por Vanessa Bence
Recuerdo el momento en que vi esa línea rosa. Tuve la sensación de mariposas en la panza, y no contenía el gozo y la emoción que aumentaba dentro de mí. Había esperado toda mi vida para ser mamá, y mi sueño se hacía realidad. Mi corazón explotaba, incluso en medio de constantes nauseas matutinas durante todo el embarazo. Estaba agradecida, humillada, y asombrada que esta preciosa vida crecía dentro de mí, convirtiéndome en mamá.
Ojalá pudiera decir que mi medidor de gozo como mamá siempre está al tope como durante ese primer embarazo, pero te mentiría. Cinco años y cuatro hijos mas tarde, me encuentro frecuentemente desanimada y derrotada. Desde la depresión posparto a noches sin dormir, desde entrenar pequeños corazones a montañas de ropa a lavar, rivalidad entre hermanos, preocupación, la abnegación y el sacrificio que la maternidad requiere me dejan sin gozo más días de lo que yo quisiera admitir.
Me pierdo momentos de alegría y bendición porque estoy obsesionada con algo que no salió como yo quería, preocupada por algún “y si …”, o frustrada por una situación que “nos arruinó el día”. Pero la verdad es que desesperarme en mis circunstancias en vez de esperar en Cristo, es pecado. Cuando me regodeo en autocompasión y derrota, yo salgo perdiendo. El pecado nunca trae gozo, solo nos lo roba. Me pierdo las mismas bendiciones que el Señor me dio para disfrutar. Si es verdad que “Dios es más glorificado en nosotros cuando nosotros estamos satisfechos en Él”, como lo describe Filipenses, entonces el gozo no es opcional; es un mandato.[1] Debemos hacer todo con gozo. ¿Por qué? Porque trae tanta gloria a Dios.
¿Cómo experimentamos verdadero gozo?
A veces confundimos el llamado del cristiano al gozo con una felicidad mundana hallada en que la vida va como yo quiero. Pero esto no lo enseña las Escrituras. La felicidad del mundo depende normalmente de las circunstancias, pero como creyentes, nuestra esperanza no se construye sobre el aquí y ahora. En su bondad, Dios sí nos bendice aquí sobre la tierra con muchos dones buenos, los cuales traen gozo. Pero el verdadero gozo nunca debe enredarse en los buenos dones que Él ha dado. Siempre está en el Dador.
El gozo verdadero para el creyente es producido por el Espíritu Santo. La satisfacción y disfrute de Cristo se desborda en nuestro diario pensar y vivir, porque somos redimidas y transformadas por la gracia de Dios. Y podemos disfrutarlo aún más por medio de los buenos dones con los cuales nos ha bendecido. Empezamos a ver su bondad con otros ojos cuando buscamos gozo en lo eterno, sabiendo que Él siempre está obrando. Cuando podemos compartir el Evangelio con nuestros hijos y ver cómo se maravillan de la creación de Dios. Cuando podemos orar por la salud de un hijo enfermo y esperar con expectativa. Cuando disfrutamos una taza de café y compartir la vida con una amiga querida en el Señor y hacer la vida juntos. Cuando nos regocijamos con el esposo por una oración contestada, por fruto en las vidas de nuestros hijos, experimentamos sus buenos dones. Todo esto trae gozo.
Como creyentes cambiados por el poder transformador del Evangelio, tenemos al Espíritu obrando en nosotros para producir verdadero y duradero gozo, ahora y hasta la eternidad. Nos regocijaremos en el Señor siempre porque Él es bueno, Él es fiel, y Él es el Dios que nos salvó (Fil. 4:4). Coincidimos con lo que dice Pablo en Filipenses 1:28, “Vivir es Cristo, morir es ganancia”.
El Espíritu Santo nos permite abrir los ojos y ver la belleza de Cristo, ver su bondad en la creación y en las Escrituras, y enfocar nuestra realidad en Él a pesar de cualquier circunstancia o situación de vida. Él es nuestro gozo en lo diario, en las cimas y en los valles, en las pruebas y en los triunfos. Cuando caminamos por sufrimiento, cuando dolemos por enfermedad, aborto espontáneo, pérdida de un hijo, padre, o esposo… cuando persecución por nuestro denuedo en Cristo es real y doloroso, cuando defender lo correcto nos cuesta la reputación, o incluso relaciones; cuando estamos dolidos por las circunstancias de la vida que muchas veces nos abruman, y nos golpean; aún así podemos decir, “Tengo paz, tengo paz con mi Dios”.
El gozo juega un papel muy importante en la vida del creyente. “Dios es más glorificado en nosotros cuando estamos más satisfechos en Él”.[1] ¿Es verdad esto para mí? ¿Es verdad para ti? Cuando las circunstancias no son las que queríamos, la prueba de embarazo sale negativa otra vez, el bebé no quiere dormir, otro accidente en camino al baño, o los niños simplemente no se llevan bien, ¿respondemos correctamente? O ¿respondemos en ira y frustración? ¿Hemos perdido nuestro gozo? ¿Depende de nuestras expectativas? Podemos aprovechar estas oportunidades en la vida diaria para responder correctamente y mostrar a nuestros hijos que el gozo y confianza suprema viene de Cristo, y que ninguna circunstancia nos puede robar eso.
La batalla continua por el gozo
Es fácil como madres permitir que nuestras circunstancias nos roben el gozo. Permitimos que café derramado, niños peleoneros, enfermedad, y estar despiertas desde muy temprano nos deje frustradas, desesperadas, y desalentadas. Como creyentes, es una lucha diaria para vivir una vida llena de gozo en cada momento, especialmente los momentos quebrantados. Sin embargo, nuestro gozo puede aumentar mientras disfrutamos la bondad y belleza de Dios en Cristo, por medio de la Palabra y el mundo.
¿Cómo se ve esto, entonces, para nosotras las mamás diariamente? Su creación nos rodea, desde el momento en que abrimos los ojos en la mañana podemos escoger verla y su bondad a través de ella. Una hermosa puesta del sol, la suave caída de la nieve, el sonido de pequeños pies que corren para despertarnos en la mañana. Su bondad exhibida en la creación está alrededor de nosotros. Por medio de su Palabra, el Dios del universo ha hablado a nosotros si solo estuviéramos dispuestos a leerla y escuchar, abrir nuestros corazones y mentes a su poder transformador. Meditar día y noche sobre ella, atesorarla en nuestro corazón junto con nuestros hijos al memorizar las Escrituras con ellos. Recitarla a lo largo del día recordándonos a nosotros y a nuestros hijos de sus promesas. Cantarlo al estar haciendo las rutinas diarias. Y estudiarla profundamente para permitir que nos transforme y refine.
Disfrutamos la maternidad porque disfrutamos la obra hermosa del Evangelio en nuestros corazones y almas. Y a su vez, esperamos que otros vean nuestro gozo mientras confiamos en la bondad del Señor en cada circunstancia (Prov. 31:25). No siempre serán momentos de felicidad y bendición como este. Algunos días aún pasaremos desánimo y derrota. Pero atesoremos a Jesucristo por sobre todas las cosas y encontremos gozo en la maternidad por medio del lente del Evangelio.
- La definición del hedonismo cristiano, explicado por John Piper y los de Desiring God.
Este artículo fue publicado originalmente en www.risenmotherhood.com. Usado con permiso.