Categoría: Vida Espiritual

Unidad en vez de uniformidad

abril 20, 2020

por Christine Hoover

Mientras tomábamos café y florecía nuestra amistad, Anna y yo compartíamos nuestras historias, nuestros temores y las victorias que habíamos experimentado en Cristo. Casi al final de nuestra conversación recordé de una cierta decisión importante que ella tenía que tomar y le pregunté: «¿Ya tomaste tu decisión final sobre cómo vas a educar a tus hijos el próximo año?»

Ella inclinó la cabeza para señalar que habían decidido hacer un cambio. Podía notar que ella se sentía un poco incómoda, incluso nerviosa; y yo sabía por qué. Nuestros hijos iban a la misma escuela; éramos similares, pero su decisión nos haría diferentes. ¿Podría ser que yo la tomaría como una expresión de condenación con respecto a la decisión que yo había tomado para mis hijos?

Anna es una mujer que tiene una fe robusta, y sabía que ella había buscado la dirección de Dios a través de la oración durante varios meses. «¡Que maravilloso!», le dije, » ¡estoy muy feliz por ti que Dios lo haya esclarecido!».

Sin embargo, hubo un tiempo en que yo luchaba cuando las otras mamás en nuestra iglesia tomaban decisiones que eran diferentes a las mías con respecto a sus hijos. Mis preocupaciones eran que yo no fuera lo suficientemente espiritual, que otras me juzgaran, o que tal vez no percibiera la manera en que Dios me estaba guiando. Luché en oración, dándole vueltas una y otra vez con Dios a lo que Él ya había hecho tan claro. Mi lucha no era contra la voluntad de Dios sino con mi propia inseguridad.

Me di cuenta de que la incomodidad que yo sentía con respecto a las diferencias no es inusual entre las mujeres de la iglesia, particularmente entre las madres jóvenes que por primera vez se enfrentan a muchas decisiones importantes. Las más grandes luchas y malentendidos que nos conducen a la desunión se tratan normalmente de asuntos secundarios que no tienen que ver con el Evangelio, tales como: la educación, trabajar vs no trabajar, las decisiones financieras y los métodos para la crianza de los niños. En vez de reconocer que estas cosas son secundarias, a menudo las convertimos en indicadores de nuestra identidad y de nuestro éxito como madres y discípulos de Jesús. Como resultado, nos dividimos de manera voluntaria formando grupos en la iglesia donde todos comparten las mismas convicciones y con los cuales mejor nos podemos identificar. Creamos aún más división cuando evaluamos y juzgamos a los demás con base en tales convicciones, incluso cuando algunas de las opciones no disponibles para todos debido a sus condiciones de vida.

La iglesia peligra cuando busca uniformidad en tales asuntos secundarios porque hacerlo separa a aquellos que son llamados a estar unidos alrededor de Jesús. Para que podamos experimentar la unidad como madres, debemos rechazar la uniformidad de manera intencional, y en su lugar celebrar los dones, las habilidades y circunstancias de vida únicos que tiene cada uno, al igual que las elecciones y decisiones que puedan usar los demás para adornar el Evangelio.

Para lograrlo, yo misma tuve que regresar una y otra vez a Romanos 14 porque este capítulo me ayuda a reconocer por mí misma la gracia de Dios, a pensar con gracia en las demás mamás con respecto a tales asuntos secundarios y a extenderles esa gracia:

«Uno tiene fe en que puede comer de todo, pero el que es débil solo come legumbres. El que come no menosprecie al que no come, y el que no come no juzgue al que come, porque Dios lo ha aceptado. ¿Quién eres tú para juzgar al criado de otro? Para su propio amo está en pie o cae, y en pie se mantendrá, porque poderoso es el Señor para sostenerlo en pie. […] Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo, y ninguno muere para sí mismo; pues si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos; por tanto, ya sea que vivamos o que muramos, del Señor somos. Porque para esto Cristo murió y resucitó, para ser Señor tanto de los muertos como de los vivos. Pero tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? O también, tú, ¿por qué menosprecias a tu hermano? Porque todos compareceremos ante el tribunal de Dios. … De modo que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí mismo” (Rom. 14:2-4, 7-10, 12 LBLA).

Pablo nos dice que una respuesta llena de gracia permitirá que existan diferencias con respecto a los asuntos secundarios. No todos tenemos que hacer todo de la misma manera; de hecho, es imposible hacer todo de la misma manera. Cada uno de nosotros vive por fe en el Señor y cada uno rendirá cuentas solamente a Dios por cómo vivió en respuesta a Él. Por lo tanto, no debemos juzgar a otros que piensan o actúan de manera diferente con respecto a tales asuntos. Así como confiamos en Dios para que nos guíe y nos cuide, también debemos confiar en Dios para guiar y cuidar a los demás.

La gracia y la libertad que ella nos ofrece en Cristo siempre debe beneficiar a otros; no existe solo para nuestro propio beneficio o libertad. Pablo escribió: «Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solo que no uséis la libertad como pretexto para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros» (Gal. 5:13). En otras palabras, debemos vivir con una libertad responsable, sin aprovecharnos de la gracia de Dios para vivir para nosotros mismos, sin convertir la gracia en una farsa al practicar el pecado descaradamente proveyendo para los deseos de la carne y sin tomar a la ligera el impacto que tenemos en aquellos que nos rodean. También significa que no debemos afirmar que nuestras convicciones y elecciones con respecto a asuntos secundarios son la única manera correcta.

Al contrario, tenemos la oportunidad y la responsabilidad de usar la libertad que Cristo nos dio para impactar el Reino de Dios. Cuando somos liberados de la esclavitud de nuestro pecado, invitados al banquete como hijos de Dios y experimentamos el amor de Dios, es imposible que no respondamos con amabilidad hacia Él y hacia los demás, buscando compartir su poderoso amor y gracia. También estamos ansiosos y dispuestos a hacer a un lado algunas de las libertades que Cristo nos ha dado para que alcancemos a otros con la verdad de la gracia de Dios. Esta actitud es una clara evidencia de que somos hijos de Dios cuyas mentes están llenas de gracia, que sabemos que no nos pertenecemos y que la libertad que hemos recibido a través de la gracia de Dios no es únicamente para nosotros.

Si nuestras convicciones causan dolor o provocan que otro caiga, lo cual puede pasar fácilmente cuando insistimos que nuestras opciones secundarias son las más importantes, no estamos caminando en el amor o en la gracia. En otras palabras, nuestra libertad no es la prioridad más alta en el reino de Dios; no debemos poner nuestras convicciones por encima del amor. Si mi amiga Anna de repente se hubiera alejado de mí cuando nuestros caminos en relación a la educación se apartaron, o si en nuestra conversación ella hubiera intentado convencerme de que su convicción debería ser también la mía, sus convicciones habrían eclipsado el amor. Sin embargo, en vez de hacer esto, ella confió en la dirección de Dios, tanto para ella como para mí, lo cual fue evidente cuando ella me animó y felicitó en mis elecciones distintas.

Como madres, debemos recordar la instrucción de Pablo, quien nos dice que debemos pensar en cómo la gracia se aplica a los demás, no sólo en cómo se aplica a nosotros mismas. Así como somos aprobadas por Dios a través de nuestra fe en Jesucristo, también lo son los demás. Así como disfrutamos el amor y favor de Dios a través de la fe, y no con base en nuestro comportamiento o acciones, también los disfrutan los demás. Así como el regalo del Espíritu Santo pacientemente nos enseña, guía y nos dice cuando somos culpables, también lo hace con los demás. A medida que pensamos lo que significa la gracia para otras mujeres, así como lo hacemos para nosotras mismas, percibimos más rápidamente lo que nos une en vez de lo que nos hace diferentes; nos enfocamos en lo que en verdad hay en el corazón del Reino de Dios; además (aquí es en donde se pone muy emocionante), somos capaces de usar nuestras palabras para ministrar gracia en las vidas de otros que están cansados, sedientos y desesperados por esa gracia. ¿Y acaso esto no se aplica a cada mamá de la iglesia?

Este artículo fue publicado originalmente en www.risenmotherhood.com. Usado con permiso.

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Autor

  • Es esposa de pastor, mama de tres varones, maestra de la Biblia, y autora de varios libros. Por medio de su blog, Grace Covers Me, ella ama animar a las mujeres con la gracia de Jesús. Christine y su familia viven en Charlottesville, Virginia, EEUU.

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