Por desgracia, vivimos en una cultura que ha olvidado cómo pedir perdón. En la mayoría de los hogares, si se pide perdón, es un simple “Lo siento”. Esta reconciliación incompleta es una mera imitación de lo que vemos en la televisión. De hecho, casi todas las disculpas públicas suenan a “Lo siento si te he ofendido”.
Observa lo que no hay ahí. No hay admisión de culpa. No hay una petición de perdón a la parte ofendida. Hemos confundido “Lo siento” con “Por favor, perdóname”.
“Lo siento” es una versión abreviada de “Estoy apenado” y es perfectamente aceptable como parte de la empatía cuando no tenemos ninguna responsabilidad. “Siento que hayas sufrido una avería en tu vehículo”, “Siento que no hayas entrado en el equipo”, son palabras agradables para un alma cansada. Cuando decimos “Siento pena por ti” nos identificamos con las personas en sus problemas y expresamos nuestra simpatía.
Sin embargo, “Lo siento” no es la forma de reconciliar una relación rota en la que hubo pecado. Para una niña de tres años, decir “Lo siento” puede ser suficiente para empezar. Pero “Lo siento” realmente no es aceptable para un joven o adulto.
Más que un “Lo siento”
¿Por qué “Lo siento” no es suficiente para cristianos mayores? En los momentos en que peco contra mis hijos, contraigo una deuda. Esta es la descripción bíblica que Jesús hace del pecado (Mt 6:12; 18:21-35; Lc 7:36- 47). Quizás una analogía nos ayude. Si tomo prestado tu automóvil y lo destrozo, he contraído una deuda contigo. Puedo intentar devolverte el daño o puedo devolver el automóvil y pedirte perdón. Si me perdonas, sigues teniendo un automóvil destrozado. Para que el automóvil vuelva a estar entero, debes absorber la deuda. El perdón te cuesta. Del mismo modo, cuando me enojo con mi hijo, he “destrozado” su paz y su gozo. He destrozado su espíritu. No puedo repararlas. En cambio, debo pedirle que pague él mismo la deuda y me perdone. El perdón profundo es costoso y doloroso para el que absorbe el pecado.
Esposos y esposas, hermanos y hermanas, padres e hijos, están constantemente chocando entre sí y contrayendo deudas. La única manera de que una familia acabe disfrutando de los demás, es centrándose en lo mucho que han sido perdonados en Cristo y, por tanto, perdonando y soportando mucho. Una familia unida, llena de gracia y reconciliada es un poderoso testimonio del evangelio.
Pedir perdón
¿Cómo debemos entonces pedir perdón? Aunque se ha escrito mucho en otros lugares, quisiera resumir una fórmula bíblica breve que ha ayudado a nuestra familia.
Pequé contra ti y contra Dios cuando (inserta el término bíblico). Aquí el ofensor está usando la palabra “pequé”. Él o ella está nombrando la acción usando terminología bíblica.
Eso estuvo mal. Estoy seguro de que te hice daño. El ofensor está admitiendo que lo que hizo estuvo mal y reconociendo el daño que causó a la otra parte.
Por favor, perdóname. Ahora el ofensor pide a la otra parte que marque la deuda como perdonada. Y el ofensor se compromete a trabajar en el pecado que causó la deuda en el proceso.
Te perdono. Para el ofendido, el perdón es un acto de la voluntad que marca la deuda como perdonada y pagada en su totalidad. Conceder perdón requiere una respuesta espiritual de parte del ofendido.
Entre iguales
A los niños más pequeños se les puede acompañar en el proceso con sus hermanos y amigos. A una edad muy temprana, basta con un simple “Lo siento” y “Te perdono”, seguido por abrazos. A medida que los niños crecen y las ofensas se hacen más grandes, es necesario caminar deliberadamente a través del proceso. En lugar de evitar el conflicto y dejar que la relación se marchite, debemos abrazarlo. Dios nos ha dado un momento de enseñanza.
Muchas veces, mientras nuestros hijos crecían, tuvieron que pedir perdón a sus hermanos por alguna ofensa. No seguimos estrictamente el guión de la sección anterior cada vez. Pero la esencia estaba ahí. También hubo ocasiones en las que les ayudamos a pasar por la misma reconciliación con sus amigos. Primero les preguntábamos: “¿Podrías pasar esa ofensa por alto, o tolerarla?”. Si no era así, tenían que decir algo. No queríamos evitar una conversación y dejar que la relación se marchitara. Les mandábamos a hablar con su amigo.
Otras ocasiones fueron un poco más serias. Un incidente tuvo que ver con una vez que mi hijo había pecado contra un amigo suyo después de la iglesia. Ese domingo por la tarde recibí una llamada de los padres. Cuando Sharon y yo hablamos con mi hijo, él lo confesó inmediatamente. Le explicamos lo que tenía que decir. Luego llamó a su amigo por teléfono para pedirle perdón. Problema resuelto. La relación se restableció.
Para superar un problema se necesita humildad de parte de los padres. Deben preocuparse más por la formación del corazón de su hijo que por su apariencia ante los demás. La buena noticia es que la reconciliación agrada a nuestro Padre y a menudo resulta en una relación más fuerte.
Dios nos pone en familias para que aprendamos la gracia del perdón. Algunos de los momentos más dulces de comunión en nuestra familia han llegado después de reconocer nuestro pecado y pedir perdón humildemente. Buscar la reconciliación nos hace más conscientes de nuestra necesidad de que el Salvador nos guíe hacia la santidad.
Este artículo es un extracto del libro Padres que Hacen Discípulos por Chap Bettis, y lo usamos con permiso. Puedes comprar el libro digital en amazon.com o aprender más sobre su ministerio en TheDiscipleMakingParent.com.