por Brad Hambrick
Como nuevo padre, cuando tienes en tus brazos a tu primer hijo, hay un mar de emociones. Te sientes honrado con la responsabilidad de cuidar a este pequeño. Te sientes con un inmenso amor y un fuerte instinto de protegerlo. Te sientes obligado a tener todo lo mejor posible mientras crías a este niño. Estas emociones se pueden mezclar unas con otras y crear una sensación de temor a arruinarlo todo como papás.
Después escuchamos historias de otros padres: distintas opiniones en las técnicas de disciplina o estrategias generales de crianza, lo difícil que son “los terribles dos”, historias de horror acerca de los adolescentes e historias tristes acerca de lo rápido que este niño dejará la casa de sus padres como un adulto. Es fácil abrumarse y pensar que la crianza es complicada.
Pero, cuando hablas con un adulto que tiene una relación cercana con sus padres y está agradecido por la forma en que lo criaron, te das cuenta de que sus historias no se escuchan excepcionales. Los padres de estos jóvenes adultos no son como maestros Jedi que diariamente compartían proverbios profundos que les cambiarían la vida. Sus fines de semana no estaban llenos de vacaciones familiares épicas. Los “momentos” que deseamos crear como padres no son generalmente en lo que más se enfocan, o lo que más aprecian, estos jóvenes adultos.
En este artículo, quiero ofrecerte tres consejos “ordinarios” que te permitirán ser un excelente padre.
Mantente Presente
Que se sienta tu presencia en la habitación. Cuando tu hijo es pequeño, tírate en el suelo para jugar, ten una rutina que disfruten antes de dormir, y dí frecuentemente “te amo”. Conforme vaya creciendo tu hijo, asiste a sus partidos y recitales, resiste las distracciones que tientan a los padres a estar perdidos en sus pensamientos al conducir yendo y viniendo de los eventos. Siéntense por lo menos una vez al día todos juntos en la mesa para comer y di “te amo” frecuentemente. Y cuando tu hijo crece aún más, muestra interés en sus pasatiempos, capta momentos cuando hacen las cosas bien, conmemora los logros significativos o los acontecimientos importantes y di “te amo” frecuentemente.
Este tipo de compromisos no son impresionantes ni complicados. Son ordinarios. Este tipo de interacciones comunican, “Mis padres me conocían, me disfrutaban y estaban allí cuando pasaban cosas importantes.” La simple presencia crea una sensación de estabilidad y forja un lazo de confianza.
Piensa en estos compromisos como tareas diarias en una clase académica. Si completas estas tareas básicas, te aseguran que obtendrás una calificación decente aún si sacas una baja calificación en el examen. Si no cumples estas tareas te sentirás presionado a pasar el examen final. Los padres que confían en los grandes momentos, como los estudiantes que confían en buenas calificaciones en el examen final, tienden a estar abrumados fácilmente y sentirse desanimados en sus resultados.
Responde Proporcionalmente
Cuando Pablo habló acerca de la crianza, una de sus instrucciones básicas fue “No exasperéis a vuestros hijos” (Ef. 6:4). Esto nos lleva a la pregunta “¿De qué manera exasperamos comúnmente a nuestros hijos?” Una de las maneras más frecuentes es la de reacciones desproporcionadas o dicho más simple, sobrerreaccionar.
Nuevamente podemos notar lo ordinario que es la buena crianza. Las reacciones proporcionales no llaman mucho la atención. Si observas cómo buenos padres resuelven conflictos y manejan la disciplina, probablemente no te asombrarás. La buena crianza es agradablemente aburrida. La escena está equilibrada de modo que el enfoque esté en el contenido de la conversación y no en los decibeles de la voz o lo áspero de las palabras o la teatralidad de sus acciones.
Más adelante en la vida, el niño puede ser capaz de decir, “aprendí cómo responder a los momentos difíciles y manejar mis emociones por cómo mis padres manejaban el conflicto y la disciplina. Aprendí que los problemas no se deben ignorar, que es seguro tener diferencias de opinión y que tener estándares morales no tiene que resultar en condenación.” Estas parecen profundas lecciones de vida. Pero estas lecciones se aprenden a través de respuestas proporcionales a los desafíos comunes de la vida.
Se Redentor
Ser redentor es estar en un punto medio entre ser áspero y ser permisivo. Los niños de padres ásperos saben que hay un estándar, pero ese estándar provoca temor. Los hijos de padres permisivos aprenden que pueden obtener lo que quieran aún si eso les daña en su vida. En contraste, aquí hay tres maneras para dar en el punto redentor como padres.
Primero, explica el “por qué” detrás del “qué”. Las reglas deben tener una razón. En Efesios 6, Pablo exhorta a los hijos a obedecer a sus padres, “para que te vaya bien” (v. 3) Pablo está dando el porqué más allá del qué. Como un ejemplo secular, en las eternas batallas a la hora de dormir, da una explicación, “¿Cómo te sientes cuando no duermes lo suficiente? Necesitas dormir para que mañana puedas disfrutar.”
Sí, queremos que nuestros hijos obedezcan. Pero la obediencia que no está basada en entendimiento produce queja en vez de madurez y sabiduría. Al enfatizar el “por qué” detrás del “qué”, las consecuencias se sienten menos arbitrarias. Las consecuencias llegan a ser una manera de reforzar los principios de sabiduría detrás de las reglas familiares. Cuando un niño está irritado a consecuencia de la falta de sueño, podemos hablar acerca de cómo las consecuencias de hoy son el fruto de las decisiones de ayer.
Segundo, basa la disciplina y la corrección en amor. La disciplina siempre debe terminar en un abrazo. Cuando nuestro hijo mayor tenía cuatro años, estábamos plantando un jardín juntos. El perro de la familia, Levi, pensó que esto era una actividad muy divertida. Cavar agujeros era el tipo de juego que él había estado esperando por mucho tiempo. El problema era que Levi seguía cavando donde nosotros ya habíamos puesto las semillas.
Después de corregir varias veces a Levi, finalmente le di un golpecito y lo regañé, “¡Deja de hacerlo!” Sin perder ni un segundo, mi hijo me vio y dijo, “Ahora, dale un abrazo a Levi y dile que lo amas.” Nunca le habíamos dicho a nuestro hijo que nuestro orden de disciplina era corrección-abrazo- “Te amo.” Ese era el único orden que él sabía así que eso era lo que él esperaba.
Tercero, sé honesto en cuanto a la frustración que compartimos con nuestros hijos cuando ambos repetimos nuestros propios fracasos. Los niños necesitan corrección por las mismas cosas una y otra vez. Y nosotros como padres también. Es fácil para un niño sentirse derrotado al violar la misma regla múltiples veces. Nosotros podemos (y debemos) relacionarnos con ello. Esto es lo que Pablo hizo en Romanos 7:15-20.
Nuestros hijos aprenderán más de nuestro ejemplo que de nuestros sermones. Cuando vemos a nuestro hijo tener un corazón tierno, debemos aprovechar ese momento correctamente. Por ejemplo, si fueron rudos con uno de sus hermanos, podemos decir algo como esto:
“Puedo ver que sientes mucho tu falta de amabilidad con tu hermano. Reconocer lo que hemos hecho mal conlleva humildad. Admiro que estés siendo humilde aún y cuando estamos hablando de lo que hiciste mal. Pero puede ser frustrante cuando hacemos lo incorrecto una y otra vez, ¿verdad? Conozco ese sentimiento. ¿Te acuerdas que ayer, cuando se nos estaba haciendo tarde, yo me molesté más de lo necesario? Yo batallo para ser amable cuando estamos tarde, así como tú batallas para compartir con tu hermano. La Biblia nos dice por qué nos es tan fácil hacer las cosas que sabemos que no debemos hacer. Es porque tenemos una naturaleza pecaminosa; es fácil ser malo. Tenemos que confiar activamente en Dios para ser buenos. No quiero que te desanimes porque hablamos de lo mismo una y otra vez. Puedo verte responder a la corrección con humildad y eso es maravilloso. Tu batalla con el pecado parece ser aprender a compartir. Mi batalla parece ser la paciencia cuando estamos tarde. Que ambos nos entreguemos a depender de Dios en esos momentos. Te amo. ¿Te puedo dar un abrazo?”
Espero que ese esbozo parezca ordinario. Podemos imaginar esta conversación sin un padre rodeado de ese resplandor santo. El niño probablemente nunca dirá, “Recuerdo cuando tenía tres años y mi mamá me dio una maravillosa plática acerca de compartir.” Pero el niño podrá decir, “Mi mamá me habló de mis travesuras de una manera que me ayudó a ver mi necesidad de Jesús, pero no me hizo sentir condenado. Se sentía como si ella lo entendiera y que era seguro acercarse a Dios por eso.”
Y en cuanto a la guía que muchos de nosotros buscamos leer en un artículo de crianza, diferentes familias van a escoger diferentes consecuencias por las infracciones cometidas, como ser áspero con tu hermano. Diferentes niños van a necesitar diferentes consecuencias para reforzar mejor lo que significa honrar a Dios y a su hermano cuando ambos quieren el mismo juguete. La consecuencia no es la parte más importante, sino lo que más importa es que tu respuesta sea proporcional y redentora. Aún las palabras van a variar.
De estas piezas de consejos ordinarios, yo creo que nosotros, como padres, aprendemos una lección importante (pero no muy cómoda): la crianza requiere enfocarnos en madurar a nosotros mismos tanto como madurar a nuestros hijos. Mucho de lo que nuestros hijos aprenden de nosotros va a ser por nuestro ejemplo, nuestro tono y el orden en cómo interactuamos, más que en las palabras que decimos.
Respuestas simples, proporcionales y redentoras que se repiten consistentemente (significa que estamos presentes) son lo que hacen a un padre excepcional. Espero que sea más simple de lo que temías que podría ser.
Preguntas para reflexionar:
- ¿Cuál es la diferencia entre decir que ser un “padre excelente es ordinario” y “ser un padre excelente es común”?
- ¿En cuál de estas tres respuestas necesitas enfocarte para ser un padre más maduro?
Este artículo fue publicado primero en BradHambrick.com. Traducido por Eyliana Perez y usado con permiso.