse de otro. Algunas de las historias bíblicas más difíciles de entender narran situaciones terribles que sucedieron a niños, mujeres, o personas débiles.

La respuesta natural que sentimos al saber del maltrato de mujeres y niñas es indignación, enojo, profunda tristeza, y a veces desesperanza. Estos sentimientos son naturales, y no son pecaminosos en sí, aunque pudieran llevar hacia acciones pecaminosas. Uno de los problemas más grandes en estas situaciones es que nos encontramos frecuentemente dudando de Dios: dudamos de su bondad, de su soberanía, y de su justicia. No comprendemos como un Dios que asegura ser todo eso puede permitir atrocidades e injusticias tan horribles.

No estamos solos en nuestro dilema teológico. A lo largo de la historia, muchos creyentes han pasado por este tipo de dilema, y en las Escrituras tenemos a un hombre que tuvo el privilegio de llevar su dilema a Dios, un dilema muy muy parecido al que nosotros estamos viviendo hoy en día, y él pudo recibir directamente una respuesta a su queja.

Yo creo que esta historia narrada en el libro de Habacuc nos provee de un modelo para reclamar a Dios en medio de un dilema teológico.

¿Qué está sucediendo en el libro de Habacuc? No quiero suponer que todos estemos familiarizados con este libro porque, seamos sinceros, es un profeta menor, y no sé de ti, pero para mí ¡los profetas menores no son los libros más conocidos de la Biblia! Permíteme establecer el escenario aquí porque creo que te va a asombrar lo parecido de la situación a la nuestra. Habacuc está viendo al pueblo de Israel, un pueblo que debía servir y amar a Dios, vivir en injusticia total. La ley está siendo torcida y mal aplicada. Me recuerda mucho al lugar donde vivo porque ese dicho “no importa tanto qué sabes sino a quién conoces” definitivamente aplica aquí. Si tienes una conexión personal, prácticamente puedes ganar tu caso, aunque seas culpable. El que no tiene recursos sale culpable, aunque sea inocente. Todo está torcido. Los ricos se están aprovechando de los pobres, los fuertes de los débiles. Habacuc no entiende por qué Dios permite que esta situación continúe. Dios siempre ha estado a favor del maltratado y débil; siempre ha mostrado su misericordia al pobre y necesitado; siempre ha dicho que es un Dios de justicia. Habacuc conoce el carácter de Dios, pero en su mente, no cuadra con lo que está sucediendo.

En el capítulo uno de Habacuc, él presenta su queja a Dios sobre esta situación injusta en la que Dios parece no estar actuando. La respuesta que Dios le da no le ayuda en nada. Es lo opuesto a lo que Habacuc espera. Dios está de acuerdo con la evaluación de Habacuc sobre la situación actual, pero presenta una solución impensable. Dios anuncia que va a utilizar a un pueblo aún más injusto que los injustos de Israel como herramienta para destrozar a Judá, prácticamente deshacer lo que queda de la nación, y llevarse a su pueblo a un país pagano. Esta solución que Dios presenta para nada le resuelve el dilema a Habacuc, sino que le deja a Habacuc en un dilema teológico más profundo todavía. Lo que él sabe sobre el carácter de Dios choca frontalmente con lo que Dios dice que va a hacer. Habacuc vuelve a reclamar a Dios y pedirle tajantemente una respuesta. Es interesante notar que cuando Habacuc en estos versículos del capítulo 1 hace su segundo reclamo, recita los atributos de Dios que él conoce, afirma que él entiende que Dios usará a los caldeos para castigar a su pueblo. Pero aún así, no entiende y no puede aceptarlo. Dice que se va a poner ahí firme y esperar a que Dios le responda.

Y en su misericordia, Dios vuelve a contestar a Habacuc en medio de su confusión y dolor. La respuesta que le da es como una luz que brilla en la oscuridad de siglos y siglos de injusticia sufrida por incontables hombres y mujeres. Es la única solución para poder continuar en un mundo lleno de maldad.

“Pues la visión se realizará en el tiempo señalado;
marcha hacia su cumplimiento, y no dejará de cumplirse.
Aunque parezca tardar, espérala;
porque sin falta vendrá.
El insolente no tiene el alma recta,
pero el justo vivirá por su fe.”
(Hab. 2:3-4)

Los tiempos de Dios no son nuestros, así que nos toca esperar, caminando por fe. Esta es la única manera de enfrentar las injusticias atroces que sufrimos en este mundo quebrantado. Este mundo pasará, y pronto. Espéralo. No tardará. Sin falta vendrá el momento cuando Dios juzgará para siempre al injusto. Ningún agresor, abusador, o homicida escapará la justicia de Dios. Es contundente y final. Puedo depositar mi fe sobre esa verdad, y escoger perseverar día tras día confiando en el carácter inmutable de un Dios justo.

Mis hijos también pueden y necesitan depositar su fe en ese Dios justo. De hecho, necesitan urgentemente andar por fe. Consideremos un momento lo que la Biblia dice acerca de andar por fe. Vivir en fe es primeramente una relación personal e íntima con el Dios justo y santo. Cada persona sobre la faz de la tierra sea hombre o mujer, abuelito o niño, “bueno” o “malo”, merece ser castigada, y condenada al infierno eternamente. Cuando pensemos en la injusticia que existe en nuestro mundo, tenemos que recordar este hecho y repasarlo con nuestros hijos. Es fácil creer que ciertas personas no “merecen” que algo malo les pase. Pero la pura e impactante verdad es que todos y cada uno merece castigo eterno, y todos somos capaces de tanta maldad como el abusador y homicida. Esto no niega la realidad y la gran tristeza de la violencia hacia los más débiles, pero da una perspectiva diferente.

Andar por fe también implica creer que ese mismo Dios justo que va a castigar al impío, también proveyó una manera en la cual padres, madres y niños injustos pudiéramos ser limpiados y perdonados y entrar en una relación íntima con Él por medio del sacrificio de su Hijo en la cruz. Ninguna persona va a manejar y poder luchar de manera apropiada contra la injusticia si no anda primero en comunión íntima, en fe paciente día a día, con su Salvador.

Andar por fe, o el haber sido salvos y transformados, tiene que resultar en obediencia. Santiago dice que no existe fe verdadera sin obras. Pero, no supongamos inmediatamente que esas obras tienen que ser las públicas y sensacionales como paros y protestas. ¿Qué tal las obras de justicia a las cuales Dios ha llamado a las mujeres en su Palabra? ¿Estamos cuidando de nuestras familias y hogares como Él nos lo pide? ¿Estamos priorizando el bienestar espiritual de la familia, practicando justicia en la casa, nunca mintiendo o manipulando a nuestros hijos, mostrando conducta justa hacia nuestro esposo? ¿Estamos asistiendo fielmente a una iglesia bíblica que enseña la sana doctrina sobre el Dios santo y justo? ¿Servimos a los hermanos ahí, tratándolos justamente sin manipulaciones y envidias, practicando perdón y amor? ¿Qué tal en la comunidad que rodea la iglesia? ¿Estamos siendo luz, ayudando a los desamparados y necesitados? ¿Personalmente amamos la Palabra y pasamos tiempo en ella y en oración ferviente? ¿Oramos por este mundo quebrantado o solo nos quejamos de los problemas? ¿Estamos siendo vecinas compasivas con corazones evangelistas? ¿Estamos cumpliendo las obligaciones que tenemos, siendo transparentes, confiables, honestas?

Estas cosas que deberían caracterizarnos como padres y madres creyentes tendrán un impacto enorme sobre nuestros hijos y su comprensión de la justicia de Dios. Cuando observan a padres que imitan, aunque sea de manera imperfecta la justicia y procuran imitarla, tendrán una comprensión mayor de quién es Dios y una tendencia hacia confiar en Él en lugar de dudar de Él.

Hace poco mi hija me decía entre lágrimas como estaba viendo las noticias de la pequeña Fátima y cómo no entiende cómo pudieran existir personas que hicieran tal cosa a una niña. Estas son luchas y dudas reales que nuestros hijos tienen y tendrán. ¡Son luchas y dudas reales que nosotros como padres enfrentamos! Junto a nuestros hijos podemos andar y perseverar en fe. Podemos estar convencidos que el carácter de Dios y sus obras nunca se contradicen. Él es fiel y podemos confiar en que un día, la justicia se hará. Y gracias al sacrificio de Cristo, nosotros no recibiremos lo que merecemos porque Él ya lo pagó. Recibiremos lo que Cristo merece. Este es el mensaje que nuestros hijos, vecinos, niños abandonados, personas débiles, necesitan escuchar. También es lo que los injustos y violentos necesitan.

Si estamos andando por fe, quizá Dios nos va a guiar a participar en alguna actividad externa de protesta. Pero la mayor diferencia la haremos desde nuestras rodillas, nuestros hogares, y nuestras iglesias—invirtiendo en las vidas de las personas que Dios ha puesto a nuestro alrededor. Modelemos el sacrificio y la compasión de nuestro Salvador que brota de una relación de fe perseverante en Él, y en que Él cumplirá su promesa de rectificar todas las injusticias en el día final.

Esta semana, habla con tus hijos sobre las dudas que tienen, las injusticias que ven. Indaga sobre su perspectiva de Dios para identificar si pueden estar dudando de la bondad o soberanía de Dios. Consideren juntos si habría personas a quienes pueden ayudar como familia. Reflejemos el amor y la justicia de Dios en nuestros hogares. Gracias por acompañarme hoy. Que Dios te bendiga.

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Autor

  • Susi es la fundadora de Crianza Reverente y anfitriona del podcast, mamá de un adolescente y dos adultos jóvenes, y esposa de Mateo Bixby, uno de los pastores de Iglesia Bautista la Gracia en Juarez, NL, México. Juntos colaboran también en la Universidad Cristiana de las Américas en Monterrey, NL.

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