Categoría: Padres fieles

Ep 193: Seamos padres realistas y sabios, con Héctor Salcedo

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June 2, 2025

La mayoría de los padres creemos que “estamos haciendo lo mejor que podemos”. Pero la realidad es que, si no somos realistas en cuanto a la condición y verdadera necesidad de nuestros hijos, no seremos padres “pertinentes”, o adecuados para cada situación. El pastor Héctor Salcedo nos ayuda en el capítulo 6 de su libro “Crianza Bíblica” a acercarnos de manera redentora a nuestros hijos y crecer en sabiduría. 

Preguntas de Reflexión:

  1. ¿Te incomoda la idea de que tus hijos nacen pecadores ignorantes e inmaduros? ¿Crees que tus ideas reflejan la realidad bíblica de la condición de tus hijos?
  2. ¿Puedes pensar en algún momento reciente en tu crianza en el cual no has respondido a tu hijo de manera “pertinente” (apropiado para su necesidad del momento)?
  3. ¿Sueles tomar más el rol de pastor, maestro o entrenador en la vida de tus hijos? ¿Qué cambio puedes hacer desde hoy para ajustar tu rol a las necesidades variadas de tus hijos?

Transcripción:

Susi: No sé si alguna vez te has preguntado: ¿Qué es lo que realmente debo estar haciendo en la crianza? ¿Qué es mi rol realmente? ¿Qué estoy tratando de lograr? Pues seguimos hablando con el pastor Chacho aquí sobre su libro Crianza bíblica, y hoy nos toca hablar del capítulo 6, que tiene un nombre interesante que se llama “Pertinencia paterna”. En un momento vamos a hablar de lo que esto significa, pero hermano, pastor Chacho, gracias por acompañarnos otra vez. Aquí seguimos con esta serie.

Héctor: A ti Susi, gracias a ti por la invitación.

Susi: Me encanta cómo podemos ir aprendiendo. Ya las personas han estado, por cierto, escribiendo, agradeciendo tu participación y tu libro también. Así que gracias por esa inversión de mucho tiempo con nosotros.

Héctor: ¡Qué bueno! Me alegro. Gracias al Señor.

Susi: Cuando yo estaba estudiando el capítulo 6 de tu libro, una de las primeras frases que captó mi atención fue esta; dice así: “A menos que conozcamos y aceptemos la condición en la que nuestros hijos nacen, será difícil que abordemos la crianza como corresponde”.

Nos explicas que esa condición es la de pecador ignorante, inmaduro e inmerso en un ambiente corrupto. Hermano, ¿por qué crees que hay tantas ideas diferentes hoy en día, tanto en el ámbito secular como en el cristiano, sobre la condición en la cual nace un niño? ¿A qué se debe? Yo lo que siento es que es una renuencia marcada a tomarle la palabra a Dios sobre este tema.

Héctor: Sí, ciertamente esa frase que leíste, esa cita que leíste del libro de que debemos conocer por un lado y aceptar la condición que la Biblia indica que es la con que nacemos, pues sí, es más difícil de aceptar que de conocer. Porque cualquiera puede conocer lo que la Biblia dice acerca de la condición humana, pero no todo el mundo la acepta.

Yo creo que en general hay básicamente dos posturas con relación a la condición humana al nacer, la condición moral y espiritual al nacer: una, que es la descripción secular, el entendimiento secular no cristiano, lo que la gente cree en sentido general de cómo nace un ser humano. La gente entiende que el ser humano nace moralmente y espiritualmente neutral. Nace moralmente como una especie de hoja en blanco donde se van escribiendo luego sus valores, sus principios, sus inclinaciones incluso.

O sea, el ser humano nace como una materia prima que necesita manufactura y a la que los padres y la sociedad van a formar. De eso depende entonces lo que el ser humano sea. Y hasta cierto punto, sí, el ser humano depende de lo que la sociedad y los padres hagan con él hasta cierto punto. Pero la materia prima con la que se viene—ahí es que está la diferencia. El mundo entiende que es algo neutral; no hay inclinación en ninguna dirección u otra, ni buena ni mala. Vamos a ver cómo formamos a este ser humano.

La Biblia dice que nosotros no nacemos neutrales, ni espiritualmente, ni moralmente. La Biblia dice que nosotros nacemos en una condición espiritual de mortandad; o sea, no tenemos relación con Dios, ni tampoco tenemos interés por las cosas espirituales. El hecho de que estamos muertos espiritualmente indica que a nosotros las cosas espirituales no nos producen ningún tipo de estímulo.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                      

Es como cuando uno está muerto: uno está muerto y uno no siente ni el calor, ni el frío. Uno está muerto. Y cuando uno está espiritualmente muerto, uno no siente ningún estímulo hacia las cosas espirituales. Eso entonces nos coloca en una condición moral quebrantada, desviada, con impulsos que transgreden y que agreden a Dios. Nosotros nacemos de manera natural, como diría un tecnólogo, por default, con inclinaciones pecaminosas, y que, si son dejadas solas y sin ningún control, nos pueden conducir al desastre en nuestras vidas.

Entonces básicamente son esas dos posturas: que nacemos neutrales o que nacemos inclinados al mal, como dice la Biblia. Si uno hace una observación sencilla de niños pequeños en los que la sociedad no ha tenido todavía incidencia, en los que los padres tampoco han podido poner mucho porque son niños apenas se entienden el idioma y el lenguaje con el que se les habla, uno se da cuenta que los niños nacen con un instinto pecaminoso.

Y digo instinto; quiero señalarlo porque cuando un niño reacciona de manera egocéntrica u orgullosa o mentirosa ante cualquier evento en su vida, los psicólogos y psiquiatras y demás, y los que entienden la conducta humana, se lo atribuyen al instinto. Ese es un instinto, como que el instinto no tiene ninguna connotación moral. Pero el instinto humano, sucede que con frecuencia es, bíblicamente hablando, pecaminoso.

¿Por qué el instinto no es la generosidad? ¿Por qué el instinto no es la verdad? Cuando un niño comete un error y se le pregunta: “¿Quién hizo eso? ¿Quién botó eso? ¿Quién hizo…quién rayó esa pared? ¿Por qué él no tiende a decir: “Yo lo hice”? Casi siempre la tendencia, en el 100% de los casos, es o culpa a otro, o dice que él no lo hizo y dice una mentira. Es evidente que una observación sencilla nos ofrece un veredicto de que el ser humano nace pecador. Nace inclinado al mal.

Entonces yo, sabiendo eso, me facilita mi labor de crianza, porque me permite saber cómo yo voy a abordar a mi hijo. Y de eso es lo que vamos a hablar en lo adelante. Pero yo creo que para que el ser humano admita eso, necesita realmente humillarse, dejar su orgullo. La sabiduría humana no es humilde. La sabiduría humana busca explicaciones para esos comportamientos que son observados en los hijos. No le da la explicación bíblica.

La explicación bíblica es: es un pecador tiene inclinaciones pecaminosas, contrarias a lo que Dios dispone. Y la gente dice: “No, eso es demasiado cruel. Eso no puede ser. Los niños son buenos; son inocentes”. La Biblia dice: “No son inocentes. No nacen con inclinaciones buenas; nacen con inclinaciones malas”. Y para esto es humillarse delante del veredicto bíblico y reconocer que estamos necesitados de Dios.

Susi: Si, porque si no, seríamos como una mamá que lleva a su niño al doctor y el doctor le dice que tiene cáncer, y ella no lo quiere creer. Entonces ella regresa con su hijo a su casa y le da una Tempra, una pastillita, e ignora la condición del niño. Lo que ella está haciendo es destruir; o sea, está evitando que ese niño se salve. Entonces yo creo que esto para los padres es súper importante: que estemos dispuestos a aceptar la realidad y no escuchar a la sociedad. Aceptar esa verdad bíblica es súper importante.

En el libro, en este capítulo 6 nos ayudas a visualizar la situación de nuestro hijo, poniendo una serie de círculos concéntricos donde el círculo más central es que el niño es pecador. De ahí entonces su estado de ignorancia e inmadurez son impactadas por el hecho de que él es pecador, ¿verdad? Así lo entiendo más o menos. Y obviamente, pues entonces llega también a vivir en un ambiente corrupto.

El punto es que nosotros tenemos que entender esto porque esto impacta su desarrollo, y necesitamos sabiduría para tratar con todo esto. Creo que por esto lo llamas “Pertinencia paterna.” ¿Puedes explicarnos un poquito ese concepto de pertinencia paterna? ¿Y qué tiene que ver con criar a un niño pecador, ignorante e inmaduro?

Héctor: Sí, lo que traté de hacer ahí, realmente no creo que sea algo que vaya a sorprender a la gente. No estoy diciendo nada extraño. Ya dijimos que el ser humano nace pecador, pero cuando uno observa a un niño actuar, proceder en la vida, uno se da cuenta que muchas de sus equivocaciones, de sus errores, de sus desatinos, algunos se lo podemos atribuir al pecado en su corazón, sí.

Pero otros de sus desvíos o desatinos se los podemos atribuir a que ignora cosas. Él ignora normas sociales. Por ejemplo, no sabe que cuando llega una visita al hogar hay que saludar con cordialidad. Él lo ignora. Él no sabe tampoco que una pared en el centro de la iglesia, al lado del altar, no es un lienzo para pintar; es una pared que debe estar nítida para recibir a los feligreses que vienen a la Iglesia. Pero el piensa que es un lienzo, y hay que decirle: “No, mi hijo, eso no se puede pintar”. Si él lo pinta fue un desatino producto de su ignorancia.

Ahora, él puede pintar la pared por maldad y pecado, pero no me estoy refiriendo a eso. El punto es que los niños pueden actuar mal de manera desatinada, equivocarse por pecado, por ignorancia o por inmadurez. La inmadurez tiene que ver con no me sé gobernar a mí mismo. Digo las cosas fuera de tiempo. No trato al otro con la sensibilidad adecuada. Soy inmaduro; no sé cómo gobernarme y cómo proceder. Todo eso entonces, ese pecado, esa ignorancia, esa inmadurez, está inmersa en un entorno corrupto que muchas veces desvía a nuestros hijos en diferentes direcciones.

Entonces, cuando un padre ve a un hijo actuar y proceder de cierta manera, él tiene que determinar: ¿a qué le atribuyo este desatino que mi hijo ha cometido? ¿Se lo atribuyo a su pecado? ¿Se lo atribuyo a su ignorancia? ¿O se lo atribuyo a su inmadurez? Dependiendo de mi diagnóstico, entonces yo determino mi proceder. Si lo que él ha cometido es un pecado que necesita ser reprendido bíblicamente, confrontado, conducido a Cristo para que él pida perdón y se arrepienta, y yo veo que se cometió un pecado, pero yo lo que hago es que le doy información; le digo: “No, mi hijo, Mira, no hagas eso, porque esto y esto”, y no lo conduzco a su perdón en Dios, pues estoy siendo impertinente.

O sea, la pertinencia tiene que ver con que el padre haga lo que procede en cada situación o interacción con su hijo, que el padre proceda de manera sabia a ofrecerle, a entregarle, a instruir al hijo de la manera que corresponde y se requiere. Eso es lo que es la pertinencia paterna.

Entonces nosotros somos padres impertinentes cuando confrontamos como si fuera pecaminoso un desatino que es producto de la ignorancia. Un niño, por ejemplo, que derrama un vaso de agua en la mesa mientras estamos comiendo todos, y el niño derrama un vaso de agua, y el padre se aíra, agrede al hijo verbalmente, le dice: “Tú eres un irresponsable. Tú tienes que arrepentirte de…”. Pero ¿qué fue lo que pasó? Lo que pasó fue que el niño quizás fue un poco descuidado; el niño al fin derramó un vaso de agua.

Susi: A lo mejor es inmadurez.

Héctor: Exacto, una inmadurez. No es pertinente que tú te vayas en esa dirección, porque lo que ha pasado aquí no es una falta contra Dios; es un producto de la ignorancia, de que es un infante, ¿no? A eso me refiero. Y muchas veces nosotros, en nuestra impertinencia paterna, cometemos muchos desatinos. Cuando yo corrijo lo que debe ser tratado de otra manera, mi hijo me pierde confianza. Pierdo autoridad porque estoy siendo injusto con él, y eso entonces me dificulta su obediencia para futuras ocasiones o para situaciones diferentes en el futuro.

Yo recuerdo…es una historia que relato en el libro, y voy a hacer una revelación del libro (que hemos tratado de mantenernos al margen). Se trata de este amigo mío que vino a mí; en una ocasión me pidió consejo porque su hijo estaba teniendo malas calificaciones. Dicho eso de paso, es posible que ya había tratado esta historia en el pasado aquí en este mismo intercambio, pero este amigo viene y me pregunta: “Mira, tengo problemas con mi hijo. Está teniendo malas calificaciones. Lo he disciplinado; lo he puesto de castigo; le he quitado beneficios en el hogar, pero no me ha resultado. Mi hijo no logra mejorar”. 

Para hacer corta la historia, yo le pregunté: “¿Has hablado con tu hijo de qué es lo que le pasa? O sea, quizás él no se sabe examinar. Quizás no sabe organizar su tiempo. Quizás no sabe estudiar”. Me dijo: “La verdad es que no. No me he sentado con él”. Y yo le dije: “Bueno, siéntate con él. Trata de indagar a qué se le puede atribuir esta falta de resultado”. Porque él me decía que su hijo estaba haciendo lo posible; que estaba estudiando, pero no salía.

Se sentó con su hijo, y se dio cuenta que su hijo no sabía estudiar, ni se sabía examinar. Se ponía muy ansioso, muy nervioso. Y luego de ese consejo él procedió a ayudar a su hijo, a acompañar a su hijo, en mejorar su método de estudio y mejorar su método de examinación. Y el hijo comenzó a tener mejores resultados. Su hijo no necesitaba disciplina. Necesitaba ayuda. El padre había sido impertinente. Y el hijo estaba justamente airado con su padre, porque el padre lo que le estaba ofreciendo era una solución que no funcionaba.

Este tema de la pertinencia paterna yo creo que es más importante de lo que muchos de nosotros pensamos, porque muchas veces no discernimos qué hacer en un momento dado. ¿Qué fue lo ocurrió ahora mismo? Mi hijo habló mal. OK, ¿qué está pasando aquí? ¿Él necesita ser confrontado? ¿Él necesita ser instruido? ¿Él necesita ser estimulado? Tengo que ser pertinente, porque si me equivoco, no voy a tener el efecto esperado. Esa es la idea de este concepto.

Susi: Sí. Me viene a la mente un ejemplo de las primeras veces que nuestros hijos dicen malas palabras que han escuchado de sus amigos. Muchas veces no saben lo malas que son esas palabras la primera vez que lo dice, pero muchos padres reaccionan de una manera tan fuerte que ahora esos hijos, en lugar de ser instruidos, son asustados, y no entablan una conversación con sus padres que los puede educar, instruir, ayudar. Y es un ejemplo muy común que por alguna razón a los padres nos horroriza que nuestros hijos digan malas palabras.

Héctor: Sí, claro, como si ellos supieran. A veces el hijo las repite porque las escuchó por ahí, y ellos no saben de qué se trata, que se trata de una palabra grosera. Y el papá dice: “¿Cómo va a ser que mi hijo va a decir algo así?”

Susi: Sí, sí. Y manteniendo el mismo ejemplo, yo he sabido de casos donde un hijo sigue diciendo malas palabras, pero es porque busca atención. La única manera que logra que su mamá se voltee a verlo y escucharlo, es decir algo que su mamá no quiere escuchar.
Entonces estamos entrenando a nuestros hijos a que solamente cometiendo algo así escandaloso tienen nuestra atención. Todo eso va de la mano, ¿verdad? Es el mismo problema: son malas palabras, pero brotan de diferentes asuntos.

Héctor: Lo que tú acabas de decir es más frecuente de lo que mucha gente supone. Yo he conocido muchos casos, más que muchos, varios casos de hijos que tienen tan poca atención de parte de sus padres que lo que hacen es que se comportan mal de manera intencional con el objetivo de llamar la atención de sus padres o de producirles molestia, producto de que el hijo se siente irritado de que no tiene la atención de sus padres.

Susi: Sí. Es muy común, mucho más común de lo que todos los padres queremos reconocer. Pero sí, es un asunto tan importante esto de la sabiduría, de la pertinencia. Estaba pensando en algo que mencionas en el libro que dices que “cada ocasión en la que nuestros hijos pecan es una oportunidad redentora o santificadora”.

Entonces, ¿cómo se ve esto? ¿Cómo podemos lidiar con brotes de pecado en nuestros hijos de esta manera redentora? Y ¿cómo esta perspectiva incluso nos ayuda con nuestra actitud como padres hacia nuestros hijos que pecan?

Héctor: Claro, hay una diferencia entre una oportunidad redentora y una santificadora. Quiero hacer la observación, porque quizás a algunos se les pase por alto. No lo toman en cuenta.
Si nuestros hijos no son creyentes—ellos no nacen creyentes. Nuestros hijos son nuestros hijos; quizá nosotros somos cristianos, pero ellos nacen condenados, pecadores, y necesitan encontrarse con su Redentor, con Cristo, como nosotros lo hicimos en su momento.

Entonces, el pecado que ellos cometen frente a nosotros es una oportunidad para nosotros conducirlos a poner su fe y su confianza en Cristo como Señor y Salvador si no son cristianos.
Ahora, si mi hijo es cristiano, lo profesa, lo dice, lo entiende así, entonces el pecado que comete frente a mis ojos, yo puedo conducirlo a crecer, a santificarse como creyente. Por lo tanto, es una oportunidad santificadora.

En cualquier caso, el pecado que se comete frente a nuestros ojos de parte de nuestros hijos es una oportunidad o de redención si no son creyentes, o de santificación si ya son creyentes. Saber eso, saber que mis hijos nacen en esta condición y que tienen esta necesidad, me prepara a mí para como padre, reaccionar adecuadamente ante sus faltas y sus pecados. O sea, cuando mi hijo viene y comete una acción pecaminosa, o yo me entero que cometió una acción pecaminosa, eso no me debe sorprender. No me debe dejar sin noción de “¿qué pasó? No lo entiendo”.

Yo recuerdo en una ocasión, se ha dado en un par de ocasiones (ya no se da), que nuestros hijos más pequeños hicieron o dijeron algo (no recuerdo qué fue específicamente) y mi esposa me decía: “Yo no entiendo de dónde fue que lo aprendió”. Y yo le decía: “No lo tiene que haber aprendido de ningún lugar. Del corazón de nuestros hijos provienen cosas que están ahí de fábrica, que no tienen que ser colocadas ahí por nadie, que son inclinaciones pecaminosas, que le estamos viendo”.

Eso fue lo que dijo Cristo, que “de la abundancia del corazón habla la boca”. En el corazón se anidan nuestras malas palabras, nuestros malos pensamientos, los homicidios, las lujurias, todo lo que nosotros hacemos pecaminoso está en el corazón y ese es su lugar. Entonces, bueno, cuando estas cosas se ponen de manifiesto, yo tengo una oportunidad para conducir a mi hijo a redimirse o a santificarse, y no debe sorprenderme. Yo no debo tratar ningún pecado con mi hijo como: “¿Cómo es posible que tú, hijo, cometiste una cosa así?” No. “Lo cometiste porque eres pecador. Tú necesitas a Cristo de la misma manera que yo lo necesité”, y tratar de conducir a mi hijo a orar pidiéndole perdón al Señor.

Y si no ha entregado su corazón a Cristo, si no ha puesto su fe en Cristo, decirle cómo se hace eso. No obligarlo a que lo haga, porque sabemos que la fe es algo personal, y es algo que Dios abre el entendimiento, abre el corazón. Pero tenemos nosotros que ser los instrumentos de que él conozca el camino, que él conozca la vía para reconciliarse con su Creador. Yo debo conducirlo ahí. Si lo hago de una manera estimulante, tengo mucho mejor chance de que él me acepte el mensaje, a que si lo hago de una manera autoritaria y obligada y que no le deja opción.

Vuelvo y digo: la fe no la puedo imponer. La fe, yo soy simplemente un instrumento. Yo conduzco al muchacho a considerar ir a Dios para que él ponga su fe en Cristo y obtenga salvación. Y si es una oportunidad de santificación, pues aquí las cosas son más fáciles, yo diría, cuando ya mi hijo ha puesto su fe y su confianza en Cristo, y yo he visto incluso fruto en su vida de esa fe.

La crianza se monta en un tren, por así decirlo, y yo voy poniendo cosas. Pero el tren, que es el Espíritu Santo que está dentro de él, lleva esas cosas al puerto. Lleva ese motor; lleva las cosas a buen puerto. Se facilita el asunto. No se me exime como padre; no es el Espíritu Santo que lo va a criar, porque yo tengo esa responsabilidad. Pero el Espíritu Santo me va a ayudar desde dentro de su corazón a recordarle lo que yo pongo en su corazón, que proviene de la Palabra de Dios, para que él lo haga y para que lo considere.

Por eso digo: los errores de nuestros hijos no deben abrumarnos, ni deben inquietarnos al punto de la ansiedad. Los errores de nuestros hijos son oportunidades que Dios nos da para redimir sus almas o para santificar sus almas y su caminar.

Susi: Amén.

Héctor: Visto así, no le vamos a dar gracias a Dios por el pecado, pero sí le vamos a dar gracias a Dios por las ocasiones en las que el pecado sí presenta un escenario para que Dios limpie, para que Dios sea más hermoso frente a los ojos de nuestros hijos.

Susi: Amén. Qué hermoso, ¿no? Cuánto significado eso da a nuestro papel como padres. Y si podemos tomar ese mismo hilo y seguir, hablamos de que muchas veces es el pecado que causa los problemas en la vida del hijo, pero a veces es la ignorancia o la inmadurez. ¿Cuál es la diferencia entre cómo el mundo ve la ignorancia y la inmadurez y cómo nosotros, como padres cristianos, debemos ver eso con ese mismo enfoque redentor? Obviamente, el enfoque redentor que acabas de explicar va directamente relacionado con el pecado. ¿Pero qué tal la ignorancia y la inmadurez? ¿Cómo debemos pensar?

Héctor: Buena pregunta. Cuando yo estoy en presencia de una acción de mi hijo, de un proceder que me indica que mi hijo debe ser informado—por ejemplo, pongámoslo en el plano de la amistad. ¿Cómo nuestros hijos escogen sus amistades? A veces hay amistades que son malas influencias para nuestros hijos y ellos lo ignoran. Muchas veces ellos no saben cómo esa mala relación, esa mala amistad, puede desviarlos, puede conducirlos por un mal camino. En esas ocasiones yo puedo venir y decirle: “Mira, te prohíbo que veas a esa persona”.

Yo puedo tener esa postura, pero si yo considero que quizás él ignora que eso puede hacerle daño, yo debería ir a la Palabra y decirle: “Mira lo que la Biblia dice acerca de las amistades, que las malas compañías echan a perder las buenas costumbres. No dice que pueden echar a perder las buenas costumbres; dice echan a perder las buenas costumbres. No hay manera de que tú salgas a la lluvia y no te mojes. No hay manera de que tú te expongas a una persona que te está presentando otra perspectiva de vida y tiene otros valores, otros principios, y tú no termines abrazando una de esas cosas. Tú debes cuidarte. Tú debes protegerte. Tú debes orar por esto” si es creyente. Y si no es creyente, aun así, apelar nosotros a los valores que le queremos enseñar.

Él debe ser informado incluso en este tipo de cosas. En este ejemplo en particular, uno se lo dice, y uno dice: “Piénsalo, y volvemos a hablar de esto en unos días”. Porque la idea es que, dependiendo del grado de desvío de esa amistad, yo incluso como padre puedo darle un ultimátum y decirle: “Mira, yo te voy a dar unos días para que lo pienses, pero realmente si tú no llegas a esa conclusión, yo te voy a pedir que confíes en mí. Confía en mí que esto no te conviene. Te voy a pedir que, si tú no me entiendes, que tú confíes”. 

Muchas veces eso es lo que nosotros hacemos con Dios. Hay muchas cosas de Dios que nosotros no entendemos. Hay procederes de Dios que nosotros no entendemos, e incluso con los que estamos de acuerdo. Pero Dios nos dice: “Confía, confía, confía, aunque tú no entiendas, aunque tú no estés de acuerdo. Yo tengo más sabiduría, más información que tú para hacer esto”.

De la misma manera, nosotros a veces debemos apelar a que nuestros hijos confíen, aunque no entiendan lo que estamos haciendo. Entonces en ese ejemplo, por ejemplo—valga la redundancia—en ese ejemplo de las amistades, es un área donde nosotros debemos informarlo, instruirlo.

También puede haber otra ocasión donde, con el tema de las redes sociales, por ejemplo, las redes sociales y los mecanismos, los dispositivos electrónicos, sabemos que producen adicción, que es una fuente de perversión, que es una fuente de distracción. A todo eso, ellos están expuestos. Es difícil incluso que yo hoy en día pueda tener un hijo sin celular, sin una tableta, sin una computadora, pero yo tengo que instruirlo. Yo tengo que decirle: “Mira, tú te estás exponiendo a esto”.

Incluso yo he hablado con mis hijos en múltiples ocasiones del tema de la adicción a los dispositivos electrónicos. Los he hecho conscientes de los peligros de la adicción, razón por la cual, por la gracia de Dios, me escucharon. Mi hijo, que tiene 18 años, mayor de edad ya, hace dos semanas que abrió un Instagram. No tuvo hasta los 18 años. No tuvo Facebook; no tuvo Instagram. No tuvo ninguna red social.

Tomó esa decisión por una conversación que tuvimos hace años, donde yo le dije: “Mira, te voy a presentar lo que se está diciendo de las redes sociales y el efecto que tienen las redes sociales en ti, en nosotros: el efecto adictivo, el efecto distractor, el efecto que te pervierte, un efecto que incluso no es social para nada. Son redes antisociales”. Y él lo entendió. Aceptó el argumento y dijo: “Bueno, no quiero redes sociales”. Lo tuvo hace poco prácticamente por una necesidad, pero por la gracia de Dios, él entendió.

Entonces ese es el tipo de cosas a las que me refiero. A veces nuestros hijos necesitan ser confrontados con su pecado, pero a veces necesitan ser informados en su ignorancia. En otras ocasiones lo que necesitan es sabiduría para la vida, para manejarse en la vida en diferentes cosas. Que ojalá nosotros tengamos ese discernimiento, esa pertinencia de poder detectar qué es lo que mi hijo necesita en cada ocasión, y yo pueda proveérselo.

Susi: Y aún en hablar temas de instrucción y de madurez, de ir creciendo, tenemos que recordar el enfoque redentor en el sentido de que todavía, en todo ámbito de la vida, vivimos con el efecto del pecado. O sea, ¿por qué quiero ir a redes sociales cuando sé que me pueden dañar? Porque hay algo en mí que tiende hacia el pecado, aunque no sea un momento en el que estoy pecando y me tengan que disciplinar.

Entonces yo creo que los padres sí tenemos que tener una perspectiva diferente al mundo, porque sí reconocemos la condición humana y reconocemos el poder del Redentor, el poder del Espíritu Santo en nuestras vidas. Y yo en este tema creo que es muy bueno que los padres compartan con sus hijos sus propias experiencias.

Héctor: Así es. Excelente punto, sí.

Susi: Sus propias victorias sobre el pecado o sus propios errores, quizás de inmadurez, porque eso hace esa conexión que debemos tener con ellos. Yo no sé por qué a los niños les encanta escuchar cómo sus padres se equivocaron cuando eran más jóvenes, pero hay algo ahí, ¿no? Hay una conexión de decir: “Ay, yo no soy tan diferente. Mi padre quiere para mí lo que él entendió o tuvo que entender para sí”.

Héctor: Yo creo que eso, lo que acabas de decir, creo que cuando una persona se vulnera, te cuenta un error que cometió, él que está siendo instruido se siente identificado y entendido. “Ah, pues tú me entiendes lo que yo estoy pasando”. “Sí, yo te entiendo”. Y por eso, obviamente, eso abre su corazón.

Susi: Sí. O sea, el padre no le está pidiendo algo que él mismo no haya vivido o no haya experimentado, y yo creo que eso es genial, súper importante. Nada más quiero mencionar antes de cerrar aquí, ya que se nos está acabando el tiempo, realmente si tienes oportunidad, tú que estás escuchando, de leer capítulo 6, tiene otros elementos. Nosotros no hemos tocado todo lo que viene ahí.

Tiene una sección muy práctica sobre cómo ajustar tus expectativas. Eso es súper importante, y cómo tener una perspectiva bíblica de tu rol. El Pastor Chacho menciona que a veces los padres somos entrenadores, y a veces somos como pastoral, ¿verdad? Y eso es de mucha ayuda. Entonces te animo otra vez a que puedas leer este libro, tenerlo como un recurso.

Hermano, gracias otra vez por tu disposición y por tu amor hacia las familias en las iglesias locales que necesitan tanto esta instrucción.

Héctor: Gracias a ti, Susi, por el esfuerzo que has puesto en este material, y a Dios. Realmente, ¿qué no hemos recibido nosotros de él? Así que a él sea el mérito y la gloria por todo.

Susi: Amén. Sigue con nosotros, porque todavía faltan dos capítulos más. Que Dios te bendiga grandemente en tu familia, tu vida familiar en esta semana, y que te dé sabiduría. Bendiciones.

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Autores

  • Susi es la fundadora de Crianza Reverente y anfitriona del podcast, mamá de un adolescente y dos adultos jóvenes, y esposa de Mateo Bixby, uno de los pastores de Iglesia Bautista la Gracia en Juarez, NL, México. Juntos colaboran también en la Universidad Cristiana de las Américas en Monterrey, NL.

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  • Héctor Salcedo sirve como pastor ejecutivo de la Iglesia Bautista Internacional en República Dominicana. Tiene una maestría en Estudios Bíblicos del Instituto Bíblico Moody en Chicago, y es autor del libro Crianza Bíblica. Está casado con Chárbela El Hage, y tienen dos hijos, Elías y Daniel.

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