Carta a una madre joven

mayo 16, 2020

por Andrea Ruiz

Querida Madre Joven:

¿Recuerdas cuando te enteraste de que te convertirías en mami? ¿Recuerdas la emoción de comenzar a leer sobre la maternidad, ese campo, que, aunque conocido por ver a tu madre, desconocido por tantas experiencias por vivir? ¿Recuerdas tu deseo de consejos y preguntar por “tips” a mamis con experiencia?

“Duerme, duerme todo lo que puedes”, probablemente como yo, fue uno de los consejos que más escuchaste.

Pero quizás también recuerdas esos “consejos” que, más que una ayuda, resultaban en una carga y agobio para ti.

Mujer mayor 1: “Hija, ponle suéter a esa criatura, ¿cómo es posible que lo traigas así?”

Mujer mayor 2: “Tienes que tomar estos atoles o no podrás jamás producir la leche que necesita tu bebé.”

Y aunque quizás aprendiste a ignorar varios de esos consejos y no tomarlos de forma “personal”, tal vez algunos de ellos sí te llegaron a herir. Yo en particular recuerdo uno, al perder a mi primer bebé, que ahora entiendo fue un consejo bien intencionado por una hermana creyente mayor que sé que me ama, pero en el momento fue muy doloroso: “A ver si para tu siguiente bebé ahora sí te cuidas”.

Entonces, quizás, después de algunas experiencias incómodas, consejos contradictorios a la ciencia y comentarios algo imprudentes, comenzaste a desvalorar el consejo de hermanas mayores.

No, no soy otra mujer mayor que te escribe con la intención de que valores sus consejos y experiencias a través de los años. Soy una mami joven como tú, tu compañera de llamado, que al igual que tú en muchas ocasiones reconoce su incapacidad en esta labor que Dios nos ha encomendado, pero también lucha con cumplir el llamado de Dios dado en Tito 2.

“Asimismo, las ancianas deben ser reverentes en su conducta, no calumniadoras ni esclavas de mucho vino. Que enseñen lo bueno, para que puedan instruir a las jóvenes a que amen a sus maridos, a que amen a sus hijos, a que sean prudentes, puras, hacendosas en el hogar, amables, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada.” – Tito 2:3-5 (NBLA)

Dios, en su diseño perfecto para la Iglesia, nos ha dado pastores, y decimos “amén” a esto; reconocemos su autoridad en nuestras vidas y como Dios les ha puesto para cuidar de nosotros y enseñarnos. Pero ¿sabes? El Señor nos ama tanto, conoce nuestra incapacidad y necesidad, que nos ha provisto también de un grupo de hermanas mayores, más maduras para instruirnos en nuestro llamado de ser esposas y madres.

¿Con qué propósito? Que la gente vea nuestras vidas transformadas, regidas por el Evangelio, y puedan afirmar que la Biblia es verdad y que el Evangelio es “poder de Dios para salvación” (Rom. 1:16).

Nuestro Problema

“Así es, Tito 2 dice que las ancianas, mis hermanas en Cristo mayores, deben enseñarme, deben buscarme, pero ninguna lo hace”, podríamos pensar. Tito 2 sí es un mandato a las mujeres más maduras a enseñar a las jóvenes, pero implícito va el deseo y humildad de las jóvenes para aprender.

Y ese mi amiga es muchas veces nuestro mayor problema. Nos hace falta un corazón “enseñable”, un corazón que reconoce su gran necedad e incapacidad para criar hijos que honren a Dios de forma solitaria sin el apoyo de otros. Un corazón orgulloso es algo que Dios resiste (1 Pedro 5:5).

Pero un corazón humilde y enseñable es aquel que ve tan grande su necesidad, que no espera a que incluso le busquen las hermanas mayores o la esposa del pastor. Pensemos, ¿cómo reacciona alguien que se está ahogando y es incapaz de salvarse a si mismo? No espera a que alguien más venga a buscarle, no, él clama por ayuda ya que reconoce su necesidad. ¡Cuánta falta nos hace, mamás jóvenes, reconocer que nuestros esfuerzos no son suficientes, que los consejos de los pediatras y expertos que seguimos en redes sociales jamás podrán proveernos de la sabiduría de Dios que tanto necesitamos nosotras y nuestros hijos!

Pero me he dado cuenta, por mi propio pecado, que no es solo nuestro orgullo lo que nos impide buscar a hermanas mayores para que se involucren en nuestra crianza, también es lo que valoramos. ¿Qué mami no disfruta una plática de desahogo con otra amiga en la misma etapa que ella? ¿Quién no anhela escuchar “lo estás haciendo muy bien”?

Y no quiero decir que ambas cosas son malas, yo también disfruto platicar y desahogarme con amigas que están en la misma etapa que yo y llorar y reír con ellas, e incluso ver que no soy la única viviendo ciertos retos de la maternidad. Sin duda animan esa clase de conversaciones. Claro que también es de bendición escuchar que alguien valora lo que haces. Pero la pregunta es: ¿valoras el recibir consejo bíblico y confrontación de la misma manera como valoras pasar un buen rato con una amiga de tu edad?

Proverbios nos habla constantemente de la importancia de rodearnos de consejeros, por citar solo algunos:

El camino del necio es recto a sus propios ojos, pero el que escucha consejos es sabio.” (Prov. 12:15)

“Escucha el consejo y acepta la corrección, para que seas sabio el resto de tus días.” (Prov. 19:20)

No solo valoramos desahogarnos o pasarla bien con amigas de nuestra edad, muchas veces también valoramos y nos inclinamos antes los consejos “valiosos” de expertos en medicina, psicología o tipos de crianza. El problema no es leerles, aunque sí debemos ser cuidadosas y filtrar todo antes el lente de la Palabra de Dios, pero incluso llegamos a despreciar el consejo de hermanas mayores que desde nuestra perspectiva sus consejos y experiencia son anticuados y poco relevantes para nuestra época.

Nuestra solución

Aunque suene extraño decirlo, el involucrar a más personas en nuestra crianza es un asunto de fe. Cada decisión se resume en si le creemos a Dios o no, y todo lo que necesitamos (incluyendo la crianza de nuestros hijos) está dado en Su palabra. (2 Tim. 3:16)

Dios nos dice en Tito 2, que como parte de Su diseño para la iglesia y para vivir un matrimonio y maternidad que le glorifiquen, necesitamos que otras mujeres piadosas se involucren en nuestras vidas, que puedan conocer nuestro hogar, junto con nuestras luchas, fortalezas, dudas y también alegrías.

Si tú y yo como mamás jóvenes deseamos agradar a Dios en nuestra crianza, necesitamos creer que Su diseño es el mejor, el correcto, el que le traerá gloria. Para esto debemos rogar a Dios por humildad para que alguien con mayor experiencia y conocimiento de la Palabra se involucre en nuestras vidas y nos diga las palabras de Dios aplicadas a la crianza. Pidamos a Dios que cambie lo que nuestro corazón valora, como momentos placenteros y cómodos con nuestras amigas contemporáneas, para así abrirnos a comenzar una relación con aquella hermana de la iglesia con la que quizás sentimos que no tenemos mucho en común, pero que Dios puede usar para traer sabiduría a nuestra vida y especialmente a nuestra crianza.  (Prov. 15:22)

Cómo comenzar- Ideas prácticas

Mami joven, si tú, como yo, reconoces la veracidad de la Palabra de Dios y tu necesidad de involucrar hermanas mayores en tu crianza, quizás te preguntes, ¿y por dónde comienzo? Aunque no hay una serie de pasos mágicos, a continuación, te comparto algunas ideas prácticas sobre cómo llevar a cabo Tito 2 en tu rol como madre joven.

  1. Ora. Comienza pidiendo a Dios que te dé un corazón humilde para ver tu gran necesidad de involucrar a otros en tu vida, y para que puedan ver no solo la parte “bonita” de tu familia sino también tu necesidad de sabiduría. Pide a Dios fe para creer a Su Palabra y confiar en Sus métodos para tener un corazón que valore lo que Él valora. Pero comienza a orar también por provisión de alguna hermana mayor, piadosa, en quien tú puedes ver, no perfección, pero sí un corazón que ama a Dios y Su Palabra y que puedes ver en ella un ejemplo piadoso de criar a hijos en “disciplina y amonestación del Señor.” (Ef. 6:4)
  2. Toma la iniciativa. Después de haber orado, no esperes a que una hermana mayor venga y “cumpla” el mandato que Dios le ha dado en Tito 2 y te busque para comenzar una amistad. Toma la incitativa tú. Puedes invitarla a tomar un café o bien enviarle un mensaje de texto contándole tu deseo de iniciar una amistad con ella, pedirle algunos consejos y compartir lo que Dios ha hecho en la vida de ambas. Si estás leyendo esto en época de contingencia por el COVID-19, quizás salir por un café sea difícil, pero puedes programar una videollamada para tener una plática edificante con alguna hermana de tu congregación.
  3. Prepárate. Entiendo que para algunas personalidades, “hacer plática” o abrirse con alguien más puede ser más sencillo que para otras personalidades más introvertidas. Y quizás pasa por tu mente: “Pero ¿qué le voy a preguntar a esa hermana mayor? ¿Y si de repente hay un silencio incómodo y no hay de qué hablar al no tener mucho en común?” Primero, casi puedo asegurarte que cualquier hermana mayor a quien busques, se sentirá honrada y agradecida de que desees involucrarla en tu vida y ver que valoras la obra de Dios en ella. Segundo, te animo a llevar preparadas una serie de preguntas que puedas hacerle, escritas en tu celular tal vez. Por ejemplo:

“¿Cómo le hacía usted hermana, en la época de criar niños pequeños, para no descuidar su relación con su esposo y con el Señor?”

Incluso puedes preguntar cosas tan “mundanas” como:

“¿Qué clase de comidas puedo hacer en días muy atareados o de muchas actividades de los niños?”

Con el tiempo y rogando a Dios por un corazón humilde, puedes llegar a hacer preguntas como:

“Hermana, realmente batallo para no enojarme cuando mis hijos desobedecen y disciplinarlos con ira. ¿Qué consejo de la Palabra y que a usted le ayudó pudiera darme?”

Recuerda mami joven, la clave es la humildad. Cuando ves tu incapacidad de criar hijos para la gloria de Dios aislada de los medios de gracia que Dios nos ha dado, (entre ellos, hermanas más maduras) podrás orar, buscar e incluso “correr” por ayuda.

No es fácil, yo misma lo he experimentado, lo más sencillo es mantener nuestra vida privada en secreto, seguir buscando amistades contemporáneas con quien pasarla bien, pero todas necesitamos de la gracia de Dios que también desborda de creerle y vivir Su diseño plasmado en Tito 2.

Por la gracia de Dios he vivido y experimentado la bendición, el deleite y la ayuda de Dios al inculcar mujeres mayores en mi vida, y aunque no siempre fue lo más cómodo escuchar consejos directos y confrontantes, puedo decirte que ha venido sabiduría y gracia de Dios a mi crianza. Incluso puedes sorprenderte pues muchas veces llegas a tener más en común de lo que imaginabas con esa hermana mayor y a tener platicas no solo llenas de sabiduría, también de risas y lágrimas por la hermosa obra de Dios en la vida y familias de dos mujeres pecadoras que desean vivir el diseño de Dios en Tito 2.

Con amor,

Otra mami joven, inexperta y necesitada de la gracia de Dios.

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Autor

  • Originaria de Guanajuato, salió de su hogar a los 15 años para estudiar la preparatoria y posteriormente la licenciatura en la Universidad Cristiana de las Américas. Durante sus estudios conoció a Julio Salgado, quién ahora es su esposo. Actualmente ambos, junto con su hijo Andrés, sirven en la Iglesia Bautista Genezareth y disfrutan colaborar en el ministerio de educación. Le apasiona la enseñanza, la oratoria y la redacción.

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