Las riñas y los pleitos entre hermanos es una parte inevitable de crecer juntos en un hogar. Los desacuerdos y momentos de tensión también se deben de esperar en un matrimonio normal. Pero, ¿tu hogar se caracteriza por palabras ásperas, falta de amor, impaciencia y frustración? ¿Hay una falta de paz en tu casa? ¡Conversa con nosotros sobre este tema!
Transcripción:
Susi: Ya llegamos al último episodio de nuestra serie Auxilio. Hemos hablado de la fuente de nuestra sabiduría como padres creyentes. Hemos visto temas como el temor, la amistad, la culpabilidad constante, las necesidades psicológicas y espirituales, y otros temas más también.
Ahora queremos terminar la serie buscando auxilio en el lugar correcto para un problema muy común en los hogares: la falta de paz. Estamos hablando de padres y/o hijos que se caracterizan por enojo, riñas, peleas, frustración, palabras ásperas o impacientes: todo lo que puede suceder cuando no hay paz en el hogar.
Para esto me acompaña Mateo después de algunas semanas de no estar por aquí. De hecho, comenzamos la serie juntos, y ahora vamos a terminarla juntos.
Mateo: Oye, Susi; tengo una pregunta. Estoy preocupado por algo, porque normalmente invitas a alguien que tiene cierta experiencia en cuanto al tema que vas a tratar. ¡No sé si estás diciendo que tenemos mucha experiencia en tener falta de paz! ¿Es ese el mensaje subliminal que hay por acá?
Susi: Pues no.
Mateo: ¡Espero que no!
Susi: Bueno, sin comentarios ¿no? Claro que no. De hecho, iba a decir que quería entrevistarte a ti porque siento que tú me has ayudado mucho a mí en esta área, porque tú eres más pacificador. Tú promueves más la paz en esta casa que yo. Creo que me rescaté, ¿verdad?
Mateo: ¡Buena respuesta!
Susi: Por eso te quise invitar, y también para terminar la serie. Me ayudaste a empezarla y ahora me ayudas a terminarla. Gracias por aceptar otra vez.
Mateo: Claro, siempre.
Susi: Entrando en tema, porque esto ya se puso incómodo, yo creo que es común escuchar a padres decir comentarios como: “¡Déjame en paz! ¡Ay, es que mis hijos no me dejan en paz! Solo quiero unos minutos de paz.” O: “¿Es mucho pedir que se dejen de pelear unos minutos en esta casa?” Creo que es algo común. Para empezar, pensé que podríamos preguntarnos: ¿Eso es una buena meta? ¿Simplemente el querer tener paz en mi casa?
Mateo: Creo que todos deseamos paz. Es un deseo que Dios ha puesto en nosotros. Sería una mala meta lo opuesto: el no querer tener paz, de buscar el conflicto en la casa. Pero sí, muchas veces como padres estamos siendo muy egoístas cuando solamente queremos que nuestros hijos nos dejen tener paz, que nos dejen estar cómodos.
He visto a padres que son muy disciplinarios con sus hijos. Los disciplinan mucho, pero es más el fastidio: “Déjame en paz. Déjame estar tranquilo. Si no me dejas estar tranquilo, vas a sufrir las consecuencias”. Por supuesto que esa perspectiva no es buena. Eso no es lo que queremos.
Sí, deseamos como hogares cristianos que nuestros hogares sean pacíficos, lugares de bienestar. Porque bíblicamente la paz no es simplemente la ausencia de conflicto, sino el concepto especialmente hebreo es más allá de la ausencia de conflicto. Es un contexto de algo completo, algo de bienestar, algo que está floreciendo.
Podemos tener un contexto donde hay paz en la casa, en el sentido de ausencia de conflicto, pero no es un contexto donde nuestros hijos y nuestra familia está floreciendo, donde hay bienestar. Hay dictaduras en el mundo donde hay mucha paz en el país, pero es por la imposición del dictador. Y eso pasa en hogares cristianos también.
A veces queremos que nuestros hijos estén bien portaditos, sentaditos, calladitos, y eso significa ser un buen padre y tener paz en la familia. Pero esos niños están bajo una mano muy opresiva. Los padres no saben realmente qué hay en el corazón de sus hijos. Sí hay paz, ausencia de conflicto, pero no es un contexto saludable para el florecimiento de los niños.
Susi: Comentaste algo del egoísmo. Yo creo que se ve tanto en papás como mamás, pero yo lo veo mucho en mamás como una desesperación por tener lo que ella llama paz. Es como: “Ok, yo sé que Dios me dio a estos niños, que son dones de Dios, pero es que yo tengo que tener mi tiempo de paz.” No están pensando en otras personas, sino están pensando en sí mismas.
Creo que de aquí ha brotado, en muchos sentidos, eso de que siempre vemos en todos lados a los niños con celulares y tabletas. Por ejemplo, en los restaurantes, en cualquier lugar donde los adultos quieren estar tranquilos y que no les molesten, ahí están los niños con aparatos. En la casa, con la tele, con las series, con la computadora, con el celular. Para muchas mamás en particular que pasamos más tiempo con los niños, nuestro deseo de este tipo de paz, que realmente no es a lo mejor una verdadera paz, nos ha llevado a llenar la vida de nuestros hijos con entretenimiento que no les conviene.
Mateo: Sí, la pantalla es un niñero muy bueno si lo que tú quieres es paz, pero no es bueno para el florecer, el bienestar real, del niño cuando está ingiriendo toda esta basura que surge del mundo en esas pantallas.
Susi: Realmente yo no creo que eso es la verdadera paz. ¿Podrías hablarnos un momento de qué es la verdadera paz y la que sí deberíamos de buscar, y cómo se obtiene?
Mateo: En la Palabra de Dios encontramos que Cristo es el Príncipe de Paz, el Mesías prometido. Es un título que se le da: el Príncipe de Paz. Cuando nosotros estamos buscando paz, deberíamos de estarlo buscando en nuestra relación con Jesucristo. Es cuando nosotros le conocemos a él que nosotros experimentaremos paz.
Esta tierra no tiene paz porque no conoce a Dios; no conoce a Jehová. Hace unas semanas predicaba en Isaías 11 y 12, y es interesante porque describe el reinado del Mesías como un tiempo cuando el lobo y el cordero morarán juntos, donde el leopardo y el cabrito se acuestan, donde incluso el león y el buey comen paja y el niño está jugando con las serpientes y no pasa nada. Luego nos dice que “no harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar”.
Cuando conocemos a Jehová, ya no hay mal ni daño. Si yo quiero tener paz, la tengo que encontrar primeramente en mi relación con Dios—en un conocimiento profundo y real con Dios. Finalmente, Jesucristo fue el que nos dice en Juan que él nos da su paz. Y no es la paz del mundo. El mundo simplemente quiere estar bien, tener comodidad.
Susi: O paz política, incluso.
Mateo: Sí, paz universal en cuanto a la tierra, en cuanto a no tener guerra. Claro, eso es algo de lo que va a traer el reinado del Mesías. Pero encontramos que ahora mismo podemos experimentar esa paz. Cristo nos da esa paz. Quiere que nosotros estemos cultivando esa paz también en nuestra relación con otros y en la familia por supuesto, también.
Susi: Cuando nosotros vemos problemas: todas las cosas que vemos en el hogar en especial, según lo que nos acabas de decir, ¿cuál es el problema real? ¿Qué está a raíz de esos síntomas que estamos viendo?
Mateo: Es nuestra carne. Nos dice el apóstol Pablo en Gálatas capítulo 5 que hay obras de la carne, y está el fruto del Espíritu. Algunas de las obras que produce la carne en nosotros son enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías (que significa también divisiones), sectarismos dentro de personas que están en conflicto unos con otros, y envidias.
Lo que yo acabo de mencionar describe muchos hogares. Incluso hogares cristianos están llenos de enemistades y pleitos y gritos e iras. ¿Qué es eso? Es el fruto de la carne. Son las obras de la carne. El fruto del Espíritu es muy diferente. ¿El fruto del Espíritu qué es? Es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Eso es lo que produce el Espíritu en nosotros.
Cuando no lo tenemos en el hogar, no es simplemente que “así es nuestra personalidad” o “así nosotros nos llevamos”. No. Es la carne. Es el deseo de la carne que está luchando contra lo que el Espíritu desea producir en nuestra vida. Hay una guerra que, aparentemente en nuestro hogar, a veces puede que esté ganando la carne y no el Espíritu de Dios. Dios no quiere eso en el hogar de un cristiano.
Susi: Yo pienso, por ejemplo, en una casa donde hay niños y hay padres que no siempre están de acuerdo, o que tienden a chocar, o esos problemas típicos. Yo creo que las mamás, por ejemplo, y los papás, tendemos a pensar: “Yo necesito darles a mis hijos buenas estrategias de comunicación con otras personas”. O: “Ellos necesitan más autoestima”. Es común pensar: “Ellos se pelean porque no saben las estrategias para compartir juguetes. Les voy a enseñar cómo turnarse”.
A veces hay cosas prácticas que nos pueden ayudar, pero yo creo que muchos padres estamos negando la realidad de la carne, la naturaleza pecaminosa que nuestros hijos tienen. Lo he visto mucho con mamás, porque interactúo con ellas. Una mamá tiende a excusar la conducta de su hijo.
Por ejemplo, su hijo está en la clase de niños en la iglesia, o está jugando con niños de la colonia, y cuando sucede algo, su instinto es excusar: “Ah, es que mi hijo simplemente no está acostumbrado a jugar con otros”. “Ah, bueno, es que mi hijo nunca había visto a un niño así, por eso…”. Y es excusa tras excusa tras excusa, cuando realmente lo que esa mamá o ese papá no quiere aceptar es la naturaleza pecaminosa, la carne, que su hijo trae dentro.
En cuanto a lo que tú nos hablabas de la verdadera paz que Dios ha prometido, ¿cómo tenemos que ver y pensar en el evangelio como esa solución para nuestros hijos primero?
Mateo: Como dijiste antes, tenemos que identificar la raíz del problema. Santiago es muy directo. Él nos dice: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Porque tenemos estas pasiones, codiciamos y no tenemos; matamos y ardemos de envidia y no alcanzamos. Combatimos y luchamos.”
Esa es la descripción que Santiago hace de personas que iban a la iglesia. Ahora, cuando dice que mataban, y todo eso, creo que no estaban llevando la espada a la iglesia el domingo para matarse, sino que estaban dispuestos a atropellar, a lastimar, a otras personas a su alrededor para tener lo que ellos querían.
Y eso sucede con nuestros niños. ¿Por qué se pelea un hermano con su hermana? Porque él quiere ese juguete. Él está codiciando ese juguete; es su pasión. ¿Por qué dos adolescentes se llevan mal y constantemente están atacándose y criticándose, haciendo al otro quedar mal? Pueden ser muchos ídolos que hay ahí, pero hay pasiones en ellos que ellos están buscando satisfacer, y la manera de satisfacer eso es hacer que el otro quede mal. Es parte del problema que hay en el corazón.
Ahí es donde el evangelio entra en juego, porque a través del evangelio nosotros nos damos cuenta de que nuestras necesidades son más profundas de lo que pensamos. No es solamente: cinco minutos tú, y cinco minutos él. Tenemos que llegar a ese corazón que solamente Dios puede transformar y convertir nuestro corazón en un corazón de gozo y de amor, de paz, de mansedumbre, de templanza, de benignidad.
Esas son cosas que solamente Dios, a través de su Espíritu, puede producir en mi vida. Entonces tenemos que llegar al evangelio y tenemos que llegar al corazón del joven o de mi hijo para hacerle entender que no es simplemente que queremos juguetes. No. Es que tenemos un corazón que está apasionado con las cosas incorrectas y estamos dispuestos a ir a la guerra con mi hermano, con mi hermana, con mis padres, para conseguir lo que yo quiero.
Susi: No es solamente un problema social tampoco. No es que mis hijos no hayan aprendido, por ejemplo, lo socialmente aceptable. Hace poco una mamá me comentaba que no entendía por qué sus adolescentes, de repente, al llegar a ser adolescentes, se llevan peor. Se están constantemente peleando, y diciendo palabras feas, impacientes. Su comentario fue: “¡Es que no los criamos así!” A lo que ella se refería, al platicar con ella, es que: “Nosotros les dijimos, cuando eran chiquitos, cómo es que uno debe actuar”.
El problema es que nunca se trataron esos problemas más a fondo que el evangelio tiene que responder. El niño tiene que toparse, tiene que enfrentarse a su naturaleza. A veces los padres no queremos llevar a nuestros hijos a ver la realidad y decir: “Yo soy pecador. Yo estuve mal. Yo cometí un pecado. Yo necesito perdón”. Nos cuesta empujar un poquito a nuestros hijos a ver eso. Preferimos una solución que nos ofrece quizás la psicología, o cualquier cosa, más que tener que enfrentar las cosas espirituales.
Algo que yo quiero comentar sobre este tema es que esto requiere tiempo y trabajo. Lo hemos dicho muchas veces en este podcast. La crianza reverente, la crianza cristiana en el evangelio, no es algo que sucede en tres minutos al día, en una conversación rápida. Es un trabajo. Es un esfuerzo constante.
Por eso tenemos que estar comprometidos y también no solamente querer paz en la casa porque valoramos la tranquilidad. Tenemos que desear algo más para nuestros hijos que solamente una paz superficial. Y eso va a requerir trabajo de nuestra parte.
Creo que también va a requerir otra cosa, porque la verdad es que donde hay niños que constantemente se pelean y se insultan y son impacientes, a veces también hay papá o mamá que se caracteriza por lo menos a veces con esos mismos problemas. ¿Cómo debemos pensar nosotros los papás acerca de esto?
Mateo: A veces hemos hablado con matrimonios que nos cuentan del trato que tienen entre ellos, o quizás nosotros lo observamos, y vemos cómo se hablan mal, cómo son impacientes el uno con el otro. Cuando hay conflictos, se gritan; se pelean. A veces piensan: bueno, es que así es como nosotros interactuamos. A veces lo justifican diciendo: “Pues, es que nosotros nos conocemos. Sabemos que realmente no estamos enojados. O es algo que simplemente se nos pasa, y no pasa nada”.
Pero creo que ese es un pensar muy poco bíblico. Primeramente, ¿estás reflejando a Cristo cuando tú hablas así con tu esposa, con tu esposo? ¿Así hablaría Cristo en esa situación? Creo que tenemos que concluir que no. ¿Qué es lo que Jesucristo mostraría? Amor, gozo, paz, benignidad, bondad. Tendría mansedumbre y templanza en esa conversación.
Eso no significa que nos dejamos atropellar y que todo cuela. Alguien recientemente predicaba en el culto de capilla de la universidad de esa situación donde ese Cristo manso, de mansedumbre, también entró al templo y volcó todas las mesas. Hay momentos, decía el predicador, donde tenemos que volcar mesas. Pero lo normal es que nosotros vamos a responder con esas cualidades, esas virtudes, más positivas.
Esa era la característica de Jesucristo. Era manso y humilde. Como padres, nosotros tenemos que ejemplificar eso en la vida de nuestros hijos. Muchas veces nuestros hijos lo observan en nosotros y aprenden que esa es la manera de responder cuando algo no me gusta. Yo ataco; yo me enojo; yo grito. Pero esa no es la forma bíblica.
A veces decimos: “Bueno, es que se me pasa, y total estas cosas que nos decimos cuando estamos enojados no importan”. Pero esa no es una realidad. Nos estamos hiriendo. Esas heridas a la larga se van a infectar y van a causar muchos daños a las personas a nuestro alrededor.
Además, como padres, tenemos que preguntarnos qué les estamos enseñando a nuestros hijos. Les estamos enseñando a reaccionar de una manera que es conforme a la carne y no conforme al Espíritu de Dios. Tenemos que cambiar eso. Como padres tenemos que darles el ejemplo.
Ninguno de nosotros va a ser perfecto. Muchas veces nos hemos equivocado. Muchas veces nos hemos molestado, hemos sido impacientes, porque somos seres humanos con una naturaleza todavía infectada con ciertos remanentes del pecado. En esos momentos, tenemos que ser humildes y luego pedir perdón a nuestros hijos. Ellos han sido las víctimas de nuestra mala actitud y mala respuesta.
Pero eso también les enseña a nuestros hijos cómo responder. Porque también van a equivocarse. También van a dejar que su carne les gane, y si nos han visto a nosotros ser humildes, será más fácil que ellos sean también humildes y reconozcan su error.
Susi: Yo estaba pensando cómo el evangelio impacta nuestros valores diariamente en el hogar, interactuando con el cónyuge o con los hijos. Y creo que yo como mamá, me he dado cuenta, o a veces tú me has ayudado a ver que yo estoy constantemente siendo impaciente, y como hostigando a los niños por cosas que sí les he dicho 1000 veces.
Pero es que así es vivir con niños. Estamos entrenándolos. No se entrena a nadie hacer algo solamente diciéndole una vez o dos veces. Lo que yo he tenido que reconocer en mi propio corazón es que estoy valorando cosas que no son de supremo valor en el Reino de Dios. Estoy valorando mi agenda, mi comodidad: el que se haga las cosas como yo pienso que se deben hacer, el que mi hijo sea el de mejores calificaciones y no entregue nunca tareas tarde, etcétera.
Hay un montón de cosas que mi corazón valora, que no necesariamente siempre son malas; algunas sí son pecaminosas, otras no deben estar en ese nivel tan alto de valores. Está bien desear que mis hijos sean buenos alumnos, incluso, que saquen buenas calificaciones. Pero eso nunca debe tomar un lugar primordial que causa que mi interacción con mi hijo esté basándose en cómo a él le va en esa área. Yo creo que nos puede ayudar.
No sé si los papás pasan exactamente lo mismo—algo parecido quizás—pero las mamás que estamos ahí con “haz tu tarea, limpia tu cuarto,” todas esas cosas, nos cansamos. Nos impacientamos. Les empezamos a casi insultar a nuestros hijos, como insultos medio a escondidas, camuflajeados.
Nosotras, como mamás, como papás, podemos detenernos y preguntarnos: en este momento en que yo me siento impaciente, en que yo quiero hostigar a mi esposo delante de mis hijos, en que yo quiero discutir con alguien, y que mis hijos vean cómo yo llevo mis relaciones interpersonales, yo me tengo que detener y decir: “¿Estoy yo valorando lo que Dios valora: los valores del reino de Dios?”
Buscando primeramente el reino de Dios en mi hogar muchas veces es poner a un lado una preferencia que yo tengo de cómo se van a manejar las cosas y realmente tratar con mi corazón primero, y luego con los corazones de mis hijos. Creo que eso nos puede ayudar a entender qué está pasando en nuestro hogar cuando no hay paz.
Quizás podemos hablar un momento de algunas cosas prácticas. Ya hemos mencionado un par de cosas. Algunas ideas: tenemos niños pequeños y tenemos dos hermanos; siempre si hay más de dos hermanos en la casa, hay dos de los 3, 4, o 5, que se llevan mal. No sé si se dice en español, pero saben “los botones”. En inglés decimos que me sabe presionar los botones que me incitan. ¿Qué serían algunas cosas prácticas que podríamos hacer, pensar, cuando tenemos dos niños así que constantemente están peleando?
Mateo: La comunicación es muy importante. Lo mencionaste anteriormente. Pero con niños pequeños podemos ir entrenándoles qué tipo de conversaciones e interacciones se permiten en el hogar, y qué tipo no es aceptable. Por supuesto, queremos ir más allá de simplemente decir “eso es malo”. Queremos ir a la Palabra de Dios. Queremos explicarles el porqué de la Palabra de Dios. Queremos recordarles del amor y la mansedumbre que Dios ha tenido con nosotros.
Es muy importante ser consistentes con ellos. Cuando hay algún tipo de trato incorrecto, confrontar eso amorosamente, pacientemente. A veces quizás incluso requiere algún tipo de disciplina, si están insistiendo en ese trato antibíblico. Pero desde niños podemos irlos entrenando cómo deben de hablar unos con otros.
Y por supuesto, cuando llegan a la adolescencia entran a una etapa muy diferente. Están empezando a desarrollarse como personas; están teniendo nuevas sensaciones, mentalmente incluso. Están descubriendo muchas cosas, conociendo muchas cosas. Quizás ciertas cosas que se les hacían muy naturales, ahora se les hacen ridículos. Cosas que hacía su hermano toda la vida, pero ahora, porque en la escuela un amigo dijo, ahora se le hace ridículo. Y entonces critica, y se burla de su hermano, y es impaciente con su hermano.
Es normal que en esa etapa florezcan algunas cosas nuevas, pero de nuevo, es una oportunidad para ayudarles a moldear el carácter de Cristo en sus vidas. No por su autodisciplina, sino por la ayuda del Espíritu Santo. Porque finalmente estas son cosas que florecen en el Espíritu Santo. Es el fruto del Espíritu.
Susi: Cuando de repente empiezan a salir en la adolescencia, es el fruto de la carne. Pensamos: ah, es que es la etapa. Ah, es que es la influencia de los amigos. No. Es la carne; es el corazón del muchacho que tiende hacia el mal.
Mateo: Son nuevas pasiones que están en él, como dice Santiago, que ahora están creando una nueva serie de guerras y conflictos. De nuevo tenemos que llamarles a humillarse, a no ser soberbios. Así sigue en Santiago capítulo cuatro de humillarse bajo la poderosa mano de Dios, de recibir la gracia, para que ellos puedan derrotar esas tendencias, esas pasiones, y reflejar a Cristo en sus vidas.
Susi: Hablando de los preadolescentes y adolescentes, creo que es en esa etapa donde más nos choca, que nos sorprende a los padres. Cuando los niños están pequeños les entrenamos como tú comentabas; de hecho, yo iba a comentar ahí, usar incluso vocabulario bíblico. Usar palabras como mansedumbre y humildad y paciencia. Animar esas virtudes en ellos aún desde pequeños, obviamente porque son también virtudes de Dios. Eso nos va a ayudar a estarlos entrenando en ese vocabulario bíblico.
Pero luego, cuando llegan a una edad donde empiezan también a desarrollarse de una manera más independiente…eso no es malo. Queremos eso. Queremos que nuestros hijos tomen más decisiones: todo lo que implica llegar a esas etapas. Pero creo que a veces los padres reaccionamos. Vemos una conducta que nunca hemos permitido, pero que realmente nunca ha sido un problema muy grande. Y de repente este muchacho, esta muchacha, sentimos que casi ni lo conocemos, porque ya empezó con sus conductas nuevas.
Creo que es muy importante que los padres no reaccionemos con disgusto, casi con desprecio. Yo he visto a padres y madres hablar a sus hijos preadolescentes y adolescentes casi con desprecio. Creo que es un miedo, es un sentir de ¿qué hago? Yo pensé que hice todo bien, y ahora ¡mira cómo están!
Creo que tenemos que tener la paciencia de sentarnos, preguntar, tratar de indagar, como hemos hablado también muchas veces. Hacer buenas preguntas. ¿Qué está pasando? ¿Qué estabas pensando cuando le hablaste a tu hermana así? ¿Realmente crees que tu hermana es tonta? ¿Qué está sucediendo en tu corazón? Y tener la paciencia de tener esas conversaciones largas con ellos.
Mateo: Cuando vemos algo que es incorrecto, a veces pensamos que si yo reacciono lo suficientemente fuerte, ya no lo van a volver a hacer. Y es posible que ya no lo vuelvan a hacer. O es posible que ellos reaccionen también igualmente fuerte. Pero aún si logras que no lo hagan, no habrás realmente transformado su corazón.
Aun cuando hay diferencias de opiniones—son adolescentes; empiezan a pensar en cosas nuevas, tener ideas nuevas. Queremos a veces chafar esas ideas y obligarles a encajar dentro de nuestra manera de pensar. Ahí se generan muchos de los conflictos. Pero no. Trabajemos con ellos; hablemos con ellos.
Susi: Escuchémoslos.
Mateo: Hagámosles preguntas…todo eso que acabas de mencionar. Es muy importante para seguir ayudando a nuestros hijos y además cultivar una cultura de paz en la familia, que nuestros hijos sepan que pueden en ciertos puntos estar en desacuerdo con nosotros o tener otras ideas, y no es malo, siempre y cuando no sea algo que está claramente expresado en la Palabra de Dios. Aún ahí tenemos que ser pacientes, ayudándoles a desarrollar una mentalidad bíblica.
Susi: Y modelar también el respeto. Si modelamos el respeto hacia nuestros hijos, el mismo respeto que queremos que ellos nos extiendan (obviamente somos autoridad, pero se puede hablar con respeto), eso facilita mucho: una conversación edificante, un ambiente donde, aunque no estemos de acuerdo en todo, podemos hablar bien. Y la casa puede tener ese ambiente de paz.
Gracias, Mateo, por conversar de este tema conmigo para nuestra audiencia. Me ha encantado acompañar a nuestros oyentes en esta búsqueda de auxilio bíblico para temas tan urgentes para nuestra crianza, porque yo he aprendido mucho al tener esas oportunidades de conversar con varias personas que Dios ha preparado en ciertos temas.
Para ti que nos escuchas, espero que esta serie te haya convencido de la suficiencia de las Escrituras aún para problemas y retos que parecen ser muy modernos a veces, y que la Palabra quizás no trata directamente. Te quiero preguntar, ¿conoces algún papá o alguna mamá que necesite ayuda en su crianza? Quizás puedas compartirle esta serie del podcast.
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Este episodio 138 es el último de la serie y también de la temporada. Estaremos tomando un descanso, un break aquí. En México es verano, y vamos a tomar un break. Estaremos de regreso contigo, si Dios permite, en septiembre, con una serie especial que estamos preparando para la edificación de tu familia. Muchas bendiciones para ti y tu familia.