Según Romanos 8, los creyentes somos llamados, en el poder del Espíritu Santo, a hacer morir las obras de la carne. Si esto es una parte tan importante de la vida de cualquier creyente, como padres debemos considerarlo como una parte esencial de nuestra crianza. ¿Estamos llamando y equipando a nuestros hijos para matar su carne? Este tema teológico no es abstracto. Es muy práctico también. Únete a esta conversación para conocer más.
Transcripción:
Susi: Crianza que transforma: así se llama la serie que estamos llevando. El proceso bíblico de transformación tiene tres etapas en las cuales pasamos toda nuestra vida cristiana: refrenando la carne, renovando la mente y reflejando a Cristo.
Queremos entrenar a nuestros hijos de una manera que estén equipados para toda su vida hacer estas tres cosas, porque han puesto su fe en Cristo y quieren vivir para su gloria. Entendemos que la salvación es un acto milagroso del Espíritu Santo, y nosotros no lo podemos producir. Pero sí podemos modelar, instruir y entrenar en las verdades y procesos bíblicos que deben ser parte de vivir el evangelio.
Yo no sé de ti, pero al estar estudiando este material que estamos usando para estos episodios, y meditando especialmente en estas últimas semanas sobre refrenar la carne, los episodios que hemos hecho últimamente, me he dado cuenta de mi necesidad en esta área.
Y hoy que vamos a terminar esta parte de refrenar la carne, creo que va a doler un poquito, porque si yo como mamá no estoy matando mi carne, ¿cómo voy a animar a mis hijos a hacer lo mismo? Mateo, yo creo que esto es algo que nuestros hijos tienen que vernos haciendo también nosotros, ¿verdad?
Mateo: Sí. Es muy fácil a veces hablar de estas cosas; es mucho más difícil practicarlas en nuestra propia vida, especialmente este aspecto de hacer morir la carne. Quizás algunas de las cosas que nosotros hacemos en nuestra vida, no las asociamos con carnalidad. Pero poco a poco podemos observar que estamos haciendo lo que nosotros queremos, en vez de lo que nosotros sabemos que Dios quiere que hagamos. Realmente no estamos haciendo morir la carne.
Incluso, como vimos en el episodio anterior, a veces hacer las cosas bien puede ser una manifestación de nuestra rebeldía en contra de Dios, porque lo hacemos para conseguir algo que nosotros queremos. Creo que como padres es muy fácil a veces ser disciplinados en ciertos aspectos de nuestra vida y considerar que vamos bien, pero luego en la realidad seguimos dando cuerda a la carne en nuestra vida. No hemos mortificado la carne.
Susi: Y vaya que nuestros hijos se dan cuenta, ¿verdad? Son muy observadores los hijos, y detectan cuando no vivimos lo que enseñamos. Es importante que en todo este proceso nosotros primero lo estemos viviendo. Pero ¿por qué estamos hablando de mortificar la carne? Esa frase suena un poco extraña, como para conversación diaria. No usamos mucho esa palabra. ¿Es bíblico ese término: mortificar la carne?
Mateo: Pues quizás no aparece así exactamente en la Reina Valera, pero sí es un concepto que viene de la Palabra de Dios. En Romanos, capítulo 8, versículo 13, dice: “Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis”. El punto es hacer morir, o sea, mortificar. Vemos en la primera parte de la palabra: muerte (mort, de muerte).
Susi: Sí. “Hacer morir”.
Mateo: El concepto de hacer morir la carne no significa que va a desaparecer completamente de nosotros, porque somos seres humanos, y aún después de ser salvos, como hemos mencionado, seguimos experimentando los efectos del pecado en nuestra vida, el resto de nuestra vida. Pero sí podemos hacer disminuir el control, el dominio del pecado, la influencia del pecado.
Quizás eso es lo que debemos de pensar: es hacer disminuir el poder del pecado, de la tentación, lo atractivo de hacer el mal. Eso puede disminuir en nuestra vida. A veces jóvenes me preguntan: “Oye, pero ¿voy a luchar, con quizás pornografía o alguna otra lucha, voy a luchar con esto toda la vida?” Y les digo: “Bueno, en cierto sentido sí, pero en otro sentido, sí puedes mortificar la carne y hacer que esa tentación ya no sea tan poderosa en tu vida”. Sí hay esperanza para poder vivir en santidad como Dios quiere.
Susi: Aquí en la unidad 5 de este libro, el autor introduce una metáfora con el fin de ayudarnos a comprender un poco lo complejo quizás que a veces se puede sentir qué significa eso. Cuéntanos un poquito sobre la motocicleta. Quizás algún padre también quiera usar esta ilustración con su hijo.
Mateo: Yo no soy mucho de andar en moto, pero el autor sí era de andar en moto. Dice que, para mortificar, o para detener una motocicleta, hay tres cosas que tienes que hacer. Si vas avanzando rápidamente y necesitas detener la motocicleta, pues tienes que primeramente soltar el acelerador que está alimentando el motor con gasolina. Luego tienes que aplicar los frenos. Pero luego tienes que desenganchar el embrague o el “clotch”, como le dicen aquí en México.
Quizás eso hay que explicarlo un poquito porque no sabemos realmente lo que es. En un motor tienes las marchas o el engranaje que mueve el eje, pero lo que conecta el motor y esos engranajes con el eje es el clotch o el embrague. Cuando tú desenganchas el embrague—si has manejado un carro que es estándar, un coche que es estándar, pues normalmente nosotros pensamos en meter el clotch, porque es lo que pisamos.
Susi: Sí, pero realmente lo estamos soltando cuando lo metemos.
Mateo: Se está desenganchando; eso desconecta el motor y las marchas, el engranaje del eje. Entonces el motor puede estar en marcha y estar dando revoluciones, pero ya no avanza el vehículo, o la moto, porque pues ya no está conectado con el eje. Esto nos va a servir, y quizás un poquito más adelante, al final del episodio, podemos regresar a esta ilustración, porque hay elementos ahí similares a nuestra lucha con la carne y la manera en que nosotros podemos detener o mortificar el avance de la carne en nuestra vida.
¿Pero qué estamos intentando hacer? Estamos intentando debilitar la influencia del pecado en nuestra vida; lo que dice Romanos 8:13: hacer morir las obras de la carne y estar viviendo según la influencia del Espíritu. Eso es mortificar la carne.
Aquí realmente llegamos a un capítulo que creo que es esencial. Es probablemente el capítulo más importante del libro. Son conceptos un poquito difíciles de explicar, pero es la clave para poder dejar de andar en la carne, obedeciendo el pecado, impulsado por nuestra naturaleza pecaminosa.
Para poder entender eso, tenemos que ir a Romanos capítulo 6. Lo que hay en esta unidad, en esencia, es una explicación, una exposición, de Romanos capítulo 6. Romanos capítulo 6 nos dice: “¿Qué, pues diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?” Algunos leían el evangelio de gracia que estaba presentando Pablo y seguramente decían: “Bueno, entonces puedo pecar; no pasa nada. De hecho, cuanto más peco, más es la gracia de Dios que me perdona”.
Pablo dice: “No podemos perseverar en el pecado. En ninguna manera”. Luego dice que “los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” En cierto sentido, ya hemos muerto al pecado. Pero luego sigue diciendo que nosotros tenemos que hacer que eso sea una realidad de nuestra vida, en la práctica.
Más adelante va a decir: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal”. Tenemos que llevarlo a la práctica. ¿Cómo lo hacemos? El autor menciona tres cosas. Dice que el primer elemento para que nosotros podamos hacer morir la carne es que tenemos que saber ciertas verdades.
Es lo que Pablo dice (Romanos 6:3): “¿O no sabéis?” ¿Qué es lo que sabemos? “¿No sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del padre, así también nosotros andemos en vida nueva”.
Más adelante, en el versículo 6, dice: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más el pecado”. Para que nosotros no sirvamos más el pecado, tenemos que saber que hemos sido unidos con Cristo. En la salvación, nosotros hemos sido unidos con Cristo, que significa que hemos sido liberados del pecado. El pecado ya no tiene el dominio que antes tenía en nuestra vida.
Dijimos que una persona, antes de ser salva, es esclava del pecado. No hace todas las cosas lo peor posible, pero sí es esclava del pecado. Ahora que somos salvos, hemos sido unidos con Cristo. Nuestro viejo hombre ha sido crucificado. Ahora ya no tenemos que obedecer la carne. Hemos sido libertados; hemos sido librados del dominio, de la esclavitud al pecado. Eso es una clave muy, muy importante. Y es el evangelio. Aquí estamos hablando realmente del corazón del evangelio: esa realidad espiritual que el pecado ya no tiene el dominio que antes tenía.
Hay varias ilustraciones en el libro que nos ayudan a explicar un poquito este concepto. Una de las explicaciones es muy común en predicaciones que hablan de este tema. Es el de una funeraria. Vas a una capilla, como hacen aquí en México, una funeraria. Está el ataúd; ahí está el cuerpo de una persona. Puede ser que a esa persona le encante una carne asada, pero tú puedes hacer la mejor carne asada del mundo y ya el muerto no va a levantarse a comer esa carne porque ha muerto.
Nosotros hemos muerto al pecado. A veces es difícil aceptar esa realidad, pero esta es la verdad. Comienza con nosotros sabiendo que hemos muerto al pecado. Satanás no quiere que sepamos eso. Satanás quiere que nosotros pensemos que todavía tenemos que obedecer la carne. La victoria sobre la carne comienza con la verdad, saber que hemos sido libertados.
Otra ilustración que usa el libro es la de una persona que está rentando una casa. Si tú has vivido en una casa de renta, quizás el dueño llegaba el día uno del mes y te tocaba la puerta y tenías que darle la renta. Ahora ya todo se hace por transferencia electrónica y cosas así, pero anteriormente era así. Te tocaban la puerta, y tú tenías que pagar la renta. Imagínate que el dueño de la casa vende la casa, y tú todavía estás viviendo ahí. Pero ahora hay un nuevo dueño. ¿A quién le tienes que pagar la renta?
Susi: Pues al nuevo dueño, ¿no?
Mateo: Al nuevo, sí. Pero imagínate que el primer día del mes escuchas que alguien toca la puerta y dices: “Ah, es el dueño”. Pero es el dueño antiguo. No es el nuevo dueño; es el dueño antiguo. Él viene y te dice: “Te voy a pedir la renta”. ¿Le darías la renta?
Susi: Pues no, porque luego va a llegar también el otro dueño a pedir la renta. Él no tiene derecho a pedir esa renta.
Mateo: Exacto. Ahora, ¿puedes pagarle la renta?
Susi: Claro.
Mateo: Si tú quieres le puedes dar el dinero de la renta, por supuesto.
Susi: Sí, pero eso sería tonto.
Mateo: Sería ridículo. Sería tonto, por supuesto. Y es así. Satanás viene y nos toca la puerta y dice: “Oye, tú llevas tantos años haciendo lo que yo te he dicho que hagas. Me has estado obedeciendo”. Ahora él viene para exigir que hagamos lo que él quiere, pero ahora tenemos la posibilidad de decirle que no.
Con el poder del Espíritu Santo, podemos decirle: “Yo he sido libertado del pecado. Tú ya no tienes autoridad; tú ya no tienes dominio en mi vida”. Ahora yo sí puedo vivir libre del pecado, diciéndole que no a mi naturaleza pecaminosa. Y eso es algo que antes no teníamos. No teníamos esa opción.
Susi: Eso es por nuestra unión con Cristo, nuestra posición en él.
Mateo: Exacto. El dueño nuevo de nosotros es Cristo, y ahora podemos nosotros decir que no. Y esto solamente lo podemos hacer a través de Jesucristo. Si regresamos un poquito a la ilustración de la motocicleta, esta es la clave. Si tú no desenganchas el embrague o el clotch, va a haber un problema. Si tú le sigues dando al acelerador, aunque tú le metas el freno, los frenos se van a quemar. Lo que permite que no se quemen los frenos es meter el clotch, o el embrague.
Esto es lo que pasa en nuestra vida también, por medio de nuestra unión con Cristo. Se desengancha el poder del pecado en nuestra vida, y ahora nosotros tenemos que saber que somos libres del pecado. Esta es una verdad teológica, ¿verdad? Los teólogos lo llaman unión con Cristo.
Una vez leí todo el Nuevo Testamento y anoté todas las veces que se habla de “con Cristo”, o “en Cristo”, o “en él”, o “con él” o “por él”. No recuerdo el número ahora, pero eran cientos de veces. Es una de las verdades más importantes. Yo he sido unido con Cristo, crucificado con él. Mi viejo hombre ha sido muerto, sepultado, y he resucitado para andar en una vida nueva con Cristo. Tenemos que comenzar con la verdad, esta verdad, sabiendo esta verdad que nos dice Pablo en Romanos, capítulo 6.
Susi: Aquí es donde vemos lo que comentabas en otro episodio, donde estas etapas de refrenar la carne y renovar la mente a veces se cruzan; o sea, vamos entre etapas. Refrenar la carne es posible porque en mi mente yo creo las verdades. Aquí es donde se ve esa combinación de estas etapas. Por eso, no es que vamos a refrenar a la carne primero, y luego vamos a pasar a renovar la mente, y cuando terminamos con eso, vamos a reflejar a Cristo, sino que esto está sucediendo de manera simultánea también.
Mateo: Exacto. No es como tres pasos secuenciales, que vas de uno, y luego pasas al dos, y ya no necesitas el uno. Constantemente estas cosas van a ser verdad, y las vamos a estar aplicando y usando en nuestra vida.
Susi: Yo me quedo pensando también en padres de un niño, que saben que no ha sido salvo. Hay algunos (como creo que comentamos en otro episodio ya) que dicen: “Bueno, si mi hijo es esclavo del pecado, ¿cómo le voy a exigir que haga lo que debe hacer? No puede obedecer. No puede”.
Pero esa misma exigencia de que haga lo que Dios sí le está llamando a hacer, le hace que se tenga que enfrentar con su realidad de que es esclavo del pecado, y no puede sin Cristo. Y eso, entonces, es una manera centrada en el evangelio de lidiar con hijos desobedientes, que no son salvos todavía.
Mateo: Esa era la función de la ley en el Antiguo Testamento. También lo hemos mencionado. La ley tiene la función de demostrarnos nuestra pecaminosidad. Dios exige que el hombre inconverso haga lo bueno. Tiene que hacerlo, y Dios le juzga por no hacerlo. Pero el hecho de que Dios se lo exige y no puede hacerlo, le lleva a Cristo.
La ley es nuestro ayo que nos lleva a Cristo. Nos hace ver nuestra necesidad. Nos damos cuenta de que no podemos, que necesitamos que Cristo nos transforme; necesitamos ser unidos con él para ser libertados de pecado, para que ya no reine más el pecado en nuestro cuerpo mortal.
Tenemos que comenzar aquí. La victoria comienza con la verdad, la verdad de que hemos sido unidos con Cristo y libertados del pecado. Ahora eso no basta con saberlo. Simplemente que yo lo sepa, no quiere decir que ahora ya lo tengo todo hecho. Otra parte importante que nos dice el apóstol Pablo es que tenemos que considerarlo como verdad para nosotros.
Susi: Como abrazarlo.
Mateo: Como abrazarlo. Es un acto de fe. Porque, como decíamos antes, la Ilustración de la funeraria a veces no nos ayuda mucho porque nosotros no nos sentimos muertos al pecado. Nos sentimos demasiado vivos al pecado. La tentación nos atrae tanto, y el muerto ni se da cuenta. Pero nosotros, como todavía tenemos algo de la carne, los efectos de la carne en nosotros, sí sentimos una atracción por el pecado.
Es ahí donde dice el apóstol Pablo: “Así también vosotros” (esto es Romanos 6:11), “así también vosotros, consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro”. La idea de esa palabra consideraos es aceptarlo como verdad para ti, que esto es verdad para ti. Es un acto de fe.
En el versículo 8 dice: “Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él”. “Creemos que también viviremos con él”. Es un acto de fe donde nosotros tenemos que decir: “Mira, yo no me siento muerto al pecado. Pero yo lo voy a considerar como verdad en mi vida, porque Dios dice que yo he muerto al pecado. Lo acepto por fe”. Eso me permite ahora llevarlo a la práctica.
Creo que aquí es donde muchos de nosotros estamos cometiendo grandes problemas en nuestra vida, o tenemos grandes problemas en nuestra vida, porque vivimos de acuerdo a nuestros sentimientos. No me siento muerto al pecado y entonces peco. Pero vivir de acuerdo a nuestros sentimientos es un gran problema. ¿Por qué?
Bueno, pensemos: no me siento muy bien hoy. Entonces no quiero hacer lo que debo hacer. Y entonces, peco. ¿Por qué? Porque no me sentía bien. Mis sentimientos eran: estoy desanimado; estoy triste. Me siento mal y hago el mal. Pero ¿cómo me siento después de hacer el mal?
Susi: Peor.
Mateo: Peor, ¿verdad? Yo sé que he hecho el mal. Entonces viene la culpa; viene el desánimo. Y ahora, porque me siento peor, ¿qué hago?
Susi: Sigo pecando.
Mateo: Pues hago más mal. Hago otra vez algo malo.
Susi: Ciclo vicioso.
Mateo: Estamos en una espiral descendiente de pecado. Vivo anclado a mis sentimientos. Hago el mal; me siento aún peor; hago más mal. La manera en que nosotros podemos interrumpir ese espiral descendiente es precisamente con la verdad del evangelio, sabiendo que he sido unido con Cristo y que Dios me ha libertado del dominio del pecado. Ahora yo tengo que aceptar eso por fe. Lo tengo que considerar como verdad para mí mismo.
Otra vez, la manera en que nosotros criamos a nuestros hijos el día de hoy en nuestra cultura es: haz lo que tú quieras; vive de acuerdo a tus sentimientos. Es tan anti-evangelio eso, pero tristemente muchos padres siguen la corriente del mundo y les dicen a sus hijos que vivan de acuerdo a sus sentimientos. Luego no entienden por qué sus hijos terminan caminando en pecado.
Susi: Sí. Igual los padres viven como esclavos de los sentimientos de sus hijos. Han sido enseñados por la sociedad que violas, de cierta manera, al niño cuando no permites que viva según sus sentimientos. Los sentimientos del niño son rey; son supremos. Como creyentes, tenemos que reconocer que eso no es un concepto bíblico, y que nuestros hijos necesitan que nosotros resistamos a esos sentimientos y que apliquemos la verdad para que ellos tengan en qué creer que no sea ellos mismos.
Querer que nuestros hijos crean en sí, que confíen en sí mismos, crean en sí mismos, eso es dañar a nuestros hijos espiritualmente. Es llevarlos por el camino incorrecto. Deberíamos de buscar entender sus sentimientos, sí. Ahí está donde a veces batallamos. No es que los sentimientos de nuestros hijos no sean válidos. Son reales, pero reflejan una realidad interior, y tenemos que dirigirnos a esa realidad interior, y darles la verdad.
Mateo: Lo curioso es que cuando no vivimos según nuestros sentimientos, o sea, cuando yo me siento mal y en vez de hacer el mal yo escojo hacer el bien, lo que normalmente pasa es que luego mis sentimientos cambian.
Pasa en cosas tan ordinarias como hacer ejercicio. No tengo ganas de hacer ejercicio, pero digo: “No voy a vivir de acuerdo a mis sentimientos. Voy a salir a correr”. Y salgo a correr, y quizás los primeros minutos digo: “Ay, ¿por qué estoy haciendo esto?” Pero después de como cuatro, cinco minutos, digo: “Pues ya, ahora sí”.
Susi: Sí, porque mi cuerpo fue hecho para esto y esto es bueno para mí.
Mateo: Entras en calor y dices: “Ah, ¡qué bueno que estoy corriendo!” ¿No? Lo mismo pasa espiritualmente. No quiero hacer las cosas bien, pero yo acepto por fe que he sido libertado del pecado, y entonces yo hago el bien, aunque no sienta las ganas de hacerlo. Pero poco a poco cambian mis sentimientos también.
Susi: Y lo que tú decías es que la crianza moderna está completamente equivocada en esto. Es anti-evangelio. Otra vez regresamos a: “Bueno, ¿y si mi hijo no es salvo?” OK, pero podemos entrenar a hijos inconversos en prácticas emocionales y mentales y espirituales que les entrenan a resistir la carne. Un niño que no es salvo todavía puede aprender a no vivir conforme a sus emociones.
Mateo: Sí. Y pasa en la vida real. Un atleta que está entrenando para las olimpiadas, él no puede vivir según sus sentimientos. Sus padres le obligan a no vivir según sus sentimientos, y que vaya a entrenar todos los días.
Susi: Que no coma según sus antojos y todo eso.
Mateo: Claro. Pero ponen delante de él una motivación.
Susi: Exacto.
Mateo: Y la motivación es ganar el oro en las olimpiadas. Nosotros tenemos una motivación que es mucho más grande, que es la realidad del evangelio, que he sido unido con Cristo, y que Cristo murió por mí. Eso ahora me motiva.
El tercer paso de poder mortificar la carne—primero es saber ciertas cosas: que hemos sido unidos con Cristo y libertades del pecado—luego considerarlo por fe, que es verdad para mí, y luego el último paso es hacer lo que dice el apóstol Pablo: ofrecer mi cuerpo en sacrificio a Dios. Es ofrecerlo, o ceder, mi cuerpo; dárselo a Dios.
Es a donde llega: dice en Romanos 6:12: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. Porque el pecado no se enseñará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia”.
Luego continúa hablando, diciendo que antes éramos esclavos del pecado, pero ahora, por Cristo, ya no somos esclavos del pecado. Pero podemos volver a someternos al pecado. Podemos volver a obedecer el pecado si queremos. “¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?” (16).
Luego dice: “así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia” (19). Viene aquí este momento crítico, decisivo, donde yo tengo que escoger entregar mi cuerpo, mi vida, a Cristo y decir: “Yo he muerto al pecado. Yo he resucitado para andar en vida nueva como Cristo. Ahora yo considero que eso es verdad. Cristo, aquí está mi cuerpo para servirte a ti”.
Y ahora caminamos en santidad, motivado por el evangelio, no por la ley. La ley expone mi pecaminosidad, pero no me puede santificar. Ahora el evangelio, mi unión con Cristo, es lo que me motiva a caminar en santificación. Pero llega ese momento crítico. Todos lo vivimos. Como padres lo vivimos; nuestros hijos lo viven.
Tenemos que decidir a quién voy a servir. Antes tenía que servir al pecado. Ahora no tengo que. Ahora me ofrezco a Dios como sacrificio vivo. Eso conecta con Romanos 12, donde nos ofrecemos a Dios en sacrificio vivo…
Susi: Santo, agradable.
Mateo: Santo. Santo. Esa es la clave para que nosotros podamos vivir en santidad.
Susi: ¡Qué cuadro más hermoso, poder ofrecer a nuestros hijos esto! Es mucho más valioso de lo que el mundo tiene para ofrecerles. Y esto, nuestros hijos nunca lo van a desear si no lo ven en nuestras vidas también. Probablemente somos muchos padres escuchando que decimos: “Esto no lo estoy viviendo realmente en mi vida”.
No es que no puedas ni debas exigirles obediencia a tus hijos, y tratar de ver esto en su vida, pero tú también, yo también tengo que abrazar este proceso. Tengo que mortificar mi carne primero porque quiero agradar a Dios, y luego también porque quiero dirigir, ser el primero, ser la primera que guía a mis hijos en este camino.
Mateo: Mucho de esto tiene que ver con dejar de alimentar nuestra carne. Hablábamos del acelerador: para mortificar una motocicleta, tienes que dejar de alimentar el motor con gasolina. Tristemente muchos de nosotros tenemos un estilo de vida donde estamos alimentando la carne—las cosas que vemos en televisión, en Netflix, en las redes sociales, los temas de conversación.
A veces decimos: “Es que no es malo”. Quizás no es abiertamente, horriblemente pecaminoso, pero estamos alimentando la carne. A veces puede ser algo tan simple como jugar un juego en la videoconsola siete horas seguidas. Estás alimentando tu carne.
Susi: Estamos permitiendo que nuestros hijos alimenten su carne. Por entretenerlos, no batallar, estamos realmente permitiendo eso también en sus en sus vidas.
Mateo: Sí, y luego intentamos meter disciplina, que es los frenos. Pero ¿qué pasa si le estás alimentando al motor y no estás desenganchando el embrague? El motor está dando todo, y tú tienes los frenos ahí aplastados—la disciplina. Muchas veces nos ha pasado. Estamos intentando, intentando, y ¡no! Pero estoy alimentando mi carne, y estoy a la misma vez olvidándome de mi unión con Cristo.
Susi: No funciona. Se quema.
Mateo: Después de unos días se queman los frenos. ¿Y qué pasa con la moto?
Susi: ¡Fum! Se va directo a la carne.
Mateo: Se estampa, ¿verdad? Hay un accidente. Eso pasa con nuestra vida cristiana, todo porque no aplicamos estos tres elementos de matar, o mortificar, una motocicleta, pero también mortificar la carne. Tenemos que eliminar el alimento de nuestra carne. Necesitamos sí usar la disciplina, y la abnegación, y necesitamos sobre todo el embrague, el clotch, de nuestra unión con Cristo.
Susi: Yo creo que este material es de tanta ayuda para nuestras vidas espirituales. Recuerda que estamos sacando mucho de este material de un libro que se llama Transformados en su imagen, por el autor Jim Berg. Vamos a seguir con estos temas, con el evangelio vivido en el hogar, un hogar donde hay crianza que transforma.
Así que espera el siguiente episodio la próxima semana. Quédate con nosotros y esperamos que Dios te ayude en esta semana a matar la carne. Bendiciones.