Categoría: Teología

¿Mío o suyo? La maternidad y el señorío de Cristo

September 29, 2024

“No hay un centímetro cuadrado en todo el dominio de nuestra existencia humana sobre el cual Cristo, quien es Soberano sobre todo, no clame: ‘¡Mío!’” – Abraham Kuyper 

Ahí está de nuevo. Una pequeña molestia, ropa limpia para guardar, otro baño que limpiar, se acabaron las toallitas húmedas, y el perro tuvo un accidente en la casa… otra vez. Ah, sí, y debería comenzar a preparar la cena para comerla a una hora razonable.

Calculo cuánto tiempo llevará cada una de esas tareas, considero la ecuación diaria de las responsabilidades, fríamente calculadas para que se puedan completar mientras dura la siesta y me doy cuenta de que no hay suficiente tiempo (o energía) para mi lista personal de tareas pendientes, incluido el trabajo creativo y la escritura. Eso quedará pospuesto para otro día, de nuevo.

Suspiro; la molestia se ha convertido en frustración.

¿A dónde va el tiempo? Es decir, ¿adónde va “mi” tiempo?

Intento algo diferente. Me despierto una hora antes que mi hijo, quiero lograr hacer tantas de “mis cosas” como pueda. Hacer ejercicio, leer la Biblia, escribir algunas palabras. Por supuesto, hay platos que guardar, un perro quejumbroso. . . y, ¿qué es eso que se escucha? El niño se despertó cuarenta minutos antes de lo previsto. 

¿Es eso una semilla de amargura lo que siento? 

Ya sé, puedo limpiar el baño durante el tiempo que los niños juegan en su habitación; me ocupo de la ropa mientras ven su programa favorito; para la cena una pizza congelada; y, el tiempo de siesta lo dedicaré a mis prioridades. ¡Viva! Solo necesito ser eficiente y todo se solucionará. No soluciona nada, al menos no en mi corazón. Trabajo todo el día, pero ¿para qué? 

Hola resentimiento. 

Mi hijo se está portando mal. Ha sido la prioridad número dos, tres (bueno, cuatro) todo el día. Hemos hecho dieciocho mandados y siete cargas de ropa, estoy tratando de terminar todo para poder tener “tiempo para mí” después de la cena. 

Y llega el último invitado. Bienvenido, culpa.

Encuentro que mis pensamientos y esfuerzos en esta etapa de mi vida buscan algo a lo que llamar mío. Unos minutos aquí, una hora allá, una identidad independiente de quienes me necesitan, me necesitan tanto, me necesitan a cada momento. 

Esta misión plantea una búsqueda honesta de la verdad. Sé que mi dignidad y mi valor no están en mi papel de madre (o directora de relaciones públicas, esposa o cualquier otra cosa). Mi identidad, la más profunda y verdadera, es la de una mujer hecha a imagen de Dios, llamada a amar y ser amada por Él. Pero mi experiencia diaria se parece más al juego del tira y afloja, donde el privilegio de ser madre se opone al deseo de alimentar y utilizar los dones y pasiones que me hacen quién soy. 

El consejo popular me dice que establezca límites, busque un pasatiempo o un trabajo adicional y equilibre las responsabilidades de la maternidad con el tiempo para mí. Aunque es importante atender las necesidades que Dios me ha dado y establecer hábitos regulares de descanso y salud, parece que esta lucha en mi corazón tiene que ver con otra cosa. Lo que escucho (ya sea intencionado o no) es que yo tire de esa cuerda. Que tire fuerte por lo que es mío. 

Ahí está de nuevo: Mío.

Convertirse en madre es, en todo caso, un acto de autosacrificio. Nos sacrificamos desde los primeros segundos de la maternidad, nos dedicamos cuerpo y corazón por el cuidado de otro, y nunca termina. No termina cuando trabajas fuera de casa, ni cuando estás en casa de tiempo completo o cuando trabajas medio tiempo desde casa. No termina con los niños pequeños, definitivamente no con adolescentes, ni cuando el nido está vacío o viajando por el país para cuidar a los nietos. Al observar a mis amigas que son mamás y sus diferentes escenarios y etapas, me doy cuenta de que el equilibrio perfecto en la vida no existe. El idílico mío es insatisfactorio. 

Florecer como persona integral en medio de las responsabilidades de la maternidad es un buen objetivo. Pero, ¿por qué se siente tan difícil? Mi alma quiere más, ¿hay algún camino a través de la lucha hacia una vida de gozo? Eso espero, porque no puedo tirar de esta cuerda por mucho más tiempo, estoy cansada de intentarlo. 

Esa famosa cita de Kuyper sobre la soberanía de Dios ha estado resonando en mi cabeza, luchando contra mis propios gritos de “¡Mío!” La completa soberanía de Cristo sobre todo es la misma verdad que guió mis decisiones profesionales durante quince años: en los pasillos del Congreso, el epicentro creador de cultura de Nashville y el, a veces, desconcertante mundo del gobierno estatal y la política educativa. 

Pero ahora, mientras tecleo sola en la mesa de mi cocina durante unos minutos de tranquilidad, confieso que he cometido el viejo error de limitar a Dios a los rincones de la vida. Un Cristo marginado y miniaturizado, convenientemente, se preocupa y está por encima de algunas cosas, pero no de todas. Puedo (o necesito) controlar el resto como si fueran mías. Mi problema principal no es el equilibrio o el tiempo, sino el señorío. ¿El día es mío o es de Él? ¿Son mis necesidades mías para preocuparme, o son suyas para que las vea y las supla? ¿Es mi lista de tareas pendientes algo que yo debo completar a toda costa, o es Él quien debe guiarlo y dirigirlo?

Esta temporada, por exigente que sea, no tiene por qué ser un tira y afloja entre la maternidad y lo mío. La realidad más profunda de mi vida en Cristo está en Gálatas 2:20: “…y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí…”

Hay libertad en una vida integrada a la de Cristo. Independientemente de lo que haya logrado hoy (o de cuánto tiempo durmió la siesta mi hijo), puedo decir junto con Pablo que he aprendido a estar contenta en Cristo (Filipenses 4:11-19). Él cuida mi alma, me proporciona exactamente lo que necesito, asegura mi identidad y le da a mi vida un verdadero propósito y significado. Al presentarle mis necesidades, deseos, metas y responsabilidades, Él me guía por el Espíritu en el buen trabajo y el descanso que tiene para mí cada día.

Así que, la etapa de niños pequeños, suya. 

Preparar comida y limpiar, suya.

Escribir, leer y enseñar, suya.

Hacer ejercicio, cuidar del alma y tener una noche de cita con mi esposo, suya.

Visto de esa manera, todo lo que tengo para ofrecer o quiero alcanzar ya es suyo. Puedo servir a mi familia por amor, no por resentimiento, deber o culpa. Como dijo el rey David, al dar de sus riquezas para la construcción del templo: “Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos” (1 Crónicas 29:14). Ese es el corazón que quiero. 

La gratitud y el gozo son posibles, incluso con la ropa sucia y los berrinches de los niños pequeños y todo lo demás, cuando mi vida está fundada en la hermosa suficiencia de Cristo (Colosenses 3:4), sin intentar aferrarme al fugaz mío. ¿Cómo se ve esto en la vida real?

Escribo esto hoy, no como alguien que ha logrado un cambio interno, sino como una mamá que necesita desesperadamente que Cristo haga un cambio en mí. Así que, mi plan es empezar de a poco; realmente de a muy poco. Cuando esos mismos sentimientos de tira y afloja se apoderan de mi corazón, después de cada tarea quiero preguntar: “Señor, ¿qué quieres que haga ahora?” 

Quizás la respuesta sea clara, quizás no. Quizás sea justo lo que estaba planeando hacer. O tal vez permitirá una interrupción para mostrar amor y gracia a otros. Pero más que nada, esa pausa es el simple reconocimiento de que el próximo minuto u hora (o día, o año) ya es suyo, no mío.

Este artículo fue publicado primero en Risen Motherhood. Traducido y publicado con permiso. 

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Autor

  • Amanda Duvall es esposa y madre a quien le encanta escribir, enseñar y servir en su iglesia en Naperville, IL. Antes de vivir en Chicago, trabajó en el gobierno, la política y las relaciones públicas, y nada le encanta más que explorar cómo el evangelio cambia cada aspecto de nuestras vidas. Puedes encontrar más de su trabajo en amanda-duvall.com.

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