Conocemos la famosa frase de Efesios 6:4, y reconocemos que nuestros hijos se enojan o se frustran con nosotros en ocasiones, pero ¿qué quiere decir el Apóstol Pablo cuando advierte a los padres sobre provocar a ira a sus hijos? El Pastor Chacho Salcedo nos acompaña una vez más para hablar de algunas enseñanzas que él comparte en el capítulo 7 de su libro Crianza Bíblica. ¡Este no te lo quieres perder!
Reflexión:
- ¿Detectas frecuentemente en alguno de tus hijos un espíritu de ira o rencor? ¿Has investigado a fondo para descubrir sus causas?
- ¿Batallas para decirle “no” a tu hijo? ¿O lo dices demasiado? Pasa un tiempo evaluando si pudieras estar alentando un área de pecado en su vida al rehusar decirle “no”, o si eres demasiado austero e inflexible al decirle “no” cuando debes decir “sí”.
- ¿Por qué provocación a ira debes pedirle perdón a tu hijo hoy mismo?
Transcripción:
Susi: Si eres padre o madre cristiano, seguramente has escuchado la famosa frase de Efesios 6:4: “No provoquéis a ira a vuestros hijos”. ¿Te provoca a ti temor ese mandato? ¿Te causa confusión? ¿Será que debo evitar hacer cualquier cosa que haga que mi hijo se enoje? O, ¿es mi culpa la ira de mi hijo?
Hoy tenemos la oportunidad de hablar una vez más con nuestro hermano Pastor Chacho Salcedo, pastor en la Iglesia Bautista Internacional en Santo Domingo, que también es autor del libro Crianza bíblica que hemos estado leyendo juntos y hablando juntos capítulo por capítulo. Ya estamos en la recta final; estamos en el capítulo 7. Gracias, Pastor Chacho, por estar aquí con nosotros una vez más. Me imagino que tú también en algún momento de tu crianza te preguntabas sobre este mandato, ¿verdad? “No provoques a ira a tus hijos”.
Héctor: Así es. Es una frase que se queda en la mente. Es fácil de recordar, pero difícil y retadora de vivir.
Susi: Sí. Quizás puedas comenzar explicándonos en el contexto de Efesios 6, ahí en ese pasaje, ¿qué realmente crees tú que significa esta frase, para interpretarla bien?
Héctor: Bueno, recordemos que Pablo, cuando les escribe a los efesios, les escribe en un contexto de una cultura grecorromana. De hecho, en ese momento la legislación establecía que el padre masculino tenía plena potestad sobre la vida de su familia, de su esposa y de sus hijos. Al punto que es conocido (de hecho, hay documentos que atestiguan esto) que un padre decidía cuando un hijo le nacía, si lo iba a mantener o no, si lo iba a conservar o no.
De hecho, hay una misiva muy famosa donde un soldado romano le indica a su esposa que está próxima a dar a luz que si nace niña la deseche, y que si nace niño lo conserve. A ese punto era el derecho; vamos a decirlo así, entre comillas, de los padres sobre los hijos. Y eso también no se manifestaba solamente en el nacimiento, sino que en la relación padre-hijo, a lo largo de su desarrollo, el padre ejercía una autoridad total, absoluta, que se desbordó en muchas ocasiones en un autoritarismo y un totalitarismo de parte del padre.
Entonces, cuando Pablo escribe esto, ese era el pensamiento que gobernaba: que los padres tenían absoluta potestad de gobernar la vida de los hijos, y que el sentir y el sentimiento de los hijos era de poca importancia. Por lo tanto, esta frase de que “no provoquen a ira a sus hijos” era contracultural, porque Pablo está diciéndoles a los padres: “Deben tener en cuenta cómo los hijos se sienten con respecto a ustedes”.
Es importante esa reacción emocional que el hijo tiene ante nuestra labor de crianza. Esto era algo, yo diría, sorprendente para la cultura grecorromana, y sobre todo para los padres masculinos. Venían desde esta autoridad legal de hacer absolutamente todo lo que querían con sus hijos, y ahora el apóstol les dice: “Tienen que ser sensibles a cómo sus hijos se sienten”. Ese es el contexto en el que se da esa frase.
Susi: Entonces sería sabio para nosotros no tomarlo como algo explícitamente literal, que cada vez que se enojan mis hijos es mi culpa, o si mis hijos responden con ira a cualquier cosa que yo les diga o que yo les exija, no es necesariamente que yo esté mal, ¿verdad?
Héctor: No, claro. Este pasaje, yo diría que hay dos extremos en los que podemos equivocarnos. Por un lado, están los padres, como ya dijimos, que son tiránicos, que son totalitarios y dictadores hogareños, donde lo que hacen y la forma que proceden con sus hijos, poco les importa lo que los hijos piensen. Los hijos con razón se molestan y se irritan con este liderazgo, que más que un liderazgo es una imposición de las normas y las reglas en el hogar. Se irritan con razón.
Pero hay otro extremo de padres que no lo hacen de manera totalitaria, sino que son padres que están absolutamente intimidados por sus hijos; no quieren bajo ninguna circunstancia que sus hijos se molesten con ellos o que sus hijos los desaprueben como padres. Entonces son padres que tienen un liderazgo—vamos a decirlo así: débil, frágil, gobernado por el temor y por el miedo de la aprobación de sus hijos.
Ninguno de los dos extremos es el bíblico. El bíblico es, o el punto bíblico es, que nosotros debemos gobernar de manera confiada, respetuosa, sensible, pero sí habrá ocasiones en las que nuestro gobierno implicará que nuestros hijos se molesten. Nosotros no debemos preocuparnos con que nuestros hijos se molesten y se irriten en algunas ocasiones, porque el ser humano, pecador, tiende a irritarse cuando otro gobierna su vida o cuando otro le da instrucciones.
Nosotros nacemos con una tendencia a la rebelión y a la insubordinación. Eso es natural en nosotros. Lo que los padres tienen que cerciorarse es que su gobierno es justo, sensible, correcto, bíblico. Y si ese tipo de gobierno produce molestias en sus hijos, los padres deben aprender a convivir con esas molestias y mantenerse firmes, a pesar de que sus hijos se molesten, si es que los padres entienden que su gobierno ha sido justo, sensible y considerado. Pero tenemos que aceptar cierto grado de molestia e irritación.
Ahora, en general, como dice el mismo libro de Proverbios, cuando los justos gobiernan, el pueblo se alegra. En general, cuando los padres están ejerciendo una autoridad sana, funcional y sensible, los hijos tienden a responder. Incluso habrá ocasiones en que se molesten, pero su misma conciencia les va a decir, les va a acusar de que se están molestando sin razón.
Entonces, ese es más o menos la forma práctica de vivir esto. Es ser firmes, pero ser sensibles y mantenernos seguros en Dios de que si hacemos nuestra labor como corresponde, aunque nuestros hijos nos desaprueben y Dios nos aprueba, pues contaremos con su bendición en la crianza.
Susi: Sí, yo creo que eso ayuda muchísimo a los padres para en la vida diaria pensar: no es que yo tenga que evitar siempre que mis hijos se molesten o se enojen, pero si no hay una cultura general en mi casa de gozo, de contentamiento, si es siempre la molestia, siempre el enojo, probablemente haya problemas tanto del lado de los hijos como del lado de los padres.
Héctor: Así es.
Susi: Algo que yo recuerdo…cuando mis hijos estaban pequeños—no recuerdo quién me lo dijo o si lo leí en algún libro—algo que me ayudó mucho es pensar en que eso de provocar a los hijos puede ser a largo plazo. O sea, puede que yo esté haciendo algo ahora que supuestamente hace a mis hijos contentos, pero de aquí a 10 años o 15 años, ellos van a ser provocados a ira porque yo falté en disciplinarles, instruirles de la manera correcta. Entonces no es solamente no provocar la ira en el momento a tus hijos, sino no provocar a una ira contra Dios y contra sus padres de aquí a 10 o 15 años.
Héctor: Por eso es tan importante que nosotros estemos alineados a nivel personal con la Palabra de Dios y que nosotros vivamos nuestra relación con Dios, y nuestra comunión con Dios y el gobierno que ejerce la Palabra sobre mí se vea en la casa, se manifieste en el hogar. Eso es lo que va a evitar, como tú bien dices, que más adelante estos cúmulos de disfunción en mi paternidad se manifiesten. Por eso, la medida de mi paternidad no puede ser solamente lo que el hijo siente hacia mí, sino lo que la Palabra de Dios establece, dispone, que yo deba hacer; no solamente hacer acciones con mi hijo, sino lo que son las actitudes de mi corazón hacia mi labor de crianza.
Pero ciertamente, como tú dices, a veces nuestras disfunciones como padres, y pecados como padres, no se manifiestan de manera inmediata, sino que es más adelante que vemos; entonces, si el hijo se irrita con nosotros porque no procedimos como correspondía, y lo dejamos a la intemperie emocional, y no formamos en él ciertos rasgos que él ahora necesita como disciplina, como firmeza, y pues no lo formamos, ahí él dice: “Bueno, pues estas carencias, se debe a que tú no fuiste firme conmigo”. Increíblemente, se nos devuelve una especie de boomerang estas malas formas.
Susi: Sí, así es. Guau. ¡Qué reto! En el libro presentas, en todo el libro, incluso desde la portada tienes una foto de una pequeña planta que está brotando de la tierra, y el subtítulo del libro dice: Cultivando hijos que den fruto. Usas esta metáfora de la agricultura para representar a la crianza a lo largo del libro. Pero en el capítulo 7, aquí donde hablas de no provocar a ira, ¿qué parte de ese proceso representa? Porque esta imagen mental que tú utilizas en el capítulo a mí me captó, de verdad. Me chocó; me hizo pensar. Me gustaría que lo compartieras con la audiencia.
Héctor: Bueno, esta metáfora de la agricultura es muy apropiada y muy precisa con respecto a la crianza. Se puede ver claramente que son actividades análogas. Entonces, no es casualidad que Pablo en este verso tan conocido de Efesios 6:4 cuando dice: “Padres no provoquen a ira a sus hijos, sino críenlos en la disciplina y la amonestación del Señor”, o la disciplina, instrucción del Señor, pone esta frase de “no provoquen a ira a sus hijos” antes de decir “críenlos”. Porque lo primero que tenemos que cerciorarnos es que la irritación y la ira contra nosotros no está albergada en el corazón de los hijos.
Lo primero que hace un agricultor cuando ve un terreno es ver si en el terreno hay algún tipo de maleza, algún tipo de terreno pedregoso para previo a él sembrar la semilla de la planta que va a sembrar, él tiene que desarraigar. Él tiene que arar el terreno de tal manera que la maleza y los componentes del terreno que impiden que la semilla crezca apropiadamente, pues se tiene que sacar esas cosas previamente. Ahí está la analogía. Yo creo que la ira en el corazón de nuestros hijos, que se ha albergado ahí quizás producto de nuestros pecados contra ellos, hace que la semilla de la crianza, o la labor de crianza, no dé los frutos esperados.
Por lo tanto, debemos poner atención si tenemos que trabajar esto, si tenemos que desarraigar la maleza o la plaga de la ira en el corazón de los hijos, de tal forma que reduzcamos la resistencia que nuestros hijos tienen contra nosotros y contra nuestra labor como padres. Si nosotros no nos ocupamos de sacar la maleza, de sacar las piedras de la ira, la maleza de la rebelión, de la insubordinación del corazón, pues no podremos sembrar. O si sembramos, el fruto será muy poco, muy escaso, muy frágil, muy débil. Esa es la idea; de ahí la analogía de la agricultura y la crianza.
Susi: Me encanta eso. Yo creo, no sé por qué, pero yo creo que es fácil para los padres olvidarnos que nuestros hijos son personas. O sea, tienen corazones que están moldeables, y que ellos son capaces de pensar y discernir, obviamente, mientras van madurando. Casi a veces los tratamos como pequeños robots. Este tipo de metáfora, de imagen mental, nos puede ayudar a recordar en cada momento: mi hijo representa un terreno que yo debo preparar y trabajar. Yo creo que es de mucha ayuda.
Héctor: Déjame darte una brevísima explicación del contexto de este pasaje, adicional a lo que ya hablamos de la cultura grecorromana. En esta porción de Efesios, Pablo comienza en Efesios 5 (5:22, específicamente) hablando de la relación entre esposo y esposa. Luego del 6:1 al 6:4 habla de la relación entre padres e hijos. Y luego del 6:5 en adelante habla de la relación entre amos y siervos.
Son tres relaciones. En cada relación, hay una persona subordinada y hay una persona en autoridad. Pablo le dice un mensaje a cada subordinado y a cada autoridad. A los subordinados, en los tres casos—a las esposas, a los hijos y a los siervos—les dice: “Sométanse de manera voluntaria a esa autoridad”, a la autoridad y a la cabeza que Dios ha puesto: la mujer, al esposo; los hijos, a los padres; los siervos, a los amos.
Pero a la autoridad, a los tres, les da la advertencia de que hagan uso de su autoridad de una manera sensible. A los esposos les dice: “Amen a sus esposas como a Cristo”. A los padres les dice: “No provoquen a ira a sus hijos”, y a los amos les dice que no amenacen y que no ejerzan su autoridad de manera autoritaria. ¿Por qué Pablo a las tres autoridades que están aquí descritas les da esta advertencia? Porque nosotros, los que estamos en autoridad, pecadores también, tenemos la tendencia de abusar de nuestra autoridad.
En el contexto de los padres y los hijos, los padres entienden que sus hijos deben obedecerlos. Y como ellos se sienten con esa licencia: “Bueno, tú me tienes que obedecer”, pecan de autoritarios con facilidad. Pecan de exacerbar su autoridad con facilidad. Entonces Pablo les advierte: no provoquen a ira a sus hijos, en aquellos casos cuando la ira es provocada por pecados de ustedes como padres.
Ese es el contexto. La autoridad humana tiende a desbordarse con mucha facilidad, producto de nuestro pecado. Y nosotros, como esposos, como padres o como amos, debemos tener cuidado de que la autoridad que se nos otorga a los que estamos en autoridad, no la mal usemos y no la ejerzamos de manera desbordada, como típicamente lo hacen los seres humanos.
Susi: Sí, muy importante. Muy difícil, ¿no?, de desarrollar una autoridad sana y humilde y amorosa. Que Dios nos ayude.
Héctor: Así es.
Susi: Yo estaba pensando en esto de provocar a ira, y todo eso, y yo creo que, para los padres, si hiciéramos un sondeo entre padres sobre las cosas que más hacen enojar a los hijos, es cuando les decimos que no, ¿verdad? Eso es un hecho que todos conocemos. Y algunos padres creen que eso es provocar a los hijos: negarles lo que ellos quieren.
En este capítulo nos explicas algo que yo creo que será de mucha ayuda para los padres que batallan para saber cuándo deben decirles “no” a sus hijos. Haces referencia a la historia de Elí. Es una historia súper triste de Elí con sus dos hijos rebeldes. Tú dices en el capítulo 7: “Elí tuvo miedo de enfrentarlos, por lo que el pecado en el corazón de sus hijos se desarrolló sin resistencia”. ¿Cómo este ejemplo de Elí puede ayudar a discernir cuándo es mejor para nuestros hijos decirles que no?
Héctor: Sí, es lamentable, y tiene una enseñanza también subyacente esta historia porque Elí era el líder espiritual de Israel, o uno de los principales líderes espirituales de Israel. Por lo tanto, vemos, lamentablemente, que aún en hogares donde hay un liderazgo espiritual, donde hay una persona que es religiosa y está comprometida con el Señor, puede esa persona descuidar su labor de crianza al punto de que Dios los reprende duramente.
De hecho, los dos hijos de Elí mueren en un mismo día juzgados por Dios por sus perversiones y sus desvíos. Y Elí entonces fallece el día que le informan que sus hijos murieron; se cae hacia atrás, dice, en una silla en que estaba sentado, y se desnuca. Fue un juicio severo contra la paternidad de un hombre que era uno de los principales líderes de Israel. A pesar de que yo tenga un liderazgo espiritual, a pesar de que yo tenga un compromiso con el Señor, con su iglesia y demás, yo puedo descuidar la labor de crianza si no soy intencional con estas cosas. Esa es quizás una primera lección para nosotros.
En el caso de Elí, varias cosas pudieron haber ocurrido. ¿Por qué Elí no enfrentó a sus hijos a tiempo? Dios le dice que él no los estorbó. No les puso resistencia en su pecado. Ellos, por así decirlo, cometían estos actos condenables en presencia del pueblo, contra el pueblo de Israel, y Elí pareciera que hizo algunos intentos, pero fueron muy débiles. Primero pudo haber sido intimidación; a sus hijos él no quería decirles que no, enfrentarlos. Se sintió temor. Sintió miedo de hacerlo.
Porque a veces nosotros le huimos al conflicto con nuestros hijos. No queremos conflictuarnos con nuestros hijos. No queremos discusiones. Quizás llegamos cansados a la casa y no queremos discutir. No queremos tener esa conversación difícil porque ciertamente toda conversación que requiera reprensión tiende a ser difícil.
Ahora yo creo personalmente por lo que he visto en la Palabra que los momentos de reprensión bíblicos cuando los llevamos apropiadamente deberían terminar con gozo. Deberían terminar incluso con una relación más unida. Eso lo vemos en Gálatas 6:1, por ejemplo, cuando dice que nosotros que somos espirituales cuando veamos a alguien en alguna falta, los reprendamos con humildad, con reverencia, no sea que alguno de nosotros seamos tentados también. Pero puede haber una relación mucho más estrecha.
En el caso de Elí, no sabemos si fue eso, si fue intimidación. Pudo haber sido eso—miedo. Pudo haber sido también que Elí estaba muy ocupado con las cosas del pueblo, con las cosas ministeriales, y eso lo sacó de su rol de padre, y quizás en ese sentido absorbido por el trabajo fuera del hogar hizo que descuidara el trabajo dentro del hogar.
Pero también quizá pudo haber ocurrido que Elí era un perezoso en términos de la formación de sus hijos. Porque—¡ojo! —la formación de nuestros hijos requiere dedicación. Requiere entrega. Requiere devoción. Ya hemos hablado de esto aquí. Cuando nosotros tenemos un trabajo que nos absorbe y llegamos a la casa, como dije hace un momentito, a veces uno llega agotado, emocionalmente exhausto, y comenzar a lidiar con hijos es cuesta arriba.
Entonces por cualquier razón, sea intimidación, sea exceso de ocupación, o sea pereza, Elí no enfrentó a sus hijos en el momento que debió hacerlo. ¿Cuándo nosotros debemos decirles que no a nuestros hijos en alguna tarea, alguna actividad, en algo que ellos quieran? Bueno, cuando él “no” tiene una justificación que entendemos es moral, espiritual. Cuando es un “no” arbitrario, “no” porque “no” (porque tenemos a veces en la mente que decir que no es bueno, para que aprendan, y tenemos este concepto en nuestra mente de que quizás él “no” los enseña más que él “sí”), bueno, cuando el “no” tiene una razón de ser, el “no” debe ser la respuesta y debemos explicarla de manera paciente.
¿Por qué debemos explicar los “no” de manera paciente? Porque un “no” no explicado, valga la redundancia, genera rebelión. Cuando a mí me dicen que no de manera arbitraria en algo que yo quiero, y yo no entiendo la razón, yo lo que pienso es que la persona tiene algo contra mí, y me rebelo contra esa persona. Entonces los “no” que no son explicados por los padres generan insubordinación y rebelión, y eso eventualmente también produce más problemas dentro del hogar.
Entonces el “no” está diseñado para poner límites a nuestros hijos, pero tienen que tener una explicación, porque en la explicación no solamente cuido en que el corazón de mi hijo no se insubordine, sino que también lo estoy ayudando a pensar bíblicamente. Porque cuando yo le explico el “no” de una manera bíblica, él entiende: “Ah, ya yo entiendo la razón por la que papá, por la que mamá me dijo que no. Y quizás no me gusta que me digan que no, pero la razón me fue dada. Por lo tanto, me están enseñando a pensar”.
Esta historia de Elí es muy, muy aleccionadora para nosotros, definitivamente. Es una historia triste y vergonzosa, yo diría, de que un líder del pueblo de Israel haya experimentado o tenido un hogar como este.
Susi: Sí. Yo estaba pensando en esa idea de resistir, como tú dices, el desarrollo del pecado en el corazón de los hijos. Yo pensaba mucho en las mamás de niños muy pequeños que sienten que pasan todo el día diciéndoles que no a los niños. Porque los niños muy pequeños, por ejemplo, no se puede razonar todavía con ellos, muchas veces, de una manera extensa. Pero yo pensaba: cuánta motivación, o esperanza, puede dar esto a las mamás que sienten que pasan todo el día diciendo que no, pero lo que están haciendo es, ayudando al corazón de su niño a resistir el pecado.
Aun cuando están tan pequeños que todavía no puedo explicarles todo, aunque estoy de acuerdo que desde una edad pequeña les demos razones bíblicas—hay que tener cuidado porque hay mucho hábito, por lo menos aquí en México he visto mucho hábito de padres hasta decirles mentiras a sus hijos de por qué no pueden o por qué no se puede hacer algo. Pero pienso para las mamás en particular de niños pequeños, esto da esperanza. Tú pasas todo el día ayudando a tu hijo a desarrollar una resistencia al pecado, a la rebelión, aun cuando no entiende. Y así, mientras va creciendo, tú le empiezas a explicar las razones y él va desarrollando ese discernimiento y esa comprensión.
Héctor: Sí. Dos recomendaciones con las mamás de niños pequeños:
Número 1: Decimos que no; el niño va a insistir en cambiar nuestro no. Yo me mantengo firme. Yo me mantengo firme. No tengo que perder la paciencia, no tengo que hablarle mal, no tengo que atropellarlo. Me mantengo firme en mí “no”. Él va a desistir, y entonces en las próximas ocasiones, cuando yo diga que no, que él ya se haya percatado que cuando yo digo que no es que no, él va a dejar de ser tan insistente. La primera recomendación es: seamos firmes con nuestro “no” sin perder la paciencia, sin atropellar al niño.
Número 2: También cuando digamos que no, mantengámonos firme y tratemos de distraerlo con otra cosa para que se le pase de la mente esa insistencia, esa obsesión que quizás el niño tiene. Quizás hay algunos niños que tienen algunas condiciones que los llevan a empecinarse más con una cosa. Eso ya requiere un tratamiento especial, y no tenemos el tiempo aquí para tratar todas esas condiciones, pero yo diría que esas dos recomendaciones son muy útiles para tratar con niños pequeños: de que nuestra firmeza se mantenga, y ellos así dejan de tratar en el futuro de doblar nuestro pulso, y también distraerlo con otras cosas para que el niño deje su empecinamiento con una determinada petición.
Susi: Sí, nuestros hijos sí se dan cuenta cuando somos firmes y cuando no somos firmes.
Héctor: Claro.
Susi: Algo que yo estaba pensando en este capítulo, es cuando hablas del peligro de la plaga de la ira, que muchas veces en la adolescencia es cuando empezamos a ver algún problema, enojo, molestia. Yo pensaba mucho en los padres que ahora ya han llegado a tener hijos adolescentes o quizás preadolescentes que ya están mostrando esas cosas, esas condiciones. ¿Cómo puede un padre o una madre intentar cambiar ahora el rumbo? Si están dando cuenta que las cosas no están bien, que quizás han provocado a ira a sus hijos, ¿qué recomiendas para que comiencen a reparar ese daño, y empezar a restaurar una relación con sus hijos?
Héctor: Sí. Como hemos dicho en otras ocasiones, todo esto que estamos hablando tiene que ir paralelamente acompañado y bañado de oración por nuestros hijos. El corazón de nuestros hijos está en las manos de Dios, y Dios es que cambia el corazón. Entonces tenemos que acostumbrarnos; tenemos que hacer de ello un hábito. Tenemos que llevar a nuestros hijos ante el trono de Dios para pedir por sus corazones, por sus mentes, para que Dios los persuada, los cambie, los quebrante en algunas ocasiones.
Como lo que acabas de preguntar, que en ocasiones nos percatamos de que nuestros hijos adolescentes ya en una edad en la que comienzan a pensar solos, en la que tienen sus propias posturas, nos damos cuenta que están irritados, airados con nosotros, y cuando hacemos una introspección, nos damos cuenta que sí, que puede haber ocasiones o muchas situaciones en el pasado en las que yo fui culpable, por así decirlo, de su ira y de su rebelión. Yo diría: comienza haciendo eso—una introspección de lo que pudo haber pasado antes que condujo a tu hijo, quizás, a una rebelión contra ti, o a levantar, por así decirlo, una muralla contra ti o frente a ti para no comunicarse, para no tener acceso y conexión contigo. Eso, por un lado: introspección.
Número dos, si encuentras algo, admítelo primero delante de Dios. Arrepiéntete delante de Dios. En segundo lugar, habla con tu hijo de manera transparente y dile: “Hijo, yo he estado pensando en mi comunión con Dios que yo en el pasado hice cosas que realmente pudieron haber herido tu corazón. Yo te quiero pedir perdón por eso. Yo quiero que esas cosas queden atrás, que sean perdonadas, y yo en el futuro comprometerme con que estas cosas no vuelvan a ocurrir. Pueden volver a ocurrir porque soy un pecador, pero cuando vuelvan a ocurrir yo estaré dispuesto a volver a admitir mi pecado, mi falta delante de ti. Y yo quiero reconstruir, por así decirlo, restaurar nuestra relación en base a eso”.
Yo diría que es el único camino que tiene el creyente para reparar el daño cometido contra una persona: el perdón—el perdón que hemos recibido nosotros del Señor, también el perdón que nuestro hijo nos pueda conceder, y poder reconstruir y restaurar esa relación.
Susi: Yo creo que con los adolescentes también es comenzar a evaluar si los estoy tratando todavía como niños en lugar de como los semi adultos que son, mostrarles ese respeto y hacerles preguntas, mostrar que quiero escuchar de ellos. A veces es más fácil escuchar a niños pequeños que escuchar a adolescentes porque ya tienen ideas que…
Héctor: Has tratado un tema; has puesto un punto vital: muchas veces la falta de ajuste en mi relación con mi hijo adolescente hace que ellos se sientan irritados contra nosotros porque los seguimos tratando como niños. Ellos no sienten que confiamos en ellos. Ellos no sienten que pueden opinar. Y tienen una opinión y tienen una postura. E incluso a veces tienen una postura y deciden no expresarla porque lo que notan es que inmediatamente expresan la postura, yo juzgo la postura. La condeno antes de preguntarles: “¿Por qué tú piensas así? Cuéntame”.
Y que ellos sientan que hay un ambiente donde ellos pueden expresar su postura. Porque si ellos no expresan su postura, yo no tendré manera de conocerla y corregirla apropiadamente. Entonces yo creo que eso que tú has dicho es fundamental, porque puede ser que hayamos hecho bien el trabajo, pero si no hacemos el cambio en la mente y en nuestra conexión con ellos ya como personas pensantes que son, eso solo les produce a ellos mucha irritación y molestia.
Susi: Así es. Tenemos que entregar a nuestros adolescentes y preadolescentes al Señor. No los podemos controlar. Podemos entregarlos al Señor y pedirle al Señor que obre en sus corazones y que nos capacite para ser padres que no provoquemos a ira a nuestros hijos.
Bueno, ya se nos ha acabado el tiempo de este episodio. Gracias, hermano, por acompañarnos una vez más. Todavía nos queda un capítulo más del libro, un episodio más en esta serie. Estaremos contigo otra vez la próxima semana. Gracias por acompañarnos.
Héctor: Gracias.