Por Melissa Kruger
Desde el momento en que cargué por primera vez a mi bebé recién nacido gané una nueva perspectiva de mi completa dependencia del Señor. Convertirme en mamá me hizo ver mi propia insuficiencia. Había muchas cosas que no podía controlar, mucho que no podía hacer, pero esta pequeña bebé dependía de mí para que la cuidara. Entonces oré y le pedí a Dios que me ayudara. Se convirtió en una conversación momento a momento, y fue así que adquirí un nuevo entendimiento de lo que es orar sin cesar:
Señor, por favor ayúdale en la lactancia.
Señor, ayúdame a entender por qué está llorando.
Señor, por favor ayúdala a que se duerma.
Señor, ayuda a que se le baje la fiebre.
Señor, dame sabiduría.
Señor, ayúdame.
Y ahora que mis hijos están mayores, continúo orando por las circunstancias diarias de sus vidas: amistades, deportes, salud, exámenes. Y esas son buenas cosas para orar por nuestros hijos, el Señor nos invita a llevar todas nuestras ansiedades sobre Él.
Sin embargo, a través de mi lectura y estudio de las oraciones de Pablo por las personas que él amaba, también me he dado cuenta de la importancia fundamental de orar por las necesidades espirituales de mis hijos. Algunos días, en las actividades diarias, olvido esas peticiones. Aún así, la más grande necesidad de mis hijos no es una felicidad temporal sino un crecimiento en santidad. Santidad y felicidad no se oponen la una a la otra, sino que están unidas e integradas entre sí. La santidad conduce a la verdadera felicidad: el gozo eterno de un alma arraigada en Cristo. Cuando le pido a Dios que haga a mis hijos personas santas, en realidad estoy orando por su bien supremo.
La oración de Pablo por los Filipenses me ha ayudado a guiar mis oraciones por la santidad de mis hijos en cuatro maneras:
“Y esto pido en oración, que vuestro amor abunde aún más y más en ciencia y en todo conocimiento, para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios.” (Filipenses 1:9-11)
Afecto
Es correcto que deseemos un buen comportamiento en nuestros hijos. (¡Por favor deja de tirar tu cereal al piso y de golpear a tu hermana!) Sin embargo, nuestra meta es más que una obediencia externa; queremos un afecto interno por Dios. Así como Pablo, podemos orar para que el amor de nuestros hijos por el Señor abunde más y más cada año que pasa. Solo Dios puede darles nuevos corazones que laten con un afecto y deleite profundo por Jesús. Que nuestros hijos amen al Señor con todo su corazón.
Conocimiento
Cada día nuestros hijos están aprendiendo. Aprenden a amarrar sus agujetas, a contar hasta diez, poner su plato en el fregadero, y algún día, aprenderán a manejar (esto nos dará una nueva oportunidad de orar sin cesar). Ellos también están aprendiendo acerca de Dios. Ora para que las historias bíblicas que aprenden, los versículos que memoricen y las predicaciones que escuchen coloquen un buen fundamento de conocimiento que sirva como lentes espirituales por los cuales ellos puedan entender el mundo. Que nuestros hijos amen al Señor con toda su mente.
Discernimiento
Hoy tu hijo podría estar luchando en decidir cuál lonchera escoger, pero un día estarán tomando decisiones que afectarán el rumbo de sus vidas. Ellos necesitarán discernimiento para saber qué amigos escoger, cuál empleo buscar y con quién casarse. Su habilidad para tomar sabias elecciones comienza con una correcta reverencia al Señor. Ora para que tu hijo sea capaz de discernir lo que es bueno y buscar al Señor por sabiduría. Que nuestros hijos amen al Señor con toda su alma.
Fruto
A menudo pensamos en éxito en términos de dinero, fama o excelencia académica. Sin embargo, la meta de Dios para nuestros hijos es algo más, algo mejor, algo eterno: una cosecha de justicia. No es algo que puedan alcanzar por sí mismos (o algo que podamos forzar). Es el fruto de un corazón que busca al Señor. A menudo intentamos producir justicia a parte de una relación, pero es sólo a través del poder del Espíritu que nuestros hijos pueden madurar para que sean personas de amor, gozo, paz, paciencia, bondad, amabilidad, fe, mansedumbre y dominio propio. Así que oremos pidiendo al jardinero de sus almas que produzca una cosecha abundante. Que nuestros hijos amen al Señor con todas sus fuerzas.
Anhelamos tanto para nuestros hijos. Queremos que tengan salud y felicidad, y que todo les vaya bien. Sin embargo, mas que salud perfecta o buenas circunstancias, nuestros hijos necesitan al Señor. Enséñales Su Palabra, enséñales a orar, y más que todo, pide al Señor que trabaje en sus corazones haciendo inmensurablemente más de lo que podemos imaginar.
Que nuestros hijos amen al Señor con todo su corazón.
Que nuestros hijos amen al Señor con toda su mente.
Que nuestros hijos amen al Señor con toda su alma.
Que nuestros hijos amen al Señor con todas sus fuerzas.
Este artículo fue publicado originalmente en www.risenmotherhood.com. Traducido por Mildred Delgado.