Probablemente sabes que no tienes el hogar “perfecto”, y eso te preocupa. Pero algo más importante que un hogar “ideal” es uno en el que los padres conocen su propia necesidad de gracia. Y para tener un hogar lleno de gracia, no te concentres en lo que no puedes controlar, sino en lo que sí puedes: tú misma. Para centrarnos en el evangelio de la gracia, veamos cuatro principios sorprendentes que cambiarán nuestra manera de ver un hogar lleno de gracia.
Primero, Dios te puso en esta familia para tu santidad.
La mayoría de las personas ven sus relaciones familiares completamente al revés. Asumimos que el matrimonio se trata de nuestra felicidad. Sin embargo, la agenda de Dios es mucho más amplia que eso. Dios te ha puesto en este matrimonio, no solo para tu felicidad, sino también para tu santidad. Dios quiere usar las pruebas para convertirte en una persona más piadosa. Como Martín Lutero observó tan acertadamente: “El matrimonio es mejor escuela para el carácter que cualquier monasterio; porque es aquí donde se pulen tus bordes”.
Lo mismo ocurre con la crianza de los hijos. La formación de los hijos es un término inapropiado. En realidad, es la formación de los padres. Los niños son enviados por Dios para hacernos más parecidos a Jesús. Un niño es la máquina de santificación de Dios, que te llama a morir a ti mismo cada día. Los niños son un faro sobre los ídolos del corazón. Los ídolos como la comodidad, el quedar bien ante los demás, el control, el éxito o la paz ¡son revelados por mi pequeño pecador!
Segundo, tus reacciones muestran tu necesidad de un Salvador.
¿Cómo quiere Dios exactamente utilizar a la familia para santificarnos? La forma en que realmente conocemos nuestro propio corazón no es solo por nuestra manera de actuar, sino por nuestra manera de reaccionar. ¡Y vaya que los niños nos hacen reaccionar! Los niños exponen nuestro orgullo. Su comportamiento expone nuestra impaciencia. Sus exigencias revelan nuestro egocentrismo.
Demasiados padres (y cristianos en general) se pierden lo mejor de Dios, porque culpan a otros y ponen excusas.
- “Grité porque estaba cansado”.
- “Te interrumpí porque nunca dejas de hablar”.
- “Me enojé porque no hiciste tu tarea”.
- “¡Tú también gritarías si tuvieras que lidiar con niños pequeños todo el día!”.
Culpar a otros o excusar rápidamente nuestras acciones niega cualquier admisión de pecado. De hecho, muchos cristianos dicen funcionalmente que no necesitan un Salvador. Creen que nunca pecan. Creen que otros son siempre la causa de su pecado.
La verdad es que ninguna persona o circunstancia puede hacerte pecar. Con el poder del Espíritu Santo dentro de ti, ¡nunca tienes que pecar! Dios no permitirá que seas tentado más allá de lo que puedas soportar (1Co 10:13). Esas palabras de enojo que salen de mi boca no se deben a mis hijos o a mi cónyuge, sino a mi corazón pecador.
Las circunstancias no causan la reacción del corazón; solo revelan el verdadero corazón. Jesús dijo: “Porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt 12:34). Dios trae pruebas a nuestras vidas para sacudirnos. Su amoroso propósito es revelar y purificar nuestros corazones.
Tercero, tu debilidad muestra tu necesidad del Salvador.
Todo esto nos lleva a la manera principal en que podemos ser un ejemplo para nuestros hijos. La mayor necesidad de mis hijos no es un padre que pretenda ser perfecto. Mucho más importante es un padre que se da cuenta de su necesidad del Salvador para ser limpiado y del Espíritu para ser fortalecido. El padre más piadoso es el que dice: “cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Co 12:10).
Yo también soy un santo pecador que necesita continuamente al Salvador. Si pecas en tu crianza, entonces puedes pedir perdón genuinamente a tus hijos. Cuando no soy amoroso, puedo arrepentirme genuinamente y pedirles perdón. Los niños no necesitan la perfección, pero prosperan bajo la humildad, el arrepentimiento y el perdón. El mejor ejemplo que podemos dar a nuestros hijos es el de un pecador arrepentido al que se le ha perdonado mucho y, por tanto, ama mucho. Como dijo Charles Spurgeon: “Un cristiano no es un hombre que nunca se equivoca, sino un hombre que ha sido capacitado para arrepentirse”.
Cuarto, puedes modelar simultáneamente la gracia y la autoridad.
Esto nos lleva a una paradoja. Los padres son autoridades que deben ser honradas y obedecidas. Dios nos ha dado una autoridad real para edificar esta joven alma. Nosotros somos los padres y ellos son los hijos. Los entrenamos para que nos obedezcan, y los disciplinamos cuando no lo hacen.
Sin embargo, yo también soy un pecador tan desesperadamente necesitado del Salvador como mi hijo. Necesito la cruz tanto como él. Ambos nos quejamos. Ambos nos enojamos. Ambos somos egoístas. Los dos queremos salirnos con la nuestra. Ambos buscamos otras cosas antes que al Señor. La triste verdad, sin embargo, es que yo suelo ser mejor para disfrazar mi pecado.
Cuanto más nos demos cuenta de nuestro propio pecado, más trataremos con ternura a nuestros hijos. Dios designó al sumo sacerdote para “obrar con benignidad para con los ignorantes y extraviados, puesto que él mismo está sujeto a flaquezas” (Heb 5:2). La dureza de los padres es un indicador de que no nos damos cuenta de la similitud de nuestros pecados con los de nuestros hijos. ¿Cuántos hijos no quieren seguir a Cristo porque ven el pecado de sus padres, y sus padres no quieren asumir la responsabilidad de su propio pecado?
Mis hijos están observando, decidiendo si me tomo en serio la santidad o si soy un hipócrita. Mis cuatro hijos han pasado por alto muchos pecados de mi parte. Saben que yo, al igual que ellos, soy un pecador que necesita un Salvador. Saben que todos nosotros necesitamos la gracia. “Miren cuán bueno y cuán agradable es que [las familias] habiten [juntas] en armonía… Porque allí mandó el Señor la bendición, la vida para siempre” (Sal. 133:1, 3). Oh, Señor, ¡que así sea en nuestras familias!
Este artículo es un extracto del libro Padres que Hacen Discípulos por Chap Bettis, y lo usamos con permiso. Puedes comprar el libro digital en amazon.com o aprender más sobre su ministerio en TheDiscipleMakingParent.com.