¿Qué tan frecuentemente te encuentras preguntándote lo que otros pensarán? Considera un momento si sueles utilizar el ¿qué dirán? como una estrategia para motivar cierta conducta en tu hijo. Criar con el temor al hombre como motivación propia, o como método en la crianza, es anti-Evangelio, y terminará apuntando a nuestros hijos hacia la destrucción en lugar de hacia Cristo. Únete a esta conversación con Pedro para identificar y desarraigar el temor al hombre en tu hogar.
Transcripción:
Susi: Esta semana, después de tener varias conversaciones con diferentes padres de familia, contemplaba yo cómo la crianza de los hijos tiene la capacidad de retarnos en todos los aspectos de nuestra persona, probablemente más que cualquier otro reto en la vida. Nuestro ser interior y exterior, emocional, espiritual—todo—eventualmente va a ser retado en esta aventura de la crianza.
Hemos venido llevando una serie sobre los retos más comunes diarios que enfrentamos los padres. Quizás te has dado cuenta que estamos intentando variar estos temas entre retos que son más de los padres, otros que son más de los hijos y otros que todos tenemos que enfrentar. El tema de hoy definitivamente es algo que cada padre, cada madre y también cada hijo va a tener que lidiar con él, y es el temor al hombre.
Para hablar de este reto, hemos invitado a Pedro Blois a estar de regreso en el podcast. El año pasado Pedro y su esposa Gaby participaron en un episodio de la serie que hicimos sobre los atributos de Dios, y a mí me fue de mucha bendición cómo Pedro se acercó al tema de la santidad de Dios. Ese es el episodio 146 si lo quieres escuchar.
Pedro, me da mucho gusto que puedas estar otra vez aquí. Gracias por aceptar el reto, como diríamos.
Pedro: Es una alegría, Susi, poder estar de nuevo con vosotros. Es un privilegio. Gracias.
Susi: Pedro es brasileño; si le escuchas un poco extraño su acento, lo estás intentando ubicar, pues Pedro es brasileño, pero fue criado por bastantes años en Uruguay. Y ahora tiene bastantes años viviendo en Granada, España. Cuéntanos un poquito, Pedro, de tu familia, cuántos hijos tienes, y recuérdanos el nombre de tu iglesia ahí en Granada, por si acaso alguien esté escuchando que vive por esos rumbos.
Pedro: Claro. Mi iglesia se llama Luz de las Naciones, en Granada. Tenemos ya 24 años de edad como iglesia. Yo estoy casado con Gabrielle Wetzel, que es norteamericana, pero también como yo, hija de misioneros. Ella se crio en Cochabamba, en Bolivia. Llevamos ya 19 años de casados; el año que viene ya cumplimos 20.
Susi: Oh, ¡muy bien!
Pedro: Sí, muy felices—un matrimonio bendecido. Y el Señor nos ha regalado tres niñas: Rebeca, Isabel y Ana, de 13, 11 y 7 años de edad.
Susi: Gracias a Dios. Una etapa de vida muy interesante.
Pedro: Pues sí, la verdad es que sí.
Susi: Y puras niñas. ¡Qué lindo! Eres un papá bendecido.
Pedro: Lo soy. Es verdad.
Susi: Pedro, gracias por aceptar hablar de este tema, porque realmente no es un tema fácil. Pero creo que es un tema que es un reto, especialmente en Latinoamérica. Yo te confieso que pocos patrones de pecado me han causado más tristeza al verlos dañar a una familia como es el temor al hombre.
Siento que es como una epidemia y que muchos ni hablamos de eso. Ni nos damos cuenta de este problema que está muy arraigado. Así que yo creo que nos conviene empezar con lo básico. Primero, quizás nos puedas ayudar a entender a qué nos referimos cuando decimos “temor al hombre”, y bíblicamente, cómo debemos pensar sobre este reto y sus causas.
Pedro: Muy bien. Vamos a comenzar con una definición. Sería interesante, tal vez, dividirla en tres puntos para ayudarnos a sistematizar un poco el principio antes de pasar a una aplicación. Primero, el temor de hombres puede definirse como un deseo desordenado por la aprobación del otro, una búsqueda desmedida de agradar a los demás, de obtener su reconocimiento, su aprecio.
Es importante notar que hablamos de un deseo desordenado, de algo desmedido, porque hay un sentido en el que es loable que queramos agradar a los otros. Es cierto, la gentileza, la condescendencia, son ciertamente virtudes cristianas. El respetar al otro es algo bueno, pero al respetarlo excesivamente es un acto pecaminoso.
El problema es cuando esa idea de respetar domina de tal manera nuestros afectos, nuestras acciones, que desplaza a Dios del primer lugar y pone al hombre en ese lugar. Ahí es donde empieza el temor de hombres. El profeta Jeremías es duro al confrontar este movimiento de corazón en Jeremías 17:5-8.
Él dice: “Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre”. En otras palabras, que deposita en él sus expectativas más altas, sus anhelos, sus esperanzas. Sigue diciendo: “y pone carne por su brazo”. Aquí otra versión dice: “que se apoya en el hombre”. Esa es la idea. Y muy interesante, sigue diciendo: “y su corazón se aparta de Jehová”. Esa es la tragedia. “Será como la retama en el desierto”.
Luego: “Bendito el varón que confía en Jehová…será como árbol plantado junto a las aguas…en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto”. Ese deseo desordenado por la aprobación del otro es una definición buena.
Tal vez en segundo lugar podríamos decir que el temor de hombres también se define como el miedo excesivo al daño que otros nos puedan ocasionar. Si te das cuenta, es la otra cara de la misma moneda, realmente. Si deseo desmedidamente la aprobación del otro, temeré su rechazo, su burla, el desprecio, la ofensa, el verme desplazado, estar constantemente sintiendo vértigo por el qué dirán, qué es lo que están pensando de mí.
En los casos más severos, esto puede ocasionar limitaciones profundas en nuestras relaciones, en términos de miedo, de ansiedad, de timidez. Cuando se manifiesta en este aspecto negativo, es interesante ahora escuchar al profeta Isaías; él es muy, muy firme en este sentido.
En el capítulo 51:12 y 13, él dice lo siguiente: “Yo soy tu consolador” (las palabras del Señor). “Yo soy tu consolador. ¿Quién eres tú para que tengas temor del hombre que es mortal, y del hijo del hombre que es como heno? Y ya te has olvidado de Jehová tu Hacedor, que extendió los cielos y fundó la tierra; y todo el día temiste continuamente del furor del que aflige, cuando se disponía para destruir”.
Cuando uno está excesivamente temiendo al daño que otros nos pueden ocasionar, dice Isaías, lo que ocurre es que estamos olvidando a Dios como nuestro consuelo. También estamos olvidando la grandeza del Dios que nos consuela. Fíjate: por un lado, el deseo desmedido de aprobación; por otro, el temor excesivo al daño que otros nos puedan ocasionar.
Pero yendo a la raíz, en tercer lugar, el temor de los hombres es expresión de un movimiento ego centrado. Esto puede ser un poco más difícil, pero es importante notarlo. El temor del hombre es una expresión de un movimiento hacia dentro, centrado en uno mismo, que busca en el fondo establecer su propia identidad, valía, aceptación en los hombres, en lo que los otros piensan o dicen de mí, de ahí que la opinión de los demás sea tan importante para él que tiene tal inclinación.
Hemos de entender que, a partir de la caída, a causa de la naturaleza pecaminosa, todos nacemos con una profunda inseguridad. Esta inseguridad deriva de haber sido privado de la aprobación divina, de sabernos desnudos, despojados de excelencia, carentes de una identidad digna, todo aquello que teníamos en comunión con Dios.
El temor de hombres es buscar satisfacer esas carencias en el reconocimiento de los demás, en su aprobación, en su sonrisa. En el fondo es una cuestión idolátrica. El temor de hombres es una expresión de la idolatría del hombre, de que el hombre ocupa el lugar que le corresponde a Dios en nuestros corazones.
Susi: Es un tema mucho más profundo de lo que nos pudiera parecer, especialmente cuando nuestra cultura hace que sea algo común. Yo sé que las culturas varían; hay diferentes tendencias culturales en diferentes lugares. Yo creo que en ciertos lugares de Latinoamérica predomina esto como parte de la cultura, y por eso también quería que lo habláramos.
Porque creo que muchos no nos damos cuenta de todo lo que tú acabas de decir. Esos procesos que están sucediendo en nuestros corazones y en los corazones de nuestros hijos, no los reconocemos como problemáticos, porque nuestra cultura nos ha criado de una forma que nos ha dicho que así es. Así debes manejar tu vida, ¿verdad?
Pedro: Así es. En efecto, yo creo que, en la cultura occidental hoy en día, yo diría que es un tipo de pandemia. Porque especialmente a partir de las redes sociales y todo el movimiento de la información, de la tecnología, la esclavitud a la imagen es muy, muy potente.
Susi: Exacto. Sí, se manifiesta de manera diferente, quizás variada, en diferentes culturas, pero ahí está. Me encanta que nos hayas ayudado a discernir esa raíz. Entonces, ¿cuál es el peligro? Hablando como padres, familias cristianas, ¿cuál es el peligro que corremos nosotros y nuestros hijos si seguimos viviendo motivados por el temor al hombre?
Pedro: Mira, cito algunos. Hay tantísimos que podríamos citar, pero por sintetizar, yo diría que el primero es que, en efecto, nos volvemos esclavos de la opinión de otros. El temor de hombres es un lazo. Proverbios 29:25 lo dice: “El temor del hombre pondrá lazo; mas el que confía en Jehová será exaltado. Muchos buscan el favor del príncipe; mas de Jehová viene el juicio de cada uno”.
Mira qué interesante: cuando tú vives buscando el favor del príncipe, o sea, de aquellas personas a las que tú aprecias (porque suele manifestarse de cara a aquellos a quienes nosotros consideramos importantes este pecado), si tú buscas el favor del príncipe, tú caes en lazo. ¿Qué lazo es ese? ¿Qué esclavitud? ¿Qué jaula es esa? Es la jaula de vivir a partir de lo que él piensa de ti, ser un esclavo de esa idea de lo que él piensa, de lo que él dice, de su aprobación, de su desaprobación. Yo creo que esa esclavitud es potente.
Tal vez el segundo peligro que yo destacaría sería el deterioro de nuestro carácter. Temer al hombre es lo opuesto a amarle. Voy a entrar en esto un poquito más adelante, pero de momento ya lo lanzo: el temor al hombre es lo opuesto al amor al hombre, el amor a Dios y al prójimo. Es curioso porque en efecto de que teme al hombre, parece estar amándole, porque puede llegar a ser muy simpático. Pero en el fondo, lo que está buscando es la satisfacción de sus propias carencias.
Ese movimiento que aparenta ser agradable, en efecto es un movimiento que nace de un deterioro de carácter, de una inseguridad. Y si uno no mortifica esa forma de pecado en el alma y el tiempo pasa, eso nos va haciendo seres cada vez más deformes, más feos, más inseguros, más dependientes, más egoístas. Es duro, pero creo que hay que hablar en esos términos porque es lo que ocurre. El temor de hombres deteriora el carácter, nuestro carácter.
Tal vez el tercer peligro que destacaría, y creo que es el mayor de todos, es que el temor de hombres menoscaba la gloria de Dios. Menoscaba la gloria de Dios. La menoscaba de dos maneras. En primer lugar, a través de nuestra obediencia, porque al obedecer a partir del temor de hombres, estamos haciendo nuestras obras de justicia delante de los hombres, no delante de Dios. Él que obedece a partir del temor de hombres está obedeciendo para el hombre y no para Dios, aun cuando obedezca los mandamientos divinos.
Finalmente, lo que va a ocurrir es que, llegado el momento, no vamos a dudar en desobedecer los mandamientos de Dios si estos comprometen nuestro reconocimiento público, nuestra aceptación ante la opinión del príncipe. Esa es la gran tragedia. Por eso Jesús es tan vehemente al hablar del peligro de avergonzarnos de él de cara a los demás. Jesús dice: “Mira, si tú te avergüenzas de mí, yo me avergonzaré de ti delante del Padre”.
No es baladí este tema, Susi. Es un tema muy serio. Hay que discernir la raíz y hay que aprender a combatirlo con eficacia.
Susi: Me encanta que nos hayas ayudado a realmente discernir esos peligros, porque creo que los padres decimos: “Yo amo a mis hijos; yo amo a Dios; yo quiero que amen a Dios”. Pero pudieran estar haciendo lo opuesto. Su forma de hablar, interactuar, vivir ellos mismos o interactuar con sus hijos, pudieran estar animando lo opuesto: un amor propio en lugar de un amor a Dios y a otros que es real y sincero y bíblico.
Veo este tema como un peligro tan grande, porque Dios ha dicho: “El principio de la sabiduría es el temor a Dios”, y yo creo que es imposible temer a Dios y temer al hombre al mismo tiempo. Yo creo que esas dos cosas son—¿cómo se dice?—excluyentes. Si un padre quiere ser un padre sabio, pero teme al hombre, no puede estar temiendo a Dios. No puede ser sabio. Por eso pienso que los peligros son tantos en este tema, y gracias por ayudarnos a desglosarlos de una manera tan lógica y evidente.
Creo que eso nos lleva entonces a quizás poder comentar aquí brevemente para ese padre o esa madre que dice: “Yo realmente no sé… ¿cómo yo sabría si yo estoy temiendo al hombre?” ¿Cuáles serían algunas evidencias en su vida?
Pedro: Bueno, una de ellas podría ser una exigencia desmedida sobre nuestros hijos, una excesiva dureza, especialmente cuando estamos en ambientes públicos. Es normal que uno pueda sentir como padre cierta vergüenza cuando el niño se comporta mal delante de los demás. Es normal.
Susi: Sí. Claro.
Pedro: Yo diría que es hasta raro que no la sientas, ¿no? ¡Puede hasta ser una vergüenza justificada si no has hecho tus tareas! Pero el problema es cuando esa vergüenza nos lleva a una exasperación excesiva, y a una aspereza, a una dureza con ellos que no es acorde a lo que ocurre.
Eso lo he visto tantas veces en ambientes públicos, con papás, con mamás. Ahí tú te das cuenta de que el padre o la madre se están moviendo, están corrigiendo, a partir de un dolor por su propia reputación. Detrás de eso está el temor de hombres. Es su reputación delante de los demás; eso es temor de hombres. Es exigencia desmedida.
Susi: Ajá. Ahí habría también algo muy relacionado, y es que, si esa exigencia desmedida solo sucede en público, pero en casa no tenemos las mismas exigencias. En casa puedes hacer tal cosa y yo no te digo nada, pero si lo haces delante de otros, de repente se convirtió en un pecado. Eso, para los hijos, es extremadamente dañino.
Pedro: Así es. Es una gran contradicción, y es una evidencia clara de que hay un movimiento de temor de hombres. De ahí, ese aspecto es importante, el aspecto de hacer en público, sí, de que la aspereza y la preocupación acontezca principalmente en público. A mí me parece eso una evidencia clara.
Hay otra, la segunda; a veces no es tan perceptible, pero a veces el temor de hombres nos puede llevar a movimientos de sobreprotección, de sobreproteger al niño, de guardar a nuestros hijos del daño que otros les puedan causar. Si como padres vivimos a partir del temor de hombres, vamos a querer evitar que ellos se enfrenten las dificultades propias de aprender a relacionarse en un mundo caído: cosa que no es fácil.
Vamos a estar, en vez de ayudar a nuestros hijos a enfrentar situaciones difíciles en la relación con los demás, vamos a estar evitándolas, protegiéndolos, justificando a nuestros niños, porque en el fondo, de nuevo, lo que está en juego es nuestra propia reputación. Padres sobreprotectores, claro, al final lo que promueven es una mayor inseguridad, temor, ansiedad.
Susi: Sí. Hablamos de la epidemia de ansiedad entre los niños y jóvenes de hoy, pero lo que casi nadie habla es que los padres mismos pudieran estar contribuyendo a esa ansiedad desmedida, porque nosotros también vivimos en el temor al hombre.
Yo pensaba incluso en mi propia vida, ¿cómo yo he visto evidencias del temor al hombre? Algo tan sencillo como si yo lucho más para obedecer a Dios cuando nadie está viendo. Eso es una evidencia muy sencilla, de que para mí es más fácil obedecer a Dios cuando otros me ven; significa que mi obediencia a Dios no es motivada completamente por un temor a Dios reverente, ¿verdad?
Pedro: Así es.
Susi: También si nos dejamos manipular por personas o dominar por personas de influencia o de dinero, si alguien que tiene algún tipo de reconocimiento o fama o dinero puede manipularnos, o puede lograr que nosotros hagamos cosas que no haríamos para cualquier otra persona, ya ahí es una alerta que estamos viviendo en el temor al hombre. Estamos dejando que esos aspectos humanos nos controlen.
¿No sé si también pudiéramos comentar un par de evidencias en la vida de nuestros hijos, cómo padres podemos ver algún comportamiento que pudiera indicar que nuestros hijos están viviendo en temor al hombre?
Pedro: Mira, en cuanto a los niños, yo creo que puede haber un movimiento pendular. Un niño caracterizado por el temor de hombres puede moverse de llamar desmedidamente la atención, querer ser constantemente el centro del escenario porque, en efecto, lo que quiere es la aprobación pública, a ser un niño que se retrae con vergüenza, con timidez excesiva, que no quiere participar del grupo.
A veces un mismo niño puede tener los dos movimientos, y a veces por carácter, crianza, puede ser uno de esos dos polos. Claro, aquí los padres pueden pensar: “Bueno, seguro, mi hijo sufre de temor de hombres”. Qué niño no sufre con esto, ¿no?
Susi: Claro.
Pedro: En efecto, todos nuestros hijos son hijos de Adán. Nacen con estas características. Pero esto se acentúa cuando el temor de hombres está en el centro de la crianza, o está afectándola de manera agresiva. Y claro, todo eso promueve en la vida del niño preocupación, ansiedad.
De nuevo volvemos al tema de la ansiedad, porque el temor de hombres es una de las principales causas de ansiedad en la vida de los niños y de adolescentes también. Los temores de hablar en público, de relacionarse, de asumir responsabilidad por esa idea de ¿qué dirán? ¿Qué dirán? ¿Qué van a pensar de mí? Se van a reír de mí. Detrás de todos esos pensamientos está ese temor de hombres en la vida de nuestros hijos.
Susi: Sí. Y como tú nos dijiste al principio, parte de la esencia del temor al hombre es que todos nacemos completamente egocéntricos. No fuimos diseñados para vivir así, pero ese es el resultado de la caída. Mis hijos nacen completamente centrados en sí mismo. El temor al hombre va a brotar; se va a manifestar de diferentes maneras en su vida, pero yo como mamá tengo que recordar que el problema esencial de mi hijo es que no busca a Dios naturalmente, como dice Romanos 3: “No hay justo, ni a un uno”.
Él nace centrado en sí mismo. Entonces cada niño sí, claro, como tú dices, por su carácter y todo—es diferente—pero necesito suponer que hay temor al hombre en el corazón de mi hijo, y con compasión y con diligencia ayudarle a ver que su inseguridad es resultado de temor al hombre en lugar de temor a Dios y confianza en Dios, etcétera. Yo creo que eso nos puede ayudar a detectar algunas cosas.
Algo peculiar de este tema que simplemente quiero resaltar rápidamente, es que creo que hay muchos padres que piensan que están discipulando a sus hijos cuando sin querer realmente los están manipulando. Es una manipulación emocional usando el temor al hombre. Por ejemplo, yo soy esposa de pastor y yo no te puedo decir cuántas veces he escuchado a una mamá decir algo así: “Mi hijo, salúdale bien a la hermana porque ella es la esposa del pastor”. Yo digo: “¡Espérame!”
Yo recuerdo una vez que un papá nos comentó—creo que fue un padre—que nos comentó orgullosamente que él había castigado severamente a su hijo, más severamente de lo normal, porque él se portó mal delante del pastor. Yo digo: “Pero ¿qué estás haciendo en el corazón de tu hijo, que dependiendo de quién está presente, debo obedecer más o menos?” Eso realmente es usando el temor al hombre que ya existe en el corazón de mi hijo para manipularle emocionalmente.
No sé si esto es algo que tú también has observado, Pedro. ¿Has visto algo así?
Pedro: Sí, absolutamente. Siempre que un padre le dice a su hijo, o una madre: “¿Qué va a decir fulanito si te ve haciendo eso? ¿Qué va a pensar de ti? ¿Qué pensará de ti la gente si actúas de ese modo?” Ese tipo de comentarios desde luego establecen el temor al hombre en el centro de la corrección.
Susi: Exacto.
Pedro: De nuevo, aquí hay algo importante: lo establece en el centro no porque lo que el otro piense no es importante. Lo es. O sea, debería un niño comportarse bien por respeto a él que tiene delante, pero ese no puede ser el argumento central de la corrección, porque es ahí donde se vuelve un asunto pecaminoso.
Tal vez otra forma de manipulación que tiene que ver con el temor del hombre en el corazón del padre o de la madre es cuando, por ejemplo, una madre (digo madre porque creo que es más común aquí con las mamás), pero cuando ella dice: “Nunca imaginé que podrías decirle eso a tu mamá que te ama tanto”. O: “Sabes que, un día no me tendrás más”.
Susi: ¡Sí! ¡Eso es horrible!
Pedro: “¿Sabes qué? Un día no me tendrás más a tu lado”. Ese tipo de comentarios menoscaba nuestra autoridad. Es terrible.
Susi: Sí, escuchar a una mamá decir: “¿Sabes cómo me siento cuando tú haces eso?” Como si las emociones de mamá…el niño crece creyendo que el bienestar emocional de su mamá depende de él. Realmente lo que ella está usando es un temor al hombre, que está ya en el corazón de su hijo, y lo está dirigiendo mal. Lo está mal dirigiendo.
Pedro: Así es. Diría más allá: diría que es un temor de ella mismo. Fíjate: es un temor de hombres en el corazón de ella. Hay padres que por temor al hombre no corrigen como deberían a sus hijos, porque temen perder el aprecio de ellos, especialmente cuando llegan a la adolescencia. Temen corregir al niño adolescente, al hijo adolescente, porque piensan que él tendrá un concepto feo de quiénes son ellos como padres. ¡Fíjate! Es temor de hombres, en este caso, temor de cara al hijo mismo, y puede causar graves consecuencias.
Susi: Creo que estamos de acuerdo en que esto es un gran problema que está ligado a nuestra naturaleza pecaminosa, que ahí está en el corazón de todos. Pero Pedro, ¿cuál es la solución? ¿Cuál es la cura, por decir, a este problema?
Pedro: Bien, la primera de ellas, algunos remedios, el primero: la adoración. El temor de Dios expulsa de corazón el temor del hombre. La idea es tener una visión grande de Dios. El hogar cristiano debe girar alrededor de Dios, el Dios Trinidad, y de su Palabra, quién es él, cuáles son sus atributos, qué piensa él en Cristo acerca de nosotros, el pecado y gracia, cuál es su voluntad para nuestras vidas, cantar, alabar, acciones de gracias.
Dios en el centro es la cura del temor de hombres. Es el primer gran remedio. Yo animaría a los que nos oyen a leer el Salmo 146. Me encantaría leerlo, pero no hay tiempo. Es un Salmo que apunta a la alabanza como la cura al temor de hombres. Salmo 146.
El segundo remedio es el amor. Fíjate: 1 Juan 4:18 dice que “el amor echa fuera el temor”. En la medida en la que somos perfeccionados en amor, el temor disminuye. Entonces, si le enseñas a tu hijo a amar al prójimo, en vez de temer al prójimo, el temor va a ir menguando. ¿Y cómo enseño yo a mi hijo a amar?
Bueno, enséñale a servir. Haz de tu hijo un siervo, que él no sea el centro del escenario, que él aprenda desde pequeño a tener que arreglar su cama, a tener que ayudar en la cocina, a ser de la iglesia un lugar de servicio, a servir en el colegio, a servir en todos los ámbitos en los que esté.
Susi: Y fíjate: no vas a servir para que otros vean que sirvas. Porque eso es algo que he visto mucho: padres animando a sus hijos a servir para elogiarlos, y de alguna manera, que no vean que papá toma algún orgullo en él. Sino que sea un servicio realmente para el Señor.
Pedro: Así es. Podríamos hablar de un amor servicial, un servicio que emana del amor. Porque el amor servicial quita al niño del centro y hace irrelevante la cuestión del qué dirán. Y eso es potente. Este amor pone a Dios y al prójimo en el centro del escenario. Y es lo que sana el alma. Yo destacaría ese segundo elemento también.
El tercero sería el combate. Vamos a luchar con el temor de hombres hasta el último día de nuestras vidas. Es uno de los pecados dominantes del alma, o fundacionales, mejor dicho, del alma, y solamente mediante el perfeccionamiento en amor, este temor va a ir menguando.
Por lo tanto, ¿cómo combatir? Pues evita todas aquellas fuentes que promuevan el temor del hombre. Hoy en día, redes sociales, películas, música…como padres cristianos, muchas veces resguardamos cuando vemos que en las películas o en las redes sociales hay algo malo, hay imágenes malas, hay palabrotas. Pero muchas veces no nos damos cuenta cuando el mensaje que la canción o la película están dando es básicamente la idolatría de la imagen. “Sé tú el centro. Sé tú el centro del escenario”. El guardar a nuestros hijos en la etapa formativa de ese tipo de información y de radioactividad es fundamental.
Luego cuando van llegando a la adolescencia, claro que no lo vas a poder evitar, porque el mundo gira alrededor del hombre. Pues tienes que enseñarle a ser reflexivo, a entender lo que está oyendo, a darse cuenta de lo que está comunicando esa película o esa canción. Combatir es algo importante, guardándonos de esas fuentes.
Lo último que yo diría en cuanto a remedios sería el darle tu aprobación a tu hijo. Y déjame explicar lo que quiero decir. Mira, el temor de hombres se vence cuando buscamos la aprobación de Dios, la aprobación divina, cuando la aprobación divina está por encima de la aprobación del hombre.
Pero en la infancia son los padres los que ocupan ese lugar, y especialmente el papá, el padre. Él debe corregir al hijo, pero también debe mostrarle su aprobación y afecto cuando así corresponde. Creo que muchos padres fallan en esta área. El padre debe mostrar su aprobación con efusividad, con gozo, alegrándose, sonriéndole a su hijo.
Además, debe mostrarle al hijo una aprobación que es afín al evangelio. ¿Qué quiero decir con eso? Debe ser una aprobación por gracia y no por obras. Un hijo debe saberse amado por ser hijo más allá de sus acciones. Nuestra aprobación no debe descansar en la apariencia del niño: que tiene ojitos azules, o que es rubio, o que es guapo, es muy bonita, ni en sus habilidades, en los dones, o en las notas que sacan en el colegio.
Ellos deben sentir nuestra aprobación por el mero hecho de que son hijos, y por ser hijos son amados. La seguridad que la aprobación del padre promueve en el hijo es una vacuna contra el temor de hombres.
Cuanto más seguro un hijo que está siendo disciplinado se siente en el seno de su hogar, más irrelevante será para él lo que los demás piensan de él, por el mero hecho de que en el hogar él va a estar experimentando y conociendo una parábola del evangelio, una parábola de lo que Dios Padre hace para sanarnos a nosotros del temor de hombres. Es enseñarnos que él nos ama en Cristo y en función de Cristo y no de nosotros mismos, en quienes no hay nada que amar aparte del glorioso Salvador Jesucristo.
Susi: Qué hermoso, ¿no?, cómo el Evangelio es la solución para todos estos problemas, y en especial para esta lucha del temor al hombre. Gracias, Pedro, por dirigir nuestros ojos a Cristo, porque eso nos recuerda a los padres que es lo mejor que podemos hacer; en estos retos diarios de la crianza, la misericordia nueva que experimentamos es por lo que Cristo ha hecho por nosotros. Dios se agrada de nosotros en Cristo, y nosotros podemos agradarnos de nuestros hijos y apuntarles a ellos a buscar esa aprobación en Dios, en Cristo.
Pedro: Así es. Si el Padre me ama, si Cristo derramó su sangre por mí, ¿qué puede hacerme el hombre? ¿Qué es el hombre de cara a ese tan grande amor?
Susi: Amén. Bueno, creo que se ha dicho el puro evangelio para terminar, para apuntar nuestros ojos a Cristo. Ahí lo vamos a dejar para meditar. El Salmo que nos animaste a leer es el 140 y…
Pedro: 6.
Susi: 146. ¿Por qué no te detienes ahora mismo, tú que estás escuchando, y lees ese Salmo? Gracias, Pedro, por tu disposición para acompañarnos y apuntarnos a Cristo sobre este tema. Sigamos confiando en las misericordias nuevas cada mañana de nuestro Señor.
Hasta la próxima.