por Caroline Cobb
Miré a mi esposo al otro lado del sillón y me escuché decir, “Ya estoy cansada de meter la pata, de pecar de la misma manera vez tras vez contra nuestros hijos. ¿Puedo cambiar este pecado por otro?”
Desde que tengo conocimiento, he caído en lo que algunos llaman “la trampa del desempeño”, estableciendo estándares para lo que significa ser una buena amiga, una buena alumna, una buena esposa, una buena madre, e, incluso, una buena cristiana. En la universidad y empezando mi vida como adulto, era más fácil “dar la talla” y cumplir con esos estándares. Pero luego llegaron muchas transiciones y cambios, más relaciones que mantener, el matrimonio, y, lo que más me sorprendió: la maternidad.
Tener hijos pequeños expuso mi pecado vez tras vez. Sentía que era imposible tener buen desempeño en este rol, cumplir con la expectativa que yo tenía en mi cabeza de lo que una buena mamá cristiana debería ser. Mantenía las cosas bajo control por un tiempo, pero finalmente me deshacía. Para mí, esto se manifestaba en la forma de perder la cabeza y gritar en ira a mis hijos. La vergüenza siempre llegaba rápidamente y me autoflagelaba, tan frustrada por haber quedado corta del estándar de “buena mamá cristiana” otra vez. Me sentía horrible y les pedía perdón a mis hijos, intentando recompensárselo de alguna manera. Luego, afirmaba mi determinación de mejorar y no volver a caer en lo mismo. Pero, inevitablemente, la regaría otra vez. Y el ciclo de pecado y vergüenza y “echarle más ganas” se repetía.
La verdad es que quería sacar un 10 en este rol, ¡día tras día! Sabía que yo no era perfecta, pero tampoco quería luchar contra mi temperamento o mi pecado en contra de mis hijos—nunca. “No es lo que hace una buena mamá cristiana”, pensaba. Parecía que ninguna cantidad de auto habla, auto esfuerzo, o incluso lectura bíblica, oración, y rendición de cuentas jamás sería suficiente para tener victoria completa sobre este pecado en mi vida. Pero yo anhelaba tanto la victoria completa. A veces, cuando me sentía muy frustrada y derrotada, quería tirar la toalla y declarar: “¡Esto simplemente es parte de mi personalidad, y la crianza es tan difícil!”
¡Pero esto no es el Evangelio! Estas tres respuestas a nuestra lucha con el pecado—esforzarse más, vivir en vergüenza, rendirse por completo—simplemente no están de acuerdo con las buenas nuevas de Jesús. Yo creía el Evangelio de manera funcional, pero vivía como si no fuera verdad.
Pero Dios…
En su misericordia, Dios me trajo repetidas veces al punto de desesperación. Yo siempre decía, “soy pecadora”, pero ahora sentía el peso y la profunda realidad de mi pecado como nunca. Como dijo C.S Lewis, “nadie sabe que tan malo es hasta que se haya esforzado mucho para ser bueno”. Yo me había esforzado mucho. Pero Dios me ayudó a reconocer que ni mirar mi pecado, ni autoflagelarme, ni esfuerzo personal me ayudaría a alcanzar ese estándar. Por fin había llegado al lugar de reconocer mi pobreza espiritual absoluta. ¡Cuánto necesitaba que el Evangelio fuera verdad! Era mi única esperanza.
Al llegar al fin de mí misma, encontré que Dios me estaba llevando al pie de la cruz. Me señaló las buenas nuevas que yo no podía alcanzar ni merecer. Como los hebreos mordidos por la serpiente en Números 21, me invitaba, no a mirar mis propias “mordeduras de serpiente”, sino a contemplar a la serpiente desvergonzada, alzada para beneficio mío. En lugar de fijarme en mi desempeño, me enseñó a fijar mis ojos en Cristo, quién ya había fijado sus ojos en mí por amor.
El Evangelio en efecto era verdadero, y era mejor de lo que yo recordaba:
En Cristo, cumplimos el estándar de Dios. Cristo se desempeñó perfectamente a nuestro favor, liberándonos de la necesidad de “esforzarnos más” para ganar nuestra salvación (2 Cor. 5:21).
En Cristo, somos libres del poder condenador del pecado. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Rom. 8:1). Así que, no tenemos que autoflagelarnos, ni quedarnos viendo nuestro pecado, ni escuchar al enemigo condenándonos.
En Cristo, somos libres del poder esclavizante del pecado. Aunque a veces nos sintamos derrotadas, la resurrección garantiza que no nos quedamos sin poder en contra de nuestro pecado (Rom. 6:6-14). El Espíritu nos trae convicción y nos da poder para arrepentirnos, día a día.
En Cristo, luchamos aún con la presencia del pecado. La lucha que sentimos—entre el Espíritu y la carne, la nueva creación y el viejo hombre—es una experiencia cristiana normal (Rom. 7:17-25, Sant. 3:2). El hecho de que veamos nuestro pecado en absoluto es testimonio de la gracia de Dios obrando en nuestras vidas (1 Juan 1:6-10). Por esto, ¡no nos rendimos solo porque seguimos arruinando las cosas!
En Cristo, nunca superamos el Evangelio. Cuando vemos que nuestro pecado sale a la superficie en la olla hirviendo de la maternidad, tenemos que resistir el ciclo de auto condenación y “esfuérzate más, hazlo mejor”. Al contrario, nos aferramos a la cruz. Corremos a la resurrección. Nos gloriamos en las buenas nuevas. Lo hacemos vez tras vez, sin reservas, todos los días, y cada vez que la regamos. Aunque suene extraño, Dios puede usar nuestra lucha diaria con el pecado para causar que nos regocijemos y nos gloriemos en Cristo, mientras esperamos ese día glorioso cuando la presencia del pecado será desterrada para siempre.
Nuestra jornada en la maternidad no se ha acabado. Aunque estamos creciendo, seguiremos metiendo la pata frecuentemente. Pero en lugar de desear hacer un intercambio de luchas, hagamos un intercambio de la rutina del desempeño, descansando en el desempeño perfecto de Cristo en nuestro lugar. Como dice la autora Kimm Crandall, “Estoy aprendiendo a cambiar mi ‘obsesión de desempeño—que realmente es una obsesión pecaminosa—por una obsesión por el Salvador’.”
Podemos pedirles perdón a nuestros hijos y apuntarles, no hacia una mamá perfecta, sino hacia un Salvador perfecto. Podemos caminar en la buena obra de la maternidad con una actitud de adoración, descanso, y regocijo en la amistad inmerecida de Jesús y apuntar a nuestros hijos a esto mismo.
Este artículo fue publicado originalmente en www.risenmotherhood.com. Utilizado con el permiso de la autora. Traducido por Susi Bixby.