Un fuerte ruido resuena justo cuando abro mi Biblia. El ruido sobresalta mis nervios apenas despiertos y el café caliente se derrama sobre mis pantalones de pijama y salpica los Salmos. Un exasperado carraspeo se escapa de mi pecho mientras escucho las pisaditas de pequeños bajando las escaleras. Quizás no pueda leer la Palabra de Dios en silencio, pero éste sigue siendo un momento santo en la presencia de Dios. Vuelvo a poner mi Biblia en mi regazo y leo un par de versículos en voz alta con mis hijos que medio escuchan. No es mucho, pero les estoy enseñando a mis hijos lo más importante: pon la Palabra antes que el mundo.
Mientras cocino la carne para el espagueti, mis hijos comienzan a pelear; apaciguo la pelea sobre quién tenía el ninja Lego primero y el Espíritu Santo me recuerda: pon la Palabra antes que el mundo. Este caótico momento es una oportunidad para que la verdad que conozco de las Escrituras se cruce con mi llamado a pastorear los corazones que tengo delante. Esto es santificación, tanto para mis hijos como para mi propia alma.
Casi terminamos con la rutina de poner a los niños a dormir y estoy soñando con el momento en que pueda colapsar en mi propia cama. Me giro para salir de la habitación, cuando mi hijo mayor me toma la mano y me dice que tiene miedo. Se parece a su mamá, preocupándose por todo lo que pueda pasar cuando las luces se apaguen. Mi cuerpo y mi cerebro están agotados, pero mi hijo necesita la verdad para abrazar su corazón agitado. Recuerdo, la Palabra antes que el mundo, y por la gracia de Dios camino hacia su litera, paso mis dedos por su cabello y luego acaricio suavemente sus brazos mientras hablamos de la cercanía de Dios.
El valor de la Palabra antes que el mundo
En el principio, cuando Dios creó los cielos y la tierra, usó palabras para crear vida. La Palabra de Dios conlleva un poder y una autoridad indescriptibles. El apóstol Juan escribe en las palabras iniciales de su Evangelio: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1). Jesús, el Hijo de Dios que es la Palabra viva, también estaba en el principio y creó el mundo con palabras. La Palabra siempre ha venido antes que el mundo. Jesús es la Palabra de Dios envuelta en carne: “el que es, y que era y que ha de venir” (Apocalipsis 1:8). “La Palabra antes que el mundo” es cómo Dios conectó la creación y cómo fuimos creados para vivir.
Comencé a usar la frase “la Palabra antes que el mundo” cuando tenía un niño de cuatro años y otro de un año y estaba profundamente exhausta. Necesitaba desesperadamente un recordatorio rápido y fácil para recalibrar mi corazón y moldear mi actitud. En momentos de estrés, cuando tomaba mi teléfono para navegar por las redes sociales, “pon la Palabra antes que el mundo” resonaba en mi mente, impulsándome a recurrir a la verdad de Dios. A medida que este principio transformó mi vida, comencé a reconocer que era uno de los valores más edificantes que podía enseñar a mis hijos también.
El deleite en la Palabra de Dios se capta, no se enseña
Me desperté con el clic de mi lámpara y entreabrí los ojos para ver a mi hijo mayor parado frente a mí, sosteniendo una taza de café con malvaviscos (idea suya, no mía) y mi Biblia. “Aquí tienes, mamá, sabía que querrías leer tu Biblia”, dijo con una sonrisa de oreja a oreja. Me vió abrir mi Biblia para pasar tiempo con Jesús y me escuchó hablar sobre la importancia de poner la Palabra antes que el mundo. Nuestros hijos siempre están prestando atención y notando lo que cautiva nuestros corazones. El deleite es contagioso; rebosa de nuestras almas a aquellos que nos rodean.
“Muestra, no cuentes” es un pequeño dicho usado por los escritores que se aplica no sólo al arte de contar historias sino también al llamado que tenemos como madres de enseñar a nuestros hijos a deleitarse en la Palabra de Dios. Nuestras palabras sólo influyen en nuestros hijos hasta cierto punto, pero nuestras acciones, ritmos familiares y rutinas moldean cómo crecen y en quiénes se convierten. Si queremos que nuestros hijos amen la Palabra de Dios y se deleiten en conocer a Jesús, necesitan ver ese deleite creciendo en nosotros (Salmos 119:97). Esto no significa que nuestro tiempo devocional tiene que ser perfecto; significa que, incluso en nuestros errores y el desorden de la vida, podemos compartir cómo la Palabra de Dios transforma nuestros días. Podemos demostrar cómo la verdad de Dios impacta nuestra forma de pensar, reaccionar y emplear nuestro tiempo (Colosenses 3:1-4). Las acciones repetitivas hablan más que las palabras memorizadas. Mostrarles a nuestros hijos el deleite de poner la Palabra antes que el mundo comienza en nuestro propio corazón (Deuteronomio 6:7-9).
No es un reglamento; es un estilo de vida
Poner la Palabra antes que el mundo no es una lista de verificación cristiana diseñada para agradar a Dios; es una forma de pensar que transforma la manera en que respondemos a los desafíos de la vida e interpretamos el mundo que nos rodea. Si queremos que nuestros hijos estén armados con la verdad contra las ideologías descarriadas, tenemos que atesorar la verdad de la Palabra de Dios en nuestros propios corazones y enseñar a nuestros hijos cómo alinear lo que ven, oyen y sienten con lo que Dios dice.
El más grande mandamiento de las Escrituras no es leer la Biblia con tus hijos a la misma hora todas las mañanas o nunca equivocarte en tu crianza; es este: “Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.” (Mateo 22:37) El amor a Dios es un imán para su gracia. En lugar de enseñar la “Palabra antes que el mundo” como una ley que debemos cumplir, Cristo nos muestra una mejor manera: dejar que su Palabra moldee la forma en que vivimos y nos lleve a una vida abundante en Él.
Como mamás, queremos lo mejor para nuestros hijos. Pasamos nuestros días entrenando sus corazones; aunque lo hacemos de manera imperfecta, podemos tener fe en el poder de Dios para superar nuestros fracasos con su fidelidad y gracia. A medida que nuestro deleite en la Palabra de Dios crece, seremos transformadas por ella; y ese deleite y transformación pueden luego derramarse sobre nuestros hijos, mostrándoles el gozo de poner la Palabra antes que el mundo.
Este artículo fue publicado primero en Risen Motherhood. Traducido y publicado con permiso.