por Christine Gordon
“Cuando tenga hijos nunca los voy a dejar hacer eso”.
Muchos padres en algún momento han escuchado esta frase de alguien que no es padre. Cortésmente sonreímos y nos mordemos la lengua, sabiendo que la tensión de criar seres humanos no se puede entender hasta que lo estás viviendo.
Pero hay otro nivel de entendimiento que solo viene a algunos de nosotros, a aquellos que tienen hijos con desafíos adicionales. Nuestros hijos pueden ser categorizados como “enérgicos” o de “voluntad fuerte”, diagnosticados con Trastorno del Espectro Autista (TEA) o Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDHA) o identificados con una cantidad muy grande de desafíos. Cualquiera que sea el origen de sus retos, usualmente estos niños no siguen un patrón regular o no encajan en un perfil típico.
Las relaciones con sus hermanos pueden verse tensas. Su comportamiento puede ser inusual o impredecible. Pueden necesitar recursos adicionales, consejería, tipos de terapia especializada y mucha paciencia adicional. Cualquiera que sea el origen de sus desafíos, estos niños pueden ser difíciles para los padres.
Claro que son amados, pero también son difíciles.
En el mundo de hoy en donde los momentos perfectos en familia son fotografiados, editados y publicados en segundos en las redes sociales, estos padres pueden sentir que necesitan esconder la tormenta en sus hogares. Nuestros compañeros de trabajo y vecinos inconversos promocionan en voz alta los logros de sus hijos cada vez que los vemos, aún los mismos miembros de la iglesia pueden presentar a su familia como modelo de lo que unos niños “cristianos” deben ser.
Los padres pueden sentir que navegar entre los desafíos de los medicamentos, la terapia familiar, crisis emocionales, problemas en la escuela, o problemas para relacionarse son tabúes que las “buenas familias cristianas” no enfrentan. Dichos padres pueden sentirse indefensos y algunas veces sin esperanza. Estas cuestiones tienen mucho peso y pueden afectar a la familia entera. Ciertamente pueden desanimarte y dejarte exhausto.
Lo que tal vez no esperes de las dificultades es que te cambien.
Dios usa todo tipo de cosas en nuestras vidas para cambiarnos, incluyendo niños difíciles. Aquí hay cuatro maneras en las que Él puede estar usando a los tuyos precisamente para ello.
- Los niños difíciles revelan la depravación de nuestros corazones.
Esta depravación siempre está allí, tanto en los padres como en los hermanos, pero la dificultad de un niño difícil revela nuestro pecado más rápido y más a menudo. Nuestro egoísmo, orgullo, indisposición a servir y arrogancia son descubiertas por las incesantes necesidades de los niños desafiantes. Podrías gritar, avergonzar, sobornar, ignorar o hacer otras cosas que jamás imaginaste que harías cuando no eras padre.
Mientras que nuestro pecado es horrible de ver, también nos puede llevar a Cristo en arrepentimiento. Y Dios usa este proceso repetitivo de arrepentimiento y fe para santificarnos y cambiarnos a largo plazo.
- Los niños difíciles nos dan ojos para ver la imagen de Dios en todas las personas.
Cuando vivimos con niños con desafíos, aprendemos a buscar características dignas de elogio que pueden no coincidir con los valores culturalmente reconocidos. Tal vez tu hijo no se relaciona bien con los de su edad, pero es sobresaliente en hacer sentir bien a los niños pequeños. Tal vez tu hija tiene dificultad para sacar 6 en la escuela, pero es excelente en ser generosa con las personas necesitadas. Aprendemos a celebrar toda clase de habilidades, especialmente aquellos logros fuera del rango de elogio del mundo. Notamos la bondad, y otros reflejos de la imagen de Dios que de otra manera no tendríamos ojos para ver.
- Los niños difíciles nos enseñan a tener compasión.
Como su comportamiento puede ser extremo, con el tiempo aprendemos a observar con atención lo que hacen nuestros hijos y tener curiosidad de por qué lo hacen. ¿Están ansiosos? ¿Motivados? ¿Han experimentado recientemente un gran cambio? Consideramos sus corazones, su ambiente y sus días.
Con el tiempo, empezamos a preguntarnos estas mismas preguntas acerca de todas las personas con quienes interactuamos, tanto niños como adultos. ¿Será que la mujer que se sienta a tu lado en el trabajo tiene una mala actitud por decisión propia o tiene algún trauma que lo manifiesta como enojo? La mujer detrás del mostrador ¿está tratando de castigarte o está resolviendo su propia frustración acerca de algún límite que ejerce su cuerpo sobre ella?
Porque consideramos estas luchas en nuestros propios hijos es que las comenzamos a ver en otros. Cuando reconocemos las dificultades que no se ven, la compasión empieza a crecer en nuestros corazones.
- Los niños difíciles nos enseñan a orar.
No estamos realmente en control de las vidas de ninguno de nuestros hijos, aun cuando están pequeños. Intelectualmente lo sabemos, pero los niños desafiantes pueden enseñarnos esto en profundas maneras. Como sus necesidades son muchas y frecuentemente específicas, tenemos que orar mucho y ser muy específicos. Los niños desafiantes nos llevan a orar por nosotros mismos. Como sus padres, llegamos rápidamente al final de nuestro propio yo físico y emocional, forzándonos a rogar por paciencia, resistencia y sabiduría diariamente.
La próxima vez que estés en la cocina con un niño desregulado gritándote, toma un minuto para respirar después de que la crisis haya pasado. Piensa en lo que viste en tu corazón en esa interacción. Puede ser que Dios quiera mostrarte tu pecado y permitir que te arrepientas, dejándote expresar mayor compasión la próxima vez. Puede que Él te anime al ver que Él está trabajando en ti. El cambio puede ser lento, pero Dios va a usar a nuestros hijos para ser más como Jesús.
Este artículo fue publicado primero en The Gospel Coalition. Traducido por Eyliana Perez y usado con permiso.