Categoría:

Ep 170: El reto de manejar la tecnología en el hogar, con Ana Ávila

0
October 1, 2024

Pocos aspectos de la vida moderna tienen más impacto sobre las familias cristianas de hoy que la tecnología. Padres se sienten indefensos contra el poder de las pantallas. Hijos se sienten en su derecho de exigir acceso al internet y las redes sociales. Pero las evidencias científicas y los principios bíblicos nos envían una fuerte advertencia. Escucha esta importante conversación con Ana Ávila. 

Transcripción:

Susi: Como padres en busca de una vida diaria reverente—en la presencia de Dios buscando su gloria—hay retos que se presentan prácticamente todos los días. En el siglo XXI en nuestros países latinoamericanos y europeos desarrollados, todos tenemos acceso al Internet, computadoras, teléfonos celulares, redes sociales, videojuegos, televisión, plataformas como Netflix, Prime, y YouTube. Es como si fuera una selva enredada de herramientas útiles junto con distracciones, tentaciones y sí, pozos de destrucción.

Muchos padres nos encontramos sintiéndonos indefensos, perdidos, atrapados, sin poder controlar todo esto, sin saber si hay un equilibrio perfecto, o preguntándonos si simplemente necesitamos regresar al siglo XIX sin luz y sin comunicación con el mundo exterior.

Pues para este reto también hay misericordia nueva cada mañana y hay sabiduría de lo alto disponible. Para hablar de este gran reto, he invitado a Ana Ávila a acompañarnos. Ella ha estado antes, creo que dos veces anteriormente en este podcast, y sus aportaciones han sido de mucha utilidad para ustedes nuestra audiencia.

Ana es mamá, autora, bloguera y escritora para Coalición por el Evangelio. Y algo que Dios ha puesto sobre su corazón es ser una voz bíblicamente confiable y práctica sobre el tema de la tecnología y el creyente. Ana, muchas gracias por acompañarnos nuevamente en el podcast de Crianza Reverente. Bienvenida.

Ana: Muchas gracias por invitarme. Es un privilegio estar aquí con ustedes.

Susi: Tengo que preguntarte: ahora tienes un hijo adolescente, ¿verdad? Has hablado del tema de la tecnología por varios años, pero ¿cómo te ha impactado el tener un adolescente alrededor de este tema?

Ana: Bueno, ahora sentimos mucho más las presiones externas. Desde siempre en nuestra crianza, gracias a Dios, hemos tenido convicciones bastante firmes de que tenemos que tener cuidado con la tecnología en nuestro día a día y cómo la utilizamos. Y cuando los niños están pequeñitos y uno empieza a construir patrones, límites, ritmos, pues están chiquitos y ellos no tienen mucho voz y voto. No tienen mucho contacto con otros niños que tengan cosas que ellos quieren y así. Entonces es más fácil mantener tus convicciones y mantener tus hábitos y tus ritmos de vida.

Pero cuando llegan a la adolescencia y los amiguitos de tu hija empiezan a tener que sus teléfonos, sus tablets, los videojuegos, y que te invitan a participar de todo eso, y pues nosotros vivimos de manera diferente, ya es un reto adicional, ¿verdad? Entonces sí, ha sido un poquito distinto el tener más conversaciones. Ya no es nada más de que “eso es lo que hacemos y ya”, que hasta hace unos años eso era suficiente. Es como estos son las maneras en que nosotros vivimos, y no hay problema más de ahí.

Pero ahora es como: “Ah, pero ¿qué pasa con mi amigo que yo lo vi haciendo esto o diciendo esto? Él tiene aquello”. Y ahora es tener todavía más conversaciones, y escucharlos, obviamente también a ellos, que ya tienen más sus opiniones, y poder llegar a juntos seguir caminando en esta dirección de sabiduría. Ese es nuestro deseo, que nuestros hijos crezcan en la sabiduría, en el temor del Señor, acompañándonos en el proceso y sin soltar las convicciones que tenemos, que son las mismas de antes.

Susi: Sí, yo creo que en general la adolescencia así es. Todo lo que hemos hecho, ahora lo tenemos que poder explicar, pensar bien. Sí es un reto. ¿Por qué, Ana, en general, es tan difícil para los padres controlar el uso de la tecnología en el hogar? Siento que es un reto enormemente difícil para muchos padres.

Ana: Es por diseño. Es por diseño, y no debería sorprendernos. Creo que muchos estamos sintiéndonos culpables de que: “Ay, pero es que yo debería manejarlo. Ay, es que mi hijo no debería tener esta actitud, no debería estar tan clavado con ese videojuego, o debería obedecer en cuanto le digo que ya se acabó el tiempo”.

Pero nos escapa el hecho de que detrás de cada uno de estos aparatos y de las aplicaciones que están dentro de ese aparato, detrás de cada juego, detrás de cada red social, detrás de cada Apple streaming, hay cientos de ingenieros, de personas expertas en la psicología humana, que su trabajo es diseñar cada elemento y cada detalle de esas aplicaciones para hacerlas lo más atractiva posible para nosotros, y hacer que sea casi imposible soltarlas.

Entonces no debería de verdad sorprendernos que sea una batalla. Lo es, y es por diseño. Yo creo que es una de las primeras cosas que los padres deben entender: que esto no se trata nada más de decir: “Ay, bueno, ya vamos a usar menos la tecnología. Vamos a poner las cosas en su lugar y ser bien disciplinados”. Es darte cuenta de que es una guerra por nuestra atención, por nuestros corazones.

Incluso si lo vemos desde la perspectiva espiritual, yo cada vez más estoy convencida de que el enemigo de nuestras almas en este siglo está muy contento utilizando estas plataformas diseñadas para cautivarnos, para alejarnos de la vida que el Señor quiere para nosotros: una vida de familia en la que todos estamos creciendo en el Señor, que estamos pasando tiempo juntos, todas esas cosas buenas que Dios ha preparado para nosotros. El enemigo quiere robárnoslas, y la tecnología es una de las principales maneras en que hoy está haciendo eso.

Susi: Sí, estoy totalmente de acuerdo. Es verdad que es difícil despertarnos cada mañana y decir: “El enemigo está acechando a mi familia. Y una de las maneras en las que se está metiendo a mi hogar es por medio de la tecnología”. Cuánto cambiaría nuestra motivación, ¿verdad?, y nuestra perseverancia, si simplemente pudiéramos recordar eso.

Eso me lleva a la siguiente pregunta: ¿cuál es el peligro que corren nuestros hijos, e incluso nosotros como padres, si nosotros permitimos que la tecnología tenga rienda suelta en la vida diaria de nuestro hogar?

Ana: Creo que una de las cosas principales es que nos vamos a perder de disfrutar de las cosas que Dios tiene para nosotros cada día por estar pegados en la tecnología. Dios nos ha hecho criaturas que somos como plantitas. Eso se lo expliqué hace poquito a mi hijo mayor, que hablamos sobre la madurez, el crecimiento, el desarrollo físico y espiritual también. Es que somos plantitas que necesitan ser cultivadas, cuidadas poco a poco. No crecemos de la noche a la mañana, sino que Dios nos ha rodeado de diferentes—nosotros les llamamos disciplinas espirituales—medios de gracia que nos ayudan a florecer, de ser cada vez más como Jesús y de crecer en lo espiritual.

Ahora también hay otras actividades, otras prácticas que nos llevan a crecer en lo intelectual, en lo emocional, relacional, en lo académico, en lo físico. El Señor nos ha puesto un montón de esas cosas en el día a día, y la verdad es que la tecnología, lo que ha hecho es capturarnos y sustituir todas esas cosas de las que el Señor nos ha rodeado para disfrutar y para crecer en ellas, y simplemente nos hace perdernos de toda esa maravilla que Dios tiene para nosotros.

Entonces por eso a veces nos preocupamos: “Ay, ¿por qué nuestra relación familiar es tan fría? ¿Por qué no nos hablamos? ¿Por qué no nos conocemos unos a otros?” O: “Ay, ¿por qué estoy tan cansada y enferma todo el tiempo? ¿Por qué mis hijos no hacen deporte o no se ejercitan? ¿Por qué a mi hijo le está yendo tan mal en la escuela? ¿Por qué no duerme bien mi hijo?”

No nos damos cuenta de que nos hemos privado a nosotros mismos y a nuestros hijos de esos medios de gracia, tanto las de la parte espiritual como en la parte física, intelectual, social, que nos llevan a crecer. Y lo hemos sustituido por la tecnología. La tecnología, lo que tiene es ese poder de infiltrarse cada día cinco minutos más, y esos cinco minutos se convierten en diez, y luego en veinte, luego en una hora y luego en tres, y así.

Yo creo que una de las principales cosas de las que nos perdemos, y los peligros a los que nos enfrentamos, es eso de estar atorados en nuestro crecimiento como individuos hechos a la imagen de Dios en todas las áreas de nuestra vida, tanto en lo espiritual como lo físico, lo intelectual y lo social, por estar pegados a una pantalla.

Luego volteamos y pasan los años y nos quedamos: “¿Por qué estamos como estamos? ¿Por qué mi familia está como está? ¿Por qué mi hijo está como está? ¿Por qué yo estoy como estoy?” Y no nos hemos dado cuenta de que hemos pasado demasiado tiempo en cosas que pueden ser muy entretenidas, que pueden ser muy divertidas, que en el momento se sienten muy bien, pero al final de cuentas van a sustituir todo lo otro que el Señor tiene para nosotros.

Susi: Yo creo también, relacionado con eso, es el peligro de la adicción. Creo que nuestros corazones, el corazón humano, se presta a la adicción. Es un corazón que busca fascinarse con algo. Y la tecnología tiene un poder. Entonces un niño, desde muy pequeño, se está entrenando en la fácil adicción a algo.

Cuando, por ejemplo, tiene que jugar con juguetes y ser creativo, eso no tiene el mismo poder tipo adictivo sobre él. Incluso participar en algún deporte o hacer otras actividades no es lo mismo. La tecnología sí ofrece un entrenamiento del cerebro y el corazón más extremo hacia el querer ser adicto a algo. Creo que, en mi opinión, eso también es un peligro que corremos.

Ana: Sí, y ese peligro precisamente es el que se convierte en el peligro del que hablé yo, ¿verdad? Porque por ser incapaces de separarnos de este aparato, entonces nos perdemos de todo lo demás. Esto es lo primero que dice la gente: “Es que la tecnología no es el problema. El problema es que la usemos demasiado”.

Pero perdemos de vista el hecho de que esa tecnología, la problemática, está diseñada para que la uses demasiado. A los videojuegos, a las redes sociales, a las apps de “streaming”, no les interesa que las uses por dos, diez minutos. Quieren que estés ahí horas y horas porque entre más tiempo estés ahí, más dinero ellos pueden ganar. Entonces, están diseñadas para capturarnos.

Precisamente el enemigo utiliza esa facilidad que tienen de hacernos adictos, como tú dices, para desviarnos de todo lo otro que tenemos que hacer y podemos disfrutar. Una vez escuché a un científico explicando la adicción, y me gustó mucho, como el perder la capacidad de deleitarte en cualquier otra cosa que no sea esa cosa que te hace adicto. A mí me encantó esa explicación.

Yo lo vi en mi propio hijo. Aunque nosotros hemos sido bastante estrictos con el tema de la tecnología en general, desde el principio de nuestra crianza, hubo un momento en el que permitimos que nuestros hijos jugaran un videojuego que era algo muy sencillo, que no era un videojuego violento. No era un videojuego ni siquiera de los más adictivos, porque dentro de los videojuegos pues hay algunos que son súper atractivos y tienen muchas funcionalidades que son muy persuasivas y hay otros que no tanto.

Y eso es otra cosa, porque los papás dicen: “Ay, pero yo cuando estaba chiquito jugaba al Pacman, y al Tetris, y así es como los videojuegos de ahorita”.

Susi: ¡Eso es otra cosa!

Ana: No son lo que eran antes. Pero bueno, era un videojuego, no clásico, pero tampoco de los más adictivos de ahorita. Entonces dijimos, ok, vamos a poner límites bien establecidos de que solo dos veces a la semana por 30 minutos. Y te estoy diciendo que dos veces a la semana por 30 minutos, y no más.

Yo, si algo tengo es que yo no tengo corazón; si mis hijos [dicen]: “Mamá, pero es que ¡por favor!”, y me hacen los ojitos y así, ¡yo no siento nada! A mí no me vas a convencer. Entonces mis hijos ya ni siquiera intentan convencerme de nada. Es mamá dijo 30 minutos y son 30 minutos. Entonces a los 30 minutos ellos mismos apagaban el televisor. Eso es algo que también practiqué desde el principio con ellos, de que no te voy a yo apagar el televisor. Tú lo vas a apagar. Es un acto de aprender a controlar esa situación.

Susi: Desarrollando ese control ellos mismos.

Ana: Sí. Entonces empezamos así y al principio muy entretenidos. Lo hacíamos juntos incluso en un tiempo en familia y todo lindo y así. Pero me empecé a dar cuenta que mi hijo menor cada día despertaba preguntando: “¿Hoy es día de videojuegos?” Todos los días: “¿Hoy es día de videojuegos?” Y yo: “No, mi amor. No. Hoy no toca”. Y él triste. Y cuando era “sí”: “¡Guau! ¡Hoy es día de videojuegos!” Todo el día estaba: “¡Ya es día de videojuegos! ¡Ya es día de videojuegos!” Era lo único que su mente podía pensar.

Su mente estaba en dos modos: o jugando y disfrutando el videojuego, o preguntándose cuándo iba a ser el momento de que iba a jugar el videojuego. Le pusimos calendario. Le pusimos reloj con la hora y los colores y así para que él ya no me estuviera preguntando y que él supiera más o menos. Pero no tenía manera de contener su emoción y el ansia, y preguntaba cada rato.

Yo me di cuenta de cómo mi hijo estaba perdiendo la capacidad de deleitarse en cualquier cosa que no fuera ese videojuego. Ya no me pedía salir al parque. Ya no me pedía jugar con los muñecos. Ya no me pedía colorear, que leer, que esas cosas que disfrutábamos juntos todos como familia. Entonces yo empecé: ¡alerta roja, alerta roja! ¡Esto no está bien! Esto no está bien. Y lo cortamos por completo.

Ahora mis hijos no tienen videojuegos en casa. Ya tenemos más de un año así en el que ese videojuego no está siendo usado para nada. Porque me di cuenta de que les estaba robando a mis hijos, especialmente al más pequeño, la capacidad de disfrutar cualquier otra cosa que no fuera ese videojuego.

Y es, de nuevo, por diseño y por la manera en que su cerebro está configurado. Tú mencionabas de ahorita, como ciertas tecnologías tienen esa capacidad de atraparnos, cosa que otras actividades no tienen. Y la razón de esto es que en nuestro cerebro hay una sustancia que se llama la dopamina, que es una de las moléculas que hay en nuestro cerebro que está muy relacionada con el tema de la motivación. Es lo que nos lleva a querer hacer algo: la dopamina.

Las cosas buenas de la vida, por diseño de Dios, generan cierta dopamina en nosotros. Es como cuando comemos una buena comida, se genera cierto nivel de dopamina y eso nos hace desear otra vez comer una buena comida. O cuando estamos en un buen rato con amigos; nos reímos; la pasamos bien. Se generan ciertos niveles de dopamina que a nuestro cuerpo le dicen: “Ey, esto es una actividad que hay que volver a hacer en el futuro”.

Pero hay otras sustancias que generan niveles elevadísimos de dopamina, otras sustancias y otras prácticas. La comida chatarra es una de ellas. Las redes sociales, los videojuegos. En general, todas las cosas que dan una gran recompensa con mínimo esfuerzo van a generar un montón de dopamina y nuestro cerebro empieza a decir: “Ey, ¡esa cosa es la cosa más maravillosa del mundo! Hay que volverlo a hacer”.

Y ya todo lo demás es como: “Sí, está padre, pero no se compara con esta otra sustancia o esta otra práctica”. Entonces no es nada más que: “Ay, mi hijo es muy necio y no quiere disfrutar de nada más”. Es como su cerebro está literalmente siendo reconfigurado para que no desee ninguna otra cosa, sino estas plataformas que están diseñadas para generar en él unos altísimos niveles de dopamina, que luego ya lo demás no le satisface.

Creo que todos nos podemos sentir identificados en la parte de la alimentación, por ejemplo. Cuando vivimos con una dieta de comida procesada, la comida natural no nos sabe rico. Las frutas no te saben tan dulces. Siempre quieres echarle más sal, más grasa, más azúcar a todo. Las cosas no te saben. Pero cuando dices: “OK. ¿Sabes qué? Necesito cambiar mis patrones de alimentación”. Y empiezas a desechar esas comidas procesadas y a buscar cosas más naturales, al principio es así como que: “Puaj, nada me sabe rico”.

Susi: “No se me antoja; no se me antoja nada”.

Ana: Ajá. Y luego después de una semana si te comes una fresa y dices: “¡Guau! ¡Pero qué rica la fresa! ¿Qué es esto?” No es que la fresa cambió ni nada, sino es que tus niveles de tolerancia y de degustación del azúcar y de dopamina también se pusieron más balanceados.

De nuevo, a veces nos culpamos a nosotros; culpamos a nuestros hijos y no nos damos cuenta cómo estas plataformas están diseñadas para literalmente capturar nuestros cerebros y no dejarlos ir. Tenemos que ser súper conscientes de ellos, y al ver esas alertas rojas, cortar y ser radicales.

Yo sé que nos gustaría más un tema de: hay que balancear y que…no sé qué, pero la verdad las plataformas no están diseñadas para que las balanceemos, especialmente los más chiquititos. Si a nosotros—seamos honestos—nos cuesta balancear el tema de las redes sociales (y eso es otro asunto), a nosotros, como adultos, con nuestro cerebro maduro, ya bien formado con el conocimiento de Dios, de su Palabra, queremos agradarle y queremos ser útiles, nos cuesta.

Ahora, imagínate un niño que no tiene su córtex prefrontal bien desarrollado, esa área del cerebro que le permite planear, ver a largo plazo, medir las consecuencias de sus actos. Eso no está desarrollado en ellos todavía. Entonces no podemos esperar que ellos tengan la capacidad de moderarse y regularse cuando estas plataformas literalmente están diseñados para impedir que lo hagan.

Susi: Entonces, si nosotros te preguntamos de manera práctica, ¿cuáles serían las recomendaciones que tú tendrías? Quizás podemos ir por edades. Tú estás diciendo que los niños pequeños, y más o menos no sé hasta qué edad consideras pequeño, que realmente nada de tecnología en cuanto a celulares, videojuegos, y esas cosas. Esa sería tu recomendación.

Ana: Voy a ofrecer varias recomendaciones. Primero, voy a ofrecer las recomendaciones de un neurocientífico al que yo sigo mucho y que confío en su trabajo. Se llama Michael Desmurget. Él tiene un muy buen libro llamado La fábrica de cretinos digitales. Si alguien quiere meterse en el tema de la ciencia detrás de esto, le recomiendo mucho ese libro. Está denso; es mucha investigación científica, pero al final (el spoiler) si vas hasta el último capítulo, donde es como que ¡ya, pues dime qué hacer! él es bastante directo y él dice: cero pantallas antes de los 6 años. Antes de los 6 años, ni televisión, ni videojuegos, ni tablets, ni teléfonos, ni nada.

Obviamente no hay que irnos a los extremos. Hay gente muy intensa como yo, y lo he platicado con otras mamás; que vas al restaurante y pues en la mayoría de los restaurantes hay pantallas, y quieres taparles los ojos a tus hijos. ¡Relájate! Tampoco es que van a ver una caricatura pasando y se van a morir ni nada. Relájate.

Pero estamos hablando de la vida del hogar, nuestros patrones diarios de caminar. Él recomienda no televisión ni pantallas de ningún tipo antes de los seis. Ahora yo no me fui a un extremo tal como este. Yo empecé a dejar que mi pequeño viera con nosotros películas a los tres años más o menos, aunque la verdad es que los niños de tres años les cuesta mucho seguir una narrativa. Entonces a veces uno tiende a ver cosas más de caricaturas y que sean más estimulantes. Pero la verdad es que eso tampoco es muy bueno para ellos. No les ayuda a crecer en lo intelectual.

La verdad es que tenemos que ser honestos que antes de los seis años, antes de los cinco años, las pantallas son para nosotros—para que nos dejen en paz. Ahí tenemos que evaluar nuestro corazón y ver si realmente estamos haciéndolo por las razones correctas y si no podemos utilizar otras maneras de—yo entiendo que necesitamos espacio para hacer la comida, para trabajar, para tener una llamada de teléfono y todo eso. Y a veces lo más fácil es prender la pantalla y el niño está ahí. Pero yo no creo que sea lo mejor.

Los niños tienen que aprender a regularse solitos. Yo recomendaría más entrenar a nuestros niños a que poco a poco ellos aprendan a jugar por sí mismos, a entretenerse solos, a estar aburridos y que no pase nada. Y eso es, poco a poco que van desarrollando esta habilidad. Pero si les ponemos una pantalla en frente cada vez que queremos que se entretengan, pues ellos nunca van a aprender a entretenerse solos. Yo recomendaría nunca utilizar las pantallas como “babysitter”, como niñeras, o para que se calmen, o para que me dejen en paz un rato, ni nada de eso. No es bueno ni para ellos ni para nosotros.

Michael dice, cero pantallas antes de los seis. Yo diría, quizá los más chiquitos de 4, 5, 6 años, está bien que veamos una película juntos de vez en cuando. Eso no va a pasar nada, pero no debe ser algo diario. No debe ser algo que usamos para calmarlos o para recompensarlos, ni para entretenerlos, sino debe ser algo muy ocasional que utilizamos juntos como familia.

Yo siempre recomiendo que, a esta edad, incluso después de los seis y hasta los 12, 13, 14, más allá, que sean solo pantallas de la televisión. Si van a ver una película, si van a ver un programa, que sea en una pantalla grande en que todos puedan disfrutar al mismo tiempo. Yo no soy fanática de los iPads y las pantallas interactivas. Son mucho más adictivas también: los elementos que tienen estas pantallas táctiles, en las que los niños no solo están recibiendo información, sino están dando información y están siendo estimulados de una manera que son muy atractivas para ellos.

Y no las necesitan. No hay evidencia de que incluso las aplicaciones educativas ayuden realmente a la estimulación intelectual de los niños. Los niños lo que necesitan es lectura. Lo que necesitan es relaciones reales con personas que interactúen con ellos. Necesitan ejercicio. Necesitan dormir bien. Las pantallas no sirven para nada de eso. Así que, mi recomendación es cero “hand-held”—pantallas que ellos puedan sostener: de tablets o celulares. Yo diría hasta adolescencia tardía no las necesitan.

Michael después habla, después de los seis años, él recomienda que entre media hora y una hora, máximo, de interacción con pantallas, incluyendo el tiempo en las pantallas educativas. Si tus hijos tienen algún proyecto que tienen que usar una computadora, eso cuenta. Y no puede ser más de una hora. Él recomienda eso a partir de los seis años. Y también él dice, nunca en el dormitorio. Eso a mí se me hace muy importante. Nunca pantallas en el dormitorio, porque eso afecta el sueño, y esa es una de las cosas que nuestros hijos están más afectados, la parte del sueño.  

Susi: También el aislamiento. No es algo que “estoy junto con mis padres o con mi familia”, sino es “yo”.

Ana: Entre más pequeña sea la pantalla y más cerrado es el lugar donde pueden acceder a ella, es más el peligro de que se encuentren con contenido inapropiado y que estén buscando ese contenido inapropiado. Entonces, por supuesto, si tus hijos van a usar una tablet o una computadora, que sea en un área abierta donde todos puedan ver qué están haciendo, todo el mundo; que no sea algo que se puedan llevar a su cuarto. Incluso estoy hablando después de la adolescencia. Hay que ayudarlos a no caer en ese tipo de cosas.

Michael habla también sobre las horas en las que usan las pantallas: tratar de evitar que sea muy en la mañana, que no empiecen con esa estimulación antes del colegio que los va a distraer de los estudios, que los va a distraer del enfoque en las cosas que se tienen que enfocar. Tampoco antes de dormir, inmediatamente antes, porque de nuevo afecta el sueño, y eso es importante.

Habla también mucho en contra de la multitarea—evitar en la medida de lo posible que las pantallas sean algo que usamos mientras estamos haciendo otra cosa. Que sean una verdadera herramienta. Eso es otro tema del que se habla mucho: “Ah, es que la tecnología es una herramienta”. Yo te reto a que me digas la última vez fuera del trabajo en que utilizaste tu tecnología como una herramienta. La verdad es que la mayoría de nosotros, la mayoría del tiempo, utilizamos la tecnología para llenar un espacio y a ver con qué me entretengo, y a ver qué sale, a ver qué hay.

Una herramienta verdadera la utilizamos con un propósito definido y con un plan específico. Por ejemplo, en mi casa si vamos a prender la televisión es porque es tiempo de películas y vamos a ver una película. No es como que: “Ah, voy a ponerla aquí para tener ruido de fondo en lo que estamos aquí limpiando la casa”. No. ¿Me explico? Sino que realmente tener un propósito definido. Si alguien va a usar la computadora es que mi hijo tiene un proyecto y va a usar este programa para completar su proyecto. Y el proyecto tiene paso uno, paso dos y paso tres.

Porque también dicen: “Es que nuestros hijos tienen que aprender a utilizar estas plataformas”. Y yo: “Sí, señora. Ninguno de sus hijos se va a hacer adicto al Excel. Ninguno de sus hijos se va a hacer adicto al PowerPoint”. Usar esas cosas está bien. Si lo van a usar para un proyecto del colegio en el que tienen que aprender alguna herramienta tecnológica, lo pueden usar, pero tienen que usarlo con un propósito específico. No es nomás para que: “Ay, sí voy a hacer tarea”, y abres la computadora y no estás haciendo nada, en realidad no. Esto es como lineamientos generales que tiene él.

Ahora hablando un poquito de los más grandes que ya se enfrentan al tema de las redes sociales y todo eso. A mí me gusta mucho el trabajo que ahorita está sacando un investigador que se llama Jonathan Haidt. Él acaba de sacar un libro que se llama La generación ansiosa. Es excelente. Recomiendo a todo padre, a todo líder de jóvenes, a toda persona que tenga contacto con adolescentes y jóvenes que lo lea. De verdad es muy importante.

En este libro Jonathan Haidt nos está diciendo: “Miren. Hay una crisis de salud mental entre los jóvenes”. En muchos países del mundo occidental donde tenemos datos, estamos viendo que los niveles de ansiedad, de depresión, que reportan los jóvenes son altísimos y cada vez más altos. No solamente los reportes de estos sentimientos de ansiedad y depresión, sino también los intentos de suicidio y los casos de autolesiones están en aumento.

Entonces hay algo que está pasando. Él ha estudiado mucho las tendencias de este fenómeno y se dio cuenta de que este empezó a surgir a partir de 2012, que es cuando ya la mayoría de la gente tenía teléfonos inteligentes con redes sociales en ellos y con Internet de alta velocidad. Él ha buscado muchas hipótesis que puedan explicar el problema, pero él dice la verdad es que la mejor explicación que tenemos ahorita es que estas plataformas de redes sociales están afectando a nuestros hijos, en especial a las mujeres.

El daño en el bienestar mental se nota más en las mujeres, aunque a los hombres también les afecta. En los hombres vemos niveles diferentes y se afectan diferente; ellos tienden más a los videojuegos y a la pornografía. Entonces eso es otro problema también.

Pero Jonathan Hyde se enfoca más en las redes sociales, y él aconseja lo siguiente: no smartphone hasta, creo que él dice, hasta los 14 años. Pero luego él dice, y a mí se me hace un poco contradictorio, porque él dice, no redes sociales hasta los 16. Yo digo, ¿para qué le vas a dar un smartphone a una niña, a un adolescente, si no lo vas a dejar tener redes sociales? Se me hace un absurdo. Si quieres comunicarte con él, dale un teléfono de esos que llaman y mandan mensajes y con eso es más que suficiente.

Porque si dices redes sociales hasta los 16, si les das el smartphone a los 14 van a encontrar la manera de ocultarte que están en redes sociales. Así de sencillo. Hay un montón de maneras; cuando tú te pones a investigar como padre, “maneras en que ocultar mis redes sociales en el teléfono”, hay un montón. Hay una app que parece calculadora, pero le pones una contraseña y la app se transforma a otra cosa. Es una cosa increíble.

Luego todavía él dice: no redes sociales hasta los 16. Pero cuando lees su libro, él dice: “Mira, yo diría incluso hasta los 18, pero creo que eso se le va a hacer demasiado extremo a la mayoría de las personas. Entonces por eso digo 16, para que la gente me haga caso”. Y yo digo, no, mi opinión es hasta los 18, de hecho. Smartphone y redes sociales hasta los 18, una vez que hayamos hecho todo el trabajo de poner fundamentos en el corazón de nuestros hijos, de que el cerebro de nuestros hijos haya atravesado la pubertad.

Porque Jonathan Haidt, lo que explica es que un periodo muy crítico para el desarrollo social, cultural, intelectual, y físico, obviamente, de los jóvenes es la pubertad, en esa parte entre los 10, 11 hasta los 14, 15, 16. Para los hombres es más tarde que en mujeres. El cerebro está pasando un montón de cosas y obviamente entendemos que en el cuerpo también están pasando un montón de cosas que hacen que las cosas que uno practica se cimenten en el cerebro. Y lo que no se usa se deseche. Entonces nuestro cerebro está ahí, creando el fundamento de lo que va a ser el resto de nuestra vida.

Él dice, en ese periodo tus hijos no deben estar expuestos a absolutamente nada de esto, de las redes sociales, de tecnologías adictivas y así. Él dice, por lo menos, que hasta los 16 no tengan contacto con esto y mejor si es todavía más adelante, y que ellos tengan un poco más de experiencia en el mundo y que ellos ya hayan desarrollado todos esos hábitos que uno como padre quiere que desarrollen.

Igual nosotros, desde una perspectiva cristiana, queremos que nuestros hijos construyen su identidad en Cristo, que entiendan que son amados, que entiendan que son valiosos y que tengan buenos patrones de conducta y que tengan buenos hábitos y todas esas cosas que nosotros queremos. Todo eso se va a cimentar en la pubertad. Tú puedes obviamente ir criando a tus hijos en la infancia en todos estos buenos hábitos. Pero en la adolescencia, en la pubertad, es donde esos hábitos van a solidificarse.

Tenemos que guardar a nuestros hijos en esa etapa en particular. Entonces Jonathan Haidt dice, no teléfonos a los 14, no redes hasta los 16, aunque en realidad debería ser no teléfono y no redes hasta los 18; eso es mi opinión. Y eso es lo que hasta ahora estamos planeando hacer en casa. Mis hijos de nuevo no tienen ninguna tablet, no tienen ningún teléfono, ni piensan en redes sociales porque es como que no, no, no.

Luego él dice, otro elemento importante es que, como decíamos antes, la tecnología está sustituyendo las cosas que ellos necesitan para crecer. Entonces él dice, necesitas darle más responsabilidad a tu hijo en la vida real, más cosas que hacer, más relaciones, más libertad para que ellos vayan y se caigan y se tropiecen y se levanten y resuelvan problemas. Porque él dice, estamos sobreprotegiendo a nuestros hijos en el mundo real y los estamos protegiendo muy poco en el mundo digital.

Susi: Exacto.

Ana: Y él dice, tiene que ser al revés. Tenemos que sobreprotegerlos de esta tecnología tóxica y darles más libertad en el mundo real para que ellos crezcan y desarrollen esas habilidades que ellos necesitan. Y él habla mucho sobre la comunidad, lo importante que es. Eso me parece algo bien valioso, que no necesitamos hacerlo solos, sino que nos juntemos con otras familias que tengan estos mismos valores y que juntos podamos criar a nuestros hijos y que no se sientan excluidos, ¿verdad?

La última cosa que él menciona es también cero teléfonos, especialmente, y yo incluiría las tablets, en las escuelas. Porque es poner a nuestros hijos en una batalla hacia arriba. De nuevo, tú como adulto tienes tu teléfono enseguida cuando trabajas. ¿Te puedes concentrar? ¿Haces lo que deberías de hacer todo el tiempo? Seamos honestos.

Ahora imagínate tu hijo, de nuevo, que no está completamente maduro su cerebro. Lo estás poniendo a aprender un montón de cosas diferentes cada día, pero al mismo tiempo tiene que batallar con esta distracción de su móvil. Es una piedra enorme que les ponemos encima para luchar contra esta distracción mientras también están intentando aprender. Entonces Jonathan Haidt también dice, en ninguna escuela desde preescolar hasta High School [preparatoria] no debería haber permitidos teléfonos.

En eso estoy 100% de acuerdo, porque no solo afecta a los niños que usan la tecnología, sino a sus compañeros, también. Incluso uno que dice: “No, pues mi hijo no va a tener ni teléfono, ni tablet, ni nada de eso”. Pero luego va a su colegio y todos sus compañeros están con la mirada en el teléfono, y no hay oportunidad de con quién hablo, con quién juego, con quién me relaciono. Esas son algunas cosas que podemos hacer.

En mi casa, como te digo, no hay videojuegos, no hay tablets, no hay teléfonos para los niños. Nosotros, como adultos, tratamos de mantener nuestra tecnología en nuestra oficina. De nuevo hablamos de la tecnología como una herramienta. Entonces tratamos de, en la medida de lo posible, no usar ni siquiera nuestros teléfonos fuera de la oficina. Si hay alguna llamada que hacer o algunos mensajes largos que responder, nos vamos a la oficina. No siempre lo hacemos perfectamente, pero eso es nuestro deseo: ayudarles saber que esto es una herramienta de trabajo. Entonces lo hacemos así.

Vemos películas o programas de televisión los fines de semana en familia. Y bueno, hablamos mucho con los niños, porque, así como te digo, ya ven que sus compañeritos juegan videojuegos. Y les hemos dicho que: “Miren, no creemos que sea lo más sabio. Estamos cuidando nuestro cerebro”. Por ahora, gracias a Dios ellos han podido entender que es algo que hacemos con el deseo de servirles, no de estorbarles.

Susi: Sí. Creo que hay varios elementos como creyentes…si esos autores que ni son creyentes, pero han visto todo esto, entendemos que los padres primero tenemos que vivir el ejemplo: no estar adictos nosotros. Pero yo me pregunto, ¿cuál es la diferencia para los creyentes?

Entendemos que Dios nos creó como criaturas diseñadas para adorarle a él, traerle gloria a él. Nuestra motivación profunda por hacer todo esto es, qué queremos criar hijos capaces de utilizar el cerebro, todo lo que Dios les ha dado, para la gloria de Dios, y que no estén adictos, que no encuentren excesivo placer en otras cosas que realmente no van a servir para que sean hijos de Dios que le glorifiquen con su vida.

Todo lo que hablamos de la productividad y todo eso, en su esencia, es eso. Dios nos creó como sus criaturas para adorarle. Entonces yo como madre—lo que tú estás diciendo es extremo para muchos padres. Y yo creo que alguien pudiera estar escuchando y decir: “Ay, pues olvídalo. ¿Cuándo en mi casa eso va a ser?” Bueno, pero como madres y padres tenemos que estar dispuestos a decir: “OK. ¿Qué está pasando en mi casa? ¿Qué está pasando en la vida de cada uno de mis hijos según sus edades? ¿Qué cambios tenemos que hacer?” Hablemos como pareja. Hablemos. Escuchen este episodio juntos y háblenlo; hagan un plan.

Y aunque tú tomes o no cierta postura, tú que estás escuchando, quizás tú digas: “Bueno, yo no voy a hacer exactamente cómo hace Ana en su casa”. OK, bien, pero tú tienes que actuar porque tú estás exponiendo a tu hijo a herramientas del diablo, del enemigo, y también a destrucción sobre su misma capacidad de ser un adorador íntegro de Dios, y eso es obviamente una de nuestras metas.

Así que, Ana, para terminar, ¿cómo encuentras esa misericordia? ¿Cómo tú conectas esta lucha con la tecnología (y quizás por lo que has visto también en las experiencias de otras familias), qué tan importante es depender de la misericordia de Dios y aprovecharla cada mañana, cada día para este reto diario?

Ana: Es fácil decir lo que dice la Escritura, repetir: “No se conformen a este mundo”. Pero ya cuando nos sentamos y vemos las cosas del día a día, de la tecnología o de la productividad, o de lo que sea, cualquier área práctica de nuestra vida, y tratamos de poner eso en práctica, es difícil, ¿verdad? Y lo es, lo es. Es ir contracorriente. Es detenernos y no hacer nada más las cosas que todo el mundo hace porque todo el mundo las hace, sino preguntarnos: Señor, ¿qué es lo más sabio? ¿Qué es lo más sabio para nosotros?

Algo que yo me tengo que recordar todos los días es que: número uno, el futuro de mis hijos está en las manos del Señor. Obviamente, yo voy a hacer todo lo que esté en mis manos por proveerles el espacio que ellos necesitan para crecer en todas las áreas de su vida—en lo físico, en lo académico, en lo social, en lo espiritual, de la mejor manera posible.

Pero al final de cuentas, sus vidas están en las manos del Señor y no dependen de lo perfecto que yo haga las cosas, que si yo sigo las reglas cómo tiene que ser, que encuentro el balance entre toda la tecnología y entre la comida y entre las actividades. No. Yo puedo hacerlo mejor que yo pueda y descansar en que el Señor tiene cuidado de mis hijos, de mi familia.

Eso me sostiene para ir un día a la vez y decir: “Sí, Señor. Me voy a esforzar, pero descanso en que los resultados están en tus manos, que tú tienes control sobre la vida de mis hijos, que tú tienes cuidado y que tú sabes. Tú sabes que yo te amo y que estoy haciendo mi mejor esfuerzo, y que ves con agrado cada paso que yo intento dar para tu gloria, aunque sea un paso torpe. Aunque me tropiece, aunque me medio desvíe, tú enderezas mis veredas y yo puedo descansar en ti”. Eso es crucial estarlo recordando cada día.

También no caer en la culpa. Porque cuando empezamos a escuchar sobre todos estos temas y de que no teníamos idea, ¡la verdad es que no teníamos idea! Y las pantallas por mucho tiempo…cuando se empezó a ver todo esto del Internet y las nuevas tecnologías, se nos vendían como una promesa de que “esto va a ser lo más maravilloso del mundo” y que “nuestros hijos van a ser unos genios, que el Baby Einstein, que no sé qué…, y a mí me habían dicho que esto es bueno, que esto es muy útil, que esto nos va a ayudar a todos”.

Pero ahorita nos estamos dando cuenta de que no es tan así. Entonces, recordarnos de que hay misericordia, de que podemos ir al Señor y decirle: “Señor, yo no tenía idea de esto. Creo que sí he sido poco responsable a la hora de investigar. Creo que me ha faltado sabiduría en esta área. Ayúdame y perdóname”. El Señor nos escucha. No tenemos que caernos colapsando por la culpa en la angustia de que ya la regué, que ya lo arruiné, que ya mi hijo tiene 15, 16 y está pegado al teléfono todo el día; no tenemos remedio.

No. El Señor es poderoso. Hay gracia para cada día. Podemos empezar de nuevo hoy y buscar caminar de la mejor manera posible, descansando en el Señor. No tenemos que quedarnos ahí hechos bolita por la culpa de la condenación, sino correr a nuestro Padre, recibir su perdón y ser fortalecidos para caminar en su voluntad cada día.

Susi: Sí, porque la meta o el fin último no es tener hijos emocionalmente equilibrados en cuanto a su uso de la tecnología, ¿verdad? Simplemente es, este tema debe contribuir, nuestro uso de esto debe contribuir a una crianza que realmente dirija a nuestros hijos hacia Dios. Entonces pudiéramos hacer un trabajo perfecto con el control de la tecnología y no estar criando en verdadera reverencia delante de Dios. Entonces mantener ese enfoque del cuadro completo y no angustiarnos sobre medida por el tema de la tecnología.

Muy bien. Muchas gracias, Ana, de verdad. Nos encanta escuchar toda la inversión que has hecho para investigar este tema y entenderlo. Y también cómo nos das el ejemplo de sí es posible tener dos hijos, adolescente y pequeño, en el hogar y controlar esto y correr al Señor y pedirle esa misericordia para seguir siendo fiel.

Eso es lo que buscamos: ser padres fieles con lo que tenemos. Entonces gracias, Ana, por ayudarnos con esto. Y gracias a ti que nos escuchas. Sigue con nosotros en esta serie. Vamos a seguir hablando de diferentes retos que son diarios en nuestra crianza y la misericordia nueva que siempre está disponible para los hijos de Dios.

Compartir:

Autores

  • Susi es la fundadora de Crianza Reverente y anfitriona del podcast, mamá de un adolescente y dos adultos jóvenes, y esposa de Mateo Bixby, uno de los pastores de Iglesia Bautista la Gracia en Juarez, NL, México. Juntos colaboran también en la Universidad Cristiana de las Américas en Monterrey, NL.

    View all posts
  • Es escritora senior en Coalición por el Evangelio, Química Bióloga Clínica, y parte de Iglesia El Redil. Es autora de «Aprovecha bien el tiempo: Una guía práctica para honrar a Dios con tu día» y «Lo que contemplas te transforma». Vive en Guatemala junto con su esposo Uriel y sus hijos. Puedes encontrarla en YouTube, Instagram y Twitter.

    View all posts

Publicaciones relacionadas