Hace un par de años, una jovencita que pedía dulces tocó a mi puerta con un disfraz memorable. Sostenía una muñeca mientras una capa tipo héroe cubría su espalda. De su cuello colgaba un pequeño cartel de pizarra con la palabra “mom” escrita en letras grandes.
“¡Soy una supermamá!” exclamó con enorme energía. La ironía de la leve sonrisa de la madre de aspecto desgastado detrás de ella no pasó desapercibida para mí.
Por mucho que queramos creer que nosotras también podemos ponernos una capa y ser madres con facilidad y valor, las supermamás no existen. No importa cuán maravilloso sea nuestro disfraz, somos humanos y los humanos fallamos. Pero debido a las redes sociales y otras presiones culturales, se nos ocurre la idea de que ser una madre excelente significa ser una supermamá: estar siempre bien. Entorno hogareño tranquilo. Niños perfectamente educados. Comidas dignos de Pinterest y rutinas y estructuras infalibles. Pero no podemos estar a la altura de esa expectativa autoinducida.
Sin embargo, la expectativa del Señor contradice muchos de los mensajes que se ofrecen a las mamás hoy. Él no nos llama a ser súper sino a serle fieles en esta significativa llamada a la maternidad.
Fidelidad en los días geniales
Hay días que transcurren sin contratiempos en la maternidad, tal vez cuando los niños no pelean, cuando se prepara una cena casera o cuando sentimos una cantidad extra de energía para las actividades extraescolares. Estos “días geniales” suceden, pero no gracias a nuestras propias capacidades. Al contrario del mensaje cultural que grita: “¡Tú tienes fuerza interior!”, nosotras no. No sin Jesús. Pero en Cristo tenemos todo lo que necesitamos. Los días excelentes suceden debido a la gracia y la fuerza de Dios manifestadas en nosotras y a través de nosotras.
Nuestro gozo en esta vida proviene de la fuerza del Señor. En Nehemías 8, el pueblo de Dios escucha la lectura de la ley y, como respuesta, llora con gratitud y esperanza. Entienden lo que escuchan, y por eso se alegran y sienten tristeza porque se vuelven cada vez más conscientes de su propio pecado. Pero Nehemías les recuerda en el versículo 10: “…no os entristezcáis, porque el gozo de Jehová es vuestra fuerza”. Se exhorta al pueblo de Dios a caminar con gozo debido a la maravillosa obra de Dios en sus vidas.
Mamás, la fuerza de Dios nos capacita. Su Palabra proporciona la sabiduría necesaria para tomar decisiones en nuestros días, y su Espíritu nos guía con ternura mientras buscamos guiar a nuestros hijos hacia Jesús. Si el Señor nos da el privilegio de ser mentoras de otras madres, es importante recordar estas verdades. El punto no es decir: “Haz lo que yo hago”, sino principalmente ofrecer el aliento de Jesús y su Palabra. Sólo Dios merece la gloria de nuestra crianza, y cuando nos llenamos de gozo en un día o una temporada que ha sido grandiosa, damos gracias al Señor. Estamos tan unidos a Cristo que su fuerza es nuestra fuerza y su gozo es nuestro gozo.
Fidelidad en los fracasos
Si bien muchos días van bien, muchas de nosotras nos identificamos más con la “fracasa-mamá” que con la “supermamá”. Ser mamá es difícil. Gracias al Señor porque Él no espera que lo hagamos solas. No solo estamos hechas para florecer en comunidad, sino que el Señor nos dice en Mateo 11: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas” (v. 28-29).
Este versículo nos exhorta a llevar nuestras cargas y fracasos al pie de la cruz. Es allí donde Jesús nos restaura. Es ahí donde aprendemos de él, de su gentileza y humildad. No siempre es fácil buscar al Señor cuando nos sentimos débiles e incapaces, pero nuestros hijos necesitan una madre dependiente de Cristo más que una supermamá que haga todo bien.
Pienso en esto cuando me siento frustrada con un niño por razones que no tienen nada que ver con él o ella. Soy débil y fracaso. Ésta es exactamente la razón por la que la gracia y la misericordia gratuitas de Dios pueden ser aceptadas con tanto entusiasmo y abrazadas de manera tan incomparable. Gracias a la gracia de Dios, Él obra incluso a través de nuestros fracasos. Nuestros defectos no frustran el plan de Dios en nuestra vida o en la vida de nuestros hijos. Él hará su gran obra a pesar de nosotras, y mientras busquemos fielmente al Señor, él también hará su obra en nosotras.
Fidelidad en lo rutinario
Algunos aspectos de la maternidad no son ni sorprendentes ni difíciles: simplemente son tediosos. Hay montones de ropa sucia que doblar, horarios que ordenar y niños que llevar y traer. Pero en estos momentos aparentemente insignificantes es donde podemos ser más fieles en nuestro llamado a la maternidad.
Cuando mis hijos eran adolescentes, les dije repetidamente a las madres primerizas privadas de sueño: Esto también pasará. Pero recientemente me di cuenta de lo poco útil que es esta perspectiva.
Cuando mis hijos eran bebés, recuerdo haber pensado que recuperaría mi vida cuando fueran mayores, que saldría del otro lado y haría un trabajo significativo una vez más. El problema con esta perspectiva es que deja de lado la realidad de que Dios gobierna los detalles cotidianos de nuestras vidas. Nada de esto carece de significado, ¡incluso las noches tediosas de insomnio! Si pasamos por alto esta verdad, viviremos cada día según el mantra: “Mañana será más fácil” y nos olvidaremos de abrazar la fidelidad de Dios hoy.
El objetivo de la maternidad no es la tranquilidad ni la emoción; la meta es la fidelidad a lo que el Señor nos trae cada día, sin importar cuán insignificante pueda parecer la tarea. Eso significa que podemos ser flexibles cuando se modifican los planes porque Dios es soberano sobre los planes disuadidos. Y significa que cuando estamos cansadas de las tareas diarias y constantes, podemos saber que incluso esos momentos rutinarios son usados por Dios y pueden traerle gloria.
Amigas, esforzarse por ser una supermamá sólo nos conducirá a un esfuerzo ansioso. Así que no vayamos a buscar una capa. En cambio, miremos a Jesús hoy. Veámoslo en nuestra alegría, en nuestros fracasos y en todos los pequeños momentos intermedios. A través de Jesús, tenemos todo lo que necesitamos para caminar fielmente en la obra que Él nos ha encomendado como mamás.
Este artículo fue publicado primero en Risen Motherhood. Traducido y publicado con permiso.