Categoría: Evangelio

Ep 159: Crianza que destruye: dejando ir por su propio camino

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mayo 7, 2024

“Sigue tu corazón” y “tenlo a tu manera” están entre los hashtags del día que mejor describen la filosofía fundamental de nuestra era. Pero ¿te has detenido a pensar cuánto contraste hay entre estas ideas y los principios más fundamentales de la Biblia? La palabra nos demuestra que la esencia del pecado es seguir tu propio camino. Y ¿qué hace Dios cuando decide juzgar a alguien? Lo deja ir por su propio camino, porque es el camino de la destrucción. Únete a esta conversación para considerar el impacto de esto en la crianza. 

Transcripción:

Susi: Estamos en nuestra serie Crianza que transforma, y como dijimos en el episodio anterior, estamos basando mucho de lo que vamos a hablar en esta serie sobre un libro que hemos usado por muchos años aquí en la universidad cristiana. Este libro se llama Transformados en su imagen, por el autor Jim Berg. Lo puedes buscar en cualquier librería o en línea; es publicado por la Editorial Bautista Independiente.

Nosotros hemos visto la utilidad de este libro. Hemos visto cómo este material realmente expresa una cosmovisión bíblica acerca de lo que Dios está haciendo en la vida del creyente. Por eso pensamos que va a ser muy útil para nuestras vidas como padres, y nuestra crianza.

En el primer episodio de la serie, el episodio 158, hablamos de este proceso bíblico que nos lleva a la meta que tenemos. Queremos que nuestros hijos sean transformados a la imagen de Cristo, pero ¿cómo es posible esto? Bueno, es posible en el poder del Espíritu Santo.

Pero Dios también nos da un proceso, y ese proceso es el de refrenar la carne, renovar la mente y luego reflejar al Señor. Hablamos de esto en más detalle; si quieres escuchar primero el episodio 158 si recién te estás uniendo a la serie, quizás te ayude poder escuchar primero ese material.

En este episodio vamos a enfocarnos en ese primer paso, esa primera parte: refrenar la carne. Aquí conmigo está Mateo, que ha enseñado este material a jóvenes por muchos años. Él nos va a ayudar a entender mejor esto de refrenar la carne. Yo creo, Mateo, que este episodio no va a ser como: “Ay, ¡qué bonito! Me siento súper bonito como mamá, con mis hijos lindos”, ¿verdad?

Mateo: No, no va a ser muy bonito, y quizás nos incomode un poquito. Pero es parecido como cuando vas al doctor. Vas al doctor porque (vamos a decir) te duele el estómago. El doctor te revisa un poquito, y dice: “Lo que tú tienes es un poquito de reflujo”. Y te da unos antiácidos para que te los tomes, y piensa que eso va a ser la solución.  

Susi: Y tú te vas feliz porque solamente tienes que hacer eso.

Mateo: Claro. Qué sencillo. Pero luego lo que tienes es un cáncer de estómago, y te ha dado un diagnóstico incorrecto. Si te da un diagnóstico incorrecto, la receta médica, la solución, va a ser incorrecta también. Muchas veces nosotros queremos pensar que solo tenemos un poquito de reflujo, cuando tenemos un problema mucho más grave en nuestro interior: algo como un cáncer que necesita un tratamiento mucho, mucho más radical.

Primero comienza con hacer ese diagnóstico. Entonces si vamos al médico, y nos hicieran un rayos X, lo que vería es que hay una bolsita de té dentro de nosotros. Y es la bolsita de té de nuestro corazón pecaminoso. Eso es lo que tenemos que entender.

El autor dice algo un poco chocante. Dice que todos nosotros somos gente bastante mala, que solamente hacemos lo correcto por la gracia o la ayuda de Dios. No nos gusta pensar así. Incluso nuestra sociedad quiere decir que nosotros somos gente buena.

Pero la Biblia nos da un cuadro muy diferente de cómo es el corazón del ser humano. Es una bolsita de té con sabor a carne. Cuando lo metes en agua caliente, desprende todo tipo de actitudes, de acciones, que dañan a los demás. Nos dañan a nosotros mismos. Y esto es verdad de todos nosotros.

La Biblia nos presenta el cuadro del hombre inconverso como esclavo del pecado. Romanos 6 habla mucho de esto: el hombre esclavo del pecado. En Cristo, cuando somos salvos, nuestro viejo hombre es crucificado, pero todavía permanecen los efectos del pecado en nuestra vida.

Aún como creyentes, seguimos lidiando con los efectos de la carne: el deseo de pecar, el deseo de hacer cosas que no agradan a Jesucristo. Y tenemos que luchar contra eso. Ese es el diagnóstico real de nuestro corazón. No somos gente buena que nada más de vez en cuando hacemos cosas malas, sino que somos gente mala, que si hacemos algo bueno es solamente por la gracia de Dios.

Susi: Entonces, ¿cómo podemos como padres empezar a tener este diagnóstico correcto de la vida de nuestros hijos, del corazón de nuestros hijos?

Mateo: El autor nos ayuda a entender cuál es la esencia del pecado. Es algo que nos va a sorprender, porque podemos pensar en pecado como cosas muy, muy graves. Muy malas. Pero piensa un momento en Adán y Eva. ¿Cuál fue la tentación que les hizo a Adán y Eva? ¿El primer pecado que el hombre cometió?

Susi: Obviamente le ofreció algo que Dios había prohibido. Pero, bueno, yo creo que no le creyó a Dios.

Mateo: Sí. Pero el pecado en sí, el acto, ¿cuál era?

Susi: Tomar del fruto. Comer algo que no es malo en sí necesariamente.

Mateo: Sí. Comer una fruta.

Susi: Parece exagerado.

Mateo: Era algo tan simple. Esto no es asesinato. Vamos a ver asesinato un capítulo después. Esto no es adulterio. Vamos a ver adulterio unos capítulos más adelante. Pero el primer pecado fue algo tan sencillo como tomar una fruta y comérsela.

Otra vez, ese fue el acto. ¿Cuál es la esencia? La esencia de ese pecado—nos va a decir el autor, y es la esencia de cualquier pecado—es simplemente que nosotros queremos caminar en nuestro propio camino. Yo quiero andar en mi propio camino, no en el camino de Dios. En vez de someterme a lo que Dios quiere, yo quiero hacer lo que yo quiero.

Susi: Wow.

Mateo: Esa es la esencia de cualquier pecado.

Susi: Para los padres las implicaciones ahí son enormes. Porque ¿cuántos niños hay que rehúsan comer lo que mamá les dice que tienen que comer? ¿O que va y agarra comida que se le ha dicho que no? Y luego, ¿qué hacemos? “Ay, pobrecito, es que tiene mucha hambre”. Pero ha desobedecido. Ha andado en su propio camino. Es la esencia del pecado.

Mateo: Es su rebeldía innata. Es su rebeldía innata; es lo que define el pecado. Es lo que hicieron Adán y Eva. No quisieron caminar en el camino de Dios. Y nuestra sociedad nos dice que caminar en nuestro propio camino es el camino de la felicidad.

Prendemos la televisión, y los anuncios quieren decirnos que nosotros debemos tener lo que nosotros queremos. Incluso hubo una de estas franquicias de comida rápida, de hamburguesas, que tenía el lema: “Como tú quieras”.

Susi: “Have it your way”.

Mateo:  Sí. “Como tú quieras. La hamburguesa, tú prepárala como tú quieras. Nosotros te la hacemos”. Esa manera de hablar nos gusta. Nos llama la atención. Queremos andar en nuestro propio camino. Pero esa es la esencia del pecado. Lo vemos una y otra vez en la Biblia. “Cada uno hacía lo que bien le parecía”.

Susi: Jueces.

Mateo: En Jueces, una de las peores épocas de la nación de Israel. ¿Por qué? Porque cada quien hacía lo que bien le parecía. Dios nos dice en Proverbios 3:7: “No seas sabio en tu propia opinión. Teme a Jehová y apártate del mal”. En Proverbios 28:26: “El que confía en su propio corazón es necio”.

Pero nuestro mundo nos dice que ese es el camino. Nuestro corazón nos dice que es el camino. Pero esa es la esencia del pecado. Eso es lo que nos hace alejarnos de Dios y ser rebeldes en su contra, y que al final va a tener efectos devastadores en nuestra vida.

Susi: Yo pienso en cómo la sociedad quiere que criemos hijos autoconfiados, ¿verdad? Con autoestima, pero también autoconfiados—que puedan confiar en sí mismos, en sus propias opiniones, que defiendan sus opiniones—toda esa mentalidad. Sutil o no tan sutilmente contradice la Palabra.

Pensamos que estamos equipando a nuestros hijos para la vida real, para hacer gente exitosa, cuando realmente estamos contradiciendo cómo la Biblia quiere que preparemos hijos exitosos espiritualmente.

Mateo: Sí, ese es el camino de la ruina, de la destrucción. De hecho, en el resto de la unidad 2 el autor va describiendo efectos que el pecado tiene en nuestra vida. Y otra vez no es un cuadro muy bonito.

Es como cuando vas por la carretera y ves un carro que ha chocado, y está volteado de lado, y lo miras y dices: “¡Ay!, Qué feo. ¡Pobrecitos!” Bueno, ese es el destino al que nos lleva caminar en nuestro propio camino. No nos lleva a la felicidad, sino que nos lleva a la destrucción y la ruina.

Uno de los primeros efectos que tiene el pecado en nosotros—la carne en nosotros—es que nos hace desafiar a Dios. Provoca a nosotros que levantemos el puño en contra de Dios y le digamos a Dios: “Yo no voy a hacer lo que tú quieres. Yo voy a hacer lo que yo quiero”. Es lo que hicieron Adán y Eva. No quisieron ser virreyes de Dios; quisieron ser reyes como Dios.

Dijeron: “Yo voy a hacer lo que yo quiero”. Ahora trajeron destrucción y ruina, porque habían desafiado a Dios. Y eso es exactamente lo que Satanás quiere que suceda en nuestro corazón. Pero tenemos que estar seguros de que no le echemos la culpa a Satanás. A veces decimos cosas… “Bueno, es que Satanás me tentó y lo hice porque Satanás (casi como que) me obligó a hacerlo”.

Satanás puede usar a sus ángeles demonios para tentarnos. Pero la realidad es que mi bolsita de té es pecaminosa. Mi corazón es pecaminoso. Y quiere hacer lo malo. No nos damos cuenta de la fuerza de nuestra pecaminosidad y carnalidad.

El autor aquí usa una ilustración muy interesante que me hizo a mí recordar algunas circunstancias de mi vida como joven: cuando vas en un río, en una canoa. Recuerdo a veces ir a un río, y te metes al río y ves cómo va fluyendo el río. En la situación donde nosotros estábamos era un río que no era muy profundo. Era muy ancho. Te metías ahí con la canoa y tú, bien contento, vas remando. Vas con la corriente. Después de un rato te das cuenta: “Oye, ¡ya me alejé mucho de donde estábamos! Tengo que regresar”.

Luego dabas la vuelta e intentabas remar para regresar a donde estabas, pero ahora vas contra la corriente. Y lo que parecía que era una corriente muy tranquila, de repente te das cuenta que es mucho más poderosa de lo que pensabas.

Esto sucede en la vida también de cada uno de nosotros. Sucede en la vida de nuestros hijos. Pensamos: “Ay, bueno, soy un poquito malo. A veces hago cosas…”

Susi: “Batallo”.

Mateo: Sí. “Batallo con esto”. Pero no nos damos cuenta de lo fuerte que es hasta que intentamos luchar contra eso. Cuando intentamos ir en contra de nuestra carne, ahí es cuando vemos que nuestra carne es muy poderosa—mucho más de lo que nos habíamos imaginado. Porque nos está llevando a levantar el puño en contra de Dios.

Susi: Sí. Pensando, por ejemplo, en nuestras propias luchas, como padres podemos pensar: “Soy un poquito enojona”, o lo que sea. Cuando empezamos a sentir esa convicción y decir: “Señor, quiero que me transformes”, y comenzamos a hacer la batalla de refrenar la carne, de renovar la mente, sentimos que no funciona. Porque de repente se hace peor la lucha. Entonces lo que nos pasa mucho es que dejamos de luchar porque parece lo más fácil. No sé si te ha pasado lo mismo.

Mateo: Claro. Y nos cansamos. Entonces nos dejamos llevar ahora por la corriente. Simplemente es más fácil. Pasa también en la crianza. A veces padres dicen: “Bueno, voy a empezar a corregir a mis hijos, a disciplinarlos”. O: “Hay un comportamiento que he tolerado hasta ahora, pero ahora voy a prohibirles eso”. Y la situación se vuelve peor.

Dicen: “Oye, pues, es que la disciplina bíblica no funciona”. O: “Estamos mejor cuando no hacemos estas cosas”. Claro, porque estás dejando que la corriente te lleve. Solamente cuando intentaste luchar en contra de tu carne te diste cuenta de cuán fuerte es tu carne, porque tu carne desafía a Dios y te incita a ti a desafiar a Dios.

El autor dice otra vez este diagnóstico que no es muy agradable. Dice que poseemos dentro de nosotros un clon de la misma naturaleza de Satanás, la cual se opone a Dios de manera violenta. Yo digo: “No, yo no soy así”. Pero sí, lo soy.

Susi: “Mi hijito angelito no es así”.

Mateo: Pero sí lo es. Esa es la realidad que nos está llevando a desafiar a Dios con una fuerza que no nos imaginamos hasta que intentamos hacer lo correcto. Ahí nos damos cuenta cuán fuerte es.

Susi: Yo creo que los padres realmente no somos equipados para ayudar a nuestros hijos con esto si no estamos dispuestos primero a luchar, a remar contra la corriente, en nuestra propia vida. Creo que hay muchos padres que quieren ayudar a sus hijos a cambiar, pero nosotros mismos no estamos dispuestos a luchar, a hacer esa batalla.

Aplicando esto a la crianza, primero nosotros tenemos que estar dispuestos. Nuestros hijos necesitan ver padres que se arrepienten, que piden perdón, que obviamente luchan en contra de su carne, que desean renovar su mente y reflejar a Cristo. Si no, nuestros esfuerzos por refrenar la carne de nuestros hijos no van a ser realmente eficaces, porque no hemos demostrado con nuestro ejemplo que creemos en el proceso.

Mateo: Sí. Dijimos en el episodio pasado que, si no estamos participando nosotros en la santificación, si no estamos creciendo en la imagen de Jesucristo, no vamos a poder ser de influencia en la vida de nuestros hijos. ¿Por qué? Porque nos vamos a estar dejando llevar por la carne, y la carne nos lleva no a agradar a Dios, sino a desafiar a Dios.

Tenemos que nosotros también estar en el poder del Espíritu Santo, luchando contra nuestra propia carne, que quiere ir por su propio camino. Recuerda, esa es la esencia: hacerlo como tú quieras. Vivir a tu manera. Pero eso nos lleva a desafiar a Dios.

Una de las maneras también que vemos cómo la carne nos infecta es que contamina cada aspecto de nuestro ser. Todo lo que nosotros somos tiene todavía los efectos del pecado. Pudiéramos usar la Ilustración: recuerdo hace unos años se incendió la casa de un alumno aquí de la universidad. Fue en un cuarto en la segunda planta. Gracias a Dios no hubo mucha destrucción, pero el olor a humo impregnó todo lo que había en la casa, hasta en la primera planta, en la recámara más lejana. Todo quedó impregnado con ese olor a humo.

Eso es lo que hace el pecado. Nosotros vemos ciertas cosas—donde están los incendios. “Bueno, yo tengo un problema en esa área”. Pero lo que no nos damos cuenta, es que el pecado está infectando todos los aspectos de nuestro ser. La Biblia nos dice (si escuchan voltear la hoja, es que tengo aquí el libro enfrente mío) que el entendimiento del hombre está entenebrecido. Efesios 4:18 nos habla de eso.

Primera a Corintios 2:14 nos dice que, sin la ayuda del Espíritu, el hombre no puede entender las cosas que son de Dios, “porque se han de discernir espiritualmente”. Dice que nuestra voluntad está infectada por nuestro pecado, nuestra mente, los afectos de nuestro corazón, nuestra conciencia está insensibilizada. No quiere hacer lo bueno delante de Dios.

Todo nuestro ser ha sido afectado por el pecado. Si somos inconversos, somos esclavos de ese pecado. Ese clon de la naturaleza de Satanás tiene el control. No quiere decir que vamos a hacer todo lo peor posible, pero sí vamos a estar bajo el dominio de Satanás y de la carne. Si soy salvo, todavía tengo los efectos de eso en mi vida. Mi entendimiento está afectado; mi voluntad está afectada, los afectos de mi corazón, mi conciencia.

Todos los aspectos de mi ser están todavía contaminados por el pecado en nuestra vida. Otra vez nos damos cuenta que no podemos simplemente dejarnos ir por nuestro propio camino, porque todo lo que hay en nuestro ser está bajo la influencia del pecado.

Susi: Yo pienso en nuestros niños. Nuestros hijos, obviamente, nacen con una voluntad propia, con opiniones y preferencias propias. Muchas de esas cosas son aprendidas, pero también cada personalidad es diferente. Nuestros hijos pueden tener preferencias, y creo que algo difícil para los padres distinguir es cuándo nuestros hijos están demostrando rebeldía, y cuándo están demostrando, o desplegando, su personalidad.

Pienso que esto que nos estás diciendo nos puede ayudar mucho. No es que queremos mirar a nuestros hijos y siempre ver “malo, malo, malo”, pero entender que aún en su supuesta inocencia de niño, nunca hay inocencia en el sentido de que el pecado ha corrompido todo lo que hay en sus motivaciones.

El niño inconverso no es capaz de desear hacer las cosas por la razón correcta, que es la gloria de Dios. No es capaz. Eso nos puede ayudar mucho a los padres a entender que una simple expresión de opinión o de preferencia puede estar reflejando rebeldía en su corazón, desobediencia.

Es difícil para nosotros. Decimos: “Ah, pues, es que no importa. Es ropa. Yo le dije que se pusiera tal ropa, pero ella decidió ponerse esta. Bueno, está bien”. Pero si tú le dijiste, y ella desobedeció, esto es resultado del pecado en su vida. Es una cosa decir: “Tú escoge. Tú escoge hoy lo que te vas a poner, solamente que sea uno de estos, que sea algo así, de cierta manera”. Pero nos cuesta a los padres saber cómo no reprimir las personalidades de nuestros hijos, pero también reconocer el pecado que está ahí.

Mateo: Me rio, porque justo el otro día vi un video de un papá que estaba cansado de los conflictos que tenían en la mañana su esposa y su hija (y su hija, estoy hablando de que era de edad de kínder) acerca de la ropa que se iba a poner. Muchas veces llegaban tarde a la escuela porque tenían este conflicto. Entonces el papá decidió que él, la noche anterior, iba a llegar a un acuerdo con su hija. Le ponía tres opciones y la hija tenía que escoger.

Todo esto, claro, como estamos en la edad en la que estamos, en video, la esposa grabando. Y él: “Mira, aquí está tu ropa de princesa, y aquí está tu ropa de Barbie. Aquí está tu ropa de vaquerita. A ver, ¿cuál quieres?” Todo como un “fashion show”. “Mira, aquí están las botas que combinan con este, con lo otro”.

Entonces ella escogía esa. Y la primera vez funcionó. “Ya decidimos. Un acuerdo. OK, dame la mano. Ya sabemos lo que te vas a poner mañana por la mañana”. Y en efecto, el siguiente día sale el video, y ella con la ropa. El segundo día igual. Todo lo mismo: ella escogió cierta ropa, creo que de princesa, y el día siguiente llega a la escuela con la ropa de Barbie, porque había cambiado de opinión.

El padre dice: “Quiero dejar que ella se exprese, pero no podemos tener este conflicto. Vamos a encontrar una estrategia para que ella pueda decidir, pero no tener problema”. Pero, al fin y al cabo, ¿qué es lo que está haciendo esta niña? Está ejerciendo su propia voluntad, insistiendo en caminar en su propio camino, en algo tan sencillo como la ropa que se va a poner para ir al kinder el día siguiente.

Imagínate una vida de un niño que desde niño, sus padres han dejado que él escoja su propio camino…su propio camino…su propio camino, siguiendo su carne que desafía a Dios. Una carne que contamina cada aspecto de su ser. Una carne que le engaña.

Ese es otro aspecto de lo que hace la carne. Nuestra carne nos incita a creer mentiras de Satanás, y entonces no podemos ver la realidad. Incluso creo que como padres estamos propensos a eso. Leemos algo en línea acerca de la crianza, y es increíble cómo somos mucho más probables a creer lo que leemos en línea que lo que leemos en la Palabra de Dios. Y nuestros hijos así también son.

Nuestro mundo nos cuenta un montón de cosas que son errores, pero nos los creemos. Empezando desde que Dios no existe. Esa es una mentira que nuestra sociedad nos quiere contar: que somos el resultado de la evolución atea sin Dios. La Biblia nos dice otra cosa. La Biblia nos dice que existe el pecado. Nuestro mundo nos dice: “No existe el pecado. Nada más no lastimes a otro. Haz lo que tú quieras”.

Nos quiere decir: “No pasa nada si tú pecas”, cuando Dios nos dice que hay consecuencias muy, muy severas en cuanto al pecado. Hay mentira, tras mentira, tras mentira que el mundo nos cuenta, y nos creemos esa mentira. ¿Por qué? Porque somos pecadores. Los efectos del pecado están todavía en nosotros. Nos incitan a pecar, a seguir en nuestro propio camino y pensar: “Si yo camino en mi propio camino, seré feliz”.

Quizás ese es el engaño más grande. “Si yo hago lo que yo quiero, seré feliz”. Pero el último resultado de la carne que destaca el autor es que nos destruye. La carne nos lleva a la destrucción. Dice algo que es muy interesante porque resalta el hecho de que cuando nosotros caminamos en nuestro propio camino no somos felices, sino que somos juzgados delante de Dios. Ese es el juicio. De hecho, dice que cuando Dios quiere juzgar al hombre, lo único que tiene que hacer es entregarlo a su propio camino.

Susi: Como dice Romanos 1, ¿verdad?

Mateo: Sí, que los entrega a sus propios caminos. El hombre camina en su propio camino, y piensa que es lo que le hará feliz. Pero Proverbios 14:12 dice que “hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte”. Cuando dejamos que nosotros mismos o nuestros hijos caminen en su propio camino, el fin es muerte. El fin es destrucción. Ese no es el camino de la felicidad. Ese es el camino del juicio de Dios.

Piensa: ¿qué es lo que nosotros queremos? Hacer lo que yo quiera. Que nadie me diga que no. Cuando Dios te quiere juzgar, te deja de decir que no. Dios dice: “Haz lo que tú quieras”. En vez de estar soñando con poder hacer lo que nosotros queremos, deberíamos de estar rogándole a Dios que Dios no nos deje caminar en nuestro propio camino.

Otra vez para la crianza eso tiene implicaciones enormes, porque otra vez estamos yendo en contra, remando en contra de la corriente de mi carne y de mi cultura, que me dice que ese es el camino. Esa es la autopista a la ruina, a la destrucción.

Susi: Entonces, un padre o una madre que realmente ama a sus hijos no puede dejar que vivan conforme a su propio camino.

Mateo: No.

Susi: Por amor y por misericordia, tiene que entender que ese corazoncito que rechaza la autoridad, que tiene tanto deseo de hacer lo que él quiere o lo que ella quiere, le está llevando en camino al infierno, a una eternidad de destrucción.

Y los pequeños esfuerzos que un papá y una mamá pueden hacer desde que ese niño, de hecho, es bebé, al resistir su carne, su instinto natural que tiene desde bebé de hacer lo que él quiere—de comer cuando quiere, de llorar cuando quiere, de dormir cuando quiere (desde un principio, así es)—cuando nosotros resistimos esas tendencias, estamos practicando la misericordia y el amor verdadero, porque preparamos a ese niño para someterse a una autoridad divina que sí sabe lo que es mejor.

Creo que esa preparación es doble: es de la voluntad, pero también de la mente. No debemos ser padres que solamente ponemos mano dura, y cada conducta y cada palabra que sale de la boca de nuestros hijos la callamos con mucha dureza. No. Tiene que ser conversaciones, tiene que ser pensamientos: cómo ellos piensan acerca de Dios. Cuando demostramos ser una autoridad amorosa y misericordiosa, entonces modelamos la autoridad de Dios. Todo eso es parte de.

Mateo: Sí. Requiere sabiduría, porque no queremos reprimir la personalidad o los pensamientos de nuestros hijos; no queremos ser autoritarios en un sentido negativo. Pero sí tenemos que ser autoridad, con el trabajo humilde, lento, paciente, pero sí aplicando incluso la disciplina cuando tiene que ser aplicada, siendo autoridades realmente en la vida de nuestros hijos.

Todo ese proceso es necesario porque si no, “hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte” (Pr 14:12). Creo que es verdad espiritualmente; nos lleva al infierno. Pero incluso puede ser que hay jóvenes, hijos, que son salvos, pero todavía no han aprendido esta lección. Puede ser que cuando mueran vayan al cielo, pero su vida puede ser una vida de destrucción y ruina. Problema tras problema. ¿Por qué? Porque todavía insisten en caminar en su propio camino en ciertas áreas de su vida. Y viven las consecuencias de eso.

Entonces, como dijiste, cuando nosotros, con el poder del Espíritu Santo, y siendo padres sabios, a la luz de la Palabra de Dios, restringimos a nuestros hijos, les enseñamos a no andar en su propio camino, es un acto de misericordia. Es un acto de gracia en sus vidas.

No es un acto de un padre autoritario, que nada más quiere reprimirlos, sino es el amor de Dios. Es el rol que Dios nos ha dado de no dejar que nuestros hijos vayan a la destrucción y a la muerte. Esto es la gracia de Dios. Este es el camino de la transformación en la imagen; esta es la crianza que transforma.

Susi: Sí, y nosotros como padres, cuando reconocemos nuestra gran necesidad, igual que nuestros hijos, eso es lo que nos va a permitir ser padres realmente tiernos, amorosos, y pacientes al mismo tiempo que ejercemos esa autoridad para su bien.

Mateo: Así es.

Susi: Amén. Bueno, qué bendición este material, aunque es un poquito difícil escuchar estas verdades. Que Dios nos ayude como padres a entender y abrazar la realidad de la naturaleza de nuestros hijos para poder ofrecerles el camino, el único camino a la esperanza eterna.

Seguimos la próxima semana con el siguiente episodio en esta serie: Crianza que transforma.

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Autores

  • Susi Bixby

    Susi es la fundadora de Crianza Reverente y anfitriona del podcast, mamá de un adolescente y dos adultos jóvenes, y esposa de Mateo Bixby, uno de los pastores de Iglesia Bautista la Gracia en Juarez, NL, México. Juntos colaboran también en la Universidad Cristiana de las Américas en Monterrey, NL.

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