Lo último que quería oír mientras apresuraba a los niños a que se alistaran para ir a la iglesia fueron las mismas palabras que yo les había dicho muchas veces durante la semana: “Mamá, recuerda que la paciencia es una virtud y un fruto del Espíritu”. No recuerdan decir gracias ni se acuerdan dónde dejan sus zapatos, ¡pero esto sí lo recuerdan! No solo estaba impaciente, sino furiosa y molesta, pero también me sentía culpable. ¡Qué fácil fue inventar una frase memorable y pegadiza para mis hijos, pero qué difícil fue que me la dijeran a mí!
Siempre me he considerado bastante paciente. A menudo me elogian por mi paciencia, sobre todo con mis hijos. Pero nuestros hijos nos ven en nuestra cruda realidad. Saben que reservo toda esa dulce paciencia para el público, pero al llegar a casa, el amargo néctar de la impaciencia, la frustración y el enfado empiezan a derramarse como el aceite que gotea de un carro viejo. Mis hijos me ven tanto en mis peores como en mis mejores momentos. Ningún hijo quiere que sus padres sean hipócritas, que adopten una imagen en público y con la gente de la iglesia que es completamente diferente a cuando vamos en el coche entre mucho tráfico tarde para el fútbol. Así que mis hijos me llamaron la atención. Que me hayan repetido mis propias palabras fue un reproche y un recordatorio de que debo practicar lo que predico. Si de verdad creo que «la paciencia es una virtud y un fruto del Espíritu» debo actuar como tal.
La paciencia es una virtud y un fruto del Espíritu
Todos hemos escuchado la frase «la paciencia es una virtud». Una virtud es un comportamiento o hábito de vida moralmente bueno, deseable y correcto; es un rasgo de carácter positivo que es universalmente aceptado. La paciencia es la capacidad de esperar con calma o soportar las dificultades sin quejarse ni enojarse. Generalmente, la paciencia se verá recompensada de alguna manera, con un resultado positivo, un razonamiento objetivo o paz mental. Por lo tanto, como virtud, ser paciente es bueno porque nos permite pensar con claridad y actuar con sabiduría en situaciones difíciles. Pero la paciencia bíblica es más que eso.
La paciencia, como fruto del Espíritu, es una “disposición divina”.[1] Es un atributo comunicable de Dios, lo que significa que lo compartimos con Él, aunque de forma imperfecta. En su generosidad y bondad, el Señor ha permitido que su pueblo comparta algunos de sus atributos. Como hijos suyos, estamos llamados a ser imitadores de Dios, reflejando su carácter en nuestros pensamientos y acciones (Ef. 5:1). La paciencia es una disposición divina porque es una actitud del corazón que solo recibimos divinamente cuando nos es dada por el Espíritu. La paciencia es un fruto del Espíritu. Sí, como virtud moral, podemos mostrar paciencia, pero como cristianos no podemos practicar plenamente la paciencia bíblica sin la intervención del Espíritu Santo. La paciencia bíblica no es simplemente esperar, sino esperar en el Señor para recibir su sabiduría, guía, paz, y presencia. La paciencia bíblica es la disciplina de ser lentos para la ira, sufridos (perseverancia), y contenidos (longanimidad).
¿Nariz larga o nariz corta?
Si les preguntara qué es lo opuesto a la paciencia, la mayoría diría impaciencia. Sin embargo, si revisamos las Escrituras, vemos que la palabra traducida como “paciente” a menudo se refiere a “lento para la ira” y proviene de dos palabras hebreas que literalmente significan “nariz larga” (Éxodo 34:6). Me sorprendió un poco descubrir que lo opuesto a la paciencia es la ira, o ser “rápido para enojarse”, o como decimos en mi ciudad, tener la mecha corta. Me imagino a un toro furioso, resoplando y pateando para que lo suelten en el ruedo y desahogue su furia. Tener “la nariz corta” es tener las fosas nasales dilatadas por la ira. Y lo veo en mí cuando estoy impaciente, puedo sentir el gruñido de la ira subiendo a la superficie.
Pero el Señor es lento para la ira. Se enoja, pero su ira nunca está contaminada por el pecado. Su ira es justa y mesurada, y como su justa ira hacia nuestro pecado se derramó sobre Jesús, no nos trata como merecen nuestros pecados, si estamos en Cristo (Jer. 25:15; Mat. 26:39). No nos extermina de inmediato por nuestros pecados contra Él; nos da varias oportunidades, una y otra vez, esperando que su novia elegida acepte el regalo de la salvación que ofrece a sus amados. Es paciente con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos se arrepientan (2 Ped. 3:9). Cristo mismo demuestra su perfecta paciencia como ejemplo para quienes confiamos en Él para la salvación (1 Tim. 1:16).
Y el Espíritu Santo está ahí para mantener nuestras reacciones pecaminosas a raya y para hacernos, no solo lentos para la ira, sino también abundantes en amor y fidelidad inquebrantable. Nuestra cultura solo puede señalarnos la paciencia como una virtud moral que nos impulsa a actuar correctamente y hacer el bien; sin embargo, una comprensión bíblica de la paciencia nos ayuda a entender que la paciencia es un don de Dios a la humanidad por su Espíritu. El fruto de la paciencia nos anima a tener una actitud de espera, una que resuena en el Salmo 40:1 “Al Señor esperé pacientemente, y Él se inclinó a mí y oyó mi clamor.” Y el Salmo 37:7–9 que nos recuerda que debemos esperar pacientemente en el Señor, sin inquietarnos, sin ceder a la ira, sin acumular ira contra nuestros enemigos, sino confiando en que el Señor nos protegerá y proveerá, y lidiará con aquellos que tienen malas intenciones hacia nosotros.
La paciencia de Job y de Jesús
La paciencia bíblica también puede referirse a alguien que soporta las dificultades sin quejarse ni ofenderse. Hay muchos ejemplos en las Escrituras donde la paciencia y el sufrimiento están vinculados, y nos sirven de ejemplo para perseverar y permanecer firmes en nuestras luchas (San. 5:10–11). Uno de los ejemplos más claros que vemos en las Escrituras es el de Job, un hombre que soportó grandes dificultades, pero cuya fe en el Señor nunca flaqueó. Su respuesta a sus amigos, familiares e incluso a Dios demostró una confianza plena en que Dios lo ayudaría a superarlas. Job perdió a toda su familia, todas sus posesiones e incluso a su salud; pero a pesar de todo esto, Job no pecó, sino que se mantuvo firme en su sufrimiento.
Por supuesto, debemos mencionar a nuestro Señor y Salvador, el sufrimiento que soportó, la paciencia que demostró por nosotros. Me conmueve pensar en la paciencia de Cristo, con cuánta paciencia guió y enseñó a sus discípulos; con cuánta paciencia corrigió a sus enemigos; con cuánta paciencia esperó a que la historia se desarrollara lentamente ante nosotros, dándonos todo lo necesario para abandonar nuestra rebeldía y volvernos a él con arrepentimiento y fe. Sé que yo nunca podré ser tan paciente como Él, pero me anima que la paciencia perfecta de Cristo sirva de ejemplo para quienes creemos en Él (1 Tim. 1:16).
Como madre de jóvenes adultos y un adolescente, me doy cuenta que las maneras en que necesito orar por paciencia ahora son muy diferentes a cuando mis hijos eran más pequeños. De pequeños y pre-adolescentes, mi paciencia se puso a prueba al esperar más de mis hijos de lo que podían manejar a su edad. Bueno, en realidad, ¡supongo que las cosas no son tan diferentes! Sigo descubriendo que, como madre de un adolescente y jóvenes adultos, a veces espero más de ellos de lo que debería dada su etapa de vida. Necesito ser paciente con mis jóvenes adultos mientras comienzan sus carreras y empiezan a considerar cuestiones como la vocación, la vivienda, los impuestos y la jubilación. Están experimentando estas cosas por primera vez y puedo ser impaciente al ayudarlos a transitar estos nuevos aspectos de sus vidas. Para aprender a ser más paciente, necesito analizar de dónde proviene mi enojo. ¿Estoy siguiendo el ejemplo de Cristo, quien enseñó y guió pacientemente a sus discípulos, o soy de “nariz corta” con ellos, estallando en ira? Si Jesús corrigió con paciencia, incluso a sus enemigos, sin duda puedo corregir a mis amados hijos con más paciencia de la que a veces demuestro. Que el Señor nos fortalezca con su poder por medio de su Espíritu “para obtener toda perseverancia y paciencia, con gozo” (Col. 1:11).
Este artículo fue publicado primero en Risen Motherhood. Traducido y publicado con permiso.
[1] A. D. Verhey, “Patience; Patient; Patiently,” ed. Geoffrey W. Bromiley, The International Standard Bible Encyclopedia, Revised (Wm. B. Eerdmans, 1979–1988), 688.
Preguntas de aplicación
- ¿Hay algo que, de manera egoísta, deseas lograr o evitar y que te provoca impaciencia?
- Cuando eres “corto de nariz” y te enojas fácilmente, ¿cómo te puede ayudar recordar Éxodo 34:6?
- En medio del sufrimiento, ¿cómo podemos orar por el alivio que quisiéramos sin “apresurar el proceso” con impaciencia? En otras palabras, ¿cómo puedes perseverar con paciencia en medio del sufrimiento?