Algunos dicen que las rutinas son legalistas, mientras que otros dicen que buenos hábitos indican mayor espiritualidad. Algunos enseñan que es dañino para los niños requerirles hacer algo que no quieren, mientras que otros enseñan que a los niños hay que entrenarles casi como robots. ¿Qué lugar tienen los hábitos y las rutinas en la vida de una familia que verdaderamente desea vivir para glorificar a Dios y priorizar su reino? ¡Susi te comparte algunas ideas en este episodio!
Transcripción:
Si estás con nosotros desde el comienzo de esta serie titulada: “Familias que priorizan el Reino”, espero que hayas experimentado algo parecido a lo que yo he sentido. ¿Ha provocado en tu corazón, como en el mío, un ardiente deseo de vivir para la gloria presente y futura del gran Dios que nos creó y nos salvó? Yo deseo ser una seguidora de Jesús que vive para su gloria. Deseo ser un miembro de mi iglesia que apunta a otros hacia Él. Deseo ser una esposa que complemente a mi esposo de todas las maneras posibles para que avance el reino de Dios primero en nuestro hogar y más allá de él. Deseo ser una madre que recuerda cada momento de cada día que mis hijos existen para glorificar a Dios, y vivirán la eternidad o gozando de la presencia inmerecida de Dios, o quemando en el infierno sufriendo el castigo merecido por su pecado. Deseo que las personas que tienen contacto con nuestra familia conozcan más a Jesús por habernos conocido. Deseo amar a Dios y a otros con todo mi corazón. Deseo que en nuestro hogar se tomen decisiones que honren las prioridades bíblicas que la Palabra de Dios enseña. Deseo usar mi tiempo de una manera que le otorga primer lugar al reino de Dios en mi hogar. ¿Tú deseas todo esto también? ¡Espero que sí!
Pero si eres como yo, esos deseos rápidamente se ahogan con las luchas y emergencias de cada día. Mis hábitos antiguos de tomar decisiones en base a mis emociones no son fáciles de romper. Mi egocentrismo natural automáticamente toma el control cada mañana a menos que yo deliberadamente me acerque otra vez a la cruz de Cristo, y a la tumba vacía, para recordar y confesar y ser restaurada. Llego a la conclusión que esa hermosa y envidiable pirámide de prioridades solo es posible por la gracia de Dios obrando en mi vida, en la de mi esposo, y en cada uno de mis hijos.
Mateo nos dijo en el episodio 105, el segundo de esta serie, que nuestra relación con Dios tiene que ser prioridad número uno. Si no es así, la pirámide de prioridades bíblicas no es estable. Se tambalea, se forman grietas, se rompen las otras capas porque no está la estabilidad necesaria. En el episodio antepasado hablamos del proceso de tomar decisiones en familia y en pareja según las prioridades bíblicas. Hablamos sobre decisiones grandes como qué trabajo tomar y dejar, asistencia a la iglesia, comprar una casa y otras cosas así. Con Ana la semana pasada hablamos de usar bien el tiempo al planear y llevar un control más cuidadoso.
Pero para poder hacer todo eso, tengo que tomar muchas pequeñas decisiones día tras día. La realidad es que no vamos a tomar decisiones grandes con sabiduría bíblica si no practicamos esa prioridad número uno de estar en comunión constante con Dios. Y nunca vamos a lograr eso si no tomamos pequeñas decisiones diarias para priorizar eso.
A lo que quiero llegar es esto: ninguna persona y ninguna familia logra vivir una vida que refleja cada día las prioridades bíblicas a menos que tome decisiones repetidas diarias para progresar hacia acciones y actitudes que reflejan esas prioridades. Esas pequeñas decisiones se llaman hábitos. Hábitos son decisiones diarias que llegan a ser naturales o casi instintivas. Formamos hábitos positivos al repetir acciones por un dado tiempo, y por esforzarnos en evitar estorbos a que esas acciones puedan realizarse.
Aquí tenemos que hacer una pausa y hablar sobre una verdad esencial del Evangelio que tiene muchísimo que ver con la formación de hábitos. No estoy segura por qué, pero se escucha muy poco hablar de esta conexión, y creo que es clave para entendernos a nosotros mismos (y a nuestros hijos) y por qué hacemos las cosas. Esta es la verdad bíblica del Evangelio muy relevante para este tema: todos somos pecadores por naturaleza. En mí, en ti, no hay nada bueno. Romanos 3:23 y varios otros pasajes de la Biblia recalcan esta realidad. En cada uno de nosotros y de nuestros hijos, desde el momento de concepción, hay una naturaleza pecaminosa obrando y maquinando maldad. Esta no es una noción popular, y muchos cristianos de una manera abierta o sutil, resisten o rechazan esta realidad. Pero sin importar lo que hayas escuchado, o lo que tus emociones te dicen al mirarte a ti mismo o a tu tierno hijito, tú y tu hijo y tu cónyuge y cada persona que te rodea es pecadora.
¿Qué tiene que ver esto con la formación de hábitos que promueven que una familia viva conforme a prioridades bíblicas? Tiene todo que ver, porque significa que mi carne no quiere hacer naturalmente lo que glorifica a Dios. Cuando Cristo me salva, y el Espíritu Santo viene a morar en mi corazón, obtengo una ayuda increíble con la lucha contra la maldad que antes esclavizaba mi corazón. Pero no es libertad total de los efectos del pecado. Es una libertad del dominio del pecado. Ya no estoy obligada a decir “sí” al pecado. Tengo los recursos a mi disposición, recursos milagrosos que no dependen de mi poca fuerza humana, para resistir al diablo y al pecado y correr con paciencia y perseverancia la carrera que tengo por delante.
Pero el hecho de ser pecadora por naturaleza significa que, sin ningún esfuerzo de mi parte, yo formo hábitos malos. No tengo que esforzarme de ninguna manera para formar el hábito de no levantarme cuando suena la alarma. Eso no es difícil para nada. No batallo para formar el hábito de pasar horas al día deslizando mi dedo por la pantalla de mi teléfono inteligente. Ninguno de mis hijos batalló para formar un hábito de desobedecer, o de solo comer lo que les gusta, o de pegar o morder a la persona que le quita el juguete. Los hábitos dañinos, o los que se centran en mí misma, son muy naturales.
Al contrario, los hábitos sanos y provechosos, los que promueven salud física, mental y espiritual dentro del plan del Creador y Diseñador de nuestros cuerpos y vidas, van en contra de nuestra naturaleza pecaminosa. ¿Por qué estoy tomando tanto tiempo para señalar esta verdad? Porque es increíble cuantos padres podemos creer que nuestros hijos saben por naturaleza lo que es bueno para ellos. Podemos creernos la mentira que muchísimos psicólogos, filósofos y expertos de educación enseñan como un hecho biológico o científico: “los niños son buenos y tienen una sabiduría innata que les guiará por buen camino si simplemente no les echamos a perder los adultos”. Esto es una gran mentira de Satanás.
Si llevas tiempo escuchando Crianza Reverente, ya has escuchado esta verdad anteriormente. Pero quiero volverlo a repetir porque hay muchos nuevos por aquí, y también porque podemos entender algo en cierto aspecto limitado, pero no aplicarlo en otras áreas. Hubo un tiempo cuando yo no hubiera aplicado la verdad sobre la naturaleza pecaminosa directamente a la formación de hábitos. Pero en mi propia vida he tenido que enfrentarme a mi pecado, a mi tendencia natural de formar hábitos dañinos, y mi aversión natural a formar hábitos sanos que van en contra de mis gustos iniciales. He visto lo mismo en mis hijos. Podemos por un tiempo limitado a veces motivarnos por cosas superficiales, pero un verdadero cambio de hábitos duradero sale desde lo más profundo del corazón, y no es posible en mi propia carne.
Si todo esto es verdad, y somos llamados a priorizar el reino de Dios en nuestras vidas personales y en nuestros hogares, es esencial cultivar esa relación personal y comunitaria con Dios, porque es la base para que el resto de nuestras vidas esté en la prioridad correcta. Para lograr cultivar la relación con Dios, es necesario que existan ciertas prácticas en la vida, ¿no? ¿Crees que una persona puede tener una relación vibrante con Dios en su vida personal, y con Dios y sus hermanos en Cristo en la vida comunitaria, sin estar practicando ciertas acciones? Es imposible. Claro que esas acciones no le salvan ni le santifican por si solas, pero no hay duda de que cualquier persona, papá, mamá, niño, joven, que va a crecer y prosperar en estar anclada y firme en su relación con Dios se va a caracterizar por ciertos hábitos.
Y porque tiene una naturaleza pecaminosa, cada uno de los hábitos sanos y provechosos que debemos desarrollar van a requerir una lucha, un esfuerzo. Van a requerir que me niegue mis deseos naturales. Van a requerir que mis hijos aprendan a no hacer lo que les de la gana, sino lo que más aprovecha y más glorifica a Dios. Van a requerir que cada uno de nosotros le miremos a los ojos a nuestra naturaleza y digamos “muérete”. Mis hijos necesitan que yo les asesore en aprender a matar su carne, a matar el pecado que hay en ellos. Y el Espíritu Santo nos quiere entrenar a usar hábitos como una de esas herramientas útiles en la lucha.
Otra cosa que tenemos que entender acerca de nuestros hábitos es que están inseparablemente ligados a los valores del corazón. Ya nos has escuchado hablar de esto también anteriormente, pero vale la pena recalcarlo. Cambiar hábitos no es suficiente si no cambia la adoración del corazón. Quiero que mis hijos adoren a Dios en su corazón, y que reflejen esa adoración en sus hábitos. Y el otro lado de esa misma moneda es que quiero que desarrollen buenos hábitos que les facilite crecer en la adoración de su corazón hacia Dios. ¿Ves cómo son dos lados de la misma moneda? Dios merece adoración. Dios merece que me niegue a mí misma y practique ciertas acciones y hábitos que me alejan del pecado y me acerquen a Él. Y esos mismos hábitos me ayudan a adorarle mejor.
Hábitos y rutinas construidos sobre valores y prioridades del Reino de Dios no salvan a ningún hijo ni a ningún padre. Pero cuando se modelan y se requieren en el hogar en un contexto del amor y la gracia exigente del Evangelio, empujan a los hijos hacia Dios y les facilita el crecimiento en todas las áreas de su vida. Yo viví esto en mi vida personal, y lo he comentado anteriormente. Me criaron leyendo mi Biblia y pasando un tiempo de oración cada mañana. Me criaron tendiendo la cama y aportando en el hogar desde muy pequeña. Me criaron asistiendo a la iglesia, aunque hubiera frío, lluvia, desvelo o fiesta familiar. Estos fueron hábitos que promueven el amor a Dios y a los demás a mi alrededor. Y cuando yo salí de mi casa y estuve lejos de papá y mamá, esos hábitos hicieron mucho más fácil que yo continuara por el mismo camino. Sí, a veces la formación de esos hábitos requirió disciplina de alguna forma, pero en la mayoría de los casos no fue así. De hecho, es una forma de disciplina positiva. Fueron años de paciente y firme instrucción, de modelarlo, de explicarlo, de insistir, escuchar y seguir exigiéndolo.
La cultura de hoy quiere creer que cada ser humano tiene una nobleza y sabiduría innata interior que les guiará por un buen camino si nadie le contamina al interferir en su proceso natural. Pero esto no es lo que enseña la Biblia. La vida cristiana es una vida de soldado. Dios nos dice que tomemos la armadura que Él ha provisto para la batalla que es la vida cristiana. Para tomar esa armadura del Evangelio que Él provee, se requiere decisiones pequeñas diarias que niegan los deseos de la carne y valoran el Evangelio y su obra.
Habrás escuchado hablar de las disciplinas espirituales en los medios de gracia. Esto se refiere, por ejemplo, a que Dios nos ha dado el medio de gracia de la oración, pero la oración no ocurre automáticamente. Dios nos ha diseñado como seres con voluntad propia, no como robots. Y Él desea y espera que le busquemos en oración, prometiendo el Espíritu Santo como una ayuda. Esa búsqueda de Dios en oración es una disciplina espiritual. ¿Ves cómo funciona? Dios nos da un medio de gracia, y nosotros ejercemos la disciplina de buscar aprovechar ese medio de gracia. Otras disciplinas son la lectura de la Palabra, participar en la vida de la iglesia y oír la exposición de la Palabra, el ayuno, y varias más. Gracias a Dios por personas como Donald Whitney, el autor del conocido libro titulado “Disciplina espirituales”, que nos recuerdan e instruyen y alientan con enseñanza sobre estas cosas.
Creo que el libro que más me llama la atención sobre este tema es uno que se titula “Hábitos de Gracia”. (Está disponible en español por medio de una organización llamada Proyecto Nehemías.) Pero me encanta cómo este autor llamado David Mathis se acerca al tema. Aquí él está combinando esas dos ideas de formar hábitos, pero en el contexto de la gracia. Esto es esencial para nuestra vida cristiana y también para criar a nuestros hijos a vivir para el Reino de Dios por medio de hábitos que los ponen en el camino de la gracia. Así lo expresa David Mathis en su libro. Dice “Sitúate en el camino de la gracia”. Wow, cómo yo quiero hacer esto en mi propia vida, y ¡cómo quiero ayudar a mis hijos a situarse en ese camino también!
Si bien es cierto que los padres jamás podemos salvar a nuestros hijos, y nunca debemos pensar que eso es posible. Pero sí tenemos el privilegio y la responsabilidad de entrenarles, instruirles y disciplinarles en el camino de la gracia. Esto es imposible sin un entrenamiento en hábitos que les acerquen a ese camino de gracia.
En ese libro Hábitos de Gracia, el autor se enfoca en tres áreas que son las que alimentan principalmente la comunión personal y comunitaria con Dios. Ya hemos establecido que esta es la base, el nivel fundamental de la pirámide de prioridades sobre el cual descansan todos los demás. Esto es lo que provee estabilidad a una vida y una familia. Pensemos un momento en las tres áreas, y quizá te ayude que te comparta su manera fácil de recordarlas.
- Palabra: oír la voz de Dios
- Oración: hablarle al oído de Dios
- Comunión: participar de su cuerpo
Tomemos un momento el oír la voz de Dios. La Palabra. ¿Qué tan esencial es este medio de gracia? ¿Puedes ser creyente y crecer sin esto? No. Imposible. No hay sabiduría para tomar decisiones, no hay convicción de pecado para desechar acciones y actitudes destructivas, no hay conocimiento de Dios y el Evangelio para experimentar verdadera conversión. Más esencial no puede ser.
Ahora pensemos… ¿cómo es que mis hijos van a tener acceso a ese medio de gracia? Acceso constante que les provea de estabilidad espiritual y emocional, y sabiduría para una vida próspera. La única manera es que desarrollen el hábito de exponerse constantemente a ella. Ahora, el hábito por si solo no es suficiente. Tiene que haber una recepción y un amor y un deseo de someterse a ella y obedecerla. Tiene que haber una relación con el Dios que esa Palabra revela. Pero todas esas respuestas, ¡la Palabra tiene el poder para producirlas!
Entonces, no podemos esperar que haya deleite y deseo. Ni nosotros mismos ni nuestros hijos podemos ni debemos esperar hasta que quieran leer o escuchar o memorizar la Palabra. El hábito de leerla, estudiarla, memorizarla, responder a ella, interactuar con ella, escucharla, y meditarla llevará fruto abundante a su tiempo. Quiere decir que a veces yo y mis hijos leeremos la Biblia sin ganas. Sí. Que a veces repetiremos versículos sin meditarlos. Sí. Pero el hábito que se forma es una herramienta en manos del Espíritu Santo, y es algo que hacemos por fe. Es parte de andar por fe y no por vista.
Ahora, vayamos más allá y pensemos en el hecho de que un hábito de exponerse constantemente a la Palabra, o de orar, o de participar de la comunión con el cuerpo de Cristo, no sucede en un vacío. Hay todo un conjunto de hábitos que apoyan o hacen posible esto. En el caso de un niño, por ejemplo… para que un niño de 10 años esté practicando el hábito de leer y conocer su Biblia por su propia cuenta, ¿qué tuvo que haber pasado anteriormente? Probablemente mamá y papá insistieron en inculcar la habilidad y el hábito de leer, y de aumentar nivel lector, no quedarse cómodo con lectura simple.
Tuvo que aprender a seguir un horario o rutina, que hay acciones que debemos practicar diariamente que no arrojan un resultado o sentimiento inmediatamente placentero, pero que promueven cierto bien. Ha tenido que aprender el hábito de no solo leer por entretenimiento, sino leer para comprensión. Tuvo que desarrollar el hábito de poner atención extendida en una sola actividad y no estarse cambiando de actividad a su gusto. O sea, tuvo que haber desarrollado ese aspecto tan importante del carácter llamado “dominio propio”.
Hablar del dominio propio no es popular hoy en día. Y menos popular todavía, ¡hablar de ensenarles domino propio a los niños pequeños! Muchos padres estamos fallándoles a nuestros hijos porque estamos escuchando voces que nos dicen que no debemos imponer sobre nuestros hijos algo que no quieren hacer. Nos dicen: “Si te tocó un niño inquieto, le vas a hacer daño si le requieres estar sentado tranquilo”. En nombre de la ciencia y de ser expertos en educación, toda una generación de niños y jóvenes no ha sido entrenada en el domino propio.
Pero, seamos muy cuidadosos como padres creyentes y pensemos un momento. Si mis hijos nacen con corazones pecaminosos y tendencias hacia el mal, ¿qué necesitan para poder resistir tentación y no ceder? ¿Qué necesitan para reemplazar tendencias naturales con tendencias buenas? Tienen que saber resistir impulsos naturales y actuar en base a lo que han aprendido es mejor. Esto es dominio propio. La Biblia lo nombre como un fruto del espíritu, como algo que debe caracterizar a creyentes de todas las edades según Tito 2, como algo que se requiere para ser líder espiritual.
Recuerda, los psicólogos y expertos en pedagogía no parten de las mismas bases que nosotros los creyentes. No toman la palabra del Creador como definitivo. No puedes tomar todo lo que escuchas y tratar de meter una enseñanza cristiana alrededor. Tenemos que hacer lo opuesto. Tenemos que empezar con la Biblia como base, y solo tomar otros consejos si pasan ese filtro.
Esta es una de las razones por las que yo animo a los padres a no permitir que su bebé de 6 meses se resista al cambio de pañal, o se resista a que lo cargue papá en lugar de mamá, o que se resista a irse a dormir cuando sus padres saben que lo necesita. Por esto es muy bueno que desde que es un bebé pequeño que hace sonidos con su boca, aprenda que hay tiempos y lugares donde no debe hacer sonidos con su boca. No me refiero para nada a castigar o disciplinar duro a un bebé. Me refiero a entrenarles al constantemente decir “no” a cierto comportamiento y al mismo tiempo introducir el que sí es correcto.
Cuando un niño aprende desde muy pequeño a resistir impulsos naturales (como meter el dedo en el contacto, o intentar brincarse del cambiador, o solo querer quedarse con la persona que él quiere y no irse con otra persona que lo ama y lo cuida), está siendo entrenado en el domino propio, y esto le va a servir muchísimo mientras madura.
Podríamos seguir hablando de mas ejemplos, pero creo que queda claro. Si vamos a ser padres que inculcamos hábitos que llevan a la vida, hábitos de gracia, tenemos que estar dispuestos a llevar un hogar disciplinado, un hogar donde los hijos tienen que seguir las pautas establecidas por mamá o papá. Efesios 6:4 pide esto de los padres. La instrucción y disciplina de los hijos debe ser las “del Señor”, ¿verdad? Así dice el versículo. Todo es con el propósito de que nuestros hijos lleguen a una fe verdadera que les permita glorificar y disfrutar de Dios para siempre.
Un niño que crece en un ambiente donde se practican hábitos de gracia, con un espíritu de adoración y fe, está siendo entrenado y preparado para caminar con el Señor de una manera que le glorifica. Está adquiriendo sabiduría sobre cómo tomar decisiones pequeñas y grandes.
Seamos padres que vivamos para la gloria de Dios y que inculquemos hábitos y rutinas sanas y provechosas. Aun nos quedan varios episodios de nuestra serie, así que prepárate para seguir con nosotros la próxima semana. Bendiciones para ti.