por Katie Blackburn
Hace unos días le grité a mi hija. No fue el tipo de reacción suave de “no hagas eso, cariño”, sino una reacción enojada de, “¿Qué estabas pensando?”. Ella llevaba dos latas abiertas de agua mineral y un plato de papas fritas en una bandeja hacia la puerta trasera para su día de campo, pero se detuvo para alejar a su hermanito que tenía puestos los ojos en las papas fritas. En medio de su postura defensiva, las latas se deslizaron de la bandeja y se derramaron sobre la alfombra. ¡Por supuesto que sí! Cada mamá prestando atención lo hubiera visto venir a una milla de distancia.
Pero yo, sin embargo, no estaba prestando atención. No recuerdo lo que estaba haciendo, probablemente tenía algo que ver conmigo y el teléfono en mi mano, pero sí recuerdo haber oído la conmoción e inmediatamente gritarle a mi hija de cinco años por derramar todo. Ella, a su vez, le gritó a su hermano de dos años por obligarla a hacerlo, y muy rápidamente hubo mucha frustración por un poco de agua mineral derramada. Un simple paso incorrecto detuvo la idea creativa de mi hija de un buen día, y allí estábamos, gritándonos como si la ofensa ameritase algún tipo de castigo.
Después de que limpiamos todo, pensé en lo rápido en que ese momento pasó de ser divertido a ser frenético. Me di cuenta de que había estado haciendo eso bastante, reaccionando a un error como si fuera un ataque personal del que necesitaba defenderme. Mi mecha se había ido acortando, y me había estado distrayendo con otras cosas. En lugar de criar a mis hijos con la paciencia y la instrucción que necesitan, respondí a un pleito común de hermanos como si fuera yo uno de los hermanos.
Este no es el tipo de mamá que quiero ser. Me quedé pensando en cómo yo había convertido momentos simples en pequeñas calamidades con mis reacciones exageradas. Entonces, ¿por qué soy esta clase de mamá— impaciente, irritable, fácilmente frustrada, respondiendo a los errores de una niña de cinco años como si yo fuera también una niña de esa edad?
Esto es lo que sé de mí misma: para cuando me quedo sin paciencia, gritando y sintiéndome frustrada por tener que corregir un comportamiento una vez más, es demasiado tarde. Mi pecado se ha convertido en una barrera entre la corrección que quería dar y el corazón de mi hijo. Si es verdad que una mamá habla desde el desbordamiento de su corazón, mi “desbordamiento” había estado hablando alto y claro, señalando el hecho de que yo no estaba protegiendo bien las fuentes que llenaban mi corazón (Lucas 6:45).
Siempre he puesto cercos alrededor de mis hijos pequeños, filtrando sus influencias y teniendo cuidado de asegurar que las semillas buenas y saludables se siembren en el suelo fértil de sus jóvenes e impresionables corazones: monitoreando los medios de comunicación que consumen, los libros que leemos, y los lugares donde pasamos nuestro tiempo. Pero en algún lugar en medio de noches privadas de sueño y largos días, el hermoso caos de haber traído tres niños a nuestra familia en tres años, y el hacer malabares con los horarios, las finanzas y las decisiones, dejé de creer que yo también necesito cercos.
Estás exhausta, me digo a mí misma. Sólo relájate. Agarra tu teléfono. Publica algo en el Internet que te afirme. Ponte a ver ¨Amas de Casa Reales¨. Revisa Instagram otra vez.
Nuestros teléfonos inteligentes no son el problema. Instagram no es el problema. Tampoco soy tan legalista para condenar todos los programas de televisión. El problema es muy simple: yo soy. Mi corazón lo es. Mi adoración fuera de lugar lo es. La idolatría de mi tiempo y mi rendimiento lo es. Y la manera en que alimento estas cosas comparándome con otras madres, también es el problema. Y a medida que mi paciencia se había estado agotando y mis fuertes reacciones a simples momentos de crianza eran cada vez más frecuentes, comencé a preguntarme si las cosas que estaba usando para llenar los pequeños momentos estaban creando problemas más grandes en mi corazón. Como ha dicho Paul David Tripp: “Cuando agitas una taza de agua, te mojas; el temblor sólo hará que lo que ya está dentro se derrame.” [1]
Así es en la maternidad. Si estoy llenando todos los márgenes de mi vida viendo la repetición de los momentos más destacados de todos los demás, no debería sorprenderme que reaccione frustrada cuando mi vida real no se parece. Si estoy buscando un descanso del ruido de nuestra casa llena de niños pequeños y sólo recurro al ruido de las redes sociales para encontrarlo, no debería sorprenderme que vuelva al ruido de mi vida real con menos capacidad para ello, no más. Si estoy tratando mis pecados de orgullo, celos, calumnias, comparación e idolatría como si no fueran grandes, no debería sorprenderme que hagan exactamente lo que la palabra de Dios nos dice que el pecado hará. Sin límites, ellos robarán, matarán y destruirán todas las cosas buenas que Dios quiere producir en mí y en mi familia. (Juan 10:10)
Mi pecado, mi adoración extraviada y la forma en que he tratado de llenar mi vida con las cosas que Dios nos dice que no satisfacen, estas cosas son la barrera entre yo y la madre que quiero ser. Al escapar hacia las influencias mundanas, he robado a mi alma la comunión que necesita con mi Salvador. He visto de primera mano, y mis hijos también han visto, cómo la maternidad me muestra la diferencia entre el desbordamiento de un corazón lleno de tesoros y un corazón lleno de Ídolos.
Desde el comienzo de la historia humana, Dios ha tomado en serio el pecado. Su paga siempre ha sido la muerte y sus consecuencias siempre han sido dolorosas (Romanos 6:23). Si el pecado, ya sea una indiscreción obvia o las cosas que descarto como “pecados pequeños”, ha sido la pared en el camino de la madre que quiero ser para mis hijos, entonces el arrepentimiento será el camino de regreso a la comunión con Aquel que pagó el precio por mi pecado. No puedo omitir la obra de confesar las acciones que sé que no son agradables a Dios, y hacer lo correcto en los momentos en que mi convicción me muestra eso. Martín Lutero, sabiendo que nuestros corazones son propensos a vagar dijo: “Nuestro Señor y Maestro Jesucristo… quería que toda la vida de los creyentes fuera una de arrepentimiento.”[2] Creo que no tendría ningún problema en que me tome un poco de libertad con sus palabras: toda la vida de una madre debe ser una de arrepentimiento.
La maternidad es una manera en que Dios hace tangible su bondad, y estoy aprendiendo cada día que para ser la madre que quiero ser, para experimentar esa bondad, tengo que comenzar con una postura de humildad; que a veces es tan simple como la elección entre una de las muchas comodidades temporales que luchan por mi afecto y el arrepentimiento. Arrepentimiento simple, puro e infantil. Al guiar a mis hijos a través de los momentos de decir: “Lo siento, ¿me perdonas?” a los demás, yo puedo y debo hacer lo mismo, porque compartimos el mismo problema: nuestro pecado. Todos tenemos la necesidad de ser salvas de lo que nos aleja de Dios y de los demás.
Pero la mejor noticia para todos nosotros es que la gracia ya está ahí. Incluso en los momentos en que reconozco que el desbordamiento de mi vida ha sido un reflejo de todas las cosas equivocadas con las que lo he estado llenando, la gracia está ahí. Incluso cuando he perdido la paciencia otra vez, la gracia está ahí. Aunque no me lo merezco, la gracia está ahí. Y en última instancia, mi arrepentimiento es un reflejo de mi comprensión del perdón de Dios, incluso cuando no lo merezco. Es la verdadera visión de mi pecado, y lo que Cristo ya ha hecho en la cruz para expiarlo, lo que me impulsa a tejer la verdad del Evangelio a mi vida diaria.
El mandato de Jesús era simple: arrepentirse y creer en el Evangelio (Marcos 1:15). Mi responsabilidad es nunca olvidar esa orden; arrepentirse y creer de nuevo en las buenas nuevas. Porque el Evangelio es realmente la verdad más esencial para mi crianza, y el arrepentimiento elimina todas las cosas de este mundo que compiten con él. Cuando hago esto, el desbordamiento de mi corazón —la forma en que vivo— se convierte en gozo y gratitud por perdón que se me ha ofrecido. Agradecida y alegre, esa es la clase de mamá que quiero ser.
Publicado originalmente en www.risenmotherhood.com. Usado con permiso.
[1] Tripp, P. D. (2017) La Crianza de los Hijos. Publicaciones Faro de Gracia.
[2] Lutero, Martin (1517). Noventa y cinco tesis