Cuando Dios entrega a sus hijos la gran tarea de la crianza de sus propios hijos, no nos deja sin recursos. En el capítulo 8 de su libro “Crianza Bíblica”, el Pastor Chacho Salcedo nos presenta un plan de cuatro componentes derivados de las palabras “disciplina e instrucción” en Efesios 6:4. Escucha este episodio y comienza a trabajar en tu plan de crianza redentora.
Preguntas de reflexión:
- ¿Te has ofuscado en los detalles de menor importancia en la crianza en lugar de fundamentar tu crianza sobre principios de la Palabra? Identifica un área de tu crianza que necesitas fortalecer en principios bíblicos.
- ¿Puedes identificar normas o prácticas aleatorias o de preferencia personal tuya que has aplicado a tus hijos pero que no puedes conectar con ningún principio bíblico?
- ¿Sueles amenazar a tu hijo, o advertirle sobre las consecuencias posibles de su actuar pecaminoso? ¿Qué cambios necesitas hacer en tu forma de motivar a tus hijos?
Transcripción:
Susi: ¿Sientes que la crianza es compleja? ¿Que nunca podrás cubrir todo lo que debe hacer un buen papá, una buena mamá? En el capítulo 8 del libro Crianza bíblica que hemos estado leyendo juntos aquí y conversando con su autor, el pastor Chacho, él nos anima con el hecho de que realmente se puede abreviar la compleja labor de la crianza en dos palabras. ¡Yo quiero saber más!
Estamos una vez más aquí con el pastor Héctor Salcedo para terminar esta serie sobre su libro. Hermano, gracias por habernos regalado de su tiempo para estos ocho episodios.
Héctor: Muy agradecido a ti, Susi, de la devoción y empeño que le has puesto a esta serie, y agradecido de que puedas hacer uso de tu plataforma para conocer estos principios.
Susi: Sí, gracias a ti por la labor de escribir un libro así, un libro que evidentemente hiciste con mucho trabajo para que se pueda resumir en ocho capítulos sencillos, que son fáciles de entender. Yo sé que no es un trabajo fácil, y lo aprecio mucho.
Aquí en el capítulo 8, para terminar el libro, cerca del principio, tú dices que en Efesios 6:4, Pablo está como tipo resumiendo en dos palabras la compleja labor de la crianza. Esas dos palabras son, bueno, dependiendo de la traducción de la Biblia que usas, pero es disciplina e instrucción o amonestación. Ahí dices que la labor no consiste en ofuscarnos en pequeños detalles, sino con ser fieles a ciertos principios fundamentales de la Palabra. Y yo creo que es difícil para identificar si se están perdiendo en cuestiones menores.
Entonces, ¿cómo se pudiera dar esto en la vida diaria? Eso de perderse, ofuscarse en pequeños detalles y no estar fundamentados en la Palabra.
Héctor: Sí, yo creo que, en lo que vemos en las redes, lo que vemos en la literatura moderna de crianza, sobre todo lo que viene del ámbito secular, no cristiano, yo creo que hay un sobre énfasis en cosas que no son fundamentales, y se ignoran cosas que sí son importantes y vitales.
Es como que yo le ponga más interés al decorado de la casa que a las columnas que sostienen esa casa o esa edificación.
En el caso de la crianza bíblica, increíblemente Pablo cuando va a hablar de crianza, aunque sí podemos decir que hay otros aspectos de la crianza que tienen que estar incluidas cuando hablemos de crianza bíblica, pero cuando Pablo habla de crianza, usa un solo versículo. Les dice a los padres que “no provoquen a ira a sus hijos, sino que los críen en la disciplina y la instrucción del Señor”, que son las dos palabras que resumen la cosmovisión, por así decirlo, de la crianza de los hijos desde el punto de vista bíblico. Esas son las dos columnas en las que se sostiene la crianza bíblica: disciplina e instrucción.
¿Y a qué me refiero yo que hay muchos padres que se ofuscan con detalles irrelevantes que no aportan a la labor de la crianza? Bueno, hay muchísimas cosas que la gente escucha, que la gente lee, y piensa que son aspectos fundamentales de la crianza. Por ejemplo, un niño está cometiendo un error, o está cometiendo algo que es reprensible, y se le dice al papá: “Bueno, lo vas a corregir. Debes corregirlo, pero para hacerlo tienes que ponerte en su mismo campo visual. Entonces agáchate y ponte en su mismo campo visual”.
Yo diría que eso es bueno. Es una buena sensibilidad; es algo a tener en cuenta. Pero el que tú no te agaches y no estés en su mismo campo visual, no va a ser determinante en el resultado de esa corrección, a menos que tú no sigas un proceso bíblico donde tú primero controles tus emociones, donde tú enfrentes el pecado de tu hijo y donde tú entonces sanciones con consecuencias adecuadas el pecado que acaba de cometer, si fue un pecado. Porque puede ser que él haya cometido un error producto de su ignorancia, de su inmadurez. No es una reprensión entonces de pecado que vamos a hacer, sino darle información e instruir en sabiduría a nuestros hijos. Por ejemplo, ese es un detalle que quizá la gente le da muchísima importancia.
O, por ejemplo: “Tienes que comerte toda la comida; no puedes dejar ni un poco de comida”.
—“Pero mamá, no tengo hambre”.
—“Tienes que acostumbrarte a comerte toda la comida”.
O sea, un énfasis que eso va a ser del niño una mejor persona. Bueno, les podemos decir a nuestros hijos que se sirvan lo que se van a comer como un principio de no desperdiciar comida, pero eso no va a determinar el carácter de nuestros hijos en sentido general.
O padres que ponen muchísima importancia, les dan muchísima importancia a las fiestas infantiles, los cumpleaños, las celebraciones para que el hijo se sienta agasajado, que el hijo se sienta bien y cómodo. Y piensan que, si no le hacen lo mismo que le hicieron al amiguito, pues el niño se va a sentir que lo han despreciado y que eso va a crear una especie de trauma en su corazón.
No creo que eso sea así. La verdad que más que no creo, no es así, porque hay otros aspectos de la formación en el hogar que son más fundamentales, como la valía personal que derivo del amor del padre, del amor de la madre, de la cercanía y de la conexión. Entonces muchos detalles en los que la gente se enfoca no son al final importantes en la solución. Estas palabras que Pablo dice: “disciplina e instrucción,” que son dos palabras muy cuidadosamente seleccionadas, desde mi punto de vista, son las columnas de la crianza cristiana, en las que debemos poner atención.
Susi: Muy bien. Sobre estas dos palabras desarrollas en el capítulo 8, o propones cuatro componentes de un plan para poder tener un plan sabio para la crianza. El primer componente de este plan se trata de establecer prácticas y normas en el hogar que se basen en principios bíblicos.
Yo he hablado con muchos padres, muchas madres; he recibido muchos mensajes, y yo creo que una de las cosas más difíciles es conectar principios bíblicos con cosas de la vida diaria, normas y principios de la vida diaria. ¿Cómo hacemos esa conexión, establecer normas y prácticas en el hogar de cosas que parecen muy ordinarias, pero que se fundamenten en principios bíblicos?
Héctor: Lo primero para edificación de los que nos escuchan: ¿de dónde sacamos que un hogar cristiano que crie bíblicamente debe tener estas normas y hábitos fundamentados en la Escritura, en la Palabra? La Palabra que usa Pablo de disciplina, que es el griego paideia, significa eso—formación. Significa entrenamiento incluso; hay algunas traducciones que así lo traducen, como entrenamiento, o sea, una serie de hábitos en los que yo voy a entrenar a mi hijo para que tenga un determinado comportamiento y abrace una serie de valores y principios que yo le quiero enseñar y le quiero sembrar en su corazón.
Algunos ejemplos de cómo podemos sembrar estas cosas, conectar la vida práctica con estos principios bíblicos que nos parecen muy elevados a veces o muy abstractos: por ejemplo, si hay un conflicto en el hogar, una discusión entre dos hermanitos, o una discusión entre papá y mamá, tiene que haber una instrucción en el hogar, un acuerdo en el hogar de que cuando hay discusión tiene que haber una reconciliación. Tiene que haber uno que pida perdón y otro que perdone, y tiene que volverse a reconciliar y a restaurar la relación que fue afectada por ese conflicto.
Yo lo estoy poniendo muy bonito, pero sencillamente es pedirse perdón cuando ocurre algo que nos irrita o nos molesta, sea entre quien sea: sea entre papá y mamá, sea entre hermano y hermana, sea entre papá e hijo, sea entre hijo y papá. O sea, el papá si se equivoca con sus hijos y produce en su hijo una molestia que no tiene justificación, el papá o la mamá debe ir a pedirle perdón a su hijo y decirle: “Hijo, perdóname porque te hablé de una manera que no fue correcta ayer”. O: “Le hablé a tu madre de una manera que no fue correcta ayer. Le pido perdón a su madre delante de ustedes, mis hijos.” El perdón tiene que gobernar, por así decirlo, todo lo que es la resolución de conflictos del hogar cristiano.
Número 2: En el hogar cristiano tenemos el servicio mutuo como un valor. Nos servimos mutuamente. Yo como hombre, yo sirvo a mi esposa, y debo servir a mi esposa en todo lo que yo pueda: en las labores del hogar, en las labores con los hijos, en las tareas con los muchachos. Y ella me sirve a mí en todo lo que pueda. Los hijos deben servir a papá y a mamá, y papá y mamá deben servir a los hijos en otras ocasiones. Eso debe apreciarse y valorarse.
Cuando alguien haga un servicio, otro principio del hogar cristiano es que hay gratitud. Hay un ambiente de gratitud: “Gracias. Gracias, mamá, por la comida que preparaste. Gracias, papá, por el trabajo que tú haces por nosotros. Gracias, mis hijos, porque ayudaron a su mamá esta mañana en hacer tal cosa”. Hay un servicio mutuo y una gratitud mutua. Ese es otro principio y valor que podemos incorporar en el hogar y que es muy práctico.
Otro principio, por ejemplo: la hospitalidad. Cuando llega alguien a la casa, queremos hacerlo sentir bien a esa persona. Mis hijos tienen que saber eso. Yo les tengo que decir: “Mira, mis hijos, cuando viene una visita al hogar, queremos hacerlo sentir bien. Porque déjenme decirles: Dios (si son pequeños lo aplicamos de esta manera, ¿verdad?), Dios ha sido con nosotros hospitalario en un sentido, porque nos ha acogido en su familia, y nos ama, y nos trata, y nos cuida, y nos provee. Asimismo, tenemos nosotros que ser hospitalarios con los que vienen”.
Entonces, cuando alguien visita, toda la familia se involucra en servir a esa familia o esa persona que nos está visitando para que se sienta bien, para que se sienta como en su casa. Además, eso es una aplicación de la regla de oro, de que hagamos con los demás lo que queremos que hagan con nosotros. Si yo voy de visita a un lugar, ¿cómo quiero yo que me traten? Bien. Pues vamos a tratar a esos visitantes bien.
Y así podemos sacar el principio de la puntualidad en nuestros compromisos, el principio de la excelencia en todo lo que hacemos; es un principio bíblico que debe estar incorporado en el hogar. Todo lo que se hace, debemos hacerlo para la gloria de Dios. Debe ser excelente, etcétera, etcétera.
Termino con este. El pecado en la casa del cristiano se confronta, se enfrenta, se disciplina, se corrige. No pasamos por alto el pecado. No queda impune porque Dios no lo deja impune. Entonces el pecado—el de papá, el de mamá o el de los hijos—es confrontado, es confesado y es perdonado también.
Todas estas son cosas muy prácticas que nosotros tenemos que tener en cuenta. Nuestros hijos cuando se levantan, cuando les pedimos que hagan las tareas, les decimos: “Mi hijo, esto es para la gloria de Dios. No es nada más para sacar buena nota; no es nada más para complacerme a mí. Es que tenemos que glorificar a Dios en todo lo que hacemos”. Entonces elevar a los niños a que hagan las cosas no porque papá y mamá lo dicen, sino porque hay un principio bíblico detrás que impulsa su conducta, su comportamiento, e incluso su motivación. Esa es la idea de formar a nuestros hijos en esta serie de normas y hábitos para formar el carácter.
Susi: Yo creo que no podemos medir el valor de hacer eso. Cuando tenemos niños pequeños es difícil medir cuánta importancia tiene el cómo motivamos a nuestros hijos desde que son chiquitos, con qué motivación queremos que hagan las cosas. Si empezamos desde un principio a motivarlos y a basarlos en principios bíblicos, eso va a hacer una diferencia muy grande en sus vidas. Es muy importante.
Héctor: Así es. Yo recuerdo una vez—con esto concluyo, Susi—yo recuerdo una vez mi mamá me hizo una corrección con respecto a una amistad que yo tenía. Ella fue a mi habitación y me dijo: “Mi hijo, esta amistad, este amigo con el que tú te estás juntando no me gusta. No me deja tranquila. Yo quiero leerte un versículo”.
Esa fue la primera vez que yo leí ese versículo que decía que las malas compañías corrompen las buenas costumbres. Increíblemente, ese versículo penetró mi mente, mi corazón, y yo dejé de ver esa persona. Me dejé de relacionar con esa persona. Como lo que tú dices, cómo vamos a nuestros hijos y les hacemos las correcciones o las observaciones del lugar haciendo uso de la Palabra, que tiene una fuerza en sí misma, pero habiendo orado por esto, para que cuando la Palabra le sea leída y expuesta, el niño responda con sumisión y humildad a lo que se le está leyendo. Eso es lo que queremos.
Susi: Sí, amén. Y eso requiere que conozcamos nosotros también la Palabra para poder hacer eso. El segundo componente del plan que sugieres que se puede basar en estas palabras, disciplina e instrucción, es la disciplina correctiva.
Me encantan dos frases de esta sección del capítulo 8; los voy a leer. Dice: “Como parte de su plan de formación, que consiste en tallar en nosotros la imagen de Cristo, nuestro Padre celestial enfrenta con prontitud todo rasgo en nuestra manera de pensar o proceder, que no se corresponda con Cristo”. Y luego, un poco más adelante, agregas esta oración: “Oh, Señor, ayúdanos a comprometernos con la santidad de nuestros hijos tanto como tú estás comprometido con la nuestra”.
Hermano, ¿por qué nos cuesta tanto a los padres de hoy enfrentar el pecado destructivo en nuestros hijos? ¿Será que no valoramos la santidad en nuestros hijos?
Héctor: Bueno, hay muchas razones por las que nosotros no enfrentamos el desvío moral y el desvío espiritual de nuestros hijos con tanta prontitud, ni con tanta intensidad como Dios lo hace con nosotros. Pero una razón puede ser que nosotros mismos estamos espiritualmente débiles. No nos sentimos o no estamos en las condiciones espirituales como para percatarnos de un mal o de un pecado con la rapidez que debemos hacerlo.
A veces estamos insensibilizados hacia el pecado, porque es el ambiente en el que nos desenvolvemos. Si nuestra comunión con Dios se enfría por alguna razón, pues perdemos sensibilidad. Y muchas veces pasan frente a nuestros ojos cosas que debimos observar, debimos atender, debieron llamarnos la atención, pero no nos percatamos porque estamos fríos espiritualmente.
Muchas veces la falta de confrontar a nuestros hijos con su pecado es una indicación de la frialdad espiritual o de la tibieza espiritual en la que nosotros estamos viviendo. En otras ocasiones, como mencioné con Elí, puede ser una pereza en nosotros, una pereza paterna que tenemos. No queremos conflictuarnos con nuestros hijos porque es difícil tener esa conversación de reprensión, de corrección, y eso nos lleva a acomodar nuestra carne porque preferimos la comodidad que la santidad, y no lo hacemos.
Podemos listar otras motivaciones; el miedo también puede ser un motivo de por qué nosotros no enfrentamos con la prontitud que debemos o con la intensidad que debemos el pecado de nuestros hijos. Sea cual sea la razón, Dios toma muy en serio nuestra falta de diligencia en confrontar los desvíos de nuestros hijos. Lamentablemente, eso tendrá una triste consecuencia en la vida de nuestros hijos y en nuestras propias vidas, porque su desvío producirá dolor en sus vidas y en las nuestras.
La paternidad de Dios es un espejo en el que nosotros debemos vernos. Dios no permite, o no nos deja, salirnos impunes con nuestro pecado. No deberíamos nosotros tampoco hacerlo con nuestros hijos.
Susi: Yo he pensado algunas veces cuando he visto a familiares de un niño muy pequeño alrededor de ese niño que se está tirando al piso en un berrinche, y todos se están riendo.
Y yo pienso: si ese niño tuviera 15 años y estuviera haciendo eso, no se estarían riendo, pero porque es un niño pequeño, su pecado parece chistoso o gracioso. Creo que muchas veces, especialmente en los niños pequeños, no lo vemos como pecado. No lo vemos con seriedad.
Héctor: Lo vemos como ocurrencias infantiles.
Susi: Sí. El problema es que los padres no empezamos realmente a resistir, a intentar resistir el pecado del corazón de nuestros hijos hasta que sea muy tarde, hasta que ya hemos dejado que se desarrollen hábitos pecaminosos y actitudes pecaminosas cuando estaban más tiernos, más pequeños, y pudo haber sido una labor quizás más efectiva, ¿no?, cuando están más pequeños.
Héctor: Así es.
Susi: Bueno, el tercer componente del plan de crianza basado en Efesios 6: 4 tiene que ver con la palabra, ahora sí, instrucción—la segunda palabra: amonestación o instrucción. Específicamente, comentas acerca de advertir de una manera oportuna y amorosa. Yo creo que muchos padres podemos caer en el error de amenazar en lugar de advertir bíblicamente a nuestros hijos. ¿Cuál es la diferencia entre esas dos cosas, y cómo debemos utilizar la advertencia de una manera correcta y amorosa en la crianza?
Héctor: Sí, esa palabra que Pablo usa ahí que es amonestar, yo diría que en español es la mejor traducción, porque la traducción instrucción pierde la connotación de advertir que tiene la palabra amonestar y que está en el original. La palabra amonestar es esta actitud paterna de advertir que un curso de acción puede tener un resultado no deseado en la vida de nuestros hijos. Es como cuando nos acercamos a alguien y le decimos: “Mira, ten cuidado con esto porque puede conducir a tales y tales consecuencias”.
Entonces, la diferencia entre advertir y amenazar (que es lo que tú dijiste, porque hay muchos que piensan que esta amonestación debería ser como una amenaza) es sutil. Pero yo creo que primero hay una diferencia en tono. Hay una diferencia en tono. El tono de la amenaza es diferente al tono de la advertencia. En la advertencia se nota un interés por la persona; en la amenaza se nota un interés en el dolor de la persona. Eso, como dije, es un poco sutil, pero creo que debemos revisarnos muy bien cuando vamos a amonestar y advertir a nuestros hijos de que ciertas conductas o ciertas decisiones pueden tener consecuencias.
Entonces, lo primero es que en el tono con el que lo decimos, nuestros hijos deberían entender que estamos interesados en ellos.
Número dos: la amenaza quiere controlar; la advertencia quiere formar. Y muchas veces el tono de amenaza a veces se desborda. Es como que yo le digo a mi hijo: “Si vuelves a hacer eso, nunca más vas a poder jugar con ese juguete”. O sea, se desborda. Pero si yo le digo: “Si vuelves a hacer eso, te vas a pasar una semana sin jugar con tus juguetes”, es más moderado. Es más lógico. Está más en control de la situación. Y no quiere controlar al otro, sino formar al otro.
Entonces, esa es la diferencia entre advertir y amenazar. La advertencia tiene un interés expreso por la persona que el otro siente, que la persona siente. Lo hace con la intención de formar y no controlar al otro. Esa es la diferencia.
Susi. Sí. Yo creo que es muy fácil caer en aventar por ahí amenazas, ¿no? Yo lo veo mucho. Uno puede andar aquí en la tienda y escuchar a las mamás amenazando casi de manera ridícula a los niños. Y eso exactamente—están, de hecho, yo diría, manipulando. El control al cual tú te refieres, yo creo que muchos padres no se dan cuenta cuánto manipulan a sus hijos y les llegan a decir cosas que no son ciertas.
Héctor: Yo diría que la amenaza, incluso cuando la expreso, es mucho más corta y breve que la advertencia, que es mucho más elaborada y pensada y explicada. La amenaza es más concluyente, y no quiero mucho trato contigo. Perdóname que te interrumpí.
Susi: No, no—es exactamente eso. Y la advertencia instruye, porque estamos hablando de cómo esa palabra es como instrucción y amonestación. Pero instruye. Entonces, cuando incluso cristianizamos la amenaza y decimos cosas como “Dios te va a castigar”, o cosas así, no estamos instruyendo con verdad bíblica. Estamos creando ideas incorrectas en las mentes de nuestros hijos.
Héctor: Basado en el miedo, sí, para crear miedo y crear un comportamiento distinto por miedo, y no porque se entendió, qué es lo que se desea. Así es.
Susi: Sí. Yo tomaría la oportunidad de advertir a los padres que, si tú estás amenazando a tus hijos, incluso con ideas bíblicas o supuestas verdades, pero las estás tratando de usar para manipular o controlar a tus hijos, no va a tener un efecto de instrucción bíblica. Eso va a ser dañino al final.
Héctor: Yo recuerdo que, en varias ocasiones en el trato con mis hijos, en momentos que he tenido que reprender o advertir, en algunas ocasiones me he equivocado. He pedido perdón por ello, pero en otras ocasiones en lo que yo diría que lo he hecho bien, basado en esta enseñanza que estamos conversando, cuando yo le anuncio una consecuencia a mi hijo o a mis hijos por algún motivo, usualmente uso las palabras: “Hijo, mira, si esto sigue así, lamentablemente, con dolor en mi alma, yo tendré que tomar esta decisión”.
Ahí él nota que yo sufro con que él sufra, y esto no es de mi agrado tampoco. Pero cuando él nota a un padre amenazante que es casi un sádico que disfruta con el dolor ajeno, él se siente irritado y airado. Pero cuando yo le apelo a su amor, y apelo a su interés por mí y mi interés por él, y digo: “Mira, lamentablemente no me dejas más opción que tomar esta decisión”, es diferente. El efecto que eso tiene en el corazón de él es totalmente diferente.
Susi: Sí, y cuando leemos la Biblia con nuestros hijos, cuando estudiamos la Palabra, podemos ver este patrón en la Palabra. Dios advertía. Dios amaba, pero advertía, y luego él permitía que las consecuencias cayeran. Entonces nuestros hijos pueden ver que es un Dios de amor, pero también es un Dios que tiene que castigar el pecado. Y eso nos puede ayudar también en este aspecto.
Bueno, el cuarto y último componente del plan de crianza bíblica que nos presentas en el capítulo 8 es la instrucción regular de la Palabra de Dios. Y hemos hablado de muchas diferentes formas de esto en nuestros episodios, incluso en esta serie, pero ya que vamos a cerrar esta serie, ya vamos a terminar con este libro de Crianza bíblica, ¿tienes algunos últimos consejos para los padres específicamente sobre el rol de la instrucción regular de la Palabra de Dios?
Héctor: Sí. Bueno, este quizás es el componente más conocido de la crianza bíblica: lo que conocemos como el altar familiar, el devocional familiar, el momento donde la familia viene alrededor de la Palabra y tiene una reflexión corta o larga en familia. Yo diría, vuelvo y repito, ese es el componente más conocido de la crianza cristiana o la crianza bíblica. Y ciertamente es un componente importante, pero no es el único.
Fíjate que hemos hablado ya del concepto de amonestar con regularidad, también de nosotros tener la casa, el hogar, basado, fundamentado en principios bíblicos prácticos. Pero este componente de la enseñanza, yo menciono que hay básicamente dos formas de hacerlo:
1) La manera formal. Yo no voy a abundar en ella; la manera formal es tener un devocional con nuestros hijos, un devocional donde compartamos un pasaje, una historia, dependiendo de la edad, dependiendo de la edad también debería de ser la longitud de eso. Mientras más pequeños, más conciso, más breve, por así decirlo, pero vamos al punto para que el niño capte una idea y pueda quedarse con ella. Y mientras más van aumentando nuestros hijos en edad, o van creciendo, podemos tener otro tipo de conversaciones y de devocionales. Esa es la manera formal.
2) La manera informal de hacerlo es cuando nosotros en nuestra cotidianidad, en nuestro día a día, bañamos nuestra vida de conceptos bíblicos. Vamos a un supermercado y compramos algo y decimos ahí: “Bueno, eso no lo vamos a comprar porque no lo necesitamos. Tenemos que ser buenos mayordomos de los recursos del Señor”. Vamos a comprar a un vendedor ambulante y le compramos una fruta, por ejemplo, y le damos una buena propina y decimos: “Bueno, el Señor ha sido tan bueno con nosotros. Déjame yo darle una propina a este vendedor ambulante”.
Vamos caminando, vamos conduciendo nuestro auto y pasa algo en el tránsito que nos irrita, y en ese momento, pues, “¡Oye!”, y decimos una palabra que nos avergüenza, y le decimos: “Ay, perdóname, Señor. Mi pecado todavía sigue dominando mi mente.” Y mis hijos están ahí siendo testigo de todas estas cosas. Eso es exactamente lo que dice Deuteronomio 6, cuando dice que “estas cosas que yo te enseño estarán en tu corazón, y las enseñarás diligentemente a tus hijos cuando vayas por el camino, cuando estés en la casa, cuando te acuestes, cuando te levantes”.
En todo momento, en todo lugar, yo tenga una expresión que se corresponda con una enseñanza bíblica donde mis hijos vayan capturando la cosmovisión de que todo, todo lo que hacemos y somos, está enmarcado en Dios. Pablo decía: “En él somos, nos movemos y existimos.” Toda nuestra vida puede ser definida por la Palabra de Dios. Muchas veces nosotros hemos limitado la Palabra y los principios bíblicos para la iglesia y para el devocional familiar. Y todo lo que está fuera de eso vivimos la vida como mejor nos parezca, como más nos convenga, como más nos guste, pero no gobernado por estos principios.
Yo pienso y quiero énfasis en eso: que si yo tengo un devocional familiar regular, y no tengo una vida cotidiana gobernada por estos principios, y que incluso yo los exprese, y que ellos entiendan que yo actuó así, y hablo así, y vivo así por esto, por esto, por esto, que la Palabra instruye, el devocional va a tener poco efecto.
De ahí que Deuteronomio 6 (que me encanta ese pasaje) dice: “Estas cosas que yo te mando hoy, estarán en tu corazón”. Es mi postura que el principal componente de la crianza cristiana es un padre y una madre que han puesto su corazón en la Palabra de Dios, o que la Palabra de Dios ha llenado su corazón. De ahí se deriva todo lo demás.
Pero no hay forma de que yo pueda transmitir un mensaje a un hijo, y que ese hijo me crea y me obedezca, si yo no lo vivo en mi vida. Es muy poco probable. Dios es soberano, Dios puede hacer cosas imposibles, puede abrir mares y puede permitir que un padre incoherente tenga un hijo que sirva a Dios y que obedezca a Dios, pero eso es muy poco probable que pase así.
Yo quiero dejar, por así decirlo, esta idea de que lo que hagamos tiene que estar primero, tiene que partir, de un corazón que está absolutamente entregado al Señor y sumiso a su Palabra nosotros, y que desde ahí emanen los principios de crianza que nosotros vamos a vivir con nuestros hijos. Que la instrucción de la Palabra en el devocional, en la iglesia, en el colegio cristiano en el cual quizás estén nuestros hijos, o en “homeschooling” (la escuela en la casa), que todas esas cosas sean un complemento a una vida coherente que yo vivo frente a ellos, y que ellos pueden ver y percatarse de que no es algo ficticio, sino que es algo real que yo vivo.
Susi: Amén. Yo creo que minimizamos mucho el poder de simplemente un papá o una mamá que está creciendo y está sometido a la Palabra y crece junto con sus hijos. A veces tenemos la idea de que tenemos que ser súper cristianos papás para que podamos criar hijos buenos, ¿verdad? Pero el punto es que ellos nos vean a nosotros en la Palabra corrigiendo nuestras vidas, creciendo nosotros mismos, y ellos nos van acompañando. Es como si tomara de la mano a mis hijos y dijera: “Camina conmigo. Yo también sigo creciendo”.
Héctor: Así es. Eso es una buena manera de verlo.
Susi: Amén. Pues gracias, porque este libro Crianza bíblica es una herramienta muy útil para que podamos hacer precisamente eso—podamos leerlo, tomar en cuenta las muchas buenas indicaciones y sugerencias y principios. Eso nos capacita para poder caminar con nuestros hijos en esta jornada de la crianza bíblica. Gracias por tu esfuerzo con el libro y también con esta serie.
Héctor: Gracias, Susi. Te mando un abrazo en Cristo, y agradecido una vez más por tu dedicación y por lo detallado que hiciste estos episodios. Fue entretenido para mí. Fue bueno para mi alma poder compartir todo este tiempo. Ojalá que esto sea de gran edificación para los que escuchen.
Susi: No lo dudo, no lo dudo que sea. Gracias a todos los que escuchan y nos han seguido en esta serie. Te animamos si todavía no consigues el libro, sigue buscándolo; seguramente lo consigues. Es publicado por Editorial Vida. Se llama Crianza bíblica, por el autor Héctor Salcedo. Gracias por siempre acompañarnos. Vamos a tomar una pausa de algunas semanas, y después retomaremos una nueva serie.
Gracias, y que Dios te bendiga mucho en tu crianza.