¿Te has sentido desesperada porque estás encerrada en casa? ¿La ansiedad te asedia? La energía inagotable de pequeñas personas junto con otras presiones como la inseguridad económica y el aislamiento, pueden provocar impaciencia e irritabilidad en las mamás. ¿Será que así debemos vivir la cuarentena? ¡Hablemos sobre la causa y la solución divina para el mal humor!
Recursos:
No tengo paciencia con mis hijos pequeños
¿Por qué me desesperan mis hijos?
Libro: Ídolos del Corazón por Elyse Fitzpatrick
Transcripción:
Muchas mamás, y creo que también una buena cantidad de papás, nos encontramos encerrados en casa estos días. Algunos educan en casa como costumbre, así que la vida no ha cambiado de manera tan extrema quizá para ustedes, pero para las que acostumbramos mandar a nuestros hijos a la escuela diariamente, ¡y a nuestros esposos a la oficina!, la vida diaria ha cambiado mucho en estas últimas semanas por la situación de cuarentena en la que medio mundo se encuentra. El covid-19, o coronavirus, nos ha obligado a dejar actividades sociales, trabajos, cultos y reuniones de la iglesia, a cancelar viajes (nosotros hasta ahora tenemos 3 viajes cancelados en estas semanas). Es como si alguien hubiera metido la mano al frasco de nuestras vidas, y haya revuelto todo, y luego le haya puesto la tapa, ¿no?
No sé de ti, pero en este tiempo he visto bastantes cosas acerca de mi propio corazón y vida. He experimentado batallas y luchas espirituales y emocionales, he visto actitudes y escuchado palabras salir de mi boca que casi me han sorprendido. ¿Te has sentido en algún momento de este tiempo como si estuvieras en medio de una experiencia de esas fuera del cuerpo? ¿Como si te estuvieras observando a ti misma desde afuera y no te conoces? Yo sí.
Pero aquí está la trampa. Siendo sincera conmigo misma, marzo y abril del 2020 no es la primera vez que yo demuestro impaciencia e irritabilidad con mi esposo y mis hijos. No puedo decir que nunca antes he tenido una falta de contentamiento e inquietud fuerte por querer cambiar mi situación, por salir de mi casa, por juntarme con las amigas, o por viajar cuando yo tenía que viajar. Ha habido situaciones anteriores en mi vida que han provocado ansiedad y preocupación, que han hecho que mi mente corra sin licencia pensando en todos los posibles escenarios en los que mi familia o mis amigos se enfermen. ¿A qué voy?
Covid-19, la cuarentena, el aislamiento, la posibilidad de enfermarse, y las inconveniencias no son los culpables de mi mal humor. No producen malas actitudes y falta de contentamiento en mi corazón. Nada de lo que ha salido de mí en estas semanas es algo nuevo. Ahí ha estado siempre. Voy a robarle una ilustración a un maestro mío de la universidad. Él decía que nuestra vida es como una bolsita de té. El agua representa las situaciones que la vida nos presenta. Todos sabemos que cuando preparamos té, nunca le echamos la culpa del color que agarra al agua. Es obvio que el agua estaba limpia, así que el color que agarre esa agua después de meter la bolsita tiene que ser de esa bolsita. ¿Qué sucede cuando metes una bolsita de té seco en agua fría? Lentamente sale un poco de color del té, pero no es mucho el sabor y color que vas a ver. Pero ¿qué sucede cuando pones esa bolsita en la taza, y sirves agua hirviendo sobre la bolsita? Inmediatamente el agua cambia de color y suelta todo el sabor que estaba en ese té seco.
Así es con nuestros corazones. Me duele admitirlo, pero es necesario. Dios ha estado trabajando mucho en mi corazón estos días, mostrándome que no son mis hijos que provocan impaciencia en mí cuando ellos no hacen lo que les pedí. No es mi esposo que provoca irritabilidad porque me mueve mi horario que yo tenía en mente, o porque pone música que me fastidia. No es un virus lo que provoca ansiedad. Es MI CORAZÓN. Todo eso ya estaba ahí, y el agua hirviendo de esta situación anormal y extraña está sacando sabor y color que estaba enterrado en esa bolsita, que es mi corazón.
Entiendo que no todos nuestros cerebros funcionan igual, y todos tenemos las mismas luchas, pero creo que hay algunas cosas que sí tenemos en común. Yo me imagino que casi todos, si estás pasando algo parecido a mi situación, hemos tenido que luchar de alguna manera con el mal humor, la impaciencia, la ansiedad, etc. Quizá tú tienes que seguir trabajando, y tienes mucha preocupación por el bienestar de tus hijos porque no puedes cuidarlos y luego tienes que llegar a exponerlos posiblemente al virus. No sé cuál sea tu situación, pero hay varias cosas que creo que muchos tenemos en común, y creo que juntos podemos identificar algunas fuentes o causas de lo que está sucediendo.
Perder el control
Creo que una de las cosas principales que causa el mal humor y la inquietud es la pérdida del control. Aquí en México es común que los esposos le digan de apodo a sus esposas “mi reina”. Y mira que es literal, ¿no? Somos las reinas de la casa. Manejamos menús y horarios y vestuarios y calendarios, entre otras cosas. Y déjame aclarar que esto no es malo en sí. Yo sé que, en mi caso, mi esposo ha dejado muy claro que yo le ayudo mucho cuando me encargo de muchas de las cosas diarias de la casa. En su caso, siendo administrador de una universidad, maestro y pastor de una iglesia, le libera mucho tiempo para servir a Dios.
PERO, ¿qué sucede en nuestros corazones al tener ese control? Sobre la marcha, es posible que se vaya haciendo parte de nuestra identidad, y ese sentido de control nos gusta, y llega a ser un ídolo. Y ahora viene una situación externa y me revuelve todo el horario, la agenda, la posibilidad de conseguir la despensa que acostumbro, mi tiempo a solas para mí. Y encima, para algunas, ahora el esposo está mucho más tiempo en casa y observa cosas que quiere cambiar, o simplemente tiene otras ideas o expectativas sobre cosas que normalmente yo manejaba. Y ¿cómo respondo? “Ahhhhh. ¡Perdí el control!”.
Cómo odiamos perder el control. Realmente nos encanta que nos consideren “reinas” del hogar y que dejen en nuestras manos ese control. El autodominio es parte de nuestra rebeldía en contra de Dios. Eva lo empezó y somos sus hijas 100%. Yo quiero tener el control. Eso me da algún sentido de tranquilidad, de identidad. Perder el control me pone de mal humor, me hace estar insatisfecha e inquieta. Y la reacción más natural es comportarme mal hacia otros.
Egoísmo
Otro problema de corazón que ha salido de mi bolsita de té en estos días es que estoy descubriendo de manera más profunda, cuán egoísta soy. Esto pudiera parecerse un poco al punto de control, pero creo que es algo diferente. A veces no quiero hacer algo como otro quiere, o me molesto con mis hijos o con la vecina, o con quien sea, simplemente porque no se están haciendo las cosas como a mí me gusta. Está provocando algo incómodo para mí, algo que me cuesta, algo que no “va” con mi personalidad, según yo. El punto es que mis preferencias y gustos son centrales. Entonces, si decidimos jugar un juego en familia, pero yo no estaba de humor para un juego, o no es el que me gusta (¡desafortunadamente son muy pocos los juegos de mesa que me gustan jugar!), entonces juego de mal humor. Todos tienen hambre y ya quieren cenar, pero acabo de dejar la cocina limpia de la comida hace un rato y no me parece conveniente todavía preparar la cena. Justo cuando me siento para trabajar en un proyecto tranquila y me empiezo a concentrar, alguien necesita ayuda con algo que solo yo puedo ofrecer.
¿Cuál es el punto de todo esto? Estoy reconociendo cuánto me centro todavía en mí misma. Yo sé que esto no es algo nuevo. Es un área que Dios ha hablado muchas veces a mi vida, incluso ¡he escrito artículos sobre el tema y todo! Pero obviamente, el agua más caliente de esta situación ha sacado un sabor amargo que todavía está ahí. Mi corazón siempre va a tender hacia el egocentrismo. Siempre voy a ser tentada a centrar mi vida y mi familia en mí misma. Yo, mis preferencias, mis gustos, siempre corren el peligro de recibir demasiada atención y prioridad. E irónicamente, como seguramente has descubierto en tu vida también, estoy más infeliz, molesta, triste, y ansiosa que nunca. Buscando agradarme a mí misma, sea con la comida que yo quiero, o ver la serie que yo quiero, o tener mi tiempo a solas, o dormir más, o tener la casa bien ordenada a expensas de la salud emocional de mis hijos… Sea lo que sea que yo busco para agradarme a mí misma, nunca me dará satisfacción, paz en mis relaciones, y comunión íntima con Dios. Simplemente no funcionan así las cosas.
Alimentando la carne
Cuando me importa demasiado el control y la comodidad, alimento la carne. Esto es algo que Dios me ha estado mostrando. Hace unos días leí la historia de David y su pecado con Betsabé. Antes de David ceder a la carne y cometer adulterio con Betsabé, cedió a su carne en el área de flojera. Bueno por lo menos así yo lo veo. El pasaje de 2 Samuel 11 que narra esta historia, deliberadamente comienza destacando el hecho de que David debía haber salido a la guerra con su ejército. Era su deber. Quizá David estaba experimentando falta de contentamiento en su rol como Rey, quizá no tenía ganas de salir a la guerra. La guerra es incómoda y fea, pero era su responsabilidad. Al ceder a la flojera, se expuso a un pecado más grave, y a otro y así se encadenó una de las historias más tristes de la Biblia. El hombre conforme al corazón de Dios entró en el ciclo vicioso de ceder a su carne, y terminó perdiendo a su pequeño hijo y trayendo dificultad sobre su familia para siempre. Este mismo ciclo me puede pasar al ceder a mi carne, queriendo tener el control.
Quiero mencionar una cosa más que me ha sorprendido como una causa de estar de mal humor con mis hijos a veces. Gracias a Dios por mostrármelo porque creo que nunca se me hubiera ocurrido por mi cuenta. Pasar más tiempo en casa con mis hijos, sin el ajetreo que normalmente tenemos cuando ellos están en sus clases y actividades de secundaria, preparatoria y universidad, me ha hecho darme cuenta del hecho de que ellos todavía tienen muchas áreas de oportunidad. Ahora, esto debe darse por hecho, y si me hubieras preguntado hace un mes si mis hijos tenían áreas de oportunidad yo te hubiera contestado rápidamente que sí. Pero ahora me doy cuenta de que cuando andamos muy ocupados y ellos tienen en qué ocupar su tiempo, es más difícil para ellos y para nosotros como padres identificar sus necesidades espirituales porque todos andamos en tipo piloto automático. Y yo estoy descubriendo que quizá yo he encontrado algo de mi identidad en el hecho de tener “buenos muchachos” como mis hijos. Ver sus áreas de necesidad a veces me irrita, por uno porque siempre el pecado de alguien con quien vives te puede irritar. Pero creo que va más allá de eso en que yo permito que eso refleje sobre mi crianza. Yo puedo pensar cosas como, “mi hijo ya no debe comportarse así porque yo le he ensenado mejor” y cuando lo hace, yo me impaciento o me desespero con él. Este tipo de conducta y actitud hacia mis hijos es carnal. Es egocéntrica. ¡El pecado y la inmadurez de mis hijos no tienen nada que ver conmigo! No se trata de mí.
Volvemos a lo mismo. Control y egocentrismo. Mi carne lucha por dominar las circunstancias de mi vida, y por agradarme a mí misma, y esto se hace dolorosamente evidente en mis relaciones con mi familia. Estoy llegando a la conclusión que esta es una lucha de la cual nunca me voy a deshacer. Siempre estaré luchando contra la carne. El corazón engañoso que menciona Jeremías 17:9 siempre estará conmigo hasta que Dios me restaure completamente en la eternidad.
Me gustaría poder decirte que batallé unos días y que ahora estoy super bien y todo es color de rosa y ya no me molesto con mis hijos o con mi esposo. Pero no es así. Pero sí quisiera compartirte algunas cosas que Dios me ha ido mostrando que han sido de mucha ayuda. No es nada nuevo, pero seamos honestos, sabemos que lo que necesitamos nunca es algo nuevo, siempre es la misma antigua historia. ¿Conoces ese antiguo himno llamado “Dime la antigua historia”? Permíteme leerte una parte de su letra. No te lo voy a cantar porque no creo que sea de mucha edificación, pero te lo voy a leer:
Dime la antigua historia del celestial favor,
de Cristo y de su gloria, de Cristo y de su amor.
Dime esa grata historia con lentitud,
y así conoceré la obra que Cristo hizo por mí.
Dímela con frecuencia, pues soy dado a olvidar,
y el matinal rocío suele el sol disipar.
Dime tan dulce historia con tono claro y fiel;
murió Jesús, y salvo yo quiero ser por él.
Dime esa historia siempre, si en tiempo de aflicción
deseas a mi alma traer consolación.
Dime la antigua historia, cuéntame la victoria, háblame de la gloria de Cristo y de su amor.
(Letra: Catherine Hankey)
Nada me ayuda tanto a quitar mis ojos y mis sentimientos de mis propias necesidades y desilusiones y frustraciones como poner mis ojos en la cruz. Meditar en el Evangelio. Son verdades que muchas veces no se nos hacen tan prácticas a primera vista, pero ¡sí lo son!
Esa antigua historia me recuerda qué hacer con mi pecado. Mi pecado es el problema real en todo esto. Sí hay pecado de otros, pero primero y más grande está el problema de MI pecado. El Evangelio me dice qué hacer. Correr a Cristo que ya hizo la obra para que ese pecado quede perdonado y abandonado. El que dio su vida para mí no me dejará luchar contra mi pecado sola.
Esa antigua historia igualmente me dice qué hacer con el pecado de mi esposo y de mis hijos, y de mis vecinos que ponen música o dejan basura, y de mi amiga que me insultó por Messenger, y etc., etc. Otros van a pecar en contra mía. Es un hecho. Y el pecado que más se me hace evidente, que es más fácil para mí notar, es el de mi familia. Un día me llegó un mensaje de alguien diciéndome que le parecía que yo tenía la vida perfecta, el matrimonio perfecto, y que nunca tenía problemas como ella. ¡Yo literalmente me reí en voz alta porque eso es tan lejos de la realidad!
TODOS batallamos con pecado y vivimos con pecadores. ¿Qué me dice esa antigua historia sobre el pecado de otros? Que Cristo murió por ellos. Su pecado no es peor que mi pecado, y yo no merezco más el amor de Cristo que mis hijos o mi esposo. Debo tratar el pecado de ellos exactamente como deseo (y sé) que Cristo trate con mi pecado. Y quiero animarles a mis familiares a correr a Cristo igual como yo debo hacer. De hecho, esta es la mejor actividad familiar que podemos hacer juntos—correr a Cristo. Hay perdón en la sangre de Cristo, para mí y para mi esposo y para mis hijos. Yo puedo llevar la frustración del pecado que otros cometen en contra de mí al mismo lugar que llevo mis pecados. Sé que Cristo tiene el poder de producir arrepentimiento y fe en sus corazones como en el mío.
La antigua historia también produce esperanza y adoración en mi corazón. Meditar en las verdades del Evangelio, escuchar himnos con letra llena del Evangelio, leer o escuchar la Palabra, recordar la misericordia de Dios, produce adoración y esperanza. Y aquí llegamos a la verdadera solución al mal humor. Si queremos establecer una actitud opuesta al mal humor, sería esta. Adoración. El corazón que está adorando a Dios no puede estar de malhumor. El objeto de adoración del corazón malhumorado es uno mismo. Cuando el enfoque de adoración cambia a Dios mismo, la actitud y disposición cambia también. Una mente enfocada en las verdades del Evangelio producirá un corazón enfocado en adorar al Dios del Evangelio.
Esta es una lucha diaria para mí, y me imagino que para muchas otras mamás. Quiero aprovechar este tiempo con mis hijos y mi esposo. Quiero modelar para mis hijos que una relación íntima con Dios puede producir contentamiento y paz en medio de una situación difícil, y puede producir paciencia y amor entre nosotros como familia. Necesito la obra sobrenatural de Dios en mi corazón para que esto sea una realidad.
¿Has visto un deseo de controlar tus circunstancias para que todo se haga a tu manera? ¿Has visto ese egoísmo en tu corazón? Corre a Cristo, repasa la antigua historia, y ríndete en adoración a Dios esta semana. Que Dios derrame de su gracia sobre nuestros hogares durante este tiempo tan difícil. Gracias por siempre acompañarnos. Nos vemos la próxima semana.