Padres reverentes que criamos a nuestros hijos delante de Dios somos siervos que sembramos. Sembramos tiempo, energía, dinero, amor, instrucción y fe para que en nuestros hogares se formen siervos para la gloria de Dios que ejerzan una influencia piadosa en otros. Este es el ciclo virtuoso de la crianza reverente. Escucha el último episodio de la serie “Crianza que transforma”.
Transcripción:
Susi: El evangelio es la razón de existir de una familia cristiana. Espero que al estar escuchando un podcast llamado Crianza reverente, ¡estés de acuerdo con esta declaración! Para poder vivir nuestra vida en la presencia de Dios, delante de Dios, en reverencia, la única manera es vivir en el evangelio.
La serie de 10 episodios que terminamos hoy con este episodio 167 nos ha ampliado bastante nuestra comprensión de cómo el evangelio transforma completamente nuestras vidas. El libro Transformados en su imagen, por Jim Berg, ha sido un instrumento en la vida de muchos jóvenes a lo largo de 20 años aquí en el Instituto Universitario Cristiano de las Américas en Monterrey, donde nosotros trabajamos.
Hemos disfrutado ahora, Mateo y yo, acompañarte a ti a través de este libro con el enfoque en la aplicación a la crianza. Una vez más te animamos a conseguir el libro si aún no lo has podido hacer. Este libro fue publicado por Editorial Bautista Independiente; se llama Transformados en su imagen, y tú lo puedes utilizar en tu crecimiento personal, en un discipulado familiar o en la iglesia también.
Ahora, en este episodio, el último de la serie, nos vamos a enfocar principalmente en algo del contenido de capítulo 12. Mateo, yo estaba estudiando este capítulo, como tú lo has hecho muchas veces, y ¿qué mejor manera de terminar una serie así: con un poquito de autoevaluación sana? ¿Verdad? Lo primero que este capítulo dice, ahí arriba, en esas letras negritas, dice: “¿Das la talla?” Yo creo que esto es una pregunta que muchos padres nos hacemos, y con la que luchamos a veces, ¿no?
Mateo: Porque hay muchas expectativas irrealistas que podemos encontrar en el mundo acerca de lo que debe ser un padre el día de hoy: la alimentación perfecta, centrado en su niño y nunca permitiendo que sufra. Pero a veces también dentro de la iglesia hay expectativas irrealistas: que eres el padre perfecto, porque siempre disciplinas a tu hijo, y siempre tienes el devocional familiar, y nunca te enojas y tus hijos son perfectos. Pero así no es la vida.
Pero cargamos con esa sensación de que no damos talla, y de que no vamos a cumplir con las expectativas, o que la sociedad, o que Dios mismo, tiene para nosotros. Creo que es lo que dijiste antes del evangelio: nos recuerda que ninguno de nosotros da la talla en nosotros mismos, pero la gracia de Dios responde a nuestras deficiencias. Luego también nos capacita, porque sí, Dios nos acepta tal cual como somos, pero él quiere que cambiemos, que seamos transformados en la imagen de Jesucristo.
Susi: Nos acepta tal como somos, pero nunca nos deja tal como somos en ese momento.
Mateo: Así es, y de hecho es una buena descripción de la crianza. Amamos a nuestros hijos tal como son, pero nuestro objetivo es que no se queden como son, sino que sean transformados, que maduren, que cambien, que lleguen a ser lo que Dios quiere para ellos.
Susi: Exacto. Entonces, cuando el autor hace la pregunta: “¿Das la talla?”, realmente ¿qué es lo que él quiere que nosotros hagamos?
Mateo: Bueno, creo que hay una buena autoevaluación, como dijiste, porque ha estado mencionando algunas de las cualidades de líderes que van a ser de influencia en las futuras generaciones, como padres en nuestros hijos.
Ha mencionado tres cosas: que debemos de ser ejemplo del amor a Dios, que debemos de ser maestros llenos de la Palabra, y ahora en este capítulo menciona que debemos de ser supervisores con mentalidad de servicio.
Entonces es bueno autoevaluarnos y ver si estamos cumpliendo con estas cosas que vienen de la Palabra de Dios. Creo que este capítulo en cierta manera cierra el círculo. Porque si recordamos, en el primer episodio, en el primer capítulo, dijimos que lo que más agradaba a Dios de su Hijo era que era un siervo. Era un siervo; citando Mateo 12:18: “He aquí mi siervo, a quién he escogido, mi amado, en quién se agrada mi alma”.
La característica que Dios señala de su Hijo en esa ocasión es que es un siervo. Y así somos nosotros también, si vamos a realmente reflejar al Señor, porque esa es la tercera etapa, ¿verdad? Nos despojamos de nuestro viejo hombre, que es refrenar la carne, somos renovados en nuestra mente y luego reflejamos al Señor. Bueno, la manifestación culminante de reflejar a Jesucristo será que somos siervos: siervos para Dios, siervos para otras personas.
Susi: Eso aplica a nosotros como padres. También aplica a una meta que debemos tener para nuestros hijos, ¿no?
Mateo: Claro. Yo debo ser siervo como padre, pero se está enfocando en tu mentalidad como líder este capítulo. Entonces lo que yo busco para mis hijos es que ellos sean siervos. Otra vez, aquí empieza a chocar con nuestra cultura y con mucho de lo que nosotros pensamos, porque nosotros no queremos siervos.
No queremos que nuestros hijos sean siervos; queremos que ellos manden. Nadie tiene el sueño de que su hijo llegue a ser una persona sumisa, una persona que está sirviendo a otras personas. No. Queremos que sea el gerente, no el que sirve. Pero la mentalidad bíblica es muy diferente. ¿Por qué es tan diferente? Bueno, porque Cristo nos sirvió a nosotros.
Si queremos imitar a Cristo, tenemos que tomar en cuenta lo que nos dice: “No será así entre vosotros”. O sea, no aspiramos a ser gobernantes que regimos, haciendo lo que nos da la gana a nosotros para nuestro beneficio, para nuestra felicidad, sino que aún si llegamos a tener posiciones de influencia y autoridad como un padre tiene sobre su hijo, mi meta es servir a él. Pero mi meta como padre es que mi hijo también sea un siervo.
Susi: El autor nos presenta con un examen aquí, ¿verdad? Con una manera de evaluarnos basada en cosas que ya hemos venido aprendiendo. A mí me llama la atención porque aunque esto no es un libro de crianza, el autor está desarrollando, como igualando las etapas a las etapas de un niño, que puede ser algo real; o sea, sí son las etapas de un niño, o puede ser también aplicado a lo espiritual.
Dice que tenemos los años preescolares donde queremos que el rebelde sea domado. Luego tenemos los años escolares: el discípulo entrenado. Y llegamos a los años de adolescencia: el siervo desplegado. Ahí está: llegamos a ser siervos. A mí me gusta mucho esto, como un examen, porque puede ser que alguien esté escuchando, sea madre o padre, que tiene 30 años o 35, pero nunca ha pasado la primera etapa, de lo que él llama los años preescolares.
Todavía yo puedo ser una mamá y no haber realmente rendido mi rebeldía, haberme rendido a Dios. O quizás estoy en los años escolares: no tengo madurez realmente cristiana. Entonces yo necesito también caminar en estas etapas, mientras también intento traer a mis hijos en las mismas etapas.
Mateo: Claro. La madurez no tiene nada que ver con la edad. La madurez física sí, pero no la madurez espiritual. A veces puedes tener 80 años en la iglesia y todavía ser un niño inmaduro espiritualmente. ¿Por qué? Bueno, quizás la clave de todo este capítulo es el principio de la abnegación.
Usa un ejemplo aquí de cómo en las culturas antiguas se pensaba que había cuatro sustancias que eran la base de todas las demás. Los griegos pensaban que todo estaba compuesto de tierra, de aire, de fuego y de agua. Bueno, ahora nosotros sabemos que eso es ridículo. Pero nadie sabía; no entendían eso.
La ciencia nunca avanzó hasta que John Dalton en 1803 postula la teoría del átomo, y empieza a decir: “Hay diferentes átomos que se componen diferentes elementos”. Todo lo que se compone, pues la tabla periódica tiene más que cuatro elementos, cuatro átomos. Pero solo fue cuando comprendimos lo que es el átomo, que es la estructura básica de todo lo que tenemos en nuestro mundo; cuando entendimos eso, la ciencia despegó. Y ha habido muchísimo avance porque entendimos el átomo.
El autor resalta que la abnegación es la estructura atómica del cristianismo, en este sentido: si tú no entiendes la abnegación y no puedes negarte a ti mismo, nunca vas a crecer. No podrás progresar en la vida cristiana. Por eso dice: esto es el preescolar. Si no aprendes eso, nunca vas a graduar del preescolar y pasar a otras etapas.
Por eso puedes tener 80 años, pero si nunca aprendiste a negarte a ti mismo, nunca vas a crecer. Nunca vas a llegar a ser un cristiano maduro. Jesucristo nos explica esto. En Lucas 9:23, dice: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame”. Si tú quieres seguir a Jesucristo, tienes que tomar la cruz.
La cruz es un instrumento de muerte. Lo hemos romantizado porque somos cristianos, pero hay que morir. Jesucristo en Juan 12:24 y 25 dice: “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará”.
Creo que está hablando ahí principalmente de la salvación, pero el principio es el mismo: si tú quieres seguir a Jesucristo, como ese grano tú tienes que morir. Pablo dice que él tenía que morir cada día. Nosotros también tenemos que morir cada día, y tenemos que enseñar a nuestros hijos a morir cada día. Si nuestro hijo no muere cada día, no va a aprender a crecer. No va a poder avanzar en su vida cristiana.
Susi: Eso es lo último que queremos los papás de hoy, ¿verdad? O sea, todo lo de nuestra cultura, todo esto de la psicología, del bienestar emocional, tantas cosas que se están enseñando en todas partes, incluyendo dentro de muchas iglesias, va en contra de esto. ¿Porque cuál mamá o papá se despierta cada mañana y dice: “Hoy mis hijos necesitan morir”? Claro que no. Eso está muy lejos de nuestro pensamiento.
Yo recuerdo como niña en un hogar donde había bastante disciplina—disciplina amorosa, pero disciplina firme—yo recuerdo saber que yo no podía hacer lo que me daba la gana; que yo tenía que someterme; que yo tenía que negarme mis impulsos y mis deseos. Mis padres me lo enseñaron con muchas maneras diferentes de disciplina.
Pero yo creo que esto es clave. Y va tan en contra de nuestra cultura, que la reacción natural de la mayoría, quizás de los que están escuchando en este momento, es rechazarlo, porque va en contra. Yo diría que esto es algo que tenemos que hacer por fe, ¿verdad? Tenemos que creer esto.
Mateo: Sí. Cristo nos lo dice. Si no aceptas esto por fe, no puedes ser mi discípulo. No puedes seguirme. Entonces es un acto de fe reconocer que yo no seré feliz si yo puedo hacer lo que me da la gana. Mi hijo no será feliz si puede hacer lo que le da la gana. Y mi rol como padre es enseñar eso a mi hijo por medio de imponer, y uso la palabra imponer cuidadosamente, pero imponer una disciplina bíblica en mi hogar y en la vida de mis hijos.
Porque esas tres etapas, tiene como una etiqueta que le pone—en los años preescolares, donde el rebelde va a ser domado, el niño necesita aprender a negarse a sí mismo. Normalmente aprende eso en la sumisión a la autoridad. Tristemente muchos de nosotros estamos haciendo un sabotaje espiritual en la vida de nuestros hijos cuando no les enseñamos esto, y no les exigimos a ellos a negarse a sí mismos.
Susi: Y someterse a autoridad.
Mateo: Claro. ¿Cómo lo van a aprender? Se niegan a sí mismos cuando papá les dice: “No hagas eso. No puedes echar ese berrinche. No puedes tocar esa cosa”. Y nosotros luego no exigimos que ellos obedezcan. Porque ellos quieren, lo tocan. Porque ellos quieren, se echan el berrinche. Porque ellos quieren, les compramos esa paleta. Y Dios dice: “No. Enséñales a negarse a sí mismos”.
Susi: A veces, por ejemplo, autoridades en otras áreas también de su vida, no queremos que otras personas puedan…como hay una filosofía de que nadie debe imponer su voluntad sobre la vida de otra persona, porque eso es falta de respeto. Pero es para el bien de nuestros hijos, que puedan aprender esa sumisión a la autoridad.
Mateo: Y no solo es sumisión impuesta con mano dura, donde el niño no tiene otro remedio. Hay que disciplinar a nuestros hijos y deben obedecer, pero lo que buscamos es que sea una sumisión gozosa. Ahí es cuando vemos si nuestros hijos están aprendiendo a negarse a sí mismos. Lo hacen, pero no de mala gana, no con demora, sino que lo hacen con un corazón gozoso.
Para nosotros también es una buena lección, porque la abnegación no es simplemente lo hago porque lo tengo que hacer y no tengo remedio, ¡pero no me gusta! No. Dios, esto es lo que tú pides: lo hago porque a ti te agrada, y lo puedo hacer con gozo. No solo obediencia externa.
Se ha contado muchas veces la historia del niño que se ha portado mal y sus padres lo mandan a sentarse en una silla por cierto tiempo. Va a la silla, pero no quiere sentarse. Finalmente le dicen: “Tienes que sentarte”. Se sienta, y está enojado y dice: “Pues por fuera estoy sentado, ¡pero por dentro estoy de pie!” Bueno, esa no es la abnegación, porque en su corazón sigue en rebeldía. El rebelde no ha sido domado.
En esta primera etapa, que es el preescolar de la vida, y es el preescolar de la vida cristiana también, tenemos que aprender a negarnos a nosotros mismos. Muchas veces eso sucede en el contexto de la autoridad. La autoridad familiar debería ser donde nosotros les enseñamos a nuestros hijos a negarse a sí mismos. Y esa es la clave para que pueda entonces haber crecimiento en su vida. Hasta que no aprendan esto no va a haber crecimiento en su vida.
Susi: Yo creo que nos puede ayudar a los padres recordar que somos representantes de Dios en nuestro hogar. Dios tiene todo el derecho de ejercer autoridad sobre nosotros, y lo hace con amor profundo y abnegado, porque estuvo dispuesto a mandar a su propio Hijo.
Entonces, en esa autoridad que ejercemos, queriendo ver ese cambio, esa sumisión en el corazón de nuestros hijos, recordemos que lo hacemos en representación de Dios. Van a adquirir muchas de sus ideas sobre el amor y la autoridad de Dios de lo que nosotros hacemos.
Mateo: Y lo tenemos que hacer en dependencia de él también. Recordemos que el agente de la transformación es el Espíritu Santo. Es el Espíritu Santo que nos confronta a nosotros y confronta a nuestros hijos, y nos recuerda que la esencia del pecado es hacer lo que nos da la gana. Es caminar en nuestro propio camino.
La esencia, el punto de partida de la vida cristiana, es negarnos a nosotros mismos, morir a nosotros mismos. Pero es difícil. En nosotros es imposible. Pero Dios nos está capacitando para hacer esto en nuestra vida individual como padres, pero también en la vida de nuestros hijos.
Susi: Pasamos al segundo paso, o la segunda etapa: del discípulo, entrenar discípulos.
Mateo: Sí. En los años escolares, él dice, esto es cuando lo deberían de estar aprendiendo. En primaria, quizás, deberían estar aprendiendo—la etiqueta que le pone aquí es la aplicación de la abnegación. Ahora el niño empieza a aplicar esto a su propia vida. No solo está recibiendo las órdenes de parte de su padre, sino que él está valorando, viendo la importancia de esto, poniéndolo en práctica en su propia vida.
Cuando un niño está en casa, en el preescolar, no sale mucho. No va a casa de sus amigos mucho. Pero conforme va creciendo vamos dándoles un poquito más de independencia a nuestros hijos. Quizás ahora sí pueden ir a casa de un vecino. Bueno, en casa del vecino ¿cómo se porta? Ya no está mamá; ya no está papá para exigirle esa obediencia.
Pero si él está creciendo, si él ha aprendido primero a aplicar la negación a su propia vida, y ahora él está aplicando eso por iniciativa propia, valorando las instrucciones de su padre; ahora, cuando está lejos de papá y mamá, él empieza a obedecer. O sigue obedeciendo, mejor dicho, a papá y mamá, aunque papá y mamá no están. “Bueno, yo sé que mis padres no me permitirían hacer esto, y no lo hago”. Y esta es la clave. Decíamos hace un momento que la esencia del pecado es tenerlo a mi manera, caminar en mi propio camino, hacer lo que a mí me da la gana, cuando me da la gana.
Susi: No negarme los impulsos.
Mateo: Nunca, ¿verdad? Y muchos hogares son caracterizados por eso. No hay rutina; no hay disciplina; comemos lo que queremos cuando sea.
Susi: Nos levantamos cuando queramos; no vamos a la escuela si no queremos.
Mateo: No vamos a la iglesia. A la escuela, quizás somos un poquito más fieles porque bueno, hay que hacerlo. Pero si no tengo ganas de ir a la iglesia, no voy a la iglesia. Y vivimos así. Es curioso porque nuestra sociedad, nuestro mundo, celebra esa clase de vida: “Haz lo que quieras, cuando te da la gana. Que nadie te limite. Tú, disfruta”.
Pero eso es completamente lo opuesto de lo que debería de caracterizar a un hijo de Dios. O sea, no hay nada de malo en a veces ser espontáneo. Pero una vida que está caracterizada por el caos, donde hay indisciplina total, donde nuestro lema es: “hacer lo que nos da la gana, cuando nos da la gana”, estamos viviendo una vida inmadura.
De hecho, los niños—los bebés—hacen lo que quieren cuando quieren.
Susi: Así nacen.
Mateo: ¡Por eso les ponemos pañales, porque hacen lo que quieren cuando quieren! Y necesitan esa protección. Pero si tenemos 30 años y seguimos haciendo lo que queremos cuando queremos, y todavía tenemos que llevar pañales, eso sería una tragedia. Algo anda mal. No hemos madurado.
Pero en la vida, no solo en la vida cristiana, pero en la vida ordinaria, muchas personas tienen 30 años, 60 años, 80 años, y siguen haciendo lo que les da la gana cuando les da la gana. Y eso es lo que valoran. No valoran la abnegación; no valoran la disciplina en su propia vida. Siguen siendo bebés espirituales, y bebés en su desarrollo personal.
Hay que preguntarnos: si en nuestra vida constantemente estamos dejando por ahí regado problemas, conflictos, brotes de nuestra carnalidad, no somos maduros. Comienza con la abnegación.
Susi: Entonces, pensando en nuestras propias vidas, y también en nuestra vida familiar, queremos lograr esto no solamente por poner muchas reglas. No queremos ser personas disciplinadas nada más por ser personas disciplinadas. Queremos que este cambio se produzca por un corazón que se ha sometido a Dios y entiende que el caos, y el vivir según los sentimientos y las ganas, no es lo que Dios nos ha llamado a hacer. Eso es renovar nuestra mente, ¿verdad? Y llegar a ser discípulos que vamos creciendo. ¿Cuál es el siguiente paso al que debemos llegar?
Mateo: Es un punto muy importante, porque no buscamos la disciplina solo por la disciplina, ni buscamos la disciplina por lo que nos puede conseguir. Porque hay personas que son muy disciplinadas: atletas, deportistas, muy disciplinadas porque les puede conseguir su meta, su sueño.
Nosotros somos disciplinados, creo que por dos razones principales. Primero, porque Dios nos manda ser personas disciplinadas, que no hacemos lo que queremos cuando nos da la gana, sino hacemos lo que es correcto, porque amamos a Dios. Esa es la primera razón.
Pero también la disciplina nos permite ser útiles para Dios. Si yo soy una persona indisciplinada, va a limitar muchísimo mi capacidad de servir a Dios. ¿Cuál es la meta? Servir a Dios. Así reflejamos a Cristo. Pero si yo simplemente hago lo que yo quiero, no voy a estar pensando en servir a otras personas. Esa es la tercera etapa.
Es muy curioso; a mí me chocó esto—recuerdo la primera vez—cuando dice que los años de adolescencia es cuando el siervo es desplegado. Ya ha aprendido a negarse, por la sumisión, sumisión a la autoridad; ya ha empezado a aplicar la abnegación a su vida, y cuando llega a ser un adolescente, es el momento cuando él empieza a desplegarse como siervo. Y yo pensaba: la adolescencia, ¿la asociamos con servicio?
Susi: Normalmente no.
Mateo: Todo lo contrario. Es cuando los jóvenes son más ensimismados; son más egoístas. Y llegamos a pensar: “Bueno, es una etapa que se les va a pasar”. No, no es una etapa que se les va a pasar, a menos que alguien les enseñe la negación. Pero cuando llegan a la adolescencia ya deberían de estar tomando…y la clave aquí: estamos sirviendo a Dios y a otros. Esa es la etiqueta que va con esta etapa. Estamos sirviendo a Dios y a otras personas.
Esto brota de iniciativa propia. Lo hacemos con gozo. Esto no es mamá obligando al niño a salir a hacer algo, obligando al joven un día a hacer algo, y lo hace de mala gana. No, él está mirando a su alrededor; él está buscando a quién puede servir, y se está sacrificando por hacerlo. Esto es reflejar a Cristo. Esto es realmente ser transformado en su imagen.
Susi: Y esto debe ser un resultado de haber madurado, haber pasado las otras etapas. Muchas veces en la adolescencia los padres hacen exactamente lo que dijiste: “No, es una etapa”. Pero lo que no estamos dispuestos a reconocer es que les faltó a nuestros hijos la abnegación; les faltó la madurez, el discipulado. Y ahora que llegan a la adolescencia y no quieren servir y son ensimismados, es porque no ha sucedido ese proceso de madurez en su vida.
Muchas veces como mamás, como papás, también tenemos que preguntarnos: ¿qué evidencia hay en mi vida personal? ¿En mi casa yo sirvo gozosamente a mis hijos? ¿Sirvo gozosamente en mi iglesia a los demás hermanos? No digo tanto como: “Ah, paso adelante y hago algo público”, sino el servicio abnegado, normal, a mis hermanos en Cristo, a mis familiares. La verdad es que muchos no somos caracterizados por eso. El cristianismo de hoy no se caracteriza por el servicio abnegado. Y ahí está el problema.
Mateo: Sí. Nos ven a nosotros viviendo de una manera egoísta, siempre haciendo lo que nos da la gana a nosotros, y aprenden eso de nosotros. Y nosotros, como no lo hemos valorado en nuestra propia vida, somos incapaces de enseñarles eso a nuestros hijos.
A veces nosotros tenemos que regresar al preescolar de la vida cristiana, quizás en mi propia vida, pero quizás en la vida de mi hijo. Otra vez, si es un adolescente, y no veo esto en su vida, no puedo decir: “Bueno, déjalo en paz porque ya se le pasará. Cuando cumpla 18. Cuando cumpla 20. De repente, pues ya saldrá de la adolescencia y ya será un adulto. Cuando gradúe de la universidad”.
No. Va a seguir siendo una persona ensimismada, egoísta, quizás disciplinada en ciertas áreas de su vida, pero solo porque le consigue lo que quiere. No porque ama a Dios y quiere agradar a su Padre. Esa tiene que ser la motivación.
Porque tenemos que reconocer que hay personas que son súper legalistas y muy disciplinadas en su vida cristiana. Pero es como el rebelde que hace las cosas bien porque consigue lo que quiere. No es una señal de amor a Dios; está cooperando, es un rebelde cooperativo, pero si no brota de un corazón que ama a Dios y quiere agradar a Dios en gratitud por todo lo que Dios nos ha dado, eso es carne.
Susi: Aquí en el capítulo 12, ya casi al final, de hecho, lo último del capítulo, el autor hace una pregunta. Dice: ¿Estás preparado para el día más grande de tu vida? ¿De qué está hablando el autor como el día más grande de tu vida?
Mateo: Pues no es cuando te casas; no es cuando gradúas de la universidad; no es cuando tienes hijos ni nietos. El día más grande de nuestra vida es cuando estemos delante de Dios para ser evaluados y juzgados por él. ¿Qué vamos a escuchar de Dios ese día? Vamos a escuchar que somos buenos siervos y fieles. Recuerda, esa es la palabra: buen siervo. Y la clave para ser un siervo es negarte a ti mismo, gozosamente seguir el ejemplo de Jesucristo sirviendo a Dios y a otros.
Esa será la culminación de toda la vida. Como padre, tengo que criar a mis hijos pensando en eso. Un día van a estar delante de Dios, y Dios va a evaluar nuestro ministerio. Si somos hijos de Dios no es para condenación, pero sí va a ser una evaluación de nuestro servicio a él: si hay oro, si hay plata, si hay piedras preciosas, o si solo hay madera, heno y hojarasca que va a ser quemado.
Mi ministerio, mi servicio, mi utilidad a Dios, va a ser evaluado. Y mis hijos un día van a rendir cuentas. Una de las cosas más importantes que yo puedo hacer como padre es enseñarle a negarse a sí mismo, y hacerlo con un corazón gozoso y empezar a aplicar eso en su propia vida. Entonces empezará a reflejar a Cristo por medio del servicio gozoso a otras personas.
Creo que cuando llegamos al final ya de esta serie, no solo del episodio, la serie, creo que es un buen punto para reflexionar un poco, hacer algo de autoanálisis: ¿cómo estoy yo primeramente como padre? ¿En mi vida tengo estas cualidades? ¿Sé refrenar mi carne? Eso es la abnegación, negarme mis propios deseos.
Pero luego, ¿he pasado tiempo en las Escrituras, permitiendo que mi mente se empape de la Palabra de Dios, al punto que se ha reprogramado mi cerebro para que en automático piensa los pensamientos de Dios y busca obedecer su Palabra? Eso es renovar mi mente.
Y luego, ¿qué tal estoy reflejando a Cristo para que otros sean influidos más para llegar a ser como Jesucristo? ¿Por qué? ¿Porque amo a Dios; soy un ejemplo de amor a Dios? ¿Por qué? ¿Porque mi mente está tan llena de la Palabra que cuando interactúo con otras personas, la Palabra chorrea de mi vida y de mi boca como si fuera una esponja? ¿Estoy siendo un siervo y cultivando eso en la vida de mis hijos y de otras personas que están a mi alrededor?
Eso es de lo que se trata la vida cristiana y de lo que se ha tratado toda esta serie de ser transformados en la imagen de Jesucristo. Creo que hay mucho que pensar. Y otra vez, probablemente no damos la talla. Todos tenemos que crecer. Enseño esto todos los años, y siempre que lo enseño, recuerdo cosas, veo cosas que tengo que cambiar, donde tengo que crecer.
No somos perfectos, pero estamos dependiendo de Dios y del poder del Espíritu Santo, su gracia para superar nuestras deficiencias. Nos llena de esperanza para nuestra propia vida, y nos llena de esperanza también para la vida de nuestros hijos. Ese Dios de gracia está obrando, está trabajando, y nos está conformando a la imagen de Jesucristo.
Susi: Amén. Amén. Se me hace un excelente lugar para cerrar esta serie. Gracias, Mateo, por habernos acompañado estos diez episodios. Y esperamos, juntos nosotros esperamos, que esta serie produzca fruto en tu familia; que, como resultado de escuchar estos episodios, de meditar en estas realidades espirituales y aplicarlas a la vida familiar en tu hogar, esperamos que tú veas progreso en las áreas de hacer morir la carne, renovar la mente, y reflejar la imagen de Cristo. Recuerda: Cristo vale la pena. Hay que vivir enfocado en ese día más importante de la vida que acabamos de mencionar.
Nos despedimos al final de esta temporada: Crianza que transforma. Si nos está siguiendo a la par, habrá una pausa por algunas semanas antes de que salga la siguiente temporada. Quizás nos estás escuchando en el año 2030, o cuando sea. Nos alegra que estos recursos sigan siendo de ayuda y de bendición. La verdad transformadora del evangelio nunca pasa de modo.
Sobre todo, oramos que sigas dependiendo de Cristo como papá, como mamá, y caminando diariamente con él. Es la mejor manera de vivir. Hasta pronto.