Cuando ya no soy la mujer que fui antes de la maternidad

junio 25, 2023

Hace solo dos años mi esposo y yo pasábamos la mayor parte de nuestro tiempo libre involucrados en el ministerio en la comunidad marginada de nuestra ciudad. Aún no teníamos hijos. Mis veintes fueron un tiempo de esforzarme por vivir una vida radical de oración, evangelismo y generosidad. Después fuimos a la India a adoptar a nuestra hija. Durante ese tiempo también quedé embarazada. En el transcurso de un año, Dios nos dio dos preciosos hijos. Nuestro comienzo en la crianza fue difícil y demandante mientras buscábamos cómo criar a nuestra hija adoptiva abrumada y aprendíamos a suplir las necesidades de nuestro recién nacido.

Salí de la niebla suponiendo que podía regresar al ministerio. Sin embargo, mientras reflexionaba sobre los años anteriores, un anhelo comenzó a crecer. En algún punto durante la incertidumbre de la adopción internacional y la intensidad de la labor de parto, mi perspectiva global se encogió. En algún punto entre amamantar toda la noche, y pasar horas meciendo a mi pequeña hija envuelta en tristeza, mi pasión por las misiones “allá afuera” se fue desvaneciendo. En algún punto durante los momentos de gozo y deleite, empecé a aferrarme a mis bendiciones.

Lo impensable sucedió: yo había cambiado.

¿Qué hacemos cuando sentimos que la maternidad nos ha vaciado de esa pasión y celo anterior? ¿Cómo nos entendemos a nosotras mismas cuando vemos en el espejo a una mujer cambiada? ¿Qué hacemos con el duelo que sentimos por la pérdida de la antigua versión de nosotras? ¿Dios lo ve? ¿Está decepcionado?

Tal vez estas preguntas te persiguen como una sombra mientras llevas a tus hijos a la escuela o barres migajas del suelo o corres a una reunión de trabajo. Tal vez estás en una etapa de la maternidad que ha estirado y deformado tu identidad. Tal vez estás resurgiendo, incierta de cómo se verán tus contribuciones fuera del reino del hogar.

Amiga, hay buenas noticias. Jesús habla a los lugares más profundos de nuestra alma y tiene mucho que decir acerca de nuestra identidad y propósito. 

Dios nos creó con personalidades, dones y pasiones únicas; también ha decretado que vivamos en determinado tiempo y lugar. A la luz de la caída, nuestras relaciones con Dios, unos con otros, e incluso con nosotros mismos están fracturadas. Nuestras personalidades y pasiones ya no se alinean con el diseño de Dios. Como resultado, nuestro propósito de vida y nuestro sentido de identidad son fácilmente deformados y empañados.

Sin embargo, en su muerte y resurrección, Jesús ganó por nosotras el derecho de ser llamadas hijas de Dios. Nuestra identidad ya no está más sujeta a los cambios de roles, logros o estereotipos. Somos hijas del Rey Altísimo. Nuestro mayor propósito es pasar la eternidad disfrutando, alabando y glorificando al Padre.

Esta visión exquisita arroja luz en los rincones más oscuros de nuestra baja autoestima y confusión. No fuimos creadas para nuestra propia gloria; no fuimos creadas para producir una versión de nosotras mismas que fuera la perfecta combinación de Mamá del Año, afectuosa y comprometida esposa, ama de casa estrella, exitosa emprendedora y misionera perseverante. 

En medio de cada cambio en nuestras vidas, hay dos constantes: somos hijas de Dios hechas a su imagen, y fuimos hechas para glorificarlo a Él. A veces esto se ve como etapas de energía y tiempo para hacer contribuciones evidentes al reino. A veces se ve como interminables ciclos de alimentar, dormir y bañar niños, las contribuciones menos obvias.

Dios nos habla en el lugar medio también. Podemos traer a Él nuestro duelo y decepción porque Él es “nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (Salmo 46:1). Cuando nos vemos al espejo y sentimos la pérdida de ciertos aspectos de nosotras mismas que están dormidos o que se han ido por completo, podemos correr a Jesús. Él ve y conoce, y no se siente decepcionado.

De hecho, Dios está trabajando en esta etapa para tu bien. Ya sea que estés envolviendo a tu pequeño que tiene cólicos o aguantando a un niño difícil o ayudando a jóvenes adultos a salir del nido, Dios está usando esta oportunidad para aumentar tu fe y santificar tu carácter. 

Dios usa la maternidad para enseñarnos las verdades de nuestra identidad en Él. Somos mujeres que le pertenecemos por el amor sacrificial de Jesús. Y nuestro amor sacrificial reiterado por nuestras familias les da a nuestros hijos el conocimiento de su propia pertenencia: a nosotros y a Dios.

Así que, hermana, si te encuentras a ti misma, como yo, frotándote los ojos y preguntándote acerca de los grandes cambios en tu cuerpo, mente, alma y hogar, anímate. Nuestra verdadera identidad es esta: somos barro en las manos del Alfarero y Él nos está moldeando como sus hijas, para andar en buenas obras en cada etapa.

Este artículo fue publicado primero en Risen Motherhood. Traducido y usado con permiso. 

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Autor

  • Amelia Rana vive en Hamilton, Ontario (Canadá) con su esposo, Varun, y sus dos hijas, Mansi (5) y Zara (1). Sirven en una comunidad marginada a través del ministerio encarnacional con su equipo de MoveIn. Amelia es consejera y le apasiona trabajar con familias que están criando niños de lugares difíciles.

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