Sería fácil suponer que mi crianza es cristiana porque soy creyente y amo a Dios y asisto a las actividades de la iglesia. Pero ¿qué hace que una crianza sea verdaderamente cristiana? ¿Cómo tengo que ver a mis hijos y cómo tengo que vivir para que mis hijos estén recibiendo una crianza bíblica? El Pastor Chacho nos ayuda a comprender más sobre estas importantes preguntas al conversar sobre el capítulo 2 de su libro “Crianza Bíblica”.
Preguntas de reflexión y discusión:
- ¿Ves a tus hijos por el lente de “¿qué quiere Dios para mis hijos?”? ¿Qué cambios necesitas hacer en tu propia perspectiva para llegar a verlos primordialmente como Dios los ve: regalos de parte suya destinados a ser sus instrumentos para perpetuar su verdad?
- La esencia de la crianza cristiana es que sea “del Señor”, según Efesios 6:4. ¿Tu crianza diaria es “del Señor”, promoviendo sus principios y metas?
- ¿Qué mensaje envías a tus hijos con tus acciones, hábitos y prioridades diarias? ¿La Palabra de Dios tiene un lugar importante en tus rutinas y formas de pensar? ¿Qué necesitas cambiar para que esto sea así?
Transcripción:
Susi: Si yo soy cristiana y quiero que mis hijos sean cristianos, se supone que mi crianza también tiene que ser cristiana, ¿no? De eso queremos hablar hoy en este episodio de Crianza reverente, en el que seguimos hablando con el pastor Héctor Salcedo, o el pastor Chacho, porque estamos viendo su libro Crianza bíblica. En este episodio nos toca ver el capítulo dos de este libro.
Ahora, como expliqué en el episodio anterior, no vamos a abordar todo el material del capítulo; eso es para que tú lo compres y lo leas y lo estudies con tu cónyuge. Pero aquí lo que queremos es destacar algo del contenido que tiene y también quizás hacer algunas aplicaciones adicionales. Pastor Chacho, muchas gracias por estar otra vez aquí.
Héctor: Gracias a ti, Susi, por la invitación de nuevo, y poder seguir conversando de este tema tan crucial en el desempeño en lo que son nuestras vidas y lo que es la formación de una sociedad y el funcionamiento de una sociedad como es la crianza.
Susi: Exacto. Amén. Y este capítulo tiene como título en el libro: El sello distintivo de la crianza cristiana. Muchos padres, yo creo, creemos que, porque nosotros somos cristianos, entonces nuestra crianza es cristiana, ¿verdad? Naturalmente, como somos papás y mamás cristianas criando a pequeños futuros cristianos, lo damos por sentado. Pero ¿cuál es esa perspectiva que tenemos que tener de nuestros hijos para que nuestra crianza realmente sea cristiana?
Héctor: Sí, yo creo que este es uno de los aspectos que más confusión trae a los padres cristianos en nuestra labor de criar, de que, si nosotros somos cristianos, lo que básicamente nosotros debemos hacer es enseñar a nuestros hijos a ser buenas personas y a ir a la iglesia. Pero la crianza cristiana tiene otros componentes; incluye otros aspectos que también son vital, y yo diría indispensable, para que la crianza sea verdaderamente cristiana.
En ese sentido, tú haces referencia a una perspectiva de los hijos. Y es que lo que yo crea de algo determina cómo yo me relaciono con eso. Lo que yo crea de mis hijos determina cómo yo me relaciono con eso. Por ejemplo, la Palabra claramente—y fue algo que mencionamos en un capítulo anterior—la Palabra claramente habla de que los hijos son un regalo de Dios. En el Salmo 127:3 eso se nos dice explícitamente. Ellos son un regalo de Dios. Son una bendición de Dios. Dios nos pone en nuestras manos estos seres creados a su imagen con capacidad de vivir inmortalmente, con capacidad de vivir para siempre, para que nosotros los formemos.
Eso implica que ellos son algo preciadísimo para Dios y para nosotros. Y el hecho de que algo sea tan preciado implica, por definición, que el trato que yo le voy a dar a eso debe ser considerado, sensible, respetuoso, con tacto. Yo me voy a tratar de formar lo mejor posible para hacer mi mejor labor posible, porque esto es un regalo que yo he recibido de parte de Dios. Y yo no creo que esa perspectiva bíblica de los hijos esté presente en todos los padres cristianos.
Yo creo que nosotros hemos sido influidos por la cultura: los hijos son buenos; tenemos que tenerlos en el matrimonio. Es verdad. Son cosas bonitas; qué bueno que los tenemos. Pero esta perspectiva tan elevada que nos da la Palabra de que son un regalo de Dios puesto en nuestras manos y que la Biblia dice son un tesoro, son como una flecha puesta para el guerrero, yo no creo que tengamos esa perspectiva tan alta.
De hecho, tener una alta perspectiva de nuestros hijos va a inducirnos a nosotros, como ya dije, a tener ese trato respetuoso, sensible, con tacto y demás. Pero además quiero agregar que muchos entienden que eso es así, pues entonces les dispensan a sus hijos, tratan a sus hijos, de una manera muy respetuosa, muy sensible—tan sensible que caen quizás en la indulgencia y confunden sensibilidad y respeto con indulgencia, vuelvo y digo, y les permiten a sus hijos cosas que un padre cristiano no debería permitirles.
Entonces, si son un tesoro dado por Dios, yo debo formarlos y educarlos en función de lo que Dios dispone, y Dios nunca ha sido indulgente con nosotros. Fíjate cómo la perspectiva que yo tenga de que son un tesoro dado por Dios me pone como en una especie de carriles de qué es lo que yo debo hacer con mis hijos. Por ahí comienza. Todavía yo no he dicho nada de qué hacemos diariamente con ellos y demás, pero la perspectiva solamente me da información y me instruye de cómo yo debo interactuar con mis hijos. Ahí comienza la crianza verdaderamente cristiana.
Susi: Me encanta lo que dijiste al principio, que lo que nosotros creemos de algo nos va a afectar cómo lo tratamos, o cómo interactuamos con eso. Y eso aplica a todo; o sea, aplica a nuestra perspectiva de Dios. Entonces, si yo veo a Dios como el creador de mis hijos, que tiene derecho sobre ellos, porque si son un don, significa que alguien me los ha regalado, ¿verdad?
Todo eso debe impactar el día a día.
Héctor: Claro.
Susi: Yo creo que tienes razón. Creo que muchos padres viven en un…mi esposo lo dice así: que tienen su nivel de teoría aquí, y tienen su nivel de práctica aquí. O sea, dicen o piensan ciertas verdades, pero no han podido traerlas a la práctica. Dirían: “Mis hijos son creados por Dios. Son un don de Dios”, pero luego les cuesta mucho vivir a la luz de esa realidad. Por eso necesitamos ayuda; necesitamos a veces voces externas que nos digan, ¿verdad? Por eso sirve tanto leer buen material, escuchar predicación y enseñanza, porque muchas veces no estamos viviendo lo que a un nivel teórico creemos, ¿verdad?
Héctor: Así es. Y como tú lo dices, lo que uno cree de algo determina cómo uno se relaciona con eso. Otro ejemplo, también bíblico, es cuando Pedro les dice en su primera carta a sus discípulos, o su audiencia, que tratemos a la mujer como vaso frágil, porque ellas son coherederas de la gracia de la vida. O sea, cuando yo veo a mi esposa como una coheredera junto conmigo de la gracia de la vida, cuando yo veo a mi esposa también, como lo dice Génesis 1:26 y 27, como creada a la imagen de Dios igual que yo, como la veo como a la par de mí, yo voy a tener un trato distinto si lo vivo, como tú dices.
Si vivo esa verdad y la llevo a la práctica, eso me debería conducir a un trato muy respetuoso, sensible y de valorar a mi pareja como una verdadera joya, por así decirlo, porque es una imagen de Dios que está conmigo. Entonces yo creo que quede como ese mensaje a lo largo de toda nuestra reflexión: que las verdades bíblicas tienen y deben tener una implicación práctica en nosotros. De lo contrario, decimos a veces creer algo que no lo vivimos.
Susi: Exacto, y obviamente, el Espíritu Santo nos tiene que guiar a la verdad, pero cuando nos exponemos a la Palabra y escuchamos, leemos, estudiamos, el Espíritu Santo puede hacer esa obra de mostrarnos cómo no estamos viviendo a la luz de lo que decimos creer.
En este capítulo hablas acerca de Efesios 6:4 como un versículo muy famoso y muy importante para la crianza bíblica. Hay dos palabras en ese versículo, al final de ese versículo, que son sumamente importantes y ¿qué implicaciones tienen esas dos pequeñas palabras para nuestros hijos si nosotros entendemos y aplicamos esas palabras a nuestra crianza?
Héctor: Sí, bueno, este versículo mucha gente lo conoce. Quizás es uno de los versos más conocidos, junto con aquel que dice que guiemos a nuestros hijos por el camino, por el buen camino, y nunca, aunque sean viejos, nunca se apartarán de él. Pero este yo diría que es uno de los más famosos también cuando el apóstol Pablo nos dice: “Y ustedes, padres, no provoquen a ira a sus hijos, sino críenlos en la disciplina e instrucción” (Ef. 6:4). Ahí están las dos palabras que tú dices: “del Señor”.
Fíjate que, si llegara ahí al final del versículo y no dijera “del Señor”, eso puede ser una crianza de cualquiera de nosotros. O sea, nosotros debemos criar a nuestros hijos sin provocarlos a la ira, y debemos criarlos en la disciplina y la instrucción que nos parezca adecuada, que nos parezca conveniente, en la disciplina e instrucción que esté en boga, en la disciplina e instrucción que proceda, que corresponda con la cultura, que sea sensible, etcétera, etcétera.
Pero lo que cristianiza la crianza, lo que distingue la crianza cristiana, es que nuestra disciplina y nuestra instrucción debe ser aquella que el Señor mismo le daría si él estuviera criando a nuestros hijos. De hecho, la palabra Señor que Pablo usa ahí, que dice “del Señor”, es curios. Es una palabra que él aplica en todos los casos a Cristo. En otras palabras, lo que Pablo está diciendo es críenlos en la disciplina e instrucción de Cristo.
Nos coloca a nosotros entonces como los representantes de Cristo en la labor de criar a nuestros hijos. Nosotros somos Cristo para ellos; nosotros debemos instruirlos, gobernarlos, amarlos, confrontarlos, disciplinarlos como Cristo lo haría. Esto tiene muchísimas implicaciones, enormes implicaciones, porque la manera de hablar, de enseñar, de modelar, de disciplinar, todo lo que nosotros hacemos, debería estar gobernado, vuelvo y digo, por lo que Cristo haría con nuestros hijos.
Entonces nosotros llegamos a la conclusión de que la labor de criar va a requerir una labor en nosotros primero para nosotros poder ser los padres que estamos llamados a ser. La crianza no es solamente una labor de formación de los hijos; la crianza forma al padre también, si es que quiere hacer bien su labor.
A veces nosotros como padres queremos que se haga algo con nuestros hijos, sobre todo cuando ellos no están respondiendo bien a lo que hacemos, no nos están obedeciendo. Decimos: “Bueno, ¿qué le pasará a ese muchacho?”. La pregunta es: “¿Qué me pasará a mí como padre, que no lo he sabido conducir por el camino de la sensatez?”
Es cierto—y quiero hacer una salvedad aquí—es cierto que aún yo haga la mejor labor posible, mi hijo puede rebelarse contra mí porque tiene un corazón pecaminoso. Eso lo sabemos de la palabra. O sea, nuestra buena labor no es una garantía 100% de que nuestros hijos van a tomar las mejores decisiones, ni siquiera si van a ser creyentes. Eso no está en nuestro control. En nuestro control lo único que está es hacer una labor como Cristo la estuviera haciendo, y aun haciéndola puede ser que no ocurra lo mejor.
Pero, ciertamente, como decía, el pasaje nos indica que, si yo voy a instruir, a disciplinar a mi hijo, como Cristo lo haría, yo tengo que primero haber estado expuesto a la Palabra de una manera tal que me haya transformado a mí. Ese es un principio que está presente incluso en el Viejo Testamento. En el Antiguo Testamento, cuando Moisés está a punto de entrar a la tierra prometida, o más bien el pueblo de Israel, Moisés le da uno de los últimos discursos y le dice: “Bueno, estas palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón, y las enseñarás diligentemente a tus hijos”. Y ahí le dice: “En todo momento, en todo lugar”. Pero lo primero que le dice es: “Estarán en tu corazón, y diligentemente las enseñarás”.
Es lo mismo que está diciendo aquí: si yo quiero que mi labor como padre surta un efecto, tiene primero que haber hecho un efecto en mí lo que yo les enseño a ellos. Entonces lo que cristianiza, vuelvo y digo, nuestra crianza, no son las buenas intenciones ni los valores morales, aunque eso está bien. Es que yo sea capaz de capturar la enseñanza bíblica para mis hijos, yo capturarla, yo asimilarla y podérsela pasar de una manera que sea asimilable para ellos. Eso es lo que cristianiza la crianza, esa frase al final: “del Señor”, y después la disciplina e instrucción.
Susi: Sí, y me encanta lo que dices: es del Señor, o sea, como el Señor cría a sus hijos. Sí tenemos un patrón. Muchas personas piensan que la Biblia no habla mucho de la crianza.
Es cierto, en cierto sentido, que no hay tantos pasajes que digan así como este: “Estoy hablando de crianza”. Pero, si nosotros debemos criar como el Señor cría, ahí sí tenemos toda una Biblia llena de cómo Dios, desde el principio, trató a su pueblo, a sus criaturas, y cómo Jesús trató a las personas.
Eso ayuda muchísimo para que veamos toda la Palabra de Dios como parte de lo que podemos usar en la crianza. Y es obviamente clave lo que dices: primero me tiene que cambiar a mí. Tengo que asimilarlo para que pueda salir de mi boca cuando ando por el camino, y estoy en mi casa, y estoy fuera de mi casa, y me levanto y todo eso como dice Deuteronomio.
Héctor: Así es. A mí, por lo menos en mi caminar como padre, me ha servido muchísimo, en muchas ocasiones, pensar en cómo Dios me ha tratado a mí, cómo Dios ha lidiado conmigo. Por ejemplo, cuando yo cometo un error o peco delante de Dios, ya sea de palabra, con una reacción, con una acción, y yo voy y le pido perdón a Dios, Dios en su paciencia y en su fidelidad me perdona.
Bueno, cuando un hijo mío también comete una falta contra mí, que a veces me avergüenza lo que hizo—la nota que sacó—y me pide perdón, ¿cómo debo yo entonces actuar con él? De la misma manera como yo fui tratado por Dios: con perdón, con paciencia, con tolerancia, esas mismas formas que Dios ha empleado. A mí me ayuda mucho reflexionar en las formas que Dios ha empleado conmigo para yo poder actuar de la misma manera con mis hijos.
Otro ejemplo es: muchas veces nosotros sabemos que tenemos que decirles a nuestros hijos una, dos, diez, cien veces la misma cosa y decimos: “¿Cuántas veces te voy a decir eso?” “¿Cuántas veces te lo he dicho?” Bueno, la respuesta es: tantas veces como sea necesario. Mientras estén bajo mi tutela, tantas veces como sea necesario.
Quizás lo discipline, quizás lo trate, pero no me puedo cansar, porque Dios no se cansa de mí tampoco. ¿Cuántas veces yo le he pedido perdón a Dios por el mismo pecado? Y él no me ha consumido, sino que me ha dejado vivo, y me ha dejado continuar mi camino. Entonces, la meditación en cómo la paternidad de Dios ha sido ejercida sobre nosotros nos ayuda también a nosotros poder ejercer una paternidad sana, divina, por así decirlo, del Señor con nuestros hijos.
Susi: Sí, amén. Y Dios repite las mismas cosas mil veces también en su Palabra. Si él hizo eso es porque él entiende que somos criaturas que necesitamos repetición, y podemos dar lo mismo a nuestros hijos con esa paciencia, ¿no?
Héctor: Así es.
Susi: Hay algo en este capítulo 2 que enfatizas, y me gustaría que lo destacáramos porque yo creo que esta generación en particular, con todo el movimiento, y la vida laboral, y de entretenimiento y todo lo que esta generación vive, quizás comparado con hace cien años, hace que este asunto del tiempo que uno pasa con los hijos sea algo crucial, ¿verdad?
Tú mencionas que este tiene que ser un tiempo que se pasa con los hijos con interacción significativa, y que tiene que ser algo consistente. Primero me gustaría saber, ¿por qué dices que es tan indispensable, y hasta qué grado una familia debe estar dispuesta a sacrificar para lograr eso?
Héctor: Sí, definitivamente el tiempo que pasamos con nuestros hijos es vital, porque tanto en cantidad de tiempo como en calidad de tiempo—sabemos que hay una frase que dice que “lo importante es la calidad, no la cantidad”, pero quiero sugerir una corrección y decir que es tan importante la calidad como la cantidad, las dos cosas. Nuestros hijos no necesitan buen tiempo, aunque sea poco. Necesitan buen tiempo y mucho.
La razón básica, y esto es una deducción que yo hago; no es algo que yo pueda apuntar a un pasaje, quizá pueda hacer alusión indirecta a un pasaje en Deuteronomio 6, cuando se les dice a los padres que pasen a sus hijos de manera diligente estas cosas que están en nuestro corazón. Les dice: “Cuando andes por el camino y cuando estés en la casa, cuando te acuestes y cuando te levantes”. Habla, por así decirlo, de una interacción cotidiana muy, muy abundante entre el hijo y el padre.
Alguien puede decir: “Bueno, eran otras sociedades, eran otras culturas, la gente trabajaba junto con los hijos”. Sí, sí, ok, perfecto. Yo acepto esa observación. Lo que pasa es que: ¿cómo aplico ese principio al tipo de sociedad en el que vivimos hoy? Bueno, que yo tengo como padre, como no tengo el tiempo que tenía en las sociedades agrarias, debo ahora tratar de hacer un esfuerzo intencional de pasar el mayor tiempo posible, lo más que pueda.
Incluso, que sería como algo para muchos una cosa muy, muy extrema, de que uno de los padres, y sobre todo, yo digo, la madre, pueda quedarse en la casa con sus hijos, sobre todo en las etapas de formación de sus hijos. Eso es algo decirlo en la sociedad de hoy—como que es un pecado mencionar eso, cuando la Palabra habla tan claro de que el ambiente natural de una mujer es la formación de los hijos; ella ha sido diseñada cerebralmente y físicamente para eso.
Entonces retorno al punto del tiempo. El tiempo es necesario e indispensable, tanto en calidad como en cantidad. No es cierto que buena calidad de tiempo, aunque sea poco, es suficiente. ¿Y por qué lo veo tan importante? Bueno, porque lo que nosotros queremos lograr con nuestros hijos es influenciarlos—influenciarlos en la dirección de la Palabra de Dios, en la dirección del modelo de vida que Dios quiere para ellos. La única manera de yo influenciar a alguien de manera significativa y notable es pasando tiempo con ellos.
¿Qué comienza a pasar con los adolescentes que comienzan a salir del hogar y a pasar más tiempo con sus amigos y con aquellos que los influencian? Que ellos comienzan a desviarse. ¿Por qué? Porque el tiempo pasado con sus amigos comienza a ser más importante que el tiempo que pasa con sus padres. Y entonces comienzan a irse en otra dirección, además de que ellos quieren la aprobación de sus amigos; eso es cierto, eso influye también.
La influencia es necesaria para la crianza, y la influencia se logra pasando tiempo. Entonces el tiempo que yo paso no debe ser solamente estar físicamente con mi hijo. Yo eso lo necesito, pero hoy en día hay muchos padres que están físicamente con sus hijos en el mismo lugar, en la misma mesa, y no hablan porque están con un celular en la mano, están con una tablet en la mano, con un recurso digital en la mano. Bueno, tenemos que estar físicamente, pero tenemos también que podernos conectar emocionalmente con nuestros hijos, poder hablar de lo que pasa en sus vidas.
Y no solamente en sus vidas. La mejor manera de que mi hijo me cuente lo que pase en su vida es yo contándole lo que está pasando en la mía. Hay muchos padres que no quieren hacer eso. Hay muchos padres que no dicen: “Oye, me siento nervioso por lo que está pasando en el trabajo, por lo que está pasando en esta situación, por lo que está…”. Y no hablan de ellos.
Cuando el hijo no oye al padre, no ve al padre modelar vulnerarse, el hijo no se vulnera tampoco. Entonces necesito estar físicamente, y necesito estar conectado emocionalmente para que yo pueda ser de influencia para mi hijo. Y cuando yo pueda, yo tenga que hablar en los aspectos morales de la vida, yo pueda entonces tener una autoridad frente a mí hijo, porque él me escucha, porque él se ha dado cuenta que yo estoy conectado con él, que él me importa, que yo lo amo.
O sea que este tema del tiempo, mucha gente lamentablemente no lo ve así; pues tiene tiempo de manera muy, muy selectiva con sus hijos. Y cuando pasamos poco tiempo con nuestros hijos, sencillamente lo que les estamos comunicando es que ellos no nos importan tanto. Hay otras cosas más importantes fuera del hogar que me sacan del hogar; el hijo parece ser algo secundario, y así lo siente. Y cuando uno se siente colocado en un segundo plano, como algo secundario, él no escucha a los padres. No los escucha porque él cree que él no les importa a sus padres.
Incluso hay hijos que intencionalmente comienzan a rebelarse contra sus padres para llamar su atención, porque se sienten desplazados. O sea, digamos que este lema de esta generación distraída y distante de que “es más importante la calidad, que es la cantidad”, ¡no, no, no, no, no! El problema es que están los años pasando y a los 15, a los 16, a los 18 años nos damos cuenta que no hemos pasado el suficiente tiempo. Y hay muchos padres que quieren enmendar cuando ya es tarde.
Susi: Así es.
Héctor: Y cuando queremos volver a recuperar el tiempo perdido, no, no se recupera. Si un padre, una madre, no hizo una buena labor de conectarse con sus hijos, de ser una influencia real para sus hijos en los primeros doce años, es poco probable que después de los doce el hijo quiera conectarse con el papá. Así que, ¡manos a la obra! Tenemos que ponernos en esto y dedicarle más tiempo del que esta sociedad nos está permitiendo dedicarle.
Tenemos que ser más intencionales. Incluso, tú decías: ¿hasta qué punto debemos llegar para poder pasar más tiempo con mis hijos? Bueno, yo creo y les he aconsejado a múltiples parejas, que a veces hay que ajustar los niveles de vida. O sea, si hay que cambiar de vivienda, si hay que cambiar de vehículos, si hay que cambiar de colegio para estar en sitios más económicos, para poder vivir vidas más sencillas y poderles dedicar más tiempo a nuestros hijos, bueno, vale la pena. Vale la pena hacerlo. Hay que considerarlo, definitivamente.
Susi: Amén. Yo creo que, para las mujeres en particular, yo estoy de acuerdo contigo, que es obvio que el diseño de Dios para la mujer—es dadera de vida, y eso no es solamente el parto, de que en su cuerpo ella carga al bebé, sino que ella está diseñada para nutrir, ser influencia, enseñar.
Y yo creo que hay mujeres que sí necesitan sacrificar quizás su carrera completa, o la manera en que ejerce su carrera. Quizás ella no va a poder tener esas promociones en el trabajo. Quizás ella va a tener que ejercer de manera parcial en lugar de tiempo completo. Quizás ella va a cambiar su horario para que cuando lleguen sus hijos de la escuela y quieren platicar y hablar, ella pueda estar ahí, escuchando, porque, a veces es manejar los tiempos para que en esos momentos ideales cuando los hijos tienden a querer hablar y ser escuchados y escuchar, manejamos nuestros horarios para que estemos disponibles en esos momentos. Yo creo que hay muchas cosas que cada familia tendría que considerar, ¿no?
Héctor: Así es.
Susi: ¿Qué hay que sacrificar? ¿Qué hay de hobbies? Intereses que llevan a papá cada fin de semana fuera del hogar cuando pudiera estar con sus hijos.
Héctor: Y una idea es eso, Susi, que tú la traes a colación—excelente ejemplo, excelente tema ese de los hobbies y las entretenciones. En mi caso, yo he tratado de usar mis hobbies para conectar con mis hijos. Jugamos deportes juntos. Yo trato de ir a sus deportes, no solamente acompañarlos en los deportes que ellos practican, sino yo también practicar los deportes que ellos practican como una forma de conectarme con ellos y de que ellos me vean a mí como alguien interesado en ellos.
Porque, ojo, los jóvenes y los niños se vulneran, se abren, se conectan con aquellos que muestran interés en ellos. Y si nosotros mostramos interés en ellos, en sus cosas, ellos eventualmente se van a abrir con nosotros y vamos a poder ser de influencia.
Susi: Sí, creo que esa es una buena sugerencia: evaluar qué sacrificios necesitamos hacer, qué cambios necesitamos hacer para que estemos disponibles y tengamos ese tiempo de cantidad y de calidad también.
Quizás podemos hablar un momento sobre el contenido de la instrucción diaria que les damos a nuestros hijos. Creo que muchos padres no medimos el peso enorme que tiene nuestra propia interacción con la Palabra, y lo hemos comentado. Pero ¿puedes explicarnos cómo crees que de manera práctica se ve esa instrucción formal y también informal? ¿Cómo se relacionan esas dos cosas?
Héctor: Sí. Yo creo que para los padres cristianos no es un secreto que tenemos la encomienda de enseñar a nuestros hijos la Palabra de Dios. Y tenemos múltiples formas de hacerlo; o sea, las maneras formales, como tú mencionas, son básicamente exponer a nuestros hijos de manera formal a lo que es la instrucción bíblica. Por ejemplo, los llevamos a la iglesia, los exponemos a la escuela dominical, tenemos con ellos devocionales familiares, o como muchos lo conocen, un altar familiar.
A veces tenemos también hijos que ya están en una edad donde pueden ir a un grupo de jóvenes donde se estudia la Palabra; los llevamos a conferencias, campamentos juveniles. Todo eso es lo que es la instrucción formal de la Palabra. Son espacios donde ellos se exponen de manera ordenada a una serie de enseñanzas.
Ahora bien, también hay un espacio, o una necesidad de que nosotros entendamos que la Biblia, o la Palabra de Dios y la cosmovisión bíblica, se enseña de maneras informales que a veces son hasta más poderosas y marcan más que los espacios formales. Porque a veces nuestros hijos van de manera obligada a esos espacios formales, pero en los informales, si no tenemos una interacción sana con ellos, y bíblica, pues perdemos excelentes oportunidades.
Yo creo que—precisamente he hecho referencia a este pasaje en varias ocasiones—en Deuteronomio 6, cuando se nos dice que diligentemente les enseñemos estas cosas a nuestros hijos (las cosas que están en nuestro corazón y que debemos conocer de Dios), y dice que las enseñemos por el camino, cuando estemos por la casa, cuando vayamos, cuando te levantes, cuando te acuestes, cuando te levantes, o sea, en todo momento en todo lugar, yo entiendo que está haciendo alusión a que en la medida que yo voy caminando por la vida, yo vaya instruyendo a mi hijo en el camino de Dios. Eso es lo que yo he llamado (y lo llamo así en mi libro) una enseñanza existencial. En la medida que vamos caminando por la vida, yo te voy enseñando.
Para poner un ejemplo, en días pasados, bueno, meses pasados, quizás el año pasado, cuando estalló la guerra de Ucrania y Rusia, se comenzó a decir que era el inicio de la Tercera Guerra Mundial. Uno de mis hijos viene con cierta ansiedad y me dice: “Papi, ¿tú crees que esta sea la Tercera Guerra Mundial que se va a iniciar?” Y para hacerla corta la historia, básicamente le dije: “Bueno, no sé si es la Tercera Guerra Mundial. Ahora, yo sí sé y te puedo decir que podemos estar tranquilos porque nuestro Dios tiene control de los tiempos. Nuestro Dios tiene control de los reinos, y lo peor que nos puede pasar en el caso extremo es que nosotros partamos de este mundo y nos vamos a la presencia de Dios. Entonces, hay lugar para la esperanza y para la paz aún en medio de la ansiedad de una guerra.”
Algo sencillo—me preguntó de una noticia y yo le respondí con una perspectiva bíblica que pudo traer paz a su corazón. Yo sé que no es una paz absoluta, porque todavía es un niño; es inmaduro y no puede apropiarse de esa verdad de manera tan, tan completa. Pero es la forma como el cristiano piensa. Eso es una enseñanza existencial de la Palabra.
Otro ejemplo es que en una ocasión estaba jugando yo con un juego de mesa con mis hijos, con dados, y a uno de ellos le habían caído los dados de manera desafortunada. Y él dijo: “Oye, qué mala suerte tengo yo.” Y yo le pude decir: “Bueno, mi hijo, la suerte no existe. Lo que existe es el control de un Dios soberano, y por algo Dios no quiere que tú hagas eso”. O sea, uno en medio de un juego de mesa, uno puede enseñarles eso.
Susi: ¡La soberanía de Dios en los juegos!
Héctor: Otros ejemplos también que podemos poner: de una manera informal, nosotros hablar con nuestros hijos de manera cotidiana de que Dios gobierna, de que Dios está, de que Dios está presente en nuestras necesidades; le agradecemos sus bendiciones, acudimos a él con nuestras ansiedades, etcétera, etcétera. O sea, que les estamos enseñando a vivir delante de Dios en todo tiempo. Eso tiene un gran valor que acompaña la enseñanza formal.
Susi: Amén. Pues que Dios nos dé un corazón tan deseoso de ser verdaderos cristianos, primero, para que nuestra crianza sea cristiana. Yo creo que esa es la clave. Es la clave que nos podemos llevar de este capítulo. Sí, queremos ejercer una crianza del Señor, instrucción, disciplina del Señor, pero eso no va a ser posible si el Señor no es Señor de mi vida y de mi manera de pensar. Si la Palabra no me provee ese filtro de vida, va a ser muy difícil que mi crianza diaria, especialmente informal, vaya a ser enfocada en la Palabra.
Bueno, ha corrido nuestro tiempo. Pasa bien rápido media hora ¿verdad? Pero creo que hemos podido abarcar unos puntos muy importantes de este capítulo. Vuelvo a recomendar, si no tienes el libro Crianza bíblica por el pastor Héctor Salcedo, búscalo, cómpralo, léelo con tu cónyuge para que puedan aplicarlo a tu crianza. Y el hermano nos ha puesto preguntas de reflexión al final del capítulo. Entonces te animo también a que las leas y puedas aplicarlas. Gracias, hermano, por acompañarnos una vez más.
Héctor: A ti, Susi. Encantado de estar aquí.
Susi: Aquí seguimos en la próxima semana. Gracias a todos por acompañarnos.