La impotencia es un sentimiento que la mayoría de los seres humanos evitamos a toda costa. Sin admitirlo en voz alta, e incluso sin entender nuestras propias motivaciones, los padres cristianos frecuentemente dependemos de nuestros propios métodos y manipulaciones para lograr cambio en nuestros hijos. Pero Dios ofrece un mejor camino que comienza con reconocer nuestra incapacidad para, entonces, llegar a la bendita dependencia sobre Él. ¡No dejes de escuchar esta conversación!
Guía de estudio Capítulo 4: Incapacidad
Preguntas de la guía de estudio:
Principio: Reconocer lo que eres incapaz de hacer es esencial para la buena crianza de los hijos.
- “No tienes ningún poder para cambiar a tu hijo” (p. 58). ¿Qué sientes al escuchar que eres “incapaz”? ¿Cómo reaccionamos normalmente a un sentido de incapacidad?
- ¿Puedes pensar en algún escenario de vida en el que una persona puede contribuir a la seguridad y bienestar de otros a su alrededor cuando acepta su incapacidad y busca ayuda de alguien que sí es capaz?
- Si se hiciera un sondeo de padres hoy en día preguntándoles qué tiene el poder para cambiar a sus hijos, ¿cuáles crees que serían las respuestas más comunes?
- Según Tripp, es posible aceptar que nuestros hijos necesitan cambiar, permitir que ese profundo deseo de ver cambios en ellos nos motive a un compromiso a trabajar por ese cambio en sus vidas, y aun así estar completamente equivocados en cuanto a la fuente del poder que puede cambiarlos. Lee Efesios 2:1-10 y contesta las siguientes preguntas:
- Según versículos 1 y 2, ¿en qué condición anduvimos (y andan nuestros hijos)?
- Según v. 3, ¿qué caracteriza a las personas en esa condición?
- Estando en esa condición, ¿qué hizo Dios, según v. 4-7?
- ¿Qué participación tuvimos nosotros en lograr esta nueva realidad, según v. 8-9?
- ¿Qué intención tiene Dios al hacer esta obra en nosotros, según v. 10?
- Entendiendo que este pasaje habla tanto de nuestros hijos como de nosotros mismos, ¿qué podemos dar por sentado acerca de la fuente de poder para lograr un cambio genuino en nuestros hijos?
- Hasta este punto en tu crianza, o en otras relaciones en tu vida, ¿qué métodos has usado, o en qué has confiado, para lograr que otros cambien?
- ¿Qué constituye el verdadero cambio? Proverbios 4:23 y Lucas 6:45 pueden ayudar a responder esta pregunta.
- ¿Cuál es la herramienta principal que Dios ha establecido para salvar y transformar vidas?, y ¿quién la utiliza de manera más acertada? Consulta estos textos para contestar:
- Romanos 12:2
- Hebreos 4:12
- 2 Corintios 3:18
- Gálatas 5:22-23
- Tripp presenta tres herramientas que los padres comúnmente utilizamos para controlar a nuestros hijos, pero que no tienen ningún poder para transformar a nuestros hijos. Para cada una, hemos incluido algunos ejemplos de uso común, y algunos pasajes bíblicos para evaluar. Como un ejercicio muy práctico e incómodo, escribe otras maneras en que tú has utilizado cada una. Luego, busca los versículos bíblicos y piensa en cómo puedes reemplazar estas herramientas con prácticas que ceden el poder de transformación a Dios y te dejan a ti como un instrumento útil en sus manos. (Lo ideal es hacer esto en grupo para beneficiarse de la sabiduría colectiva).
- Miedo (Prov. 9:10; Josué 24:14; 1 Juan 4:16-19)
–“Dios te va a castigar”.
–“Un día te vas a despertar y ya no tendrás ningún juguete porque a los niños que no recogen sus juguetes, se los come el coco”.
–“Si tú vas a esos lugares con tus amigas, vas a terminar embarazada y abandonada. ¿Eso es lo que tú quieres?” - Recompensa (1 Juan 2:16; Hebreos 13:5; Lucas 12:15)
–“Si te comes tus verduras, iremos a comprar nieve más tarde”.
–“Si sacas calificaciones altas, te compraré el videojuego que quieres”.
–“Si cuidas tus cosas y eres responsable en la escuela, un día podrás ganar mucho dinero y ser feliz”. - Vergüenza/culpa (Salmo 51:1-4; Juan 3:17, Romanos 8:1)
–“No sabes cómo me haces sentir cuando te portas así”.
–“¿Quién va a querer ser amigo de una persona que hace lo que tú estás haciendo? ¡Así no tendrás amigos nunca!”
- Miedo (Prov. 9:10; Josué 24:14; 1 Juan 4:16-19)
Transcripción:
Resumen:
El capítulo 4 de “La Crianza de los Hijos” se llama “incapacidad”. Me gustaría resumir brevemente los puntos principales del pasaje antes de entrar en nuestra conversación del día de hoy. Los padres conocemos a nuestros hijos y sobre la marcha formamos hábitos y maneras de tratar con ellos. Aprendemos, a veces por prueba y error, lo que impacta a nuestros hijos y produce cambios de conducta. Pero corremos el gran peligro de intentar ejercer una paternidad o maternidad que gira en torno de ejercer el poder para cambiar a los hijos. Esto es sumamente importante. Si vamos a ser lo que Dios nos ha diseñado a ser como padres cristianos, tenemos que llegar al punto de poder admitir y confesar que no tenemos ningún poder para cambiar a nuestros hijos. Este es el principio, como escuchamos al principio del episodio, sobre el cual este capítulo está basado. No tenemos el llamado de producir cambio en nuestros hijos por nuestro poder. No hemos sido llamados por nuestra capacidad y conocimiento y sabiduría.
El autor reitera en este capítulo una verdad del Evangelio indispensable para cada aspecto de nuestra vida cristiana, y sumamente importante para la crianza. Si un ser humano poseyera el poder para crear cambio duradero en otro ser humano, Jesús no hubiera tenido que venir. Tripp dice: “La encarnación, la vida, la muerte, y la resurrección de Jesús se alzan como clara evidencia histórica de que el poder humano para el cambio no existe” (p. 58).
Para comprender plenamente este concepto, tenemos que recordar qué es el verdadero cambio. Con los niños muy pequeños es fácil olvidar que el cambio de conducta, aunque deseable, no es suficiente. No es verdadero cambio. El cambio interno tiene que preceder el cambio externo para que realmente sea duradero. Por esto, los padres no tenemos el poder para provocar un cambio real en nuestros hijos. Cambios externos y temporales quizá logramos con diferentes métodos y poderes que creemos tener, pero si creemos que tenemos poder para cambiarles haremos cosas que no debemos hacer y fracasaremos al final. Por lo tanto, la buena crianza es aceptar el hecho de que soy incapaz de cambiar a mis hijos. Mejor dicho, la buena crianza es celebrar el hecho de que Dios nunca ha puesto, y no pondrá, la carga del cambio sobre ti. Simplemente somos instrumentos, y debemos ser humildes y dispuestos en manos de Dios.
Para poder ser instrumentos así, debemos estar dispuestos a deshacernos de malos hábitos de crianza. Y aquí está lo difícil, pasar de la teoría a la práctica. Cada uno de nosotros, cada mamá, cada papá, cada maestro, tío, abuela, pastor… todos tenemos corazones engañosos y faltos de sabiduría. Esto quiere decir que puedo estar segura de que hay cosas que estoy haciendo en mi crianza que no están bien. Tengo que estar dispuesta a poner todo sobre la mesa y dejar que Dios ponga su dedo donde Él quiere. Cómo motivo a mis hijos, cómo respondo cuando no hacen lo que quiero, qué les presento como motivaciones. En todo necesito la obra de Dios.
El autor menciona en este capítulo 3 herramientas comunes que los padres utilizamos para ejercer poder sobre nuestros hijos. Nota que las 3 son herramientas de poder aunque no lo queramos reconocer. Las 3 son deficientes para lograr cambio interno duradero.
Primero, el miedo. Hay muchas maneras de usar miedo: gritos y acusaciones y amenazas, o manipulación emocional. Luego, están las recompensas. Con este es más difícil entender que, igual que con el miedo, estamos utilizando la recompensa como un poder en la vida de nuestros hijos. Ofrecer algún premio o resultado deseado para que el hijo tome cierta acción. Por último, el autor menciona la vergüenza, o la culpa. Manipulamos las emociones de nuestros hijos para que se sientan mal o culpables y hagan lo que queremos. Aunque logremos temporalmente que nuestros hijos cambien alguna conducta, estas herramientas no logran cambios duraderos.
Dios no nos llama a controlar a nuestros hijos. Es crucial que aceptemos nuestra incapacidad para poder llegar a ser lo que Dios quiere. Tripp dice al final del capítulo: “La buena crianza de los hijos mora allí donde el humilde reconocimiento de la incapacidad personal se encuentra con el descanso al confiar en el poder y la gracia de Dios”.
Conversación:
Susi: Estoy aquí con Berenice Montes, es otra esposa de pastor aquí en la ciudad. Mi esposo y su esposo trabajan juntos también en el ministerio de la Universidad Cristiana. Bere, gracias por acompañarnos una vez más. Ya habías estado aquí en una ocasión, y gracias por acompañarnos y me habías comentado que habías leído el libro “La crianza de los hijos”, y desde entonces quería invitarte para que nos compartieras un poquito de lo que Dios te enseñó por medio de éste libro, y específicamente de este capítulo sobre la incapacidad. Para comenzar la conversación quería preguntarte, ¿Qué de éste capítulo te habló más a tu corazón?
Bere: Bueno, Susi, cuando yo inicié leyendo este capítulo y vi que el autor decía esta frase: “Es vital que creas y admitas que no tienes ningún poder para cambiar a tu hijo”, entonces lo primero que yo pensé fue, “bueno, eso es algo que ya se, es obvio que no poseo ningún poder”. Pero conforme el autor daba algunos ejemplos de cómo luce esta creencia en los padres, me di cuenta de que, aunque yo nunca diría que tengo el poder para cambiar a mis hijos, la realidad es que muchas veces me dirijo a ellos como si esto fuera una verdad para mí. Me hizo pensar en por qué hago lo que hago en la crianza de mis hijos. Es decir, ¿por qué me conduzco a ellos levantando la voz con un tono áspero, o con enojo, o amenazas? Es porque en el fondo pienso que de esa manera puedo lograr que me obedezcan o que me escuchen.
Algunas veces hasta llegamos a utilizar este tipo de frases como “sólo así me entiendes”, o “te tengo que hablar así para que me obedezcas”, y con eso estamos evidenciando que creemos esa mentira de que el poder es nuestro. Este capítulo me confrontó realmente a ver esa realidad de que no es solo creerlo, sino vivir conforme a esa verdad. Hay otra frase que me gustó mucho que dice: “cuando piensas que tu trabajo es transformar a tu hijo y que se te ha dado el poder para hacerlo, la crianza de tus hijos tenderá a ser demandante, agresiva, amenazante y enfocada en reglas y castigos. En esta clase de crianza estarás trabajando para hacer algo de tus hijos en lugar de trabajar para ayudarles a ver y buscar algo”.
Nosotras nos enfocamos en conseguir algo de ellos, tenemos nuestras propias expectativas acerca de nuestros hijos, y hacemos que la crianza gire en torno a nosotros como padres en lugar de apuntarles a Cristo y ser ese agente de lo que solo Dios puede hacer en ellos. Yo creo que debemos entender que como padres no podemos producir un cambio permanente en nuestros hijos. Eso es algo que sólo Dios puede hacer y nosotros como padres somos esa herramienta que Dios usa para cumplir sus propósitos.
Susi: Es una verdad tan impactante, y ¡tienes toda la razón! Uno lo lee, y uno dice, yo no diría eso, pero luego uno ve su vida y en la vida diaria, tantas maneras en que lo vivimos. Mi esposo siempre dice “nadie vive completamente conforme a lo que dice creer”. Siempre tenemos cosas en nuestras vidas en las que estamos manifestando algo diferente a lo que decimos creer, y creo que esta es un área bastante grande de la crianza.
¿Cómo has visto tú un cambio de perspectiva o de trato con tus hijos como resultado de aprender las verdades que están en este capítulo?
Bere: Pues, el pensar en mi incapacidad, de que no hay poder en mí para transformar a mis hijos, me lleva a vivir en una total dependencia, a rendir mi voluntad y a recurrir cada día el trono de la gracia. No se trata de lo que yo quiero lograr en mis hijos, porque no soy yo la que está en el trono, tampoco es mi reino, sino que Él nos ha puesto como representantes de Él para hacer avanzar su reino. Y mira, te voy a decir cómo el reconocer nuestra incapacidad frente a nuestros hijos ha tenido un impacto de mucho valor. Cuando nosotros reconocemos nuestros errores—por ejemplo, el hecho de pedirles perdón porque nos equivocamos al hablarles mal, o con una actitud incorrecta—en ese momento podemos experimentar esa gracia transformadora de Dios en sus vidas y nos damos cuenta cómo la humildad como padres es un recurso poderoso en las manos de Dios.
También hemos aprendido a ver esas actitudes de rebeldía como oportunidades brillantes para apuntarles a Cristo. Lo que antes veíamos como una ofensa hacia nosotros y que nos llevaba a querer tomar el control de la situación, ahora lo usamos como herramienta para que ellos vean su necesidad y cómo están decidiendo ir en contra de Dios, y que lo que están haciendo es rechazar su autoridad. Otra de las cosas que también hemos aprendido es que cuando nuestros hijos hacen algo bien, o que tienen algún logro y me veo tentada a enorgullecerme, recuerdo que nada de lo que ellos hacen es por mí, o para mí, y les recuerdo a ellos también eso, que todo lo que hacen es gracias a Dios y es para Él, que toda la gloria es para Él. Ver la crianza desde esta perspectiva ha sido liberador. Yo no tengo que llevar esa carga sobre mis hombros de cambiar a mis hijos, eso es algo que no me corresponde y que no puedo hacer, pero puedo descansar en el poder de Cristo para transformar a mis hijos y depender de su gracia para ser una digna representante de Él. Es para eso que fuimos llamados, somos llamados a ser representantes de Cristo, reflejar su carácter.
Susi: Amen. Eso de pedir perdón a nuestros hijos es cuando nosotros aceptamos delante de nuestros hijos que no somos nosotros los perfectos, no somos nosotros los que vamos a poder hacer que todo salga bien. Nosotros somos igual de pecadores que ellos, y eso de aceptar nuestra culpa delante de ellos les apunta a ellos hacia Cristo. Podríamos decir “bendita incapacidad” porque cuando yo soy incapaz, y lo reconozco personalmente, y luego lo reconozco delante de mis hijos, eso no es algo malo. El mundo dice que debemos ser los fuertes para nuestros hijos, pero creo que Dios tiene otro método que Él utiliza.
Algo que me encanta de este capítulo, es cuando el autor habla del Evangelio, de la obra de Cristo. Creo que muchísimas personas hemos escuchado esa frase de Jerry Bridges, bueno Jerry Bridges la hizo famosa, realmente no era original con él, que dice “predícate el Evangelio todos los días”. Yo recuerdo que cuando primero empecé a escuchar esa frase, me atraía, yo sabía que necesitaba hacer eso, pero a veces en la práctica es difícil ligar el Evangelio con nuestras actitudes y nuestras palabras. Hay una cita aquí en este capítulo de Paul, y de hecho la acabo de citar en el resumen que di hace un momento, pero lo voy a leer otra vez porque es increíble, dice: “La encarnación, la vida, la muerte y la resurrección de Jesús se alzan como clara evidencia histórica de que el poder humano para el cambio no existe”. Creo que en la crianza es difícil ligar esas dos cosas. El hecho de que Jesús tuvo que morir en esa cruz significa que yo no soy capaz de cambiar ni a mí misma, ni a mis hijos.
Sé que tú tienes hijos de varias edades Bere, ¡yo ya soy más de edad avanzada porque ya tengo tres adolescentes en mi casa!, pero quiero decir, y tú tienes pues desde cuatro hasta catorce, casi quince. Entonces tú tienes una gran variedad de edades y entretenimientos en tu casa en esta etapa, pero yo estaba pensando en esto del Evangelio, en esto del hecho de que Cristo tuvo que morir significa que yo no puedo producir nada. Últimamente, al estar más tiempo con mis hijos adolescentes gracias a Dios en este tiempo de estar más encerrados, yo creo que la adolescencia es la etapa donde más he tenido que reconocer mi incapacidad. Cuando los niños están chiquitos es más fácil pensar que tienes control, pero cuando ya están grandes, y están tomando decisiones importantes, están desarrollando personalidad, están casi llegando a esa etapa de ser adultos , es tan importante que yo como madre reconozca que si ellos van a cambiar o han cambiado o algo ha sucedido en sus vidas, ha sido por Cristo, ha sido por la obra de Dios.
Hace poco estábamos haciendo un estudio Bíblico en familia, bueno, cada uno hace su estudio y luego lo platicamos juntos, estábamos estudiando el libro de Rut, y un día estábamos ahí sentados y yo estaba escuchando a mis hijos compartiendo verdades de la Palabra que ellos habían aprendido, ellos solos estudiando, contestando sus preguntas y yo sentí como, no sé, un sentimiento de que yo no había hecho nada para lograr eso. Si mis hijos aman la palabra o la entienden es porque Dios produjo eso en ellos, pero en lugar de hacerme sentir como inútil, me dio una paz increíble, un descanso. Pensé que, si Dios ha hecho esto, y no ha sido por mí, entonces yo puedo confiar que Dios va a seguir haciendo esto. Nunca dependía esta obra de mí, y nunca dependerá de mí. Y eso fue como un descanso real a mi alma, poder confiar el futuro de mis hijos a Dios, porque lo he visto tan fiel en esa obra que Él hace en ellos.
En tu caso, Bere, no sé si algo parecido te ha pasado con tu adolescente o quizá en el caso de tener un niño más pequeño todavía en casa, ¿cómo éstas verdades del Evangelio te han ayudado en la práctica?
Bere: Sí, mira, es tan importante que nos prediquemos el Evangelio todo el tiempo, porque si yo no me predico el Evangelio, yo voy a confiar en mis pobres esfuerzos y voy a recurrir a ese deseo por el poder del control. Leyendo este capítulo, pensaba en lo irrelevante que es intentar controlar a nuestros hijos por nuestras propias fuerzas. Sí es cierto, como tú mencionabas, mientras son pequeños, podemos hasta cierto punto hacer que nos obedezcan por miedo. Por ejemplo, yo mido 1.50, tú sabes que soy muy bajita, pero puedo representar una amenaza para mi niño de 4 años, y sé que él puede obedecerme por el simple hecho de sentirse intimidado. Pero por otro lado tengo a mi hijo mayor que ya está por cumplir 15 años y es más grande que yo y yo sé que todo lo que intente hacer en mis propias fuerzas con él ya no sirve de nada. Así que, el poder por el control puede funcionar mientras son pequeños, pero es tan temporal, es algo externo y superficial solo en su comportamiento, y no puede transformar su corazón.
Lo que nuestros hijos necesitan es no solo un buen comportamiento, sino un cambio de vida. Como padres, nuestro llamado es guiarlos a que vean esa necesidad de rescate, en donde ellos entiendan que Cristo vino y vivió la vida perfecta que nosotros no podíamos vivir, murió en la cruz clavando nuestros pecados, perdonando esa deuda, y resucitó para darnos una nueva vida en Él.
Un ejemplo que tengo con mi hijo pequeño es que hay momentos en los que él viene, y él entiende que no debe molestar a sus hermanos, pero le gusta molestar a sus hermanos, aunque son mayores. Y viene conmigo y me dice, “Mami, es que no puedo, ¡no puedo hacerlo!”. Esas palabras, Susi, son una oportunidad valiosa, es el momento indicado para el Evangelio. Y, entonces, yo le digo que yo tampoco puedo portarme bien, que al igual que él batallo con muchas cosas que no le agradan a Dios, pero también le digo que sólo Dios nos puede ayudar, que en Él se encuentra todo lo que necesitamos para obedecerle, que necesitamos pedirle a Él que nos ayude. Oramos juntos, y así es como padres vamos sembrando en ellos esa verdad de que están necesitados, y que sólo Cristo es la esperanza.
Ahora también esto no quiere decir que veamos en ellos cambios inmediatos, que es lo que nosotros muchas veces quisiéramos, y por eso nos conformamos en utilizar nuestros propios medios para producir en ellos esos cambios que son momentáneos. El único cambio duradero es el que Dios puede hacer en ellos, y no debemos buscar que nuestros hijos hagan lo que nosotros queremos que hagan. Debemos desear que ellos crezcan con la necesidad de buscar solo a Aquél que puede transformar sus vidas, y que puede cumplir el propósito para el cual han sido creados.
Susi: Creo que ahí está la gran diferencia entre realmente entender y aceptar mi incapacidad, y solamente tratar de adoptar un método nuevo. Podríamos leer un capítulo así, donde el autor nos dice, “no uses el miedo, no uses la vergüenza, no uses las recompensas”, y decir, “ah, OK, voy a cambiar mis métodos, voy a hacer que mis métodos sean bíblicos”. Pero el problema es que tenemos que empezar desde la raíz, y la raíz es que nosotras mamás, nosotros padres, nos creemos capaces. Ahí está la diferencia, realmente entender quién soy como madre para que pueda ayudar a mis hijos a ver quiénes son ellos, también incapaces, y juntos correr a Cristo.
Ahora que estabas platicando de que Julito te dice “no puedo”, y pensaba en cómo el mundo te diría que te dirijas a tu hijo en esa situación: “No dañes su autoestima, no le hagas dudar de sí mismo”, etc. ¡Pero la Biblia a mí me dice que yo debo dudar de mi misma! Porque tengo un corazón engañoso, porque yo no soy capaz. Cómo tenemos que tomar esos mensajes que escuchamos tantas veces del mundo, y pasarlos por el filtro de la Palabra, y entender que mi hijo no necesita autoestima, necesita entender su propia incapacidad y correr a Cristo. Podemos nosotros ejemplificar eso para nuestros hijos también, modelarlo.
Algo que encuentro muy útil en este capítulo es que el autor no solamente nos dice hacia qué meta debemos correr, pero también nos señala algunas cosas que hacemos mal. Eso me encanta de este autor, porque es como si el supiera cómo pensamos. Se ve que tiene mucha experiencia como papá y como consejero. Él menciona estas tres como herramientas que a veces usamos que son deficientes: el miedo, la vergüenza (o la culpa) y las recompensas. Bere, no sé si al estar leyendo esa parte del capítulo, ¿alguna de estas tres te sorprendió? ¿Tú te diste cuenta que las utilizabas sin saberlo?
Bere: ¡Sí me sorprendieron las tres! Me he visto ahí usando cada una en algún momento con mis hijos, pero la que más me impactó fue la de la recompensa. Creo que esta es una de las más usadas hoy en día, porque es la que vemos como disfrazada de amor o bondad, y es difícil ver el peligro detrás de esta práctica que en realidad es manipulación. Es cuando les decimos a nuestros hijos, “si ya no peleas con tu hermano, te voy a comprar el carrito que siempre has querido”. Claro que los niños responden a lo que se les pide, porque ellos quieren obtener el premio. Pero me llama la atención cómo el autor nos deja ver lo que estamos en realidad enfatizando en ellos con este tipo de herramienta. Él decía que fomentamos el amor propio, porque ellos solo piensan en lo que quieren; y no solo eso, además nosotros como padres ¡los premiamos por pensar en ellos mismos! ¡Eso es increíble!
Susi: Eso también me impactó bastante, esa ilustración.
Bere: Y también de que en esos casos no tienen un sentido de culpa; ellos no son capaces de ver que están actuando mal. No hay un reconocimiento de su pecado, no hay tampoco un deseo de hacer lo correcto, es nada más una obediencia temporal porque ellos quieren obtener lo que desean. Otra cosa que me llamó mucho la atención es que dice que “aprenden a negociar con los padres, hacen esa evaluación costo-beneficio”. “A ver, lo que me están ofreciendo a cambio, ¿es realmente justo con lo que me piden que hagan?” Y entonces, si no es así, comienzan a subir sus pretensiones, y eso se vuelve un círculo vicioso en donde llega el momento que ya no hay nada que podamos hacer para complacer sus deseos. Eso sí me impactó bastante. Creo que nosotros debemos enseñar a nuestros hijos lo que es correcto para que ellos puedan reconocer cuando se han equivocado, y nuestra tarea es ser esa herramienta en las manos poderosas del Padre que nos ama y que ama a nuestros hijos más de lo que nosotros los amamos.
Hay otra frase que me gustó mucho aquí que dice, “el mismo increíble poder que ha ejercido para resucitar a Jesús de los muertos, ahora lo utiliza para darles vista, convicción, poder y deseo a nuestros necesitados hijos. Él es quien lo hace, Él no nos pide que hagamos algo que no podemos, y Él nos da gracia para cada momento”.
Susi: ¡Amen! Hay tantas verdades y tantos consejos tan buenos en este capítulo. Creo que es recordar quiénes somos, o quiénes no somos: no tenemos ese poder. Pero eso nos hace descansar en el gran poder que Cristo, que Dios ha mostrado, y de esa transformación que Él quiere lograr en nuestras vidas y también en la vida de nuestros hijos. Creo que este capítulo, quizás más que ninguno de los otros, a mi me mostró que la crianza se trata de igual manera de la transformación que Dios quiere hacer en mí que en mis hijos. Ahora que tengo hijos grandes, y sé que en los próximos años pueden estar saliendo de casa, haciendo sus propias vidas, sus propios matrimonios, pues ¡yo aquí me voy a quedar y Dios tiene que seguir transformándome! Gracias a Dios que puedo descansar en que, aunque yo soy incapaz, Él es capaz.
Bueno, Bere, te agradezco que hayas compartido tu corazón con nosotros el día hoy, y gracias a Dios porque podemos confiar en Él. Te animo a que no dejes esta conversación solamente aquí, sino que en la publicación de nuestra página de este episodio #54 busques la guía de estudio, y que, junto a tu esposo, esposa, un grupo de mamás, un grupo de matrimonios, como tú puedas, busques compartir en comunidad esta lucha, este proceso de la crianza. Que juntos podamos crecer en nuestro caminar con Cristo, apuntando a nuestros hijos hacia Él. Que tengas una excelente semana. Que Dios te bendiga.