Todos tenemos trabajo que hacer. Recientemente, durante nuestra rutina matutina, mi hija de tres años me dijo que ir al baño era demasiado difícil y que simplemente requería demasiada energía. Impaciente y exhausta de suplicarle y ofrecerle M&M’s, probé una nueva estrategia. Compartí con ella que Dios nos diseñó para trabajar y que este era el trabajo que Dios tenía para ella esta mañana.¡Hablando de cosas que nunca pensé decirle a mi hija y de las que ahora simplemente sonrío! Le pregunté cómo podía ayudarla con este trabajo. Me contestó que quería que le leyera un cuento mientras ella hacía sus necesidades. Así de sencillo.
Todos nos resistimos al trabajo de diversas maneras, ¿no? Quizás sea el desplazamiento por la pantalla en lugar de lavar los platos o evitar un correo electrónico porque no queremos aceptar ese compromiso adicional. Podemos sentirnos con derecho a resistir. La cultura nos dice que merecemos relajación y una vida fácil. Y así, cuando la vida se siente como mucho trabajo y poca relajación, nos quedamos preguntándonos qué deberíamos estar haciendo de manera diferente. Para las madres que hacen malabarismos con el trabajo que genera ingresos junto con las responsabilidades domésticas y familiares, sentimos la presión adicional de encontrar ese elusivo “equilibrio entre el trabajo y la vida personal”, que en realidad no existe.
Una comisión, dos trampas
En el reino de Dios, nuestros diversos roles y llamados fluyen juntos para cumplir Su misión. Inmediatamente después de la creación del hombre y la mujer, Dios les encargó a ambos 1) ser fructíferos y multiplicarse y 2) tener dominio sobre la tierra (Gén. 1:28). No se trataba de dos mandatos dispares; fue un mandato que llamó a la humanidad a la obra de Dios. Sin embargo, en el mundo de hoy, a menudo separamos este cargo y trazamos límites en torno a nuestra “vida laboral” y nuestra “vida familiar” que nunca fueron parte del diseño de Dios.
Como madres generadoras de ingresos, a veces sentimos una tensión entre nuestros llamados de maternidad y vocación. La cultura nos lleva a creer que lo mejor para nosotras (y los de nuestra familia) es que logremos un equilibrio perfecto entre ellos. Pero en la práctica, a menudo caemos en la trampa de enfatizar un llamado a expensas de la fidelidad del otro. Por ejemplo, podemos sentirnos tentados a elevar a los portadores de imagen en nuestros hogares por encima de aquellos que encontramos en el lugar de trabajo (reduciendo así nuestro trabajo que genera ingresos a poco más que un cheque de pago). O podríamos sentirnos tentados a gastar toda nuestra mejor energía en nuestros trabajos tratando de ser buenos administradores de nuestros dones (dejando poco para invertir en nuestras familias). Sin embargo, cuando recordamos nuestra gran comisión de brillar como luces del evangelio en el mundo, vemos que todo lo que hacemos tiene la oportunidad de honrar a Dios al señalar a otros hacia Él (Mat. 5:16; Col. 3:17).
También podemos caer en una segunda trampa de intentar esforzarnos al 100% en nuestra carrera y al 100% en nuestra vida familiar. Eso sólo nos deja sintiéndonos vacíos por dentro, como si nunca estuviéramos a la altura ni suficientes en ninguno de los dos espacios. (“Simplemente no estoy dando la talla” es una frase que le he dicho a menudo a mi consejero). Cuando perseguimos este ideal (o ídolo) de equilibrio entre vida personal y laboral, cada día existe una oportunidad para que uno de estos llamados triunfe sobre el otro, dejándonos en una espiral de culpa. Ninguno de los dos define nuestro valor y propósito como mujeres. Ninguno de los dos debe estar sobre el trono. Cuando no vemos nuestro trabajo de manera integral y bíblica, estos llamados de gran importancia pueden llevarnos a perder al verdadero Maestro al que estamos aquí para servir.
Obediencia, confianza y descanso
En última instancia, Dios no nos ha dado llamados contradictorios. Pero sí quiere que acudamos humildemente a Él en busca de ayuda y sabiduría para comprender cómo encajan estas cosas en la vida que nos ha dado. Podemos decidir con regularidad y en oración qué priorizar y cómo emplear nuestro tiempo, dadas las necesidades de nuestra familia y nuestros límites individuales. En lugar de esforzarnos por alcanzar un concepto mundano de equilibrio entre el trabajo y la vida personal, podemos ver todas las cosas que tenemos ante nosotros como la obra de Dios a la que nos ha invitado. Y podemos permanecer en Él mientras trabajamos, para que podamos obedecer su Palabra y florecer donde Él nos llame.
Además de muchas cualidades nobles, la mujer temerosa de Dios de Proverbios 31 “con voluntad trabaja con sus manos” (Prov. 31:13). Ya sea dirigiendo reuniones, respondiendo correos electrónicos, cambiando un pañal por tercera vez en diez minutos o llevando a los niños a la práctica de fútbol, es la postura de nuestro corazón lo que agrada al Señor por encima de nuestros resultados.
Por lo tanto, volvamos nuestros ojos a Jesús, cuando sentimos el peso de intentar lograr un equilibrio entre el trabajo y la vida personal y cuando el mundo nos dice que deberíamos poder hacerlo todo. Jesús es quien lo hizo todo. Guardó perfectamente la ley, obedeció al Padre y cumplió su misión. Jesús es Aquel que tiene un yugo fácil y que mantiene ligera nuestra carga (Mat. 11:28-30). En lugar de luchar, nos llama a descansar en Él, para que podamos ser guiados por Aquel que conoce los caminos del Padre y cargará con lo que no podemos soportar. ¡Qué libertad y alivio! Él nos aclarará el camino asegurándose de que permanezcamos a su lado (Prov. 3:6), sin adelantarnos como tanto deseamos. Lo conoceremos mejor, lo veremos con más claridad y alabaremos aún más su nombre cuando permanezcamos en Él. Así que, ya sea en la sala de juntas o en el patio trasero, obedezcamos en lo que Él nos llame, confiemos en sus planes y descansemos en su presencia mientras trabajamos.
Este artículo fue publicado primero en Risen Motherhood. Traducido y publicado con permiso.