En el siglo 21, la autonomía del individuo es un valor cultural predominante que ha llegado a impactar la crianza. La idea de que alguien más pueda imponer sobre un padre o una madre ciertas directrices sobre su crianza es impensable. Pero los hijos de Dios somos llamados a abrazar y someternos al llamado de nuestro Dios, y la crianza no es la excepción. ¿Estás dispuesto a responder a los desafíos que la Palabra define para la crianza bíblica? Únete al Pastor Chacho en esta conversación sobre el capítulo 3 de su libro “Crianza Bíblica”.
Preguntas de reflexión:
- ¿Te has resistido a la idea de que tú no puedes determinar cómo será tu crianza en base a tu propio trasfondo, conocimiento o preferencias? ¿Entregarías hoy al Señor tu autonomía paternal para aceptar los retos que la Palabra te impone como padre o madre cristiano?
- ¿Has creído que la Biblia no habla mucho de la crianza, que no tiene mucho que ofrecer a los padres en cuanto a la crianza diaria? ¿Cómo ha cambiado tu perspectiva al leer este capítulo 3 de “Crianza Bíblica” o escuchar este episodio?
- ¿Consideras que la trayectoria de tu vida personal espiritual te está llevando a ser transformado más y más a la imagen de Cristo? Si no es así, ¿tomarás hoy los pasos sugeridos en este episodio?
Transcripción:
Susi: La crianza reverente, una crianza que vive en el temor de Jehová día tras día en el hogar, tiene desafíos enormes, retos complicados. No es fácil; lo sabemos muy bien. Por eso existe este podcast para servir como una voz recordándote y apuntándote semana tras semana hacia las verdades bíblicas que deben dar forma a tu crianza.
En este episodio seguimos con nuestra serie, en la cual nos acompaña el pastor Héctor Salcedo de la Iglesia Bautista Internacional de Santo Domingo en la República Dominicana, quien es también el autor del libro recientemente publicado llamado Crianza Bíblica. Gracias, Pastor Chacho, por seguir disponiendo de tu tiempo y energía para acompañarnos aquí en Crianza Reverente.
Héctor: Gracias, Susi, por la invitación. Es bueno estar contigo en este espacio en el que esperamos ser de utilidad y de edificación para el pueblo que escucha. Así que muchas gracias a ti. Gracias a Dios por este espacio.
Susi: Amén. Sí, gracias a Dios porque él nos está dando esta oportunidad de hablar de temas tan importantes. En este episodio queremos hablar de algo del contenido del capítulo 3 de tu libro Crianza bíblica. Le recuerdo a nuestra audiencia que no estamos cubriendo todo el material de cada capítulo, porque queremos simplemente resaltar y abundar en ciertos puntos. Pero queremos que tú compres el libro Crianza bíblica, publicado por Editorial Vida, para que tú y tu cónyuge puedan leerlo, estudiarlo y tenerlo ahí a la mano.
Bueno, en este capítulo 3 del libro se está hablando acerca del tema de los desafíos que supone. Hay algo que tú dices, Pastor Chacho, casi al principio del capítulo, que quiero leer, y después hacerte una pregunta. Dice así: “La crianza cristiana les impone a los padres una serie de desafíos si es que ellos quieren que su labor sea la establecida por el Señor. Llevar a cabo esta importante labor demandará de los padres ciertas condiciones. Estos desafíos no los determinan los padres, sino que, queramos o no, son propias de la alta responsabilidad que es criar a los hijos”.
Primero, hermano, tengo que confesar que siento alivio saber que padres cristianos escuchen estas palabras de un hermano que ha criado hijos, que es pastor, que ha caminado con otras familias a lo largo de diferentes problemas familiares. Porque yo creo que este concepto de una santa obligación de los padres, de una inevitable realidad de su responsabilidad, es un concepto contracultural, no sólo en nuestro mundo, sino en el cristianismo incluso. La verdad es que no queremos que nadie nos imponga nada.
No sé si nos puedas ayudar a entender, a pensar un poco en esta realidad cultural que tenemos tanto dentro y fuera de la iglesia que está llevando a padres cristianos a esquivar su responsabilidad y no querer hacer los compromisos que necesitan hacer. Y quizás, ¿cómo podemos reconocer nuestro error en esta área?
Héctor: Así es. Ciertamente, Susi, como decías, la paternidad implica unos desafíos. Cuando pienso en esto, a veces pienso en cuando una empresa tiene que contratar a un empleado. Para esa contratación tiene que desarrollar o hacer un perfil. ¿Cuál es el perfil que requiero para llenar esa posición? Y decimos que muchas veces debe tener una licenciatura en contabilidad, una licenciatura en mercadeo, con ciertos años de experiencia y ciertas condiciones. Esos son requerimientos que tiene la posición que estamos tratando de llenar.
Si pensamos de esa misma manera, de manera análoga, en ser padre, madre, también la paternidad conlleva un perfil que yo tengo que tener y tengo que desarrollar para poder hacer bien mi labor. Como decías, en la generación en la que vivimos, ciertamente el hecho de que ser padres me requiera y me demande a mí algo es algo contracultural, porque vivimos en una generación muy centrada en sí mismo.
Los hijos no son vistos como individuos a los que yo les sirvo, sino que ellos me deberían servir a mí. Yo los tengo porque, bueno, sencillamente en algunos casos es lo que usualmente se hace. Los matrimonios tienen hijos, pero no es porque veo que esto implique para mí un sacrificio, realmente. Otros los tienen porque “yo quiero sentirme conectado, relacionado con alguien”. El hijo viene a llenar una necesidad emocional que yo tengo. También esa es otra razón por la que la gente tiene hijos, que no es la más correcta.
Pero, en fin, la gente muchas veces tiene hijos, y no es la perspectiva de que los voy a servir cuando nazcan, sino que me voy a servir de ellos, o ellos me van a servir a mí de alguna manera. Y como decía, eso tiene que ver con una generación egocéntrica. Algunos han dicho que vivimos en una generación narcisista, o que tiene y presenta rasgos narcisistas, exceso de enfoque en sí mismo. Y eso es un desafío.
El otro desafío que tiene nuestra generación es que estamos muy distraídos con muchas cosas. Constantemente estamos sometidos a demasiados estímulos que roban nuestra atención de las tareas y cosas que son realmente importantes. Los hijos, entonces, han sufrido esa distracción paternal. Los padres han sido llevados en direcciones que no es en dirección de sus hijos, sino en otras direcciones.
Si no hacemos una reflexión de lo que está pasando, y no nos vemos a nosotros mismos como experimentando esta situación de distracción o exceso de enfoque en nosotros mismos, quizá no podamos ser los mejores padres que debamos ser, o los padres que debamos ser. O sea, como decías, este concepto de que la paternidad demanda de mí ciertas cosas es contracultural por la generación distraída, egocéntrica, en la que estamos viviendo.
Susi: Yo también estaba pensando en que creo que las mamás en particular tienden a ser muy egocéntricas en la crianza, pero como en su identidad: que tener un hijo se trata de mi identidad. Entonces, no se dan cuenta que eso sí es egocéntrico, y como eso centra la atención en ella, en la mamá, ella cree que es la que más conoce a su hijo, la que sabe lo que su hijo necesita, y el resultado de eso es que ella le da más peso a sus propios sentimientos y opiniones que a lo que la Palabra dice.
Luego, como ese hijo también es como su identidad, lo que digan otros en, por ejemplo, las redes sociales—como mencionaste, parte de nuestra distracción no solamente es distracción de nuestro tiempo y atención; es distracción de nuestra mente, o sea, lo que creemos, lo que escuchamos.
Yo he visto mucho que las mamás batallan con eso, que “es que yo sé cómo criar a mis hijos”. Pero Dios está diciendo: pero bíblicamente, para que tú seas madre o padre, tú tienes que tomar los desafíos que Dios te presenta. La verdad es que a nuestra sociedad no nos gusta que alguien nos diga “así se tiene que hacer, o así”, porque miramos a nuestros hijos de esa forma.
Héctor Así es. Como decías, es una generación también que no le gusta que le impongan las cosas o que le digan cómo hacer ciertas cosas. Y cuando se trata de criar hijos, otros ven la opinión de fuera, incluso de la Palabra de Dios, como impositiva, y tienen sus propios conceptos. Y lamentablemente, si no nos abrimos a la opinión de la Palabra en cuanto a la crianza de los hijos, vamos a tener muchísimos desatinos que luego vamos a pagar muy caro.
Susi: Sí, así es. Bueno, en este capítulo nos presentas cuatro desafíos. No vamos a hablar de todos; espero que puedan comprar el libro y estudiarlo más a fondo. Pero voy a mencionar nada más que está el desafío de conocer la Palabra y poder transmitir esa perspectiva a mis hijos.
Luego está el desafío de vivir de manera coherente con lo que digo, no ser hipócrita. También esto lleva al desafío de la humildad, que me permite reconocer y pedir perdón cuando fallo. Y luego el cuarto es el desafío de discernir el corazón en la interacción con mis hijos, no solo enfocar su conducta.
Pensando en estos cuatro desafíos, que me encanta como los resaltaste—creo que resume muy bien los desafíos que tienen los padres—pero ¿cuál crees que sea el que más padres cristianos hoy en día tienden a rehusar enfrentar? Y ¿por qué será así?
Héctor: Como bien dijiste, estos cuatro desafíos que son presentados aquí no son los únicos. O sea, esta no es una lista exhaustiva.
Susi: Sí, claro.
Héctor: Hay otros desafíos que como padres enfrentamos, pero estos fueron los cuatro que entendí eran lo suficientemente importantes como para ponerlos y comentarlos. Aquel que es el que más se resisten los padres, yo diría, hay una competencia entre dos. El primero es la coherencia, y el segundo es la humildad.
El desafío de la coherencia tiene que ver con que yo viva de una manera coherente con lo que digo creer como cristiano y con lo que yo quiero que mis hijos sean en su modo de interactuar de manera cotidiana, de ser, de vivir. Cuando un padre o una madre no es coherente con lo que dice creer o con lo que exige y demanda de sus hijos, los hijos lo tildan de hipócrita. Eso hace que al padre o la madre les pierdan el respeto. Y al perderles el respeto, eso es una incitación a la insubordinación del hijo, a la rebeldía del hijo.
Muchas veces hijos rebeldes e insubordinados hacia sus padres tienen su explicación en vidas de los padres que no se corresponden con lo que ellos dicen creer, o con lo que ellos demandan de sus hijos. Ciertamente es así porque la Palabra dice que cuando los justos gobiernan, el pueblo se alegra, pero cuando quien está gobernando una nación o una familia no es justa y no es coherente con lo que pide y demanda, el pueblo se rebela. Es un instinto natural que Dios ha puesto en nosotros de resistirnos a aquello que no es justo o correcto. Aún en seres pecadores tenemos ese instinto.
Muchos padres sabemos que a la iglesia a veces vienen muchas personas, pero no todos los que vienen a la iglesia se llevan la iglesia consigo. La gente viene a reunirse; se congrega, pero no tiene una vida que se corresponde con lo que se enseña y se aprende en la iglesia. Los hijos ven esa incoherencia y se resisten a esa incoherencia. Y lo peor de este desafío, cuando el padre no abraza el ser una persona coherente con su fe, con la Palabra de Dios, con lo que dice, cree y con lo que demanda de sus hijos, sucede que ahora los hijos no solamente se rebelan contra el padre o la madre; se rebelan también contra la fe de sus padres.
Le generamos al hijo, con esta actitud de incoherencia, una resistencia al evangelio mismo, y lo estamos alejando del Señor, lamentablemente. Para mí esa ha sido muy triste, ver cómo hijos reportan que realmente no sientan ninguna motivación por seguir al Señor, seguir a Cristo, porque no han visto en sus padres vidas admirables, ni vidas que ellos quieran imitar. Todo lo contrario. Ellos desprecian la vida que ven y la incoherencia y la hipocresía que ven en muchos padres. Y eso es lo primero que quería mencionar. Es quizás de los cuatro desafíos uno de los más dolorosos ver, y es de los que a los padres más difíciles se les hace abrazar.
El segundo, que no quiero dejarlo porque no era uno solo; también había otro muy importante que es el de la humildad. Recientemente, de hecho, yo conversaba con un padre—compartía con unos padres algunos de los principios de crianza—y uno de ellos me decía que tuvo que corregir a su hijo en presencia de su padre, o sea, del abuelo del niño, y que cuando lo corrigió de una manera tan severa que luego este papá vino y le pidió perdón al niño. Le pidió perdón por haberlo corregido de una manera tan severa. El abuelo presenció eso y el abuelo le dijo que ¿por qué le pedía perdón al niño? Que realmente el niño no entendía bien eso, y que eso lo haría perder autoridad frente al niño.
Contrario a esa opinión del abuelo, yo le dije: “Todo lo contrario, hermano. Yo creo que eso te da más autoridad. Porque si el hijo se sintió tratado de una manera excesivamente severa, recibir de ti una admisión de falta y una pedida de perdón eleva tu imagen frente a él”. Muchos padres no se humillan frente a sus hijos. Hay padres que no reconocen sus faltas, no admiten sus pecados. No piden perdón ni a sus hijos ni a sus cónyuges delante de sus hijos; como que está por encima de la norma del fallo.
Y eso es difícil de vivir, en un sentido, cuando tenemos un corazón orgulloso, rebelde. Pero impone, digamos, para nosotros un desafío de poder trabajar como fue nuestro Señor, que nos dijo que fuéramos mansos y humildes de corazón como él lo era. Para mí esos dos desafíos, el de vivir de manera coherente y tener un espíritu pronto para pedir perdón y admitir los fallos, es algo clave para yo poder conectar con mis hijos.
Si yo no tengo coherencia y no tengo humildad de admitir mis fallos, sucede que ahora corto, por así decirlo, la conexión emocional con mis hijos. Mis hijos no quieren saber de mí porque yo soy un hipócrita, o porque yo soy un orgulloso que nunca admito cuando me equivoco, pero sí les llamo a ellos la atención cuando ellos se equivocan. Esa falta de conexión me va a impedir a mí luego poder transmitir los principios que yo quiero transmitir. Entonces es vital que nosotros nos enfoquemos en este tema de ser coherentes y ser humildes en el trato con nuestros hijos.
Susi: Sí. Yo, escuchándote ahora y cuando estaba estudiando el capítulo, pensaba cómo esa humildad es un camino a la coherencia. O sea, tienes que tener la humildad de reconocer: ¿qué estoy exigiendo o diciendo, que no estoy viviendo? Y cuando lo reconozco y me humillo, entonces ya tomé un paso hacia la coherencia, ¿no? Entonces esas dos cosas se alimentan.
Héctor: Exactamente. Se alimentan así mismo. Si no soy humilde, no voy a poder reconocer mis incoherencias.
Susi: Sí. Exacto, porque el hipócrita realmente es orgulloso. O sea, tiene cierto orgullo, ¿verdad?
Héctor: Claro. Esconde con una máscara su real imagen. Su imagen, no—su real yo, poniendo una máscara, por así decirlo, de piedad o de rectitud que no tiene.
Susi: Sí. Eso es sumamente importante. Me encanta eso. Yo creo que es de las cosas más importantes que un padre o una madre puede llevarse, de trabajar en eso.
Héctor: Y cuando nosotros somos capaces de admitir nuestros errores delante de nuestros hijos y pedir perdón, les estamos a ellos enseñando una virtud que les va a acompañar en toda la vida, y que les va a facilitar el camino en todas sus relaciones: en su relación matrimonial, en su relación laboral, en su relación entre amigos y entre hermanos de la iglesia. O sea, la humildad y esta actitud de admitir y de reconocer y de pedir perdón que un padre pueda modelar—si puede impregnar eso en sus hijos, como te decía, eso les va a servir en todas sus relaciones.
No hay nada más complicado y complejo que relacionarse con una persona que no admite sus errores, que no abraza sus faltas, que no se vulnera. Es muy difícil vivir con una persona, estar casada con una persona con esas condiciones. Es muy difícil. Entonces, si puedo mostrar eso en mi casa, si puedo mostrar eso frente a mis hijos, vivirlo, y ellos pueden abrazar eso como una de las virtudes que se lleven de casa, eso es de una riqueza enorme para sus vidas.
De lo contrario, no modelarles eso y dejarlos siendo de dura cerviz, gente lenta para pedir perdón, que no admite sus faltas—eso, literalmente, les augura un futuro de conflictos y problemas, sin duda alguna.
Susi: Excelente. Hay mucho para meditar para cada uno, no solamente los padres, pero para los padres en particular.
Héctor: Así es.
Susi: Bueno, cambiando un poquito de tema aquí, hay algo en el capítulo que muchos padres de repente han comentado, y es que supuestamente, la falta de textos bíblicos que traten de la crianza. Esto es algo que he escuchado varias veces en diferentes contextos: “Es que realmente no hay muchos textos bíblicos que nos indiquen exactamente qué hacer con nuestros hijos”.
A mí me encanta que en este capítulo tú nos das una razón por la que tú crees que no hay tantos textos bíblicos que desarrollen así toda una serie de indicaciones para la crianza. ¿Cuál es esa razón que nos das ahí en el libro, y cómo eso nos ayuda a enfrentar estos desafíos que tenemos como padres?
Héctor: Tú sabes que esa afirmación de que no hay muchos pasajes de crianza, a mucha gente le sorprende, porque los cristianos hablamos mucho de crianza, y la gente piensa que hay muchos pasajes de crianza. Pero en realidad, si tú reúnes todos los pasajes que son específicamente de crianza, llegamos a un puñado de ellos: a 12 o 15 pasajes que son específicos de la crianza. Y uno se sorprende. Uno diría: “Bueno, pues parece que la crianza no es tan importante para Dios”. No es así. La crianza es muy importante para Dios.
De hecho, tan importante que cuando su pueblo, a la orilla del río Jordán, iba ya a ocupar la tierra prometida, parte del texto de Deuteronomio 6, parte de las cosas que Dios le dijo (estoy parafraseando) es: críen bien. Una de las cosas que les recordó es: críen bien. O sea, las cosas que yo les he enseñado a ustedes, que estén en su corazón, y enséñenlas diligentemente a sus hijos. Dios mencionó la crianza como uno de los fundamentos de la nación judía cuando iban a establecerse en la tierra prometida. Para Dios es tremendamente importante, pero no hay muchos pasajes de crianza.
Mi explicación (que seguramente otras personas la han dicho, pero digamos que llegué a ese entendimiento razonando esto) es que, en realidad, para criar bien, yo no necesito que se me diga específicamente cómo hacerlo, sino qué debo ser yo para criar bien. Entonces, todo lo que me cambia a mí y me hace un mejor siervo e hijo de Dios, un mejor discípulo de Cristo, y me da una vida más consistente con las enseñanzas de Cristo, también eso me hace un mejor padre.
Si yo asumo y abrazo todas esas enseñanzas de la Palabra que tienen que ver con mi vida y dejo que le den forma a mi corazón y a mi mente, entonces mi interacción con mis hijos va a ser fluida, sabia, instructiva, edificante, confrontadora para ellos. Y va a ser así. Yo no necesito tanto, vuelvo y digo, que se me diga qué hacer en la crianza, sino lo que necesito que se me diga, es cómo debo ser yo como individuo. Lo seré entonces en el rol de padre, y podré ser un buen padre. Lo que me hace santo me hace buen padre. Y esa es la razón que doy en el libro, que ofrezco como una explicación. Seguramente Dios tiene cien razones más por qué no son tantos pasajes de la Palabra, pero esa fue la que yo pude identificar.
Susi: A mí me encanta, y en parte es por eso que existe este podcast, porque nosotros veíamos una necesidad en los padres de entender que toda la Escritura les hace a los padres hijos de Dios que están siendo transformados, y que eso es lo que les equipa a criar en el día a día. Y esto es un concepto, yo creo, que nuestro mundo no nos ayuda, porque la moda en el mundo es ofrecer un montón de “tips”, y tres pasos para…, y cinco maneras en que no debes…, y que debes…, y todo. Es pura metodología.
Héctor: Así es.
Susi: Diez mamás diferentes pueden resolver una pelea entre dos hermanos de maneras diferentes, pero si ellas conocen las Escrituras, y ellas mismas son discípulos de Cristo, tendrán a su disposición las herramientas necesarias: la sabiduría, la fe, la oración que ellas necesiten. Ese es el concepto, ¿verdad?
Héctor: Así es.
Susi: Para muchos padres es difícil de captar.
Héctor: Así es. En el caso de la crianza, no hay manera en que yo pase algo que yo no vivo. Yo no puedo llevar a mis hijos más allá de donde yo mismo he ido. Yo tengo que ir con ellos en el camino de la vida, y los llevaré a los lugares, a las realidades espirituales y emocionales, que yo mismo he experimentado. Si yo no he ido ahí y yo no he llegado a ser un hombre humilde, poco probable que yo forme hijos humildes. Si yo no he logrado ser un hombre sometido a Dios, poco probable que mis hijos se sometan a Dios. En su gracia lo puede hacer, pero conducirlos yo, no será. Dios lo hará a pesar de mí, pero no conmigo, porque yo no lo veo; yo no lo he vivido.
Yo tengo que abrazar eso. Yo soy una especie de instrumento en las manos de Dios para llevar a mis hijos y conducirlos por la vida que Dios mismo me ha hecho transitar a mí. Y si no lo veo así, pues me voy a equivocar. Yo no estoy pasando mero conocimiento. Yo estoy pasando una vivencia, una cosmovisión, una manera de ver la vida, de reaccionar ante el mundo. Y yo tengo que haber estado ahí. De lo contrario, es poco probable que mis hijos asimilen algo que yo no he vivido.
Susi: Amén. Quizás todo esto, lo que acabamos de platicar, nos puede ayudar con la siguiente pregunta que te quería hacer. Pero yo al estar estudiando este capítulo, yo pensaba varias veces en un grupo de personas que realmente compone un porcentaje considerable de nuestra audiencia, por lo menos de las que suelen escribir mensajes y hacer preguntas. Y eso es de que hay muchas madres, hay algunos padres, pero tiende más a ser madres, que crían solas. O solas en la fe o solas. O sea, no tienen a un esposo ahí. O quizás ellas son creyentes, pero sus esposos no.
Cuando esas personas leen un capítulo como este, y sienten el peso de los desafíos que implica la crianza, pueden sentirse abrumadas. Pueden sentir: pero ¿cómo yo sola o yo solo voy a poder con estos desafíos? Entonces no sé si tienes algún consejo, palabra de ánimo para estas personas.
Héctor: Así es. Ciertamente, en este mundo caído habrá este tipo de situaciones y realidades que no son deseadas ni ideales, como criar solo o sola a un hijo. Y bien dijiste, que aunque la mayoría son mujeres, pero yo conozco padres que también han quedado solos en esta tarea de criar hijos.
Susi: Sí.
Héctor: Lo primero que tengo que decirles es que no están solos. El Señor está con ustedes. Claramente la Palabra dice que Dios es padre de huérfanos y esposo de viudas, refiriéndose a cuando hay una realidad familiar que deja a uno de los miembros en soledad en la tarea de formar una familia. Habla de los huérfanos y de las viudas; o sea, Dios está con ustedes.
En segundo lugar, es claro en la Palabra que si yo vivo los principios bíblicos en mi vida y trato de implementarlos en mi hogar, van a funcionar, aunque yo no tenga un cónyuge conmigo. Obviamente va a ser más difícil, porque sí hay una ausencia que es necesaria en el diseño de Dios. Hay una necesidad de esa presencia, pero Dios suple la gracia para que la persona pueda implementar los principios de la Palabra en hogares donde nada más hay uno participando. Dios provee la gracia suficiente y la sabiduría suficiente si esa persona se somete al gobierno de Dios en su vida. Eso es lo segundo que tengo que decir.
Lo tercero, que es muy importante, es que yo estimulo, exhorto a los padres que están solos por razones de divorcio o de separación o de fractura de la relación, que traten de sanar ellos su corazón hacia esa otra persona. Lo que muchas veces le hace daño al muchacho—la fractura hace daño y el divorcio hace daño; ciertamente es una situación no deseable; no va conforme al diseño de Dios—pero lo que más daño les hace es cuando ese divorcio, esa fractura, se produce, y queda una herida abierta por donde se sigue sangrando y la madre sangra sobre sus hijos sus heridas y sus dolores.
Entonces, no importa lo que haya pasado. Esa persona falló, fue infiel, abandonó el hogar. Esa madre o ese padre que se queda solo con la crianza tiene que sanar su corazón delante de Dios, extender el perdón a aquel que falló. Como Dios ya ha perdonado a ella o a él, extender ese perdón y concentrarse entonces en la labor que Dios le ha otorgado a esa persona de seguir adelante con sus hijos.
Lamentablemente, muchos padres y madres les hacen mucho daño a sus hijos cuando hay estas separaciones o fracturas o divorcios, precisamente porque siguen hablando mal de esa pareja. Siguen sintiéndose dolido frente a esa pareja; siguen culpando a su pareja de las realidades que están viviendo. Yo le diría: “Trata de sanar tú, y si no puedes, busca consejería, busca dirección, busca ayuda, que te ayuden a sanar eso. Y concéntrate con tus hijos no en lo que falta, sino en lo que sí tienen. Todavía tienes a tu hijo. Tienes la bendición de tener hijos. Tienes la bendición de tener una relación, de poder ser instrumento todavía de Dios en las manos de él para formar en ese hijo, esa hija, la imagen de Cristo. Entonces, todavía queda algo muy positivo por delante”.
¿Por qué quedarnos, pues, enchivados en el pasado y en las heridas del pasado, cuando realmente Dios nos ha dado las herramientas para salir de ahí? Así que esos son mis tres consejos para las personas que están solas. O sea, no están solos; Dios los usa todavía de instrumentos. Traten de sanar su corazón para que no afecten todavía más de lo que la fractura misma afectó a sus hijos.
Susi: Me encanta eso, lo que tú dices de sanar las heridas, porque pensando en lo que estuvimos hablando hace un momento, lo que Dios quiere es transformar a padres para que esos padres puedan vivir el modelo de lo que es ser un hijo de Dios, y contagiar eso a sus hijos. Entonces, si una mamá o un papá puede experimentar la gracia de Dios para perdonar, ¡cómo eso está enseñando a sus hijos a enfrentar la vida de la mano de Dios!
Héctor: Así es. Yo agregaría, por último y súper breve: procuren, en la medida de lo posible, de tener una relación cordial y amable con ese cónyuge, aún haya hecho lo malo, con una relación relativamente funcional: es cordial, amable, de tal forma que pueda subsistir una relación, aunque sea a la distancia. Pero es importante que se ponga todo lo posible. Hay veces que no es posible, lamentablemente, pero en la medida de las posibilidades, que se trate de cultivar una buena relación.
Susi: Claro. Sí, y eso va a equipar a sus hijos a poder vivir el evangelio en sus relaciones con otras personas que no son perfectas, que incluso no son creyentes, quizás, pero que sí se puede vivir la gracia de Dios.
Héctor: Así es.
Susi: Yo pienso que esa mamá o ese papá puede poner a un lado todas las exigencias que él o ella cree que la crianza tiene, porque una de las razones por las que madres y padres que están solos se abruman es porque hay una idea de toda una serie de exigencias que tienen que cumplir para ser buenos padres. Pero pueden enfocarse en mostrar esa gracia del evangelio día tras día a sus hijos. Y sí, hay cosas que sus hijos nunca van a experimentar porque no tienen a ambos padres, pero sí tienen la gracia de Dios derramada en su hogar. Eso es suficiente para que Dios pueda obrar en sus vidas.
Bueno, gracias, Pastor Chacho, por estas palabras de ánimo. Estoy segura que van a caer sobre corazones necesitados. Y gracias por escribir este increíble capítulo, este libro que yo creo que está siendo ya de mucha ayuda para muchas familias.
Bueno, seguimos la próxima semana en el siguiente episodio con el capítulo cuatro. Así que, si aún no consigues tu libro, cómpralo: Crianza bíblica por el pastor Héctor Salcedo. El hermano Héctor ha dicho que va a seguir aquí con nosotros para terminar el libro, así que gracias, hermano.
Héctor: Gracias, Susi. Gracias a ti.
Susi: Nos vemos pronto en el próximo episodio. Bendiciones.