por Simone Griffin
Tomé un gran respiro y abrí la puerta de mi oficina por última vez. Con un hijo a solo cinco meses de su primer cumpleaños, ya había luchado por sobrevivir el año escolar, después del permiso por maternidad. Llegadas apresuradas al trabajo después de dejar al niño en la guardería, salidas apresuradas del trabajo para ir a recoger al niño a la guardería, y extracciones de leche apresuradas entre las juntas me dejaron cansada y agotada.
Entonces, con las noticias de que nuestra familia iba a tener un integrante más, además de la inmensa felicidad y gratitud, me sentí abrumada por el hecho de pensar en balancear mi trabajo tan demandante con criar a dos pequeños. Lo consideré en oración y tuve conversaciones difíciles que me llevaron a dejar mi trabajo como consejera para servir tiempo completo en mi hogar.
Mientras empacaba los materiales de cinco años de oficina con una panza del doble de su tamaño, la incertidumbre comenzó a manifestarse. Entre otras cosas, sentí el peso de mis títulos, que fue lo último que descolgué de las paredes. ¿Fueron los años invertidos en mi carrera una pérdida de tiempo? ¿Los prestigiosos elogios ya no significaban nada? ¿Los largos días trabajando en el cuidado de mis hijos serán tan satisfactorios como trabajar como consejera? Ansiaba que mi incertidumbre se transformara en confianza para que pudiera ser como la mujer de Proverbios 31, “fuerza y honor son su vestidura y se ríe de lo porvenir” (Prov. 31:25).
Las verdades de Dios son fieles en envolver cualquier remordimiento del pasado o temor futuro que experimentamos con respecto a nuestras trayectorias profesionales. Si Cristo es la piedra angular de todos nuestros esfuerzos, cada experiencia en nuestras vidas llevará un propósito eterno. Aquí hay dos áreas de afirmación que nos proporcionan las verdades bíblicas:
- Nuestras experiencias en cierta etapa nos equipan, preparan y santifican para la siguiente etapa.
La Palabra de Dios está llena de ejemplos de personas que dejaron la comodidad y familiaridad de sus trabajos para perseguir el llamado de una nueva etapa. Los discípulos de Jesús, Andrés, Pedro, Jacobo y Juan, todos trabajaban como pescadores antes de aceptar la invitación de Jesús a una nueva vida de discipulado. La intencionalidad de Jesús al llamar a estos hombres específicamente a ser “pescadores de hombres” sugiere que, aunque iban a dejar mucho atrás para seguir a Jesús, sus años como pescadores no serían un desperdicio (Marc. 1:17).
De manera similar, Dios puede usar nuestras habilidades vocacionales en el contexto de la maternidad. Si dejas una carrera como maestra, esas habilidades pueden aún ser usadas para educar a tus hijos en tu hogar. Si dejas una carrera como enfermera, esas habilidades pueden ser usadas para cuidar de las necesidades físicas de tus amigos y familia. Si dejas un trabajo corporativo, esas habilidades pueden ayudarte a resolver y manejar eficientemente las obligaciones domésticas. Igualmente, si continuas la vida como una mamá que trabaja fuera de casa, llevas las habilidades de la maternidad a tu lugar de trabajo, habilidades como improvisar, multitareas, compasión y paciencia.
Pero lo más importante de la transferencia de habilidades de un rol al otro, es la santificación que ocurre al seguir a Cristo de un llamado a otro. Como los discípulos que fueron llamados a llevar fruto en una nueva manera para la gloria de Dios, podemos estar confiadas en que, como mamás, Dios puede usar cualquier etapa del pasado para producir fruto para nuestra presente y futura santificación. Nuestras experiencias pasadas, presentes y futuras actúan como pequeños pixeles que Dios une para formar la imagen de Cristo en nosotros.
- Podemos encontrar propósito en cualquier rol cuando nuestro éxito es definido por nuestro servicio al Señor.
Independientemente de a dónde nos llame el Señor a trabajar, necesitamos mantener una mentalidad centrada en el evangelio mientras medimos nuestro nivel de éxito: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa, porque a Cristo el Señor servís” (Col. 3:23-24). Mantener esta perspectiva nos ayuda a luchar con la tentación de creer que los títulos, elogios o una actuación estelar dentro o fuera de casa nos da más valor. Esta verdad nos puede aliviar de la presión que nosotras mismas nos ponemos de alcanzar un estándar terrenal de éxito.
Cuando estamos trabajando para el Señor y no para la afirmación o aprobación de los hombres, podemos caminar con un propósito eterno y del reino en cualquier rol. Al buscar cumplir ese propósito, podemos tener total seguridad de que nuestro Padre celestial ve, reconoce y recompensa nuestro deseo de servirlo y ser buenas administradoras del trabajo al cual nos ha llamado en cualquier etapa. Si nuestra prioridad es servirlo y glorificarlo, podemos servirlo de todo corazón, independientemente del contexto.
Ya sea que trabajemos dentro o fuera de casa, intercambiamos el valor que encontramos en nuestro trabajo por el valor de la obra completa de Jesús. Nuestro Creador nos ha prometido que la buena obra que comenzó en nosotros la perfeccionará hasta el día de Jesucristo (Fil. 1:6).
Nada es un desperdicio en el reino de Dios. Todas las cosas pueden ser usadas para la edificación y beneficio de nuestros corazones, nuestros hogares, nuestros hermanos y nuestras comunidades. Hermana, servimos a un Rey que es fiel en guiarnos en medio de montones de ropa sucia y pilas de papeles de trabajo. Nos ayuda a navegar en juntas difíciles de trabajo en la oficina y reuniones familiares difíciles en el comedor de nuestro hogar. Él va delante de nosotros, diariamente, en los confines de los edificios de nuestro trabajo y en las cuatro paredes de nuestras casas. Independientemente de los títulos que usemos en cada etapa, seamos madres que creen que Él está obrando todas las cosas juntas para nuestro bien y para su gloria (Rom. 8:28).
Este artículo fue publicado primero en Risen Motherhood. Traducido por Eyliana Perez y usado con permiso.