Categoría: Padres fieles

Ep 172: El reto de modelar a Cristo frente a tus hijos, con Betsy Gómez

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October 15, 2024

Algunos padres cristianos intentan esconder de sus hijos el hecho de que pecan porque creen que solo así pueden ser un buen ejemplo. Otros ceden a la derrota y viven en constante culpa y condenación por no poder ser un ejemplo perfecto. Pero, ¿qué ofrece el Evangelio? Escucha esta conversación clave con Betsy sobre la fuente de poder para vivir como ejemplo de un seguidor fiel de Cristo.  

Transcripción:

Susi: Es fácil pensar que mis hijos son el mayor problema en la casa. Bueno, ¡quizá después del perrito travieso! Mis hijos son los que se portan mal. Mis hijos son los que no me hacen caso. Mis hijos son los que son inquietos o que se pelean mucho, y todo eso, ¿verdad? De hecho, yo creo que lo normal es que los padres veamos a los hijos como los que necesitan cambiar.

Estamos en medio de una serie sobre los retos diarios de la crianza y ¡vaya que son muchos! Pero a veces no somos tan buenos en identificarlos de manera acertada. Y hoy me acompaña mi gran amiga Betsy para hablar sobre unos retos bastantes personales en la vida de los padres. Betsy, muchas gracias por estar otra vez aquí. Siempre es de bendición para mí y también para nuestros oyentes cuando nos acompañas en el podcast.

Betsy: Gracias, Susi, por invitarme. Pero sobre todo gracias por tu amistad, porque estas conversaciones no se sienten así, como si vine a una entrevista en un podcast, sino simplemente hablando con una amiga de la realidad de nuestros corazones, la esperanza que tenemos en Cristo. Así que para mí es un gran gozo estar aquí.

Susi: Amén. Gracias, Betsy. Betsy, hace un tiempo hice una encuesta en Instagram y yo preguntaba: ¿cuál es el reto más grande que enfrentas en tu crianza diaria? Esta serie es una respuesta a esas respuestas que recibimos. Pero yo te pregunto: ¿cómo hubieras respondido tú a esa encuesta?

Betsy: ¡Guau! Yo creo que yo hubiese escrito un artículo para responderte.

Susi: Bueno, ¡algunas sí lo hicieron!

Betsy: Hay muchos retos, muchos retos. Tú sabes que uno de los retos más importantes que yo puedo ver, una tensión que está muy presente en mi día a día, es precisamente el hecho de que tengo hijos de edades tan distintas. Yo recuerdo que cuando solamente tenía dos, y estaban en edades más parecidas, era atender una sola situación. Sin embargo, ahora estoy lidiando con adolescentes… o como aquí lo llamamos, adultos en entrenamiento… y también tenemos niños pequeños.

No sé si hay “infantes”, una palabra para “toddlers”. Realmente es una tensión muy fuerte. Porque yo le digo a mi hijo mayor, es como si estuvieran viviendo el mismo nivel de intensidad de necedad en dos etapas diferentes de la vida. Pero es algo increíble cómo la necedad de los pequeños es como gasolina, es como combustible para los grandes y viceversa.

Realmente me siento como en un fuego cruzado, pidiéndole al Señor discernimiento para poder atender a cada necesidad que es tan distinta, y a veces siento como que tengo que desdoblarme porque tengo que convertirme en esa mamá con actitud preescolar y luego me tengo que voltear y convertirme en esa consejera paciente. Realmente yo creo que ese sería uno de los retos más intensos.

Susi: Seguramente sí hay personas escuchando que están en algo parecido: hijos en diferentes etapas y con necesidades muy diferentes, o quizás incluso por otras razones, necesidades diferentes: un niño con necesidades especiales o así. También esos papás viven algo parecido.

Algo en esa encuesta que hicimos, algo que sí fue bastante repetido, fue la idea de varias mamás en particular; contestaron: “Yo misma. Yo misma soy mi reto más grande en la crianza”. En un buen sentido me encanta que lo digan. Me encanta que lo digan porque los padres necesitamos estar conscientes de nuestra necesidad y no solo creer que son los hijos los que tienen problema.

Betsy, ¿por qué nos sentimos así? ¿Por qué sentimos que nosotros mismos somos el reto más grande? Y obviamente, ¿qué debemos hacer con ese sentir? ¿Hacia qué lado debemos dirigirnos?

Betsy: Bueno, lo primero es que tengo que confesar que esas mamás que piensan y entienden que ellas son el reto más grande tienen como la mitad de la lucha ganada. Porque honestamente una gran parte de mi crianza, especialmente con mis hijos más grandes, cuando eran pequeñitos, es que yo creía todo lo contrario. Yo pensaba que en realidad ellos eran el reto más grande. Ellos eran el problema más grande.

De verdad fue todo un proceso en el que el Señor me dio convicción y me ayudó a mirar la naturaleza de mi propio corazón para yo poder entender que a la hora de lidiar con un problema como creyente, yo tengo primero que reconocer cuál es mi culpa y poder mirar con ojos realistas cuál es mi pecado.

Aquí yo te puedo confesar que caí en ese síndrome del péndulo, porque al principio yo pensaba que el problema de mi impaciencia, de mi desesperación, de mi ansiedad, de sentirme inadecuada, eran mis hijos. Luego me di cuenta: no, el problema no son mis hijos. El problema es mi orgullo. El problema es que yo quiero hacer lo que yo quiero y ellos simplemente…

Susi: Son un estorbo.

Betsy: Un estorbo. Exactamente. Porque estoy pensando en mí misma. Entonces pasé de verlos a ellos como los verdaderos culpables del problema, y comencé a mirarme a mí como la verdadera culpable, lo cual fue una manifestación de la gracia de Dios al enseñarme mi propio pecado.

Pero caí en otro error, y es que solamente me veía a mí misma y cuán inadecuada yo era. Entonces ya: “Imagínate, no puedo, no tengo lo que se necesita. Soy la pecadora más grande que conozco”. Lo cual es real, pero mis ojos necesitaban abrirse no solamente al pecado, que era abundante, sino hacia la gracia también que es sobreabundante a pesar de mí y mi pecado.

Entonces yo creo que es una muy buena…de verdad me anima mucho saber que muchas madres se conocen, que ellas son el problema más importante para atacar en la dinámica de las tensiones en la crianza. Pero también reconozco que nosotras, en el momento en el que nosotras miramos nuestro pecado, tenemos también que reconocer la gracia.

Hay algo que yo puedo decirte, Susi. Cada vez que yo siento—mira, por algo así, súper práctico—que yo tengo que tomar el teléfono para llamar a mi esposo y quejarme, desahogarme, invitarlo a una fiesta de auto conmiseración y victimización, o cuando yo sé que él está entrando por la puerta y yo quiero lucir destruida porque mis hijos me tienen loca, yo tengo que reconocer que hay algo en mi corazón que yo quiero satisfacer pecaminosamente y no lo he podido lograr.

Una manera práctica de nosotras responder a esto es tratando de explorar por qué siento lo que siento. ¿Por qué pienso lo que pienso? ¿Por qué estallé de ira en el momento en que mi hijo me habló de esta manera? Es muy probable que cuando analizamos y el Señor nos ayuda a mirar nuestros corazones, nos damos cuenta de que, en realidad, en ese momento estoy ensimismada. Quiero hacer lo que yo quiero y no tengo un corazón dispuesto a servirles a ellos.

Susi: Algo que surgió en esto, porque realmente fueron varios elementos de este aspecto de que yo misma soy mi problema o mi reto más grande, un tema que salió repetidamente también es el tema del dominio propio. Y sí, creo que es un tema importante en la crianza de parte de los padres, y para la madre en particular porque normalmente es la que pasa más tiempo con sus hijos. Pero ¿qué es el dominio propio? ¿Es verdad que debemos buscar eso? ¿Y cómo deberíamos de buscar el dominio propio?

Betsy: A mí me encanta este tema del dominio propio, porque también por mucho tiempo yo miraba esto como un ejercicio de la voluntad, como algo que yo podía hacer a fuerza de voluntad como el que quiera hacer una dieta solamente para ser más delgado. Y al final vivía frustrada porque por más que intentaba, por más que trataba de tragarme las palabras o de forzarme a mí misma a hacer lo correcto, en realidad se notaba. Se notaba mi enojo. Se notaba porque lo estaba haciendo para mí misma.

Hay una diferencia entre uno “autodisciplinarse”, si se puede decir, y uno exhibir el fruto del Espíritu, que es el dominio propio. Parece igual, pero no es lo mismo. Tú te das cuenta. Tú te das cuenta cuando una mamá supuestamente se calma, supuestamente hace lo que tiene que hacer, pero tú le ves la cara que está apretado, amargado o incómodo.

Es la misma ilustración que siempre viene a mi mente, como ese árbol que está pujando que le salga el fruto, pero ¡no le sale! A fuerza de voluntad. No le sale y se nota fingido. Como la persona que se quiere autodisciplinar y no come durante la semana para el fin de semana darse un festín de papas fritas y hamburguesas. Esto pasa cuando solamente es autonegación a fuerza de voluntad. Lo hacemos por un momento, pero en el momento en que nos pinchan explotamos porque realmente no estamos siendo controladas por el Espíritu.

El dominio propio, que es completamente diferente, es esa manifestación del fruto del Espíritu, la capacidad de que el Espíritu, que Dios, sea quien controle nuestras emociones, nuestros impulsos, nuestro comportamiento. Es algo tan sencillo. Porque uno se complica. Cuando yo pensaba en esto, hay tantas definiciones de diccionario teológicas.

Susi: Sí.

Betsy: En el corazón de una mamá, en mi propio corazón, lo que yo necesito recordar en el momento de la lucha es esa capacidad dada por Dios, facultada por el Espíritu, para yo decir “no” a los deseos de la carne y para decir “sí” al control del Espíritu en mi vida.

Obviamente en el Nuevo Testamento está muy vinculado con el desarrollo de una mente sobria, de esa sobriedad. Porque lo contrario al dominio propio es la autoindulgencia. Es el darle rienda suelta a mi pecado. Cuando nosotras entendemos que antes éramos esclavas del pecado; vivíamos bajo el dominio del pecado, como vemos en Juan 8:34, que dice que el que practica el pecado es esclavo, está sometido bajo el señorío del pecado.

Pero ahora ese dominio ya no es nuestra realidad. Hemos pasado del dominio de las tinieblas al dominio de Cristo. Ahora nosotras ya no necesitamos ni debemos ser controladas por el pecado, porque ahora ya estamos muertas al pecado y estamos vivas en Cristo. Yo te puedo confesar que (no sé—a lo mejor estoy confundida—pero creo que lo hablamos en otro episodio: creo cuando hablábamos de la culpa aquí en Crianza Reverente), esta es un área en la que yo he visto más victoria en mi vida como mamá.

Porque, Susi, en el pasado yo era muy iracunda. Eso no quiere decir que yo no luche con eso hoy. Pero yo no sabía cómo controlar la ira especialmente cuando mi hijo mayor era muy pequeñito. Recuerdo tener unos episodios en los que yo de verdad no podía, y al final me sentía tan mal. Pero te confieso que he encontrado la victoria específicamente al entender que, aunque el concepto de dominio propio parece que tú tienes que hacerlo por tus propias fuerzas…

Susi: Ajá, sí.

Betsy: Es lo que pasa, que puede ser un poquito confuso por la manera en la que está estructurada la palabra. La victoria que he experimentado se debe al entender que es simplemente una rendición al dominio de Cristo en mi vida.

Me encanta saber que en el momento en el que soy tentada a dejarme llevar por mis emociones, en este caso dejarme llevar por la ira, realmente yo estoy buscando algo que me va a satisfacer o que yo creo que me va a satisfacer. Porque cuando en un momento yo quiero dar un golpe en la mesa, o cuando yo quiero gritar, es un anhelo y un deseo que yo tengo pecaminoso de desahogarme. Yo estoy buscando algo que me va a traer una satisfacción, como si yo fuera a desahogar eso que tengo dentro.

Pero ahí es donde, en el momento en que yo creo que eso es lo que me va a satisfacer, yo puedo detenerme—y de verdad, esto es algo que tengo que practicar un millón de veces—en este momento en el que esto comienza a apoderarse de mí. Todo el que peca puede reconocer que es como se siente que algo quiere dominarlo. En ese momento yo puedo decir, yo puedo reconocer: guau, yo estaba bajo el yugo de la esclavitud del pecado, y esto que yo quiero hacer es mi antigua naturaleza, que quiere volver a esos patrones de pecado.

Yo tengo que reconocer que ahí mismo, en el mismo capítulo 5 de Gálatas donde se habla del fruto del Espíritu, del dominio propio—es una característica de ese fruto del Espíritu—en el versículo uno dice: “Estén firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libre, y no te sometas otra vez al yugo de la esclavitud”. Entonces yo me recuerdo: OK. Esta no es mi nueva yo. Esta es mi antigua yo. Esto es lo que realmente está muerto. Este muerto quiere venir a dominarme, pero no tiene el poder.

Susi: Ajá.

Betsy: Yo creo que Cristo es lo suficientemente fuerte para producir su obediencia en mí. Yo recuerdo que Cristo obedeció perfectamente en mi lugar y yo entonces actúo por la fe creyendo que ahora el Señor me ha dado el poder para someter, para rendir esto que siento a su dominio. Entonces yo actúo en obediencia. Por eso es que no es autocontrol. Porque cuando yo no voy a buscar el insumo de mí misma, yo voy a creer por la fe que, si yo estoy habitando en Cristo, entonces él es suficiente. Él es capaz de producir esa obediencia en mí.

Hay un versículo, Susi, que lo memoricé, y ha sido el versículo lema de este año para mí. Es Tito 2, iniciando en el versículo 11. Dice: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado, trayendo salvación a todos los hombres, enseñándonos que, negando la impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este mundo sobria (que es el mismo concepto de dominio propio), justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo”.

Esa dinámica de en ese momento yo entender que: ¡guau! Yo no tengo que pasar por este momento, estallar en ira. ¿Por qué? Porque es que Cristo se ha manifestado; la gracia de Dios se ha manifestado. Me ha salvado y me está entrenando. Esa gracia me entrena para negarme a esos deseos mundanos y rendirme al control del Espíritu que me produce una vida de dominio propio, de sobriedad, de justicia, de piedad. Realmente el punto no es el autocontrol, sino el “Cristo-control”, que Cristo sea quien nos controle.

Pensando en este tema, hay una frase de David Mathis, que es el autor del libro Hábitos de gracia. Es una frase muy sencilla, pero me encanta porque dice: cuando nosotros queremos ser controlados por Cristo, queremos que Jesús reciba la gloria. Por eso no lo hacemos en nuestra fuerza; queremos que el dominio propio suceda en el poder que recibimos de él. Pero solamente recibimos ese poder por la fe.

Parece como algo místico, pero es: sí, yo tengo el poder para actuar en obediencia. Lo que pasa es que quiero satisfacer los deseos de la carne, pero él me ha dado, en el Espíritu, me ha dado el poder. Entonces dice: es simplemente aprender a decir que no, pero no es simplemente decir que no a este pecado.

Susi: A la carne.

Betsy: Exactamente. A la carne. Es decirle que sí a las promesas de Dios: que él nos ha capacitado, él nos ha dado todo lo que necesitamos, su gracia es suficiente, como dice 2 Corintios 9:8, Filipenses 4:19. Es creer por la fe que él produce ese fruto en nosotros y a través de nosotros. Y luego que eso suceda, entonces yo me detengo y digo: “Gracias, Señor. Yo te agradezco por esta manifestación de que realmente tu fruto está presente en mí”. Y damos un paso de fe a la vez.

Al final, Susi, en este tema del dominio propio, yo creo que no es una batalla que ganamos un día para siempre, y ya no tenemos esa lucha más, sino que se trata de arrepentirnos de nuestros pecados, mirar a Cristo en dependencia absoluta de él, creer por la fe que Cristo es lo suficientemente poderoso para producir su obediencia en nosotros, que el Espíritu Santo puede producir ese fruto en nosotros y hacerlo un millón de veces. Quizás cada minuto, cada hora. Hacerlo constantemente, hacerlo constantemente en dependencia absoluta en Cristo.

Susi: Guau, me encanta. Qué ánimo, ¿no?, que no somos nosotras las que tenemos que por fuerza de voluntad ver cómo le hacemos para dominarnos a nosotras mismas, nuestra carne. En la serie pasada que hicimos hace algunos meses hablamos mucho de cómo el niño nace buscando su propio camino. Eso es como la esencia de nuestro pecado. Pero es que yo sigo como mamá buscando mi propio camino. Mi vieja naturaleza se caracteriza por eso.

Entonces el dominio propio, como tú dices, realmente es permitir que domine el Espíritu Santo, y Cristo. Y algo que varias mamás comentaron en esta encuesta es que ellas lo ven…como que les cuesta modelar a Cristo. Creo que cuando pensamos en modelar a Cristo, porque la Biblia dice que debemos llegar a ser como Cristo, ¿verdad? Eso es como una meta. Pero creo que a veces, cuando buscamos modelar a Cristo, luego nos sentimos culpables porque seguimos siendo pecadoras.

Obviamente nunca vamos a poder modelar de manera completa a Cristo. ¿Entonces cómo podríamos pensar en eso junto con lo que acabas de decir, de lo del fruto del Espíritu? Todo eso creo que es parte de la respuesta, pero ese concepto de modelar a Cristo, que es una meta digna, pero ¿cómo es eso?

Betsy: Me encanta eso que tú dices, y va muy de la mano con lo que venimos hablando. Porque yo creo que cuando una madre tiene este…como dices, es un llamado digno, es algo hermoso. Yo, de manera personal, la oración de mi corazón es que mis hijos al recordarme recuerden: mira, mi mamá es una mujer que me modeló a Cristo. Claro, eso me encanta.

Ahora yo tengo que cuidarme del peligro de ser consumida porque mis hijos me conozcan por mi piedad, por mi santidad de manera legalista. Puedo al final del día sentirme exhausta porque estoy tan tensa de que ellos estén todo el tiempo (entre comillas) “viendo a Cristo en mí”, que al final ni experimento gozo, porque es una tarea difícil. ¿Por qué? Bueno, simplemente porque no somos perfectas, porque en nuestras venas todavía está nuestra naturaleza pecaminosa de la que hasta que Cristo vuelva no vamos a escapar.

Yo pienso que lo que tenemos que hacer es replantearnos la meta. Entonces, lo que podemos hacer es anhelar que Dios nos ayude a exhibir el fruto del Espíritu que solamente proviene de una comunión con Dios, pero yo pienso que lo que nosotras necesitamos es que nuestros hijos vean el evangelio en nosotros.

Susi: Exacto.

Betsy: Vean el evangelio en nosotras, porque al final del día solo Cristo fue perfecto, solo él obedeció plenamente. Entonces lo que nosotras queremos es en realidad, sin darnos cuenta, es que 2 Corintios 4:7 sea una realidad en nosotras. Que nuestros hijos nos conozcan como “pequeños cristos” …bueno, como vasos de barro, vasos de barro que contienen este tesoro, el mayor de los tesoros, que es a Cristo.

Cuando yo cambio esta meta, y yo digo: “No, lo que yo quiero que mis hijos vean es que yo simplemente soy un vaso de barro que contiene un tesoro invaluable que es a Cristo”, entonces ya yo no tengo el temor de que mis hijos vean mi debilidad, de que yo pueda demostrarles y mostrarles a mis hijos mi debilidad, mi gran necesidad de Cristo.

Otra manera cómo podemos confrontar ese ideal que es hasta cierto punto imposible, es que nosotros queremos modelar a Cristo en su santidad, pero no queremos modelar a Cristo en el mandato más básico de Cristo a nosotros. Y es tomar nuestra cruz, negarnos a nosotras mismas y seguir a Cristo. Queremos modelar a Cristo en su victoria y en su obediencia perfecta, pero no queremos modelar a Cristo en la manera como él se humilló a sí mismo, en la manera en la que no consideró el ser igual a Dios como algo a que aferrarse, sino que se hizo en forma de siervo y se dio por completo hasta la muerte.

Yo pienso que modelamos a Cristo cuando nuestros hijos nos ven negándonos a nuestros deseos, aun delante de ellos, negándonos a nuestras pasiones. Cuando nosotras tomamos nuestra cruz—¡no estoy diciendo que nuestros hijos son la cruz que hay que tomar! —sino cuando nosotras le damos muerte a todo lo que hay en nosotras que se quiere rebelar en contra de la voluntad de Dios, así entonces nuestros hijos van a ver la obra de Cristo en nosotras.

Van a ver la obra de Cristo a través de nosotras, a pesar de nosotras, en este estilo de vida que nos llama a ser coherentes. Coherentes. ¿Por qué? Porque nos apegamos a Cristo. El fruto del Espíritu se manifiesta en nosotras. El día en que fallamos delante de nuestros hijos modelamos a Cristo cuando pedimos perdón por nuestro pecado.

Susi: Exacto.

Betsy: Porque estamos manifestando la humildad en ese momento, nos estamos dando cuenta que él es todo para nosotros y nosotras no queremos idolatrar nuestra imagen delante de ellos.

Susi: Yo no sé si estás de acuerdo, pero yo creo que, en lugar de pensar exactamente en modelar a Cristo, es que lo que yo quiero es modelar a un seguidor fiel de Cristo, porque yo quiero que mis hijos sepan cómo es que uno le sigue a Cristo de manera fiel. Y entonces no voy a sentir la necesidad de proyectar una imagen falsa de perfección. Porque yo no quiero que mis hijos se crean perfectos. Yo quiero que cuando se ven como pecadores sepan a quién deben recurrir.

Incluso, como tú dices, en mi confesión de mi pecado, en aceptar mi culpa cuando es real, en apuntarles a qué hacer cuando se sienten desesperados. Ellos deben ver en nosotros modelado todo eso. Quizás sea una meta un poco más real para nosotras. Quiero modelar cómo es una seguidora fiel de Cristo.

Betsy:  Ahora en nuestra nueva etapa criando a adolescentes, me he dado cuenta que es más fácil decir qué es lo que hay que hacer, pero se nos hace difícil enseñarles a ellos con nuestra propia vida cómo hacerlo. Y eso que tú dices tiene tanto valor porque te confieso que hay días en los que me despierto con una trenza de emociones y con la cabeza llena de ansiedades o temores.

Qué increíble es sentarme con mis hijos y decirles: “Miren, hoy me siento de esta manera, pero esto no es la verdad acerca de mí. Vengo al Señor para que su palabra sea quien les dé orden e informe a mis emociones, informe la manera de yo verme a mí misma. Y yo decido por la fe creer que, aunque mis emociones se sienten súper reales y presentes, esa no es la verdad absoluta de mí, y yo voy a actuar hoy de acuerdo a esta verdad”.

Es en esos pequeños momentos de discipulado en los que nuestra debilidad nos presenta una oportunidad para que nuestros hijos vean qué pueden hacer o cómo funciona la vida cristiana en la vida real, en la vida real. Y obviamente, en la dinámica del matrimonio, que ellos están mirando de cómo nosotros nos relacionamos mi esposo y yo: si tengo que pedir perdón, si tengo que corregir algo. Venir ante ellos y ser vulnerable y transparente.

Cuando he pecado contra ellos no hay una cosa tan fuerte como una mamá latina hispana que quiere que ella sea el centro de toda la autoridad de la casa, y ¡cómo a veces uno siente ese temor de rebajarse para pedir perdón a nuestros hijos, porque nos van a ver débiles! Qué maravilloso es tener esa libertad en Cristo de poder decir “perdóname”. Porque en ese momento es Cristo, es Cristo en nosotros quien está impulsándonos a ir al arrepentimiento.

 Susi: Guau. Y eso nos ayuda a terminar este episodio pensando en lo que hemos venido diciendo en esta serie: las misericordias nuevas de Dios están cada mañana, como dice el profeta en Lamentaciones. Esas nuevas misericordias que el evangelio nos provee ahí están para esa mamá o ese papá que sabe que no modela a Cristo de una manera perfecta, que sabe que él o ella es el problema más grande en su crianza.

Ahí está disponible esa nueva misericordia. No es una misericordia que excusa a nuestro pecado, pero es una misericordia que nos salva y luego nos va transformando. Y nuestros hijos pueden ver ese ejemplo en nosotros.

Gracias. Gracias, Betsy, por tus palabras de ánimo, de confrontación, y por ser abierta con nosotros para poder entender estos procesos de la vida cristiana.

Betsy: Para mí es un privilegio. Oro que el Señor nos ayude a encontrar ese sentido eterno de todo lo que hacemos, poniendo nuestra mirada en la recompensa que es Cristo, porque cuando vemos a Cristo como nuestra recompensa, todo lo que nosotros hacemos en el día se convierte en un altar en el que podemos sacrificar nuestro orgullo, traer nuestro pecado, un altar de adoración al Señor.

Ahí entonces encontrar nuestro gozo mientras le servimos a él, mientras morimos a nosotras mismas, mientras decimos no a nuestro pecado. Porque la recompensa en Cristo es más duradera, perfecta, satisfactoria, no solamente de este lado del sol, sino lo que nos aguarda. Ahí está realmente nuestra recompensa.

Susi: Amén, amén. Gracias a Dios por esa misericordia, y gracias, Betsy, por estar con nosotros. A ti que nos escuchas, esperamos que esto te anime en esta semana a seguir meditando y profundizando en las nuevas misericordias de Dios en el evangelio. Bendiciones para ti.

Betsy: Un abrazo.

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Autor

  • Susi es la fundadora de Crianza Reverente y anfitriona del podcast, mamá de un adolescente y dos adultos jóvenes, y esposa de Mateo Bixby, uno de los pastores de Iglesia Bautista la Gracia en Juarez, NL, México. Juntos colaboran también en la Universidad Cristiana de las Américas en Monterrey, NL.

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