Hace poco estuve leyendo otra vez el Pentateuco. Si alguna vez has leído los primeros cinco libros de la Biblia, seguramente has notado que Dios le da a su pueblo un montón de leyes, y exige su obediencia. Sin embargo, mientras hago mi lectura nuevamente he notado cuán frecuentemente Dios dice que Él quiere bendecir a su pueblo.
Incluso cuando Dios promete que cosas horribles sucederán a su pueblo si no obedecen, se detecta la intención de advertirles para que eviten el desastre y experimenten la bendición: “Te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición. Elige, pues, la vida, para que vivan tú y tus descendientes” (Deut. 30:19).
Con pasión y compasión Dios reitera vez tras vez su deseo de hacer de Israel su bendecido pueblo.
Dios es, y siempre ha sido, un Dios de límites. Benditos límites. Límites de amor y protección. Límites que alientan la santidad, la cual me pone en el camino de mayor bendición. En la economía de Dios, límites = amor. Así que, si voy a ser un padre o una madre que cría como Dios me cría a mí, quiero y necesito ser uno de límites.
La diferencia entre los límites de Dios y los míos.
Pero hay un pequeñito grandísimo problema: ¡Yo no soy perfecta como Dios! Nunca podré afirmar que los límites y las reglas que yo uso en la crianza siempre son motivados por un genuino y desinteresado amor impulsado por la eternidad. Yo invento reglas tontas como: No puedes salir de tu cuarto hasta que cumplas 30. Me abruma y motiva el temor cuando me toca decidir si mis hijos se pueden juntar con ciertos amigos.
En otras palabras, los límites de Dios son siempre perfectos y destinados a la bendición; los míos no tanto. Entonces, ¿es mejor no usarlos para que yo no estropee la perspectiva que mis hijos tienen de los límites divinos?
Llamados a disciplinar y discipular
Según Efesios 6, la respuesta a esa pregunta es “¡NO!”. Mira los versículos 1 al 4.
Hijos, obedezcan en el Señor a sus padres, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre —que es el primer mandamiento con promesa— para que te vaya bien y disfrutes de una larga vida en la tierra. Y ustedes, padres, no hagan enojar a sus hijos, sino críenlos según la disciplina e instrucción del Señor.
En los versículos 1 al 3, a mis hijos, de una manera muy similar a los Israelitas, se les manda obedecer y honrarme a MÍ (como representante de Dios) y se les da una promesa muy parecida de bienestar y bendición. Luego, en el versículo 4, Dios deja muy en claro que mi rol es hacer todo lo posible porque eso llegue a ser una realidad en su vida, usando la disciplina y la instrucción (¡mejor conocido como “discipulado”!).
Estas dos palabras son palabras de “límites amorosos”. La disciplina impone y ejecuta los límites. El discipulado entrena al corazón a abrazar y deleitarse en el Dador de límites.
Nunca podremos hacer esto de manera perfecta, pero este es nuestro llamado, y Dios hace esto por nosotros al proveer el ejemplo perfecto de la crianza (Hebreos 12).
Entonces, ¿cómo podemos ser padres que imitan al Padre al momento de imponer límites?
- Modela deleite en, y obediencia a, los límites que Dios impone.
Mi gozosa obediencia impulsada por fe demuestra que genuinamente creo que los límites de Dios son para mi bien con la intención de bendecirme. Mi deleite y obediencia a sus límites validan mi exigencia para que mis hijos obedezcan mis límites.
Si yo no creo que los límites que Dios pone sobre mí como su hija son buenos y rectos, tampoco podré convencer a mis hijos de lo mismo. Si declaro que los límites de Dios son arbitrarios, si trato de buscar una laguna en sus mandamientos o escabullirme de ellos, ¿por qué me sorprendo cuando mis hijos hacen lo mismo con los míos?
Si me fastidian los límites que la Palabra de Dios me impone –todas las cosas que no puedo hacer y los lugares donde no puedo ir porque soy seguidora de Jesús—no considero las leyes de Dios como un camino a la bendición, y es seguro que mis hijos tampoco.
- Establece límites con cuidadoso propósito.
Porque Dios es Dios, sabemos que cada una de sus leyes y reglas –y cada instrucción que recibimos en el Nuevo Testamento—tiene un propósito que avanza su reino. Dios desea salvarnos y santificarnos, y sus mandamientos sirven ese propósito de distintas formas.
Debo cuidar que las reglas y los límites empleados en mi hogar sirvan a propósitos del reino también.
El orden y la rutina glorifican a Dios y utilizan nuestro tiempo y nuestras fuerzas con sabiduría. Buenos hábitos (lectura, trabajo, estudio, ayudando, sirviendo) nos entrenan a ser buenos ciudadanos y creyentes que glorificamos a Dios y servimos a otros. Las restricciones nos ayudan a evitar o huir de la tentación.
Mientras nuestros hijos van creciendo, debemos entablar conversaciones con ellos sobre el porqué de los límites del hogar como parte de su discipulado. Cada regla debe ser basada en un principio bíblico—y por ende tener el potencial de hacer crecer la percepción que nuestros hijos tienen de Dios y la vida cristiana.
- Haz que los límites se traten de mantenerse sobre el camino de la verdadera bendición.
Hagamos un breve alto aquí y aclaremos esto porque fácilmente podríamos descarriarnos hacia un legalismo anti-Evangelio con esta sugerencia. Permíteme comenzar por definir “verdadera bendición”. El mundo, y cristianos mundanos, definen la bendición en términos de bienestar y felicidad material o emocional. Pero la Biblia tiene una definición diferente de la bendición. Jesús dice que los pobres en espíritu, los mansos, y los misericordiosos, y los de limpio corazón serán bendecidos (Mat. 5:3-12).
¿Por qué se consideran bendecidos? Porque suyo es el reino de los cielos, y recibirán misericordia, y heredarán la tierra (¡aunque ahorita mismo todavía no!), ¡verán a Dios! ¿Tú le crees a Dios acerca de su definición de la verdadera bendición? ¿Persigues esa bendición?
Al ir estableciendo límites para ti mismo y para tus hijos, motívense entre ustedes con la verdadera bendición que será suya, y utiliza las reglas y los límites para entrenarse hacia un estilo de vida que permanece sobre el camino de la verdadera bendición. Esto nos entrena también a detectar y rechazar los caminos falsos hacia una “bendición” engañosa.
Los límites son la idea excelente de un Creador bueno y perfecto, y yo quiero imitarlo en mi crianza. Oro que tú también lo desees. Que te deleites en su buena obra en tu vida y que compartas esa buena obra con tus hijos por medio de los benditos, benditos límites.
Este artículo fue publicado primero en Fierce Parenting.