Categoría: Padres

Cómo lidiar con el enojo en la maternidad

febrero 7, 2021

por Emily Jensen

Mis hijos gemelos se acercaron el uno al otro en la mesa del desayuno mientras yo servía leche en su cereal. Rebotando el uno contra el otro, sus brazos chocaron y se empezaron a reír. Mi hija pequeña golpeaba la mesa con sus manos gritado por su taza entrenadora mientras mi hijo mayor me exigía que encontrara el dibujo que él había hecho el día anterior. Uno de mis gemelos estalló, “¡Oye! No me toques. No te sientes cerca de mí. ¡Mamáaaaa!”

Mi enojo estalló en un grito antes de que termináramos los primeros bocados del desayuno: “¡Niños! Ya ¡párenle!”. Inmediatamente me entró la culpa. Lo hice otra vez.

Mi voz se calmó mientras trataba de resolver los eventos que estaban sucediendo. Me sentía exasperada con el comportamiento de todos; especialmente con el mío. Quería tener un desayuno en el que pudiera conversar con mis hijos. Quería que fueran considerados, razonables y auto-suficientes. ¿Eso era mucho pedir? (Sí. Lo era.)

Desearía que no fuera el caso, pero escenas como estas se viven en nuestra casa con más frecuencia de lo que me gustaría. Cuando nos vamos a la escuela, cuando limpiamos la casa, cuando es la hora de dormir, cuando es la hora de comer. ¿Tal vez te sientes identificada?

Aquí hay algunos principios que me ayudan a navegar en estos primeros años.

Llámalo como lo que es

No toda la ira se convierte en pecado (Ef. 4:26). Cuando nuestros corazones se encienden contra cosas que Dios odia como maldad, desobediencia, o comportamiento poco amoroso, modelamos a nuestro Dios justo y recto. Cuando nuestros hijos se quejan acerca de sus circunstancias o infligen dolor en otros, tenemos razón de estar molestas. Enojarse por las cosas y las razones correctas nos puede recordar nuestro vital trabajo de enseñar a nuestros hijos a odiar la maldad también. Pero esta ira justa nunca es una excusa para tratar de manera áspera a nuestros hijos.

También, no todos los gritos son pecado. Si nuestros hijos corren a una calle muy transitada voy a gritar sus nombres tan fuerte como pueda. Gritar sus nombres puede salvar sus vidas. En eso también modelamos a Dios, quien nos da fuertes advertencias cuando nuestras vidas están en peligro (Rom. 6:23).

Pero a diario, cuando simplemente no hemos tomado suficiente café y nuestros hijos están jugando a las luchas otra vez, gritar como una técnica de crianza no es correcto (Stgo. 1:20). Dejar que el enojo salga sin dominio propio, pasar directo de la ofensa a la ira, no refleja el carácter de Dios. Nuestro Señor es “lento para la ira y grande en misericordia” (Sal. 145:8), enseñándonos paciencia perfecta en Cristo (I Tim. 1:16).

Cuando busco castigar o controlar a mis hijos con palabras ásperas solo porque no se están comportando como yo quiero, necesito llamarle a mi respuesta como lo que es. No es un mal día. No es una falla de mamá. No es una broma. Es pecado.

Y, como todo pecado, necesito confesarlo, pedir perdón a mis hijos, tener esperanza en Cristo, volverme de mi pecado, caminar hacia la libertad de la culpa y gozar de un deseo renovado de obedecer (I Jn. 1:9).

Dile a alguien

Probablemente no voy a escribir un mensaje a mi esposo o amigas cada vez que les grito a mis hijos, pero es importante confesar constantemente mis expresiones pecaminosas de ira a otros (Stgo. 5:16). Si pongo en primer plano esto en mis conversaciones, otros me pueden preguntar cómo me va y animarme a arrepentirme, confiar en la suficiencia de Cristo y obedecer (Heb. 10:24).

Vivir en comunidad donde otros (padres, suegros, estudiantes y amigos) regularmente ven cómo crío a mis hijos proporciona responsabilidad. Cuando noto incongruencia en mi forma de responder (ser una “mamá amable” cuando hay personas alrededor y una mamá exasperante cuando no hay nadie), es tiempo de dejar entrar la luz (I Jn. 1:7).

Una transparencia humilde también proporciona un salvaguardia contra comportamientos abusivos. La ira sin limitaciones puede salirse de control. Cualquier padre que está lastimando a su hijo necesita decirle a alguien y recibir ayuda inmediata. La comunidad en la iglesia de cristianos maduros es un lugar esencial por dónde empezar.

Ora y prepárate

Cuando estoy consciente de mi tendencia de dejar a la ira llevarme a una crianza poco amable, veo que surgen patrones. En las mañanas cuando no he dormido lo suficiente, la mesa del desayuno parece más un circo. En las tardes, cuando mi alma está cansada, el trayecto de la escuela a la casa se siente como si estuviera atrapada en una camioneta llena de osos. Pero en todos los casos, especialmente cuando soy débil, Dios provee una salida a la tentación (I Cor. 10:13). Me puedo armar con su Palabra y estrategias prácticas de crianza.

Aunque no siempre podemos controlar nuestras circunstancias (¡si solo los niños y las hormonas hicieran lo que queremos!), podemos recurrir a Dios por sabiduría (Stgo. 1:5). Una madre mayor una vez me dijo que tuvo un momento clave cuando pasó de solo pedirle a Dios que cambiara a sus hijos (“¡Dios, haz que dejen de llorar y quejarse!”) a pedirle por gracia para sobrellevarlo con paciencia (“Dios, dame la fuerza, dominio propio, y palabras para criarlos a través de esto”).

Cuando se trata de prevenir arrebatos de ira, debemos recordar que el Hijo de Dios soportó la ira de Dios en nuestro lugar (Rom. 3:25). Es la seguridad de las buenas nuevas que nos motivan a hacer bien a nuestros hijos. Cuando humildemente recuerdo la masiva deuda que Dios me perdonó en Cristo, estoy lejos de demandar con ira una restitución cuando mi hijo pierde un zapato. Antes de que yo explotara por pleitos de hermanos en el carro o por muebles rayados, Él murió por mí (Rom. 5:8).

La mañana de mañana llegará, y sé que nos quedaremos sin leche. Mi pequeña se molestará de nuevo y los gemelos van a tirar cereal en el piso. Nada de lo que pase mañana será diferente de otro día, excepto el hecho de que estoy determinada a ver a Cristo en medio de las lágrimas y los pleitos. Estoy segura que no lo manejaré todo perfectamente, pero me llevará a estar de rodillas, y ese es un buen lugar en donde una mamá debe estar.

Este artículo fue publicado primero en The Gospel Coalition. Traducido y usado con permiso.

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Autor

  • Es cofundadora de Risen Motherhood y actualmente es la directora de contenido. Es coautora del libro Maternidad Redimida: La Esperanza del Evangelio para Momentos Cotidianos. Emily, su esposo y sus cinco pequeños viven en Iowa. La puedes seguir en Instagram @emily_jensen y en Twitter @emjensenwrites.

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