Cómo Capturar el Corazón de un Niño
“Papá, dinos que pasó cuando te casaste.”
“Mamá, ¿puedes contarme cómo nací?”
¿Has notado que los niños no solo quieren saber qué pasó, sino cómo pasó? Les encanta escuchar relatos que para ellos están en un pasado lejano, de los que poco o nada se acuerdan, pero que saben que son cruciales para quienes ellos mismos son.
Entonces, yo no solo les digo, “tu mamá y yo nos casamos el 20 de agosto del 2005”. No, les digo los detalles de la iglesia, los invitados, el vestido, los votos, la parte donde lloré, y así.
Mi esposa no simplemente les dice, “tú naciste en esta fecha, en ese hospital, y pesaste tanto”. No, ella les dice qué estaba haciendo cuando las contracciones empezaron; cuando fuimos al hospital; cómo uno de ellos reunió una audiencia importante de médicos para el momento en que decidió aparecerse, y cómo con la otra tuvimos a una partera cristiana que oró con nosotros; cuando sus abuelos nos visitaron, y demás.
En otras palabras, les decimos la verdad envuelta en una historia. Con frecuencia, esa es la mejor manera de disfrutar una verdad. Las historias verdaderas traen a la vida argumentos verdaderos, los alojan en nuestros corazones, y comprometen nuestros afectos así como nuestro intelecto. Nos dan pie para pensar, imaginar, sentir. Por eso es que la verdad envuelta en una historia es la manera en que Dios se comunica con nosotros.
“Papá, ¿cómo sabemos quién tiene la razón?”
Queremos que nuestros hijos, mas que todo – más que el hecho de que puedan recordar los detalles del día de la boda de sus padres o del día de su nacimiento – que conozcan a Jesus. Queremos que sepan que Él es supremo sobre todas las cosas, más digno de su amor que cualquier otra persona, más merecedor de sus vidas que cualquier otra causa. Queremos que confíen en Él más que en nosotros, y que se asombren más de Él de lo que nosotros nos asombramos.
Queremos que se emocionen, no que se asusten, en la perspectiva de vivir en ciudades pos-cristianas multiculturales como las nuestras, las cuales les presentan una amplia variedad de opciones cuando se trata de a quién adorar. Así como cuando Pablo estaba en Atenas (Hechos 17:16), queremos que nuestros hijos tanto se horroricen al saber que nuestras ciudades están llenas de ídolos, como que estén hambrientos de decirles a aquellos que adoran ídolos acerca del Dios que los hizo y puede salvarlos. Queremos que vean nuestras ciudades no como amenazas a su fe sino como campos para alcanzar.
Queremos todo eso – y luego uno de mis hijos de cinco años viene a casa y me cuenta que ha tenido una conversación en el parque de su escuela con algunos de sus amigos, algunos de los cuales no creen que hay un Dios, otros que insisten en que hay muchos dioses, y ninguno que piense que Jesus es el Señor.
“Papá, ¿cómo sabemos quién tiene la razón? ¿Cómo sabemos que nuestro Dios es el Dios verdadero?”
Entro en pánico. Mi mente llega a un conjunto de argumentos escuetos: “Jesús es el Señor.” “Jesús dijo que es el Hijo de Dios, y el único camino al Padre.” “Jesús es el único que murió por nuestros pecados, y no hay otra manera de ser salvos.” Quiero que mi hijo sepa la respuesta correcta. Para que la próxima vez que esté en el parque anuncie la verdad.
Pero, un momento. A los niños les encantan las historias. Las historias dan vida a los argumentos. Y la Palabra de Dios está llena de ellas.
Yo podría solo comunicar la verdad. Pero hay un peligro si eso es todo lo que hago: sus mentes pueden saber todas las respuestas correctas mientras que sus corazones no aman la verdad. Y si ellos no aman la verdad, no la van a defender en el parque, y un día ellos mismos se apartarán de ella.
Así que hago una pausa. La “respuesta correcta” se atora en mi garganta. Entonces le cuento a mi hijo la verdad envuelta en una historia – una historia verídica.
Dos montes, un héroe
Nos remontamos a los tiempos de Elías, una época en la que Israel estaba completamente confundido acerca de quién era Dios, cegados por su idolatría e indulgencia, habiendo sido engañados por su rey y su reina, seducidos por los dioses de otras naciones. Nos encontramos a Elías, luchando contra la corriente del sincretismo, advirtiendo acerca del juicio de Dios, llamando a las personas al arrepentimiento y sufriendo resistencia, o peor aún, apatía. Luego subimos al Monte Carmelo, y vemos como los profetas de Baal realizan sus rituales para persuadir a Baal de prender fuego a su altar. Escuchamos que Elías se burla de ellos: tal vez Baal se fue de vacaciones o está en el baño. Vemos a Elías orar, y luego (y esta parte se convierte rápidamente en nuestra preferida) vemos fuego descender del cielo. Vemos al verdadero Dios demostrar su asombrosa supremacía sobre todos los demás objetos de adoración, allí en ese monte, en la historia (1 Reyes 18:20-40).
Y luego bajamos del monte, nos saltamos unos siglos, y subimos el Monte de Sión en los días de Jesús: una época en la que un hombre reveló que Él era el Dios que había prendido fuego en el monte de Elías, y sin embargo había sido recibido con confusión seguida por furia de parte del pueblo romano politeista y del pueblo judío monoteista, ninguno de los cuales le haria espacio en sus perspectivas religiosas, pues el único lugar con el que Él estaba satisfecho sería en el trono de sus corazones. Escuchamos que Jesús promete que va a morir y luego va a resucitar (Marcos 10:32-34). Visitamos la ladera del monte de Sión, y vemos la tumba vacía (Marcos 16:1-7). Vemos al Dios verdadero una vez más demostrar su asombrosa supremacía aun sobre la muerte, allí en aquel monte, en la historia.
Y les pregunto a mis hijos, “¿Cómo nos ayuda esto a saber quién es el Dios verdadero? ¿Qué muestra esto acerca del Dios del que habla la Biblia?” Y les ayudo a tratar de ver que si por fe ellos escogen al “equipo de Jesús”, entonces hacen parte de la larga fila de testigos de la verdad acerca de Jesus. Ellos mismos son parte de la historia más grandiosa que jamás se haya contado. Tienen la oportunidad de escribir un capítulo en la misma historia de la que hace parte Elías, y de la cual Jesús es el héroe y el autor.
Tenemos las mejores historias
Entonces, allí está mi historia acerca de una historia. Y esto es a lo que voy.
Hay un deseo comprensible en nosotros como padres cristianos de proteger a nuestros hijos del mundo. Yo lo he sentido – y en esto hay sabiduría. Pero también necesitamos equipar a nuestros hijos para que vivan en este mundo – para que vivan vidas confiadas, positivas que anuncian a Cristo. Si ese es su propósito, entonces necesitan no solo saber la verdad sino también emocionarse por esa verdad – no solo saber que Cristo es supremo, sino amar el hecho de que Él es supremo. Nuestros hijos necesitan compartir con sus amigos no solo declaraciones doctrinales planas, sino historias verdaderas que se han arraigado en su corazón para luego, a su vez, arraigarse en los corazones de aquellos amigos, y ayudarles a comprometerse con las afirmaciones históricas que tiene la fe de nuestros hijos.
Y una manera de animar ese tipo de fe en nuestros hijos es darles la verdad envuelta en una historia – en la historia. Cuando estén preguntando por qué Jesús murió, podemos contarles la historia de la primera pascua judía (Éxodo 12-14). Cuando pasen por tiempos difíciles en su vida y se pregunten qué está haciendo Dios, podemos llevarlos a la vida de José (Génesis 37-50). Cuando duden de que pueden marcar la diferencia para Cristo, podemos contarles del testimonio de la esclava de Naamán (2 Reyes 5). Cuando nos pregunten acerca del sexo, podemos caminar con ellos a través de Génesis 2:18-25. ¡Y esto sin siquiera llegar a los evangelios!
No olvidemos que los cristianos tenemos las mejores historias porque somos parte de la mejor y más gloriosa de ellas. Y seguimos a un Salvador que contaba parábolas tan a menudo como predicaba sermones, y quien dirigió a la gente a las historias verdades del Antiguo Testamento tan a menudo como les recordaba la ley.
“Papá, cómo sabemos que nuestro Dios es el Dios verdadero?”
Bueno, hijo, ven conmigo al Monte Carmelo y al Monte de Sion. Deja que te cuente una historia.
Este artículo fue publicado primero en Desiring God. Traducido por Laura Mesa y usado con permiso.