Categoría: Padres fieles
Serie:

Ep 186: Nunca dejes de orar por tus hijos

0
March 25, 2025

Los padres hacemos muchas cosas por nuestros hijos, muchas veces al día, por muchos años. Entre las cosas que más valor e impacto tendrán en sus vidas está la oración. Pero ¿cómo solemos orar por nuestros hijos? ¿Qué pedimos y deseamos para ellos? Hablemos sobre este tema crucial en nuestra crianza.

Transcripción:

¿Recuerdas cosas que tu mamá o tu papá, o quizá tu abuelita decía repetidamente? –“Hijo, nunca olvides agradecer a tu mamá, trabajar duro, sonreír, cuidar tu salud”.  Ahora habrán pasado años, ¿y qué es lo que más puedes recordar de tu niñez? Probablemente muchas cosas, pero algunas de las cosas que tú escuchaste repetidas veces en tu niñez, tú las que recuerdas hasta el día de hoy.

Y sabes, la Biblia también enseña esto. Hay temas que se repiten muchas veces a lo largo de las Escrituras. Hay autores que parecen decir lo mismo repetidas veces. ¿Cuál es el punto? Hay ciertas cosas que son tan esenciales que necesitamos escucharlas una y otra vez.

Hace algunos episodios, en el 182, creo, hablamos del método perfecto para la crianza: la Palabra de Dios. Padres que se deleitan en, meditan sobre, obedecen y aman la Palabra de Dios, tienen a su disposición todo lo que necesitan para la crianza y pueden confiar completamente en Dios para su crianza. Pero hay algo más que es casi igual de importante que la Palabra, pero realmente es parte de ese método perfecto para la crianza, y va ligado muy de la mano con la Palabra de Dios y esto es la oración.

La oración no funciona aparte de la Palabra de Dios. Si no has escuchado el episodio 182, te animo a hacerlo porque vamos a construir un poquito sobre eso y sobre las muchas veces que hemos enfatizado la importancia de la Palabra de Dios en el podcast de Crianza Reverente. Vamos a hablar de cómo la oración es tan esencial y por qué necesitamos constantemente que se nos recuerde de eso. Vamos a hablar de qué es la oración y cómo lo podemos hacer realmente como padres.

Yo creo que, si somos honestos, si batallamos para ser consistentes en leer la Palabra, la mayoría de nosotros batallamos aún más para ser consistentes en la oración. La oración es comunicación con Dios, es ir a su presencia, es el camino a la dependencia. ¿Y sabes? Yo creo que todas esas actitudes que caracterizan a una persona madura en su vida cristiana no se pueden obtener sin la oración.

Piensa en la humildad, la confianza en Dios, el deleite en Dios, la confesión y el arrepentimiento, la adoración, la alabanza, la gratitud a Dios. Sin estas cosas no existe una vida espiritual sana y para estas cosas la oración es clave.

Pero no me refiero a la oración desconectada de la Palabra y sus principios. La oración de la que yo estoy hablando y creo que la Palabra habla no es declarar o decretar lo que yo quiero. No. No es exigir a Dios lo que él me debe porque yo cumplí con mi parte. No es hacer un tipo de “show” delante de otros en supuesta oración. No es recitar la lista de todos los enfermos para cumplir con mi obligación cristiana.

Estoy hablando de entrar a la mera presencia de Dios consciente de mi debilidad, mi pecado, mis limitaciones, pero también consciente del poder, santidad y amor de un Dios temible y cercano. Sin la oración no hay relación, igual que como en un matrimonio. Sin comunicación, sin hablar el uno con el otro, realmente no se puede decir que hay una relación real.

La diferencia que este hábito puede hacer en la vida familiar, en la crianza de los hijos cuando es alimentado por las verdades y las realidades de la Palabra de Dios no se puede medir. Cualquier etapa de crianza, desde la oración para poder tener hijos, hasta la oración por los hijos de nuestros hijos, todo debe estar bañado en oración.

Necesito aclarar aquí que no estoy hablando desde un punto de vista de experta. De hecho, ningún episodio de Crianza Reverente es resultado de nosotros ser expertos en la materia, pero esto sí: nace de una profunda conciencia de las grandes limitaciones que yo tengo y que todos tenemos. Debo confesar que las etapas de tener hijos adultos, jóvenes, casados y solteros, acercándose algunos de ellos un poco más a la etapa de casarse quizás, todo esto me ha recordado y me ha empujado más hacia la oración.

Ellos son adultos ya; ellos toman muchas de sus propias decisiones y el único que puede intervenir con verdadero poder es Dios. Esto, obviamente, siempre ha sido cierto, pero mi “poder” limitado que yo tenía ahora se convierte en una vaga influencia. Y gracias a Dios hay un trono de gracia al que me puedo acercar con confianza para orar por mí misma, por mis debilidades y necesidades como mamá, como suegra y también pedir por mis hijos y mi nuera.

Cuando pensamos en la oración tenemos que estar seguros de entender realmente qué es, y obviamente es comunicación con el Padre. Pero yo he leído varias veces un libro que me encanta; me ha ayudado mucho: Una vida de oración, por el autor Paul Miller. A mí me encanta como él nos muestra cómo Jesús, cómo Dios, lo que busca es una relación. Y él usa el ejemplo de una cena familiar. De hecho, Jesús, en Apocalipsis 3:20, cuando él describe la intimidad que quiere con nosotros, habla de sentarse a comer con nosotros.

Entonces, mi comunicación con mi Padre celestial es tan cercana, familiar y natural como si tú estuvieras sentado en una cena familiar con los amigos íntimos. La oración se trata completamente de con quién tú estás hablando. Piensa: cuando tú estás sentado en una cena familiar o de amigos muy cercanos, tú estás pensando en las personas que están ahí. Tú no estás pensando en cómo tú dices las palabras. O sea, cuando esa persona te habla, te cuenta un chiste, te cuenta cómo están sus hijos, su papá, su amigo, o su trabajo, tú no estás pensando en las meras palabras que esa persona dice; tú estás pensando en esa persona. La relación que tú tienes con esa persona va más allá de palabras y las palabras solamente sirven para facilitar esa cercanía y esa intimidad.

Y es lo mismo con Dios. La oración no es principalmente una disciplina. Es una relación. El mero acto de repetir una oración no tiene valor sin la relación. El valor se encuentra en la persona a quien nos dirigimos. Entonces, cómo tú dices tus oraciones no es tan importante como con quién tú estás hablando y realmente estás queriendo comunicarte con él. Este es el medio por el cual nosotros conocemos, experimentamos y nos conectamos con Dios.

Piensa en tus hijos. Tú quieres, espero, que tú quieras que tus hijos tengan una relación con Dios, que sean salvos, pero no solamente que repitan una oración y tengan un boleto al cielo, sino que experimenten a Dios, que tengan una comunión íntima con él. Tú deberías de desearlo; yo debería desearlo. Eso es la vida cristiana real y la oración sirve para esto.

Pero no es tan importante cómo decimos las palabras. No tenemos que pensar: “Ay, yo no sé orar”. ¿Cómo es eso? Es como decir: “Yo no sé hablar con mi mejor amigo”. No importa cómo oras en cierto sentido, si te expresas súper bien o súper clara tus ideas. Vas con esa persona como si fuera tu amigo íntimo, porque lo es.

Cuando pensamos en cómo orar, Jesús nos dio un ejemplo en Mateo 6. Piensa en cómo Jesús empezó esa oración: “Cuando ores al Padre, dices así: Padre. Padre nuestro”. O sea, tú y yo debemos orar al Padre y debo dirigir a mis hijos a orar al Padre como “mi Padre”.

Piénsalo un momento: ¿cómo son los niños con los padres normalmente? ¿Cómo viene un niño a hablar contigo como mamá, o como papá, cuando algo le ha sucedido? Si él ve que se cayó en la tierra y se ensució y se raspó la rodilla, ¿él va primero a bañarse, a limpiarse, y cuando él esté bien presentable, viene corriendo contigo: “¡Mamá! Mamá, me duele la rodilla”? Y tú: “Ay, pero no veo nada”. –“Sí, es que ya me limpié, ya me sobé, ya me puse medicamento”. Claro que no.

¿Cómo vienen los niños? Vienen sucios, vienen desordenados, incluso vienen egocéntricos. O sea, los niños nacen egocéntricos con el mundo girando alrededor de ellos, ¿verdad? Entonces ellos vienen a decir: “Ayúdame”.

Piensa en el tiempo de Jesús. Él dijo varias veces cosas acerca de los niños. Él dijo que hay que recibir el Reino de Dios como un niño. Y en Lucas 10, Jesús menciona que él está contento de que sus discípulos son como niños pequeños. Y creo que en parte a esto se refiere: vienen como son, sin pretensión, no intentando ser algo que no son. Saben que no pueden, y dicen: “Papi, ayúdame. Mami, ayúdame. No puedo”.

Tenemos que quitarnos la máscara y no creer que vamos a Dios a orar por nuestros hijos, a pedir por nuestros hijos, con una máscara puesta, con nuestra supuesta justicia o nuestro supuesto valor, por qué Dios debe bendecir a nuestros hijos. No, no se trata de eso. Tú vas como un niño a tu Padre. Y los niños también tienen algo de que hablan con una franqueza que a veces da vergüenza. Un niño anda en la tienda y dice: “¡Ay, mami! ¡Mira! Esa señora está bien gorda”. O sea, no miden sus palabras; simplemente dicen lo que piensan y rápidamente las mamás somos así de que: “¡Ay! ¡No digas eso!” Y les vamos enseñando a que no deben decir todo lo que piensan.

Pero en ese sentido está bien ir con Dios y decir: “Dios, yo así me siento. Yo así pienso. Yo no sé qué hacer con mis hijos. Yo no conozco el camino. Yo estoy enojada, Dios. Yo estoy triste. Yo estoy deprimida. Así estoy”. Puedo ir y hablar con franqueza a mi Padre y puedo pedir lo que yo quiero. Puedo pedir lo que yo quiero, y el Padre me va a ayudar a ver si mis deseos no son correctos.

Entonces un niño cuando viene a hablar con su papá o su mamá a pedirle algo que quiere, él no sabe o no se detiene a pensar si es apropiado. Él no mide, a menos que haya sido enseñado ya a hacerlo, pero de manera natural él no mide cuánto cuesta algo. Él lo quiere y lo pide. Y muchas veces los padres tenemos que ayudarles a nuestros hijos a entender lo que están pidiendo.

Pero el punto es, mi Padre celestial, a él también se le jala el corazón cuando sus hijos vienen a pedirle algo. Y como él nos ama, él sabe lo que necesitamos igual que nosotros los padres sabemos lo que nuestros hijos necesitan mejor que ellos. Y él da. Él responde de la mejor manera para nosotros. Podemos confiar en eso. Podemos ir a nuestro Padre como esos niños, como esos niños que sin inhibiciones se acercan a su padre, a su madre.

Este autor, Paul Miller, dice: “Nada expone nuestro egoísmo e impotencia espiritual como la oración”. Eso es necesario. Yo necesito ver mi impotencia para ver el poder de Dios. Necesito ver mi egoísmo para arrepentirme y querer honrar a Dios en lugar de buscar mi propia manera. Creer el evangelio, o sea, creer que Dios me acepta por medio de Jesucristo, me ayuda a acercarme a él desordenada, porque así soy, y pedir lo que lo que yo traigo en mi corazón.

¿Por qué siempre pensamos que tenemos que arreglarnos primero antes de ir con Dios? Dios nos quiere arreglar. Nuestra relación con él es lo que él quiere usar para arreglarnos. ¿Sabes qué? Tenemos que ir a Dios con confianza. Nuestra fe, nuestra confianza, nunca va a ser perfecta. Yo voy a ir y orar por mis hijos, y yo voy a dudar en mi mente, sea en mi pecado, en mi debilidad o simplemente en mi conocimiento limitado como ser humano, yo no sé qué es mejor para ellos. Dios sabe.

Entonces mi corazón me pesa. Yo veo una necesidad o lo que yo creo que es una necesidad, pero Dios sabe realmente lo que son las necesidades. Y yo necesito ir confiadamente al Padre. Y sí, externar lo que siento, pedir lo que quiero pedir, pero al mismo tiempo confiar que él es el todo sabio, él es el que sabe mucho mejor lo que ellos necesitan y lo que verdaderamente les va a ayudar y a bendecir de una manera que les haga más capaces de disfrutar de Dios y de agradar a Dios para siempre.

A veces creemos que confianza es optimismo, pero confianza y optimismo no son lo mismo. Creo que una persona que verdaderamente confía en Dios va a tener un cierto tipo de optimismo espiritual, pero si confiamos en el optimismo nada más, luego nos vamos a desanimar. No se trata de simplemente sonreírle a la vida, como dicen, pegarme una sonrisa y actuar como si todo va a estar bien.

Tenemos que llevar incluso esa fatiga, ese cinismo a Dios, no cuestionar la bondad activa de Dios a nuestro favor, pero saber que no conocemos todo. No podemos conocerlo todo y no siempre vemos el camino hacia adelante. Algo que va a ayudar con esto es cultivar un corazón agradecido. Si hay razón para agradecer, hagámoslo. Hay que agradecer.

Algo que el autor Paul Miller presenta en su libro y que a mí me encanta para los padres:
él dice que tenemos que estar dispuestos a vivir dentro de la historia del Escritor. Tenemos un autor de nuestra vida. Tenemos un Escritor que está escribiendo la historia de la humanidad y dentro de esa historia está la mía, está la de mi esposo, está la de cada uno de mis hijos, está la de mi nuera, de mis (si es que existen) nietos futuros, yerno o nuera futura. Todo eso está dentro de la historia que Dios está escribiendo.

Él tiene soberanía, amor, sabiduría, paciencia, y al ir a él en oración, yo debo verme, puedo estar consciente de la historia que Dios está escribiendo acerca de mí y mi familia. Y eso me da esperanza y también revela mi corazón. A veces mi corazón no va detrás de las metas que Dios tiene; yo quisiera otras cosas. A veces yo exijo que Dios escriba la historia como yo la quiero y yo quiero que la historia de mi hijo o de mi hija se vea así. Yo quiero que la historia de mi familia se vea así.

Pero en lugar de pensar en cómo yo quiero la historia, tengo que enfocar mi vista en el Escritor, el Autor. Él es el importante; él es el que está en control. Tengo que permanecer en esta historia que él está escribiendo, confiar en su capacidad de escribir una historia que tanto le glorifica a él, como también es bueno para mí y para mis hijos.

A veces sentimos que estamos en un desierto, que Dios no oye, que Dios no contesta, pero ¿sabes qué? El desierto sirve mucho. Sirve mucho para reconocer dónde tengo esperanzas puestas en cosas que no satisfacen. En el desierto, mis ídolos mueren. No se alimentan. Pierdo esa confianza o esperanza que tengo en mí misma. Dios permite pasar desiertos, tiempos de no saber qué va a pasar, y que las cosas se ven a oscuras. Salmo 63:1 dice: “Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela en tierra seca y árida donde no hay aguas.”

Entonces, si tú estás en un desierto, tus hijos no están bien o tú no sabes qué va a pasar con su salud, con su futuro, con su vida espiritual, con su matrimonio, con su situación en la escuela, con su conducta errática, quizás una necesidad especial—no sé en qué tipo de desierto tú estás, pero en ese desierto tienes el privilegio de quedarte en la historia que Dios está escribiendo, una historia que es más grande que tú, más grande que yo y mi familia, pero nos incluye a nosotros.

Y puedo confiar en ese Autor. Puedo orar en la vida real. Yo no tengo que orar solamente por cosas sublimes y grandes, por los misioneros y el evangelismo. Eso hay que hacerlo, pero, puedo orar por este momento, ahora mismo, por mi hijo que está rebelde, que se acaba de meter a su cuarto y cerrar la puerta duro y no quiere hablar con sus papás. Puedo orar en este momento.

Voy en camino al médico, o vengo de regreso y no sé cómo van a salir los exámenes. Puedo orar: “Señor, tú estás escribiendo nuestra historia. Ayúdanos a buscarte a ti. Que el Autor, el Escritor, sea más importante que los resultados temporales de lo que esté pasando en este momento”. Para esto nos sirve la oración: para vivir en la vida real, pero saber quiénes somos y quién es nuestro Dios, nuestro Padre, el Autor de nuestra historia. Y esto nos va a ayudar a poder caminar como padres, enseñar a nuestros hijos que Dios es en quien pueden confiar. Eso es una preparación de por vida increíble.

Ahora, dijimos que esta oración tiene que estar muy ligada a la Biblia, a la Palabra de Dios. Tengo que estar empapada de la Palabra de Dios, como hablamos, y hemos hablado muchas veces, para que eso alimente mis oraciones. A lo que me refiero es que muchas veces no sabemos cómo pedir y Dios dice que el Espíritu Santo nos ayuda con eso, pero a veces pedimos cosas muy materiales, temporales o secundarias.

Yo personalmente estoy convencida que las oraciones más poderosas son las que brotan de lo que Dios ya ha dicho que él va a hacer o que él quiere hacer: principios bíblicos, cosas que él manda, o pide o promete. Estas oraciones son muy poderosas. Entonces quiero que pensemos un momento en cómo orar utilizando la Biblia. Hay buenos libros sobre esto: Orando la Biblia por Donald Whitney; hay varios recursos sobre esto. Pero pensemos en esto como padres, madres, abuelitos, que queremos orar por nuestra familia, por nuestros hijos, por nosotros mismos, de una manera que realmente va a producir resultados que sabemos que Dios quiere hacer.

Usemos primero el ejemplo de Salmo 1. Salmo 1 es muy famoso; seguramente lo conoces, por lo menos en parte. Dice: “Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado”. Entonces yo leo eso y digo: “Señor, tú no quieres que mis hijos anden en consejo de malos. Tú no quieres que vayan por el camino de los pecadores”.

Obviamente sabemos que todos somos pecadores, pero entendemos que el salmista está diciendo que hay un camino que los pecadores no arrepentidos toman, y nosotros no queremos eso para nuestros hijos. No queremos que se sienten en la silla de escarnecedores, que se identifiquen y estén ahí con los que son así, que hablan así: se burlan de Dios y su Palabra, de principios bíblicos. Yo puedo tomar esto y pedirle al Señor: “Señor, ayúdales a mis hijos a que no caminen en esos caminos, a que no se junten con los amigos, con las personas que son así”. ¿Entiendes? Esto se convierte en una oración.

Si seguimos en el Salmo 1, lo siguiente es: “sino que en la Ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche”. “Padre, que mis hijos se deleiten en la Palabra de Dios, que ninguna de sus palabras se aparte de ellos, que mediten en ella, que la obedezcan”. Esta es una oración importante, que Jesús sea más atractivo para ellos que los cantantes y actores, el sexo y el dinero, la aceptación, la aprobación de sus amigos (versículo uno), sino que ellos puedan deleitarse la Palabra.

¡Wow! Dios quiere esto para mis hijos. Yo puedo orar esto con confianza y luego, después de haber orado esto, también esto a mí me ayuda quizás a entender acciones que yo debo tomar. Quizás hay cosas que yo no he querido prohibir a mis hijos. Quizás hay áreas donde yo no he querido o no he tomado el tiempo o la energía de influir. Yo necesito sentarme a hablar con mis hijos sobre sus amistades. Yo necesito buscar textos bíblicos para estudiar con ellos. Necesito confrontarles, quizás, por actitudes, por amistades. No sé. Pero al orar esto y entender la voluntad de Dios, esto también me puede llevar a una acción bañada en oración con confianza de que mi Padre quiere hacer esta obra tanto en mí como en mis hijos.

Si seguimos leyendo Salmo 1, dice: “Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará.” ¿Quién no quiere que sus hijos prosperen? Pero aquí hay una prosperidad que Dios quiere para ellos. Entonces yo puedo orar: “Padre, que sean como árboles plantados junto a corrientes de aguas, que den su fruto en su tiempo. Padre, ayúdame a mí a ser paciente, porque ese fruto no es inmediato. Ayúdame a ser el instrumento para que donde su árbol está plantado, esas corrientes de aguas sean la Palabra que yo les estoy enseñando, las influencias que yo estoy rodeándoles de ellas, los hermanos de la iglesia donde yo los llevo, los libros, las instrucciones, las influencias que yo permito en su vida, que eso dé su fruto en su tiempo. Y Padre, ayúdame a mí a ser paciente para esperar ese tiempo”.

Al final de ese Salmo dice: “Jehová conoce el camino de los justos, más la senda de los malos perecerá.” “Padre, conoce nuestro camino como familia y muéstranos si es camino de justo o camino de los malos. Ayúdanos a hacer los cambios que necesitamos hacer”.

Otro pasaje que pudiera servir bastante para orar por nuestros hijos, por nuestra familia, es Efesios 1. Hay una oración hermosa en los versículos del 15 al 19. No tenemos el tiempo, ni quiero poner oraciones específicas en tu boca, pero si tú lees Efesios 1, tú vas a ver, por ejemplo, que tú puedes orar por tus hijos para que Dios les conceda sabiduría y conocimiento de él, que alumbre sus ojos, los ojos de su entendimiento, que su futuro cónyuge sea protegido y guiado por Dios, salvo por su gracia, traído a los pies de Cristo diariamente. ¡Wow! Todo esto, son principios bíblicos y cosas que Pablo oraba por los Efesios. Podemos saber que estos son la voluntad de Dios para nosotros y podemos aprender de estos pasajes.

Otro que te puedo recomendar es Hebreos 12:1-6. Que nuestros hijos se despojen de todo peso del pecado que les asedie, y que pongan sus ojos en Jesús. Yo también necesito eso, que yo pueda considerar aquel que sufrió para que mi ánimo no se canse a desmayar. Como madre a veces me canso. Como padres nos cansamos. Menospreciamos la disciplina de Dios y nuestros hijos menosprecian nuestra disciplina. Hebreos 12 nos puede dar palabras para orar por nuestra familia y por nuestros hijos.

Mi oración por ti es que puedas ser un padre, una madre de oración dependiente, acercándote a tu Padre como un niño, así como eres, expresando tus deseos, incluso tus quejas, pero agradeciendo, confesando, arrepintiéndote, deleitándote en Dios por medio de su Palabra, y orando al Padre, al Escritor de nuestra historia, tanto la mía como la de mis hijos también.

Que Dios te bendiga esta semana mientras ores por tus hijos.

Compartir:

Autor

  • Susi es la fundadora de Crianza Reverente y anfitriona del podcast, mamá de un adolescente y dos adultos jóvenes, y esposa de Mateo Bixby, uno de los pastores de Iglesia Bautista la Gracia en Juarez, NL, México. Juntos colaboran también en la Universidad Cristiana de las Américas en Monterrey, NL.

    View all posts

Publicaciones relacionadas