por Jon Bloom
Uno de los retos más grandes de la crianza cristiana es pensar claro y ayudar a nuestros hijos a pensar claro respecto a la declaración de fe de la cultura popular que predomina: sigue tu corazón.
Esta es la creencia de que nuestro corazón es una clase de gurú interno que nos dirá la sabia verdad si tan solo lo escuchamos. Es la creencia de que nuestro corazón es una especie de pastor que nos guiará a nuestra propia y verdadera tierra prometida de felicidad si tan solo tenemos el valor de seguirlo. Es la creencia de que si estamos perdidos solo debemos mirar a nuestro corazón y nos salvará.
Sigue tu corazón es uno de los pocos credos casi sagrados que nuestra sociedad inclusiva y pluralista promueve como una verdad universal. Y está por todas partes. Esta creencia está explícita o implícitamente entretejida entre la mayoría de la música popular, películas, series de televisión, podcasts, novelas, discursos, libros de auto-ayuda, recursos para niños, mensajes de publicidad (en todos los medios) y eventos deportivos y… está en todas partes.
Es por ello que es un gran desafío para nosotros los padres. Nuestros hijos durante la mayor parte de sus años formativos constantemente escuchan que deben seguir sus corazones. Es el aire cultural que respiran. Y lo absorberán como una creencia incuestionable a menos que nosotros les ayudemos a entender lo que Dios dice acerca de lo que es y hace el corazón y cómo el “seguir tu corazón” puede ser una cosa muy peligrosa.
¿Qué es nuestro “corazón”?
Antes de seguir adelante, tenemos que preguntarnos, ¿qué es esta misteriosa cosa a la que le llamamos “corazón”? ¿Has intentado responder esa pregunta de forma concisa en una sola oración? Te animo a intentarlo antes de que sigas leyendo.
Dado lo familiarizados que estamos con el término “corazón,” muchos lo encuentran sorpresivamente difícil de definir, lo cual nos apunta a un problema que queremos ayudar a nuestros hijos a evitar del que hablaré en un momento. Pero aquí está mi intento de definición: el corazón es la metáfora bíblica para la parte de nuestro ser interior (lo que llamamos alma) que es la fuente de nuestros afectos.
Afectos, dicho simplemente, es lo que llamamos nuestras inclinaciones (fuertes o débiles) hacía o alejándose de algo o alguien. Frecuentemente nos referimos a esto como “amar” u “odiar”. Podemos pensar en los afectos como los indicadores en nuestro corazón que nos dicen qué tanto o qué tan poco atesoramos a las personas o cosas. Y esto hace a nuestro corazón el tesorero de nuestra alma.
Así es como la Biblia lo describe. De hecho, fue Jesús quien dijo: “donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:21). Y es por ello que cuando le preguntaron cuál era el más grande mandamiento, Él dijo que debíamos amar a Dios con todo nuestro corazón (Mateo 22:37). Dios es el tesoro supremo y debe ser el objeto de nuestros más grandes afectos.
Entendiendo a nuestro corazón, no como nuestro gurú interno o buen pastor, sino como nuestro tesorero interno, nos ayudará a enseñarles a nuestros hijos para lo que fue y no fue diseñado el corazón.
Lo que en verdad significa “sigue tu corazón”
Si nuestro corazón es el tesorero de nuestra alma entonces lo que atesora nuestro corazón eso es lo que desea. En otras palabras, nuestro corazón es un “deseoso”. Esto es lo que nuestros hijos necesitan tener claro en sus mentes. Porque si saben que su corazón es un “deseoso”, cuando escuchen la frase “sigue tu corazón”, lo podrán traducir como lo que realmente significa: “persigue lo que deseas”, una frase que refleja una luz distinta sobre las cosas.
Las palabras son poderosas. Las palabras pueden aclarar una niebla confusa y revelar una gloriosa verdad o pueden crear una confusa y decepcionante niebla y oscurecer la verdad. “Sigue tu corazón” y “persigue lo que deseas” son buenos ejemplos.
Piensa en la frase “sigue tu corazón”. ¿Apoco no se oye como algo muy noble, aventurero, valiente y casi heroico? Transmite un peso de obligación moral, que si nos negamos, es como si nos traicionáramos a nosotros mismos. Es por ello que las personas lo consideran casi como un credo sagrado. Si alguien está en búsqueda de seguir su corazón, es casi como una violación el cuestionarse si deberían seguirlo.
Ahora piensa en la frase “persigue lo que deseas”. No se oye igual, ¿verdad? Tan pronto lo oímos e intuitivamente reconocemos las ambigüedades morales en juego. Sentimos ambivalencia debido al egoísmo que sabemos que infecta nuestros motivos. Podemos estar en desacuerdo acerca de qué deseos deben ser perseguidos, pero todos estaríamos de acuerdo que no todos los deseos deben ser perseguidos. Todos sabemos que hay muchos deseos que no son buenos para nuestros corazones.
Realmente no seguimos a nuestro corazón
Pero más que eso, “persigue lo que deseas” aclara quién sigue a qué. Las palabras clave aquí son “que” y “deseas”. Nuestros “deseos” siempre siguen un “que”. Esto es clave para nuestros hijos (y nosotros) para entender. Si el corazón es quien “desea”, entonces el corazón sigue (o persigue) lo “que” desea. Si nuestro corazón es nuestro tesorero, él sigue (o persigue) aquello que desea. En otras palabras, no seguimos a nuestro tesorero; nuestro tesorero nos dice qué tesoro debemos seguir.
Es por ello que la frase “sigue tu corazón” es engañosa. Confunde categorías. Es como decir sigue a tu seguidor, o atesora a tu tesorero o desea a tu “deseoso.” En este sentido, nadie seguiría a su corazón.
Y la Biblia nunca nos instruye a hacerlo. La Biblia solo instruye a nuestro corazón a hacer lo que Dios diseñó que hiciera: sentir afectos correctos. Dios le dice a nuestro corazón que atesore lo que es de real valor (Mateo 13:44), que ame lo que es bueno por las razones correctas (Mateo 22:37-39), que confíe en lo que es verdad (Prov. 3:5-6) y odie lo que es malo (Salmo 97:10).
Enséñales a dirigir su corazón, no a seguirlo
Para ser justos, sé que muchos cristianos que dicen “sigue tu corazón” realmente se refieren a “atesora lo que es realmente valioso.” Pero dada la forma en que la frase es usada en la cultura popular, y cómo el corazón es usado en la Biblia, creo que la mejor frase para usar, particularmente con nuestros hijos, es la frase bíblica “dirige tu corazón” (1 Sam. 7:3, 1 Cr. 29:18, Prov. 23:9, 2 Tes. 3:5).
Nuestros hijos tienen que saber que nuestros corazones nunca fueron diseñados para ser seguidos, sino para ser guiados. Tienen que saber que nuestros corazones nunca fueron diseñados para ser dioses en los que creamos; fueron diseñados para creer en Dios.
Y deben saber que si ellos aceptan lo que la cultura entiende por “sigue tu corazón,” eso los llevará a toda clase de caminos destructivos y egoístas, mientras les dicen que están siendo fieles a ellos mismos. Si Satanás puede mantener los ojos de nuestros hijos en sus corazones, o lo que piensan son sus corazones, el será capaz de cegarlos al verdadero tesoro.
Pero Dios no quiere que sus (o nuestros) ojos sobre sus (o nuestros) corazones, porque los corazones no fueron hechos para ser seguidos; los corazones están diseñados para ser guiados y dirigidos. Dios quiere los ojos de los corazones de nuestros hijos iluminados para ver el verdadero tesoro y perseguirlo (Ef. 1:18). Él quiere que tengan los ojos puestos en Jesús, el autor y consumador de su fe (Heb. 12:2). Dios no quiere que ellos piensen erróneamente que siguen a sus corazones; Él quiere que sepan que siguen a Jesús.
“Que el Señor dirija sus corazones (y los de sus hijos) hacia el amor de Dios y hacia la perseverancia de Cristo” (2 Tes. 3:5).
Este artículo fue publicado originalmente en www.risenmotherhood.com. Usado con permiso.