Categoría: Comunicación,Hijos

Entrenemos a nuestros hijos a inclinar su oído

octubre 17, 2020
Escenario #1:

“Josué. Josué, ¿puedes venir?”.

Silencio.

“Josué, te estoy hablando. Sé que estás ahí en la sala. Ven, por favor”.

Silencio. Pero al acercarte escuchas una pequeña voz hablándose solo.

“Josué, ¿me escuchaste cuando te hablé?”

“Sí mami, pero estaba jugando”.

Escenario #2:

“Raquel, ¿te acuerdas de que hablamos sobre la distracción que es para ti el Instagram y el WhatsApp? Quedamos en que sería mejor para ti limitarte el tiempo que estás pasando en esas aplicaciones”.

“Sí mamá, recuerdo”.

“Estoy viendo el reporte en la aplicación que rastrea tu uso del celular, y veo que no ha disminuido el tiempo. ¿Qué pasó?”

“Ya sé mamá que tú crees que es un problema, pero yo no lo veo así. Lo tengo bajo control y no es un problema para mí”.

¿Qué tienen en común estos escenarios? ¿Se tratan de hijos que tienen problemas físicos para oír las palabras de sus padres? No, se tratan de hijos que no consideran a las palabras y peticiones de sus padres como dignos de atención y estima.

Este tipo de escenario se repite en miles de hogares alrededor del mundo muchas veces al día. Tú y yo como hijos fuimos culpables de escuchar sin atender, de entender si obedecer, y nuestros hijos lo harán sin que nadie les enseñe. ¿Por qué es así?

El problema fundamental

El ser humano caído ha sufrido la condición de sordera espiritual desde el principio. Eva escuchó físicamente las palabras de Dios en el huerto, pero decidió hacerles caso omiso por seguir deseos propios. Podemos trazar este patrón a lo largo de la historia de la humanidad y el pueblo de Israel. Dios rogaba a su pueblo que estuviera atento a sus palabras, cuyo resultado sería salvación y bienestar. “Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma” (Is. 55:3a).

“Pero no quisieron escuchar, antes volvieron la espalda, y taparon sus oídos para no oír” (Zacarías 7:11). ¿El resultado? “Pero no me habéis oído, dice Jehová, para provocarme a ira con la obra de vuestras manos para mal vuestro” (Jer. 25:7).

La historia comprueba que a la persona que no presta su oído para oír la palabra de Dios y la instrucción de sus autoridades y consejeros, le va mal. Sin embargo, la cultura moderna agresivamente promociona una crianza en la que los padres funcionen solamente como asesores que no ejercen autoridad directa, que no exigen obediencia, y que no imponen su voluntad sobre sus hijos. Pero para el creyente, el estilo de crianza del mundo no prepara a los hijos para inclinar su corazón y oído a la instrucción de su Creador.

La solución divina

Dios llama a los padres a ejercer su autoridad en el hogar como representante suyo, llamando a los hijos al arrepentimiento y fe en Cristo. Para que esta obra divina suceda en sus corazones, la instrucción y la advertencia de la Palabra tiene que hallar cabida en sus mentes. El Espíritu Santo hace la obra milagrosa de la conversión, y da el don de la salvación; y la herramienta que utiliza es su Palabra.

Jesús lo dijo así: “El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna” (Juan 5:24). Primero viene el oír, luego el creer. Esa fe trae vida eterna. Los padres no podemos crear o producir fe. Pero, sí podemos entrenar a nuestros hijos a oír. Dios Padre dijo en la transfiguración de Jesús, “Este es mi Hijo amado…; a él oíd” (Mateo 17:5b). Y Jesús dijo: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen” (Juan 10:27). No sé de ti, pero quiero hacer todo lo posible para entrenar a pequeñas futuras ovejas, y no-tan-pequeñas actuales ovejas, a oír y seguir a Jesús.

Dios desea usar a padres y madres débiles y necesitados como instrumentos en sus manos para llamar a más y más almas a inclinar sus oídos y entregar sus corazones a Él. Este llamado divino que se nos otorga no tiene nada que ver con nuestra capacidad natural o sabiduría terrenal. La instrucción y sabiduría que llamamos a nuestros hijos a oír y recibir no es propia; por lo tanto, no es un acto orgulloso o egoísta exigir atención y obediencia a nuestros hijos. Si instruimos en base a la Palabra de Dios, viviendo en dependencia continua sobre el Espíritu Santo, podemos hacerlo con confianza porque representamos al Diseñador de nuestros hijos quien les ama y busca para salvarles.

La vida práctica

Los escenarios que presenté al principio representan ejemplos de la vida diaria de padres e hijos en diferentes etapas de la vida. En cada caso, o por rebeldía o por indiferencia, el hijo o la hija no estaba valorando la palabra e instrucción de su padre o madre. Puede parecer poca cosa, sin importancia. Es normal. Pero cuando permitimos que nuestros hijos habitualmente traten nuestra palabra con indiferencia, estamos entrenándoles a ignorar en lugar de inclinar. Si lo hacen con nosotros, lo harán con Dios.

Predisposición: La palabra “inclinar” incluye la idea de la voluntad, de una predisposición hacia algo. Esto es lo que queremos animar y formar en nuestros hijos: una predisposición a escuchar, poner atención, considerar lo que oyen, y actuar conforme. Esto puede comenzar desde muy pequeños cuando simplemente acostumbramos a los bebés a voltear cuando oyen su nombre, y venir gateando cuando les hablamos. Normalmente esto es algo muy agradable y divertido, pero vendrá el momento cuando el bebé o niño muy pequeño no quiere venir. Si insistimos en que ponga atención cuando hablamos y obedezca cuando le damos indicación, comenzamos un camino que le hará mucho bien.

Palabra: Obviamente nuestro objetivo final al entrenar a nuestros hijos a estar atentos a nuestra palabra es que un día escuchen, entiendan y obedezcan la Palabra de Dios. Esta es una gran motivación para la mamá que siente que hace lo mismo todos los días al simplemente intentar a que su niño pequeño le escuche cuando le dice que no se puede subir a la mesa para bailar. El niño de 2 años que aprende a escuchar a su mamá con atención y un espíritu de obediencia, tendrá un corazón que se incline más a escuchar a Dios cuando tenga 10 años.

Es posible comenzar desde muy temprano a sembrar la Palabra en el corazón de nuestros hijos. Historias bíblicas, preguntas de catecismo, textos cortos de memoria, clases en la iglesia, y devocionales familiares pueden comenzar desde una edad muy temprana. Pero ¡ojo! Es posible estar exponiendo a los niños a la Palabra sin estarles entrenando a inclinar su corazón y oído. Si su voluntad no está siendo sometida a la autoridad de sus padres, esa Palabra no hallará tierra tan fértil. Lo puedes ver claramente cuando un niño sale de su clase en la iglesia y su mamá le pregunta con interés sobre su clase y lo que aprendió, pero 2 minutos después sale corriendo ignorando la instrucción que su mamá le acaba de dar diciéndole que se quede ahí a su lado. ¿Qué pasó? Escuchó la Palabra, pero necesita entrenamiento de su corazón rebelde para que se incline a obedecerla.

Patrón: Los niños aprenden por imitación. Si vamos a entrenarles a inclinar su oído, como Jesús les llama a hacer, tenemos que modelar un oído atento. Los padres debemos establecer el patrón de oídos y corazones dispuestos y sumisos. Las palabras y actitudes que tenemos en respuesta a la predicación del domingo, o a algún consejo o regaño que recibimos, la sumisión de la esposa hacia el esposo en el hogar, la forma en que papá habla de su jefe o del pastor—todas estas cosas y más dejan un ejemplo para nuestros hijos sobre cómo responder a la autoridad y la instrucción. Modelemos delante de nuestros hijos el corazón humilde y enseñable que tanto deseamos que tengan.

“Si alguno tiene oídos para oír, oiga” (Marcos 4:23). Que los padres nos caractericemos por tener oídos para oír, y que entrenemos a nuestros hijos a inclinar su oído hacia nuestras palabras para que se inclinen hacia la Palabra de Dios.

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Autor

  • Susi Bixby

    Susi es la fundadora de Crianza Reverente y anfitriona del podcast, mamá de un adolescente y dos adultos jóvenes, y esposa de Mateo Bixby, uno de los pastores de Iglesia Bautista la Gracia en Juarez, NL, México. Juntos colaboran también en la Universidad Cristiana de las Américas en Monterrey, NL.

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