“El amor de una madre es el mayor que existe”.
“Tan natural como el amor de una madre”.
“La madre que no ama a sus hijos no es una madre”.
“El amor de una madre es el sentimiento más puro y natural”.
Todos hemos escuchado y pensado ideas como estas.
¿Es necesario enseñarle a una mamá nueva a amar a su bebé?
Quizás necesite aprender a cambiar un pañal, alimentar correctamente a su bebé, y algunas otras cosas. Pero amar a su bebé normalmente no está dentro del plan de estudios en un curso para nuevas mamás. Porque “el amor de una madre es lo más natural del mundo”.
Bueno, así lo pensamos. ¿Será cierto?
En Tito 2:3-5, Pablo manda que los pastores enseñen que “las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no esclavas del vino, maestras del bien; que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada.
El verso 4 dice claramente que las mujeres jóvenes necesitan aprender a amar a sus esposos y a sus hijos. Si tienes más de 24 horas de casada, sospecho que no dudas de tu necesidad de aprender a amar a tu esposo. Y eso de ser prudente y sumisa, ¡ni se diga! Pero ¿amar a tus hijos? ¿Es posible que el amor maternal bíblico no sea tan natural como comúnmente creemos?
Seguramente habrás escuchado que el amor verdadero no es una emoción. El problema es que cuando se trata de ser mamá, hay muchas emociones (y hormonas) de por medio. ¿Cómo puede, entonces, una madre y esposa cristiana saber si está practicando el amor bíblico en su hogar? ¿Cómo se ve tal amor? Para contestar esta pregunta, la Palabra de Dios nos da mucho material que nos puede ayudar a detectar áreas comunes en las que fallamos en amar bíblicamente a nuestros esposos e hijos.
De manera universal, aceptamos que 1 Corintios 13 da la más completa y detallada descripción del amor en la Biblia. Su famosa y poética introducción adorna muchos cuadros y la citamos en muchas bodas: “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe” (1 Cor. 13:1). Es un pasaje hermoso. Pero ¿alguna vez has meditado sobre cómo tendrías que vivir para reflejar el amor de I Corintios 13? Acompáñame al considerar algunas frases e identificar situaciones específicas en las que no practicamos este tipo de amor:
- El amor es sufrido… cuando mi bebé llora por horas sin parar; cuando mi pequeño no deja de pegar a otros niños; cuando mi adolescente me insulta.
- Es benigno… con mi esposo cuando no es considerado conmigo; con mi hijo de 7 años que queriendo ayudar a lavar la ropa, puso cloro en la ropa de color; con mi suegra que me dice constantemente como le fallo a mi esposo.
- El amor no tiene envidia… de Mari porque su esposo la saca a pasear cada fin de semana y le paga a una niñera; de mi esposo porque no tiene que estar encerrado en la casa todo el día; de Juany porque a su hijo le dieron beca para estudiar medicina en una buena universidad.
- El amor no es jactancioso… presumiendo cada logro de mis hijos con mis amigas; comparando el estado limpio y organizado de mi casa con el de mi vecina.
- No se envanece… pensando en todo lo que mi esfuerzo ha conseguido en la vida de mis hijos.
- No hace nada indebido… permitiendo que mis hijos participen en actividades o tengan influencias negativas espirituales; dejando de congregarnos para “priorizar a la familia”; resguardando pecados preferidos en mi propia vida.
- No busca lo suyo… creyéndome la mentira de que “me merezco tiempo para mí”; viendo películas y programas solo porque me gustan sabiendo que me son de estorbo; haciendo decisiones de actividades y amistades basadas en mi propio bien en lugar del de la familia.
- No se irrita… cuando he limpiado vómito por décima vez en una hora; cuando he contestado la misma pregunta 20 veces; cuando mi esposo deja la toalla en el piso después de 20 años de pedirle que no lo haga.
- No guarda rencor…por tener que dejar MIS actividades para dedicarme a SUS necesidades; cuando mi hijo es grande y no me da dinero o no me busca como me gustaría.
- No se goza de la injusticia, más se goza de la verdad… cuando mi hijo es atrapado en una mentira y en lugar de ayudarle a cubrirlo, le animo a la confesión y restauración.
- Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta… y confieso mi pecado cuando no lo hago.
- El amor nunca deja de ser… sólo porque está recibiendo el amor eterno del Padre de Amor.
Como aplicación de este pasaje, te propongo esta definición del amor bíblico de una madre: la búsqueda desinteresada del bienestar espiritual, físico, y emocional de la familia, cuidadosamente buscando definir el “bienestar” como Dios lo define.
¿Amas a tus hijos? ¿Buscas sin interés propio las prioridades de Dios para ellos? Más que guapo, inteligente, bien educado, reconocido, exitoso —más que todas estas cosas—, Dios desea que tu hijo sea manso, humilde, sumiso, y amoroso. Que sea como Cristo. Que sea una persona de fe y confianza en el Dios soberano. Que le conozca. Estas son las prioridades que Dios tiene para tu familia.
Amar de esta manera tan profunda, tan altruista, tan noble está más allá incluso de una madre. Necesitamos la gracia de Dios para amar así.
Amar de esta manera… no es tan natural.
Este artículo fue publicado primero en Palabra & Gracia.