Ep 201: Benignidad: un hogar de amabilidad y afecto, con Daniel López

October 7, 2025

En teoría, un hogar cristiano debe ser el mejor lugar del mundo. ¿Seguidores de Jesucristo viviendo en la misma casa? ¡Debe parecerse al cielo, ¿no?! Sin embargo, el trato amable “cristiano” que tanto se practica en la iglesia y en público frecuentemente falta en la privacidad de la casa. Cuando nadie más está viendo, ¿estamos produciendo el fruto del Espíritu de benignidad? Hablemos de este factor vital en el hogar.

 

RECURSOS ADICIONALES

 

¿Qué es la benignidad bíblica? “Es el trato afectuoso, dulce y amoroso que tenemos con los demás.”  – Daniel Terrazas

Día 1: Lee Juan 8:3-11

  1. Piensa en algún momento cuando no fuiste amable con otra persona (hermanos, amigos, papás), ¿cómo respondieron a tu falta de amabilidad? 
  2. Ahora piensa en un momento en que alguien no fue amable contigo, ¿cómo reaccionaste? Vuelvan a leer el pasaje y miren el ejemplo de Cristo, comenten formas en las que puedan mostrar amabilidad como Cristo lo hizo.

Día 2: Lee Efesios 4:31-32

  1. ¿Tu forma de hablar ha sido como en el v.31? Cuando te has expresado de esa forma con alguien, ¿qué es lo que lo ha causado?
  2. ¿Qué se te hace más fácil, perdonar o pedir perdón? ¿Cuándo otros piensan en la forma en que hablas, piensan que eres amable?

Día 3: Lee Juan 13:4-5; 12-15

  1. ¿Cuáles son algunas formas en las que sirves a otros? ¿En casa sirves a otros miembros de tu familia, o esperas que te sirvan a ti?
  2. ¿Ves en tu servicio una forma de imitar a Jesús? ¿Por qué o por qué no?

Texto de la semana para memorizar:

  • Efesios 4:32 Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. 

ADORA, ORA, EXAMÍNATE:

ADORA: Te alabo Señor porque me das muestra de tu benignidad cada día a pesar de mis fallas para contigo y los demás.

ORA: Padre, deseo ser como tú, ayúdame a servir a otros con amabilidad y afecto como tú lo harías.

EXAMÍNATE: 

  1. ¿Tu testimonio se distingue por ser alguien amable? 
  2. ¿Hablas de una forma de acuerdo a tu llamado? ¿Sirves de forma desinteresada a los demás?
  3. ¿Estás atento mostrando interés en las necesidades de otros? 

El Ejemplo de Cristo: 

  • Juan 13:15  Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. 

 

Transcripción:

Susi: El hogar es como su propio mini mundo, donde los hijos crecen y adquieren cierta cultura, ciertos hábitos, conocimientos, patrones de conducta y maneras de relacionarse con otros. A veces pudiera ser que los padres no nos percatemos de ciertas tendencias dañinas, o simplemente de ciertos huecos donde falta algo importante. En muchos hogares, creo que lo que falta es el fruto del Espíritu del cual vamos a hablar hoy: la benignidad, o sea, “ser buena onda”, ¿verdad, Pastor Daniel?

Daniel: Claro, eso es lo más fácil que nosotros hacemos, ser buena onda, portarnos buena onda con todo el mundo.

Susi: ¿Crees que es fácil que se nos pase cultivar este trato amable entre nosotros en la casa, aun cuando a veces insistimos que nuestros hijos sean súper amables con los de afuera? ¿Crees que sí es un problema?

Daniel: No, no es un problema. ¡El matrimonio es perfecto! ¡Vámonos! Se acabó el podcast. Se acabó el episodio. No, claro que es bien difícil. Es fácil que perdamos de nuestro radar el trato que debemos de tener con otros. Nos ensimismamos tanto en nuestras cosas, como a veces los niños (lo pienso así) que están jugando y crean su propio mundo y todo alrededor, acá peleándose. Incluso los papás les estamos hablando, y ellos están bien metidos. 

Y eso no es diferente al matrimonio, a otras relaciones que nosotros podemos tener. Nos preocupamos por nosotros, y ya lo demás que esté ahí…no contestamos, ignoramos, y es muy complicado realmente.

Susi: Y muy común. Yo creo que es una gran necesidad en muchos hogares. Pero estamos en una serie sobre el fruto del Espíritu, y empezamos esta serie hace ya varios episodios hablando de andar en el Espíritu. 

Para recordarnos sobre esta importancia de andar en el Espíritu, yo sé que tú y tu esposa han estado ayudando a parejas que se preparan para casarse, o a matrimonios. ¿Cómo afecta un matrimonio cuando los esposos no comprenden cómo, o quizás no priorizan, el andar en el Espíritu de manera general?

Daniel: Sí, creo que los matrimonios perdemos de vista a veces el ejemplo que tenemos de Cristo y la iglesia, porque eso es lo que deberíamos de estar haciendo. Cuando vemos este ejemplo, Cristo está viviendo—porque Cristo sí es la parte perfecta de esta relación—y él sí está viviendo de forma amorosa. Sí está mostrando mucha paciencia con la iglesia, que somos nosotros. Entonces tenemos ese ejemplo, y si nosotros no vivimos así, hay dos cosas que van a estar afectando cuando no estamos siguiendo el vivir en el Espíritu. 

Lo primero, y lo más importante, es que no estamos honrando a Dios con nuestra vida personal como individuo. Pero también como matrimonio debemos de ser ese reflejo. Entonces no estamos honrando a Dios. Y luego también llegamos a ser un mal testimonio. Y esto tiene dos sentidos: un mal testimonio de forma interna, es decir, yo mi trato, mi forma de ser, está afectando cómo mi esposa me ve a mí. Ese es en el interno, pero también cómo otros nos ven cómo es el amor entre nosotros, si verdaderamente estamos viviendo gozo, si estamos siendo pacientes el uno con el otro. 

Hay muchas implicaciones cuando nosotros no lo vivimos. A veces pensamos: bueno, es que es mi vida, y ya lo demás, no importa. Lo que el mundo piense no importa. No, sí importa, porque estamos reflejando esa relación de Cristo y de la iglesia. Eso debería de ser.

Susi: Y los otros a que tú te refieres, los otros que ven, los primeros son los hijos. Ellos no están fuera; están dentro, y son los que más saben cómo está el matrimonio, cómo está la relación. Queremos predicarles a nuestros hijos sobre el andar en el Espíritu, pero ellos saben si es verdad o no en nuestro hogar.

Daniel: Luego, aparte, no solamente ellos nos están viendo, sino creamos un ambiente o una atmósfera hostil, porque ya no es ese trato que deberíamos de tener entre nosotros. Y pues tampoco con nuestros hijos—o una forma de decirlo a veces es: no nos compran lo que les estamos diciendo. “Bueno, hijo, es que tú debes ser amoroso con…”. Y entonces: “¿Y cómo tratas a mi papá? ¿Cómo tratas a mi mamá?” Y perdemos por completo nuestro testimonio.

Susi: Exacto, súper importante. Bueno, vamos a hablar de la benignidad. Creo que esto sí, puede pasar mucho. Yo creo que, en mi vida personal, la persona con la que más fácilmente pierdo el hábito de tratarlo con benignidad es a mi esposo, porque estamos todos los días con esto, que lo otro, y luego, obviamente, con los hijos, dependiendo de su humor, y del día…

Daniel: La etapa en la que anden nuestros hijos…

Susi: Pero hablemos de benignidad como aparece aquí en Gálatas 5. Primero, lo más básico: ¿a qué se refiere el apóstol Pablo cuando él dice que la benignidad, como se traduce en la Reina Valera, es un fruto del Espíritu?

Daniel: Cuando de buenas a primeras tú escuchas esta palabra, no es como que la traes aquí todos los días, ¿verdad? No andas: “Soy muy benigno”.

Susi: “Mi vecino me cae muy bien. Es súper benigno.”

Daniel: Claro que no. No pensamos mucho en esta palabra. A veces eso nos crea un choque, ¿no? Entonces, tratemos de ponerla en palabras o en una forma en la que nosotros podamos entenderla más fácilmente. Según yo—mira, yo llegué a esta definición, y según yo es muy bonita. Te la leo textual. Dice: es el trato afectuoso, dulce y amoroso que tenemos con los demás. Es un trato cómo nosotros nos vamos a comportar con la persona: afectuoso, dulce y amoroso. ¿Sí o no suena bien bonito?

Susi: ¡Qué bonito suena—hay que pintarlo en la pared así grande de la casa!

Daniel: Aparte de eso, suena bonito, y es muy fácil hacerlo. ¡Claro que no! Si tuviéramos que aún simplificar esta idea de benigno, del trato, y estas cualidades que debemos de tener con otras personas, y lo queremos aún resumir un poquito más, sería ser amable, el trato amable que tú tienes con los demás. 

Y ahora encaja con lo que veníamos platicando ahorita: el matrimonio, con nuestros hijos, y con otras personas. ¿Qué tan amable, qué tan benignos estamos siendo con las personas? Por eso Pablo nos llama a ser benignos, porque es cómo el creyente debe de comportarse en todas sus relaciones que está desarrollando: de esta forma—benigno, amable.

Susi: Yo, pensando en este tema, tú sabes que yo he vivido 23 años en México, pero no soy originaria de aquí. Tú si eres mexicano—toda tu vida en México.

Daniel: ¡Mi cara da testimonio de eso!

Susi: ¡Sí! No sé si mi observación es certera—tendrás que decirme—pero yo siento que la benignidad, o la amabilidad, es parte de la cultura mexicana, y creo que en muchos otros países también de Latinoamérica. No solamente aplica a los mexicanos. Entonces, ¿cuál sería la diferencia entre esa amabilidad que sí se valora en la cultura y la benignidad bíblica? Podemos pensar: pues yo soy amable. Mi mamá me enseñó a ser amable con la gente. Entonces yo no necesito pensar en esto. ¿Pero cuál pudiera ser la diferencia?

Daniel: Estoy 100% de acuerdo con tu observación. Es súper interesante ver a personas, los que tenemos oportunidad de conocer a personas de Estados Unidos, de Europa, de Asia…

Susi: ¡Que no somos tan amables!

Daniel: ¡No iba por ahí mi idea! Pero es verdad. Pero es mucho más sorprendente cómo se sienten ellos al llegar aquí. Es un choque muy fuerte. 

Susi: Se sorprenden. 

Daniel: Claro. Se preguntan: ¿por qué me trata bien? ¿Por qué está siendo tan amable conmigo esta persona?

Susi: ¡No me conoce!

Daniel: Exacto.

Susi: Estoy de acuerdo.

Daniel: Es un buen problema que se puede presentar en el creyente latinoamericano. ¿Por qué? Porque ya ha crecido con esto. Ya es parte de su forma de ser. Entonces, para hablar de la diferencia, yo creo que la clave sería la motivación detrás de. ¿Qué es lo que nos mueve a ser de esta forma tan amables unos con otros? 

Y esto nos remonta hasta la iglesia primitiva. La iglesia primitiva empezó a vivir de esta forma, siendo benignos los unos con los otros, y esto implicaba ser amorosos y ser serviciales para con otras personas. ¿Cuál era su motivación? ¿Obtener algo a cambio, o que era algo cultural? No, para ellos esa no era su motivación. La cultura de ellos no era así, y tampoco estaban generando un beneficio para ellos. No. Trataban súper mal a los creyentes de la primera iglesia. 

¿Cuál era su motivación? El amor que ellos tenían por su Señor, primeramente. Esa debe ser también la motivación que nosotros debemos de tener. No es un testimonio sólo para los creyentes, o que tiene una implicación sólo para los creyentes, sino que allá afuera la gente se puede dar cuenta. “Oye, yo estoy tratando mal a mi vecino, pero él sigue siendo amable. Él sigue siendo bueno. Él no se enoja cuando tengo la música, y estas cosas”. 

¿Qué nos motiva? ¿Somos amables con nuestros vecinos, con nuestro esposo, incluso con nuestros hijos, porque vamos a obtener algo a cambio? No. Es porque el Señor nos lo ha mandado. Creo que ya lo hemos comentado: esto del fruto del Espíritu no es una opción para el creyente; es un mandato que el Señor nos ha dado de vivir de esta forma. Y eso es lo que nos motiva. 

Independientemente de cuál sea tu cultura, el creyente debe de ser acultural. Tu cultura no debe de influenciar quién eres o mandar si eres amable o no eres amable. Lo haces porque el Señor nos lo ha mandado. Esa es nuestra motivación a ser de esta forma.

Susi: Yo creo que podemos percibir nuestras motivaciones si es que no somos igual de amables con todos. Entonces, si yo no batallo para ser amable con—no sé—la gente que vive alrededor mío en la colonia, pero batallo mucho para ser amable con mi esposo, algo anda mal. Algo está motivando una amabilidad pública que no motiva una amabilidad privada, ¿verdad?

Daniel: Te lo voy a poner más claro. Los que tienen la oportunidad de estar en un trabajo secular: yo voy a ser súper amable con mi jefe porque yo puedo obtener un beneficio, pero con mi compañero—no, hombre, con ese ¿para qué? ¿Qué me sirve a mí? Debemos de serlo con todos, y no solamente en lo público; también en lo privado debemos de ser de la misma forma.

Susi: También he escuchado a padres motivar a sus hijos a la amabilidad en base a quién es la persona. O sea, yo he escuchado con mis propios oídos a personas decir: Mi hijo, salúdale bonito al pastor. ¡Es el pastor!” Pero luego no le importa cómo saluda al recién llegado a la iglesia o a X hermano. Entonces, ¿qué le estás diciendo a ese niño? “Ah—ponte una fachadita de amabilidad porque el pastor está viendo”. Eso ya no es una amabilidad que es un fruto del Espíritu. Así que no hay nada de malo en fomentar amabilidad en los miembros de la familia. Eso es bueno. Pero lo que tú dijiste de la motivación, esa es la clave.

Daniel: Y debemos de tener mucho cuidado, en especial cuando estamos, pues sí, impulsando a nuestros hijos a que sean de esta forma, como el Señor nos llama. Sabemos que nuestros hijos no son creyentes en algunos casos. Pero cuando nosotros empezamos a fomentar estas virtudes del Espíritu en la vida de ellos, cuando el Señor, si el Señor lo permite, que ellos sean creyentes, va a ser mucho más sencillo que ellos puedan encontrar estos enlaces de: “¡Ah! Ahora entiendo por qué debo de ser así”. Va a ser mucho más fácil vivir, para tu hijo, de esta forma, como el Señor lo demanda si lo empezamos a aplicar desde ahorita.

Susi: ¿Y qué aprendemos de Cristo? O sea, Cristo, obviamente, sabemos que es nuestro ejemplo. Lo hemos visto a lo largo de esta serie con cada fruto del Espíritu. ¿Cómo vemos a la benignidad en Cristo, y qué aprendemos de él?

Daniel: Otra pregunta que nace de esa sería: ¿cómo Cristo trató a otros? O, ¿qué ejemplos tenemos de eso? Bueno, no es necesario que como creyentes echemos a volar la imaginación. Porque tenemos a los evangelios que nos dicen, y que podemos encontrar muchísimas situaciones de cómo Cristo se comportó con otras personas. 

Pero quisiera tomar dos ejemplos. Por ejemplo, Juan 8:3–11 nos habla de la mujer adúltera, cuando llegan todos los fariseos, y traen a esta mujer, y la presentan con Jesús: “¿La vamos a apedrear? Tú, ¿qué dices?” Y era una trampita que los fariseos estaban presentando para Cristo. Pero Cristo cambia el sentido para estos hombres. Pero también para la mujer.

Cristo les pasa ahora la pelotita a su cancha y les dice: “Bueno, el que esté libre de pecados, que sea el primero en arrojar la primera piedra”. Cristo se vuelve a sus cosas, a hacer lo que estaba haciendo, y no le toma tanta importancia a eso, dejando que las cosas sucedan. Pero luego Cristo voltea con la mujer y le pregunta: “¿Dónde están los que te acusaban?” Cristo le contesta: “¿Ninguno te condenó? ¿Ninguno te apedreó? ¿Ninguno hizo nada?” Y él le dijo: “Ni yo te condeno; vete y no peques más”.

Estamos viendo claramente que era una mujer pecadora que sí merecía ese castigo. Pero la respuesta de Cristo no fue: “Sí, vamos a apedrearla. Es una pecadora”. Completamente diferente. Se comportó de una forma completamente diferente. No la condenó, y sus palabras siempre fueron de respeto, siempre dándole lugar. Era una mujer, que normalmente no se les daba el lugar en esa cultura, pero Cristo fue amable con ella. Ese es el ejemplo que nosotros tenemos de Cristo, y lo que debemos imitar, y lo que debemos de ver en esas situaciones en las que nos presentamos. 

Pero hay otra situación que aún es mucho más clara de cómo él presenta su amabilidad en Lucas 9:51, que es donde justo inicia este camino hacia Jerusalén. Jesús manda a dos de sus discípulos que se adelanten y que vayan a Samaria, que preparen un lugar donde ellos van a estar. Pues ahí se van dos valientes. Ahorita llegamos a quienes son estos valientes. Y Jesús llega y los alcanza hasta ese punto; probablemente los encuentra ahí afuera de la ciudad. Y les dice: “¿Qué está pasando?” Le dicen: “No nos recibieron. No nos quisieron dar un lugar”. Estas personas no quisieron recibirles. 

Entonces, ¿cómo reaccionamos todos? En el versículo 54, capítulo 9, Lucas dice: “Viendo esto sus discípulos Jacobo [Santiago] y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?” Nos podemos reír de estos dos, ¿verdad?

Susi: ¡O de que nosotros a veces hacemos lo mismo!

Daniel: Ese es el punto. Cuando las cosas no salen, nosotros nos encendemos y tratamos: “Es que tú no sabes quién soy yo. Mira lo que me estás diciendo”.  Y estos reaccionaron igual: “Tú no sabes a quién le estás negando. Es el Mesías; es el Señor. Él nos ha mandado”.  La respuesta es caer fuego sobre las personas. Y Jesús les dice: “A ver, el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas”. Cristo es como: “A ver, tranquilízate. No vamos a pagar mal por mal a la persona. Vamos a ser amables con ellos”. Ellos no quisieron serlo con nosotros. Bueno, eso no es parte de nosotros. 

Pero es interesante que Cristo dice que su forma de ser con las personas en estos dos ejemplos, mostrando su amabilidad, lo lleva a la salvación. El Hijo del Hombre no vino para hacer caer fuego sobre las personas, sino para salvar a las personas. Y eso es lo que decíamos ahorita. Nuestro trato amable va a ser de impacto para que nosotros podamos abrir un caminito para la salvación de otros.

Y eso tiene una aplicación directa probablemente para nuestros hijos. Si nosotros estamos siendo amables con nuestros hijos, se abre una puertita para que nosotros podamos predicar el evangelio con ellos. Eso a veces lo vemos como: bueno, yo así me comporto con mis hijos. Eso no importa. Tenemos ese ejemplo de Cristo en estos dos pasajes. Ahora tenemos la responsabilidad de imitarlo cuando las cosas no funcionan, cuando queremos hacer caer fuego, ¡a veces sobre nuestros propios hijos! Pero no siempre es así. Debemos de buscar algo más.

Susi: Me llama la atención en el primer ejemplo con la mujer, obviamente pecadora, que Cristo le habla como un igual, como una persona. Y pienso que una de las claves en la motivación que comentabas anteriormente es reconocer el valor de las personas. 

Cuando enseñamos a nuestros hijos a ser amables, se basa en que cada persona tiene igual valor delante de Dios. Yo no soy mejor. Aunque yo fuera más inteligente, o tuviera más dinero, eso no me hace más valioso. Esa es la base del trato entre dos hermanitos, que uno se cree mejor que el otro, que se pelean, que uno sí quiere que caiga fuego sobre su hermanito. Una de las bases es ese valor. 

Jesús miraba a las personas y decía: “Necesitan salvación. Es su necesidad más grande. Mi trato amable y benigno puede abrir exactamente esa puerta”. Y yo creo que, para los padres, en esos momentos de frustración con los hijos, o la manera que yo le hablo a mi esposo, puede abrir una puerta en el corazón de mis hijos. Si ven, por ejemplo, que mi esposo me trata de una manera, quizás impaciente o dura, y yo respondo con amabilidad, a mi hijo le puede caer ahí un poquito esa semilla.

Daniel: Y estar atentos cuando es el momento de eureka de nuestros hijos, y que nos pregunten: “Oye, mami; oye, papi, ¿por qué tú contestas de esta forma? ¿Por qué tú no respondes como yo respondo con mi hermano, probablemente?” Ahí es la oportunidad para presentar el evangelio a nuestros hijos.

Susi: Sí. Llevarlos a Cristo: “Es que yo tampoco puedo ser amable, pero Cristo me ayuda”. 

Daniel: Sí. Exactamente. 

Susi: Genial. Muy bien, mucha necesidad en nuestros hogares de esto, ¿verdad? 

Daniel: Claro. 

Susi: ¿Tienes algunas otras áreas en las que podemos ser amables, debemos ser amables como creyentes o animar esa amabilidad en nuestros hijos?

Daniel: Es fácil. ¿Por qué? ¿Dónde debemos de serlo? La respuesta es: en todas las áreas que tú te imagines y puedas enlistar. Podemos pasar aquí horas hablando de cada una de estas áreas, porque debemos de serlo en todas. Pero me gustaría tocar dos que probablemente es donde fallamos más. Y la primera es en nuestra forma de hablar. Nuestra forma de hablar puede ser algo tan duro a veces, que cierra esas oportunidades que hablábamos ahorita. 

Algunos nos escudamos—ahora te voy a hablar de mí: “Pues es que yo así hablo—pues soy norteño”, ¿verdad? Y los norteños así hablamos. Hablamos fuerte y hablamos golpeado. Y luego yo vengo de Sinaloa, que se habla peor allá. Entonces, ¿cómo debemos de hablar, y cómo debe ser nuestro trato con las personas cuando estamos hablando?

Efesios nos lo contesta bien fácil. Efesios 4:31: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería, maledicencia, y toda malicia”. O sea, no debemos de estar hablando con gritos. No debemos estar hablando con maldiciones. En la NBLA es gritos e insultos. ¡Como que nos conoce más! ¿Verdad? Y es como que ¡ay! 

Es que así respondemos; así hablamos a veces. Pero Efesios nos dice: “Oye, quita esto. Ya no es propio de un creyente”. Entonces, ¿qué debemos de hacer? El versículo 32 responde: “antes sed benignos”, antes sed amables, “unos con otros”. Esa es la forma en la que debemos de hablar. De hecho, la NBL A sí lo traduce así: “sean más bien amables unos con otros”. 

Nuestra forma de hablar puede ser esta herramienta que el Señor nos ha dado. Debemos de tener mucho cuidado, porque cuando llegan estos momentos de crisis a veces con nuestros hijos, que nuestros hijos están haciendo las cosas que no queremos…

Susi: Que les hemos dicho mil veces que no hagan.

Daniel: Les hemos repetido la misma instrucción. Nuestro vasito se va llenando, y se va llenando, hasta el punto de que reventamos. Empezamos a gritar, a insultar a nuestros hijos o a nuestro esposo—lo que hablábamos ahorita del matrimonio. ¡Híjole!  El Señor nos dice que ya no respondamos así, incluso ante situaciones difíciles que nos sacan eso que hay ahí, a veces, en nuestro interior. 

Proverbios nos dice que “la blanda respuesta quita la ira” (15:1). A veces, cuando estamos en una discusión con nuestro cónyuge, o incluso con nuestros hijos, ya que llegan a una edad más de adolescentes, incluso adultos, y siguen viviendo en casa, ya podemos tener estas discusiones, estos debates con nuestros hijos, pero una blanda respuesta va a cambiar el sentido completo de la conversación. Vemos cómo esto no nos va a ayudar, ¿no? Entonces primeramente es el hablar—la forma en la que vamos a hablar. 

La segunda área en que debemos de ser amables o benignos es en el servicio, el servicio que prestamos a otros. En Juan 13 estaba en la cena, ya todo preparado, y se les había olvidado un detallito. Por la costumbre tenían que lavar los pies. Nadie lo hizo. ¿Quién sí lo hizo? Se levanta Cristo, toma una toalla, se ciñe su ropa y va y lava. En esta cultura, el maestro no debería de estar haciendo eso. Pero Cristo fue amable y fue benigno con sus discípulos a quienes amaba, y se acercó a ellos y les sirvió. Fue una forma en la que él puede andar, ser amable. 

Y nosotros decimos: “No. ¿Yo? ¿Fulanito de tal? ¿Andar haciendo esto y lo otro? No. No va conmigo. No me queda. Yo no puedo hacer esto”. No. El servir a otros en posiciones, si lo queremos ver de esta forma, incluso inferiores a nosotros en cierto sentido, ¡no pasa nada! Lo podemos hacer. Es una forma en la que nosotros vemos esa humildad y mostramos el desinterés. 

¿Te acuerdas lo que hablamos al inicio? Somos amables con quien me conviene. No, el ser amable es parejo con cualquier persona. No estoy buscando algo en lo que yo puedo servir, o beneficiarme, mejor dicho. ¿Cómo termina Jesús con esta (de Juan 3), esta lección que él les da? Él termina diciendo: “Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavar los pies los unos a los otros” (v.13-14). Entonces ese es nuestro mandato. 

Otra vez volvemos al ejemplo de Cristo, él siendo amable. Pero ahora nos dice: “Bueno. Ahora te toca. Aquí está el agua; aquí está el trapo. Te toca hacer ese servicio”. Eso es lo que nos toca a nosotros también. Entonces debemos de instruir a nuestros hijos hablar de esta forma. Debemos de mostrarles el servicio que debemos de prestar. ¿Por qué? Porque el Señor nos lo ha mandado, porque nosotros debemos de vivir en estas áreas que hemos mencionado, y podríamos seguir hablando.

Ellos van a imitar ese ejemplo. Y la imitación para nuestros hijos, en especial cuando están en edad temprana, es un recurso muy importante que nosotros estamos utilizando para enseñarles a ellos. Entonces debemos empezar nosotros, y luego a pasárselo a ellos también.

Susi: Es difícil para muchos padres pensar en que deben servir a sus hijos. O sea, yo creo que las mamás, quizás batallemos un poquito menos porque parte de nuestra tarea normal, normalmente, es cocinar y servirles la comida, lavarles su ropa. Eso es normal. Quizás para los papás es un poquito más difícil porque salen a trabajar, la mayoría, llegan a casa cansados, y es muy difícil que lleguen con una mentalidad de servicio. Pero las mamás también: “Yo hice esto y esto y esto, y tú debes estar agradecido, y tú me debes esto y esto”.  Eso no es servicio. 

Creo que honestamente, aún en un hogar donde los papás cumplen con sus deberes como padres, puede que no tengan ese espíritu de servicio, de mirar a esos pequeños, o no tan pequeños, hijos y decir: estos son personas valiosas delante de Dios, a quienes Dios me ha llamado a servir y ser amable en mi servicio, a no resentir. Porque yo he conocido a muchas mamás que han servido a sus hijos, pero resienten cuando esos hijos no responden de la manera exacta que ellas quieren. Entonces eso es un punto para cuidar de lo que tú dices. Pienso que es súper importante.

También me acordaba cuando estabas hablando de las palabras. Nosotros hemos hablado con jóvenes—pues tú sabes, hemos estado muchos años en una universidad cristiana, y he hablado con muchos jóvenes cuyos padres les insultaban. De hecho, la manera normal de lidiar con conducta que no agradaba a los padres era hacerlos menos, insultarlos. Entonces estos jóvenes crecen con una autoimagen horrible, no como criaturas de Dios que tienen un valor inherente por ser creados por Dios. Les impacta de una manera increíble. Tenemos que medir el impacto de nuestras palabras como padres, ¿no?

Daniel: Sí. Y ahora, no sé si te ha pasado, pero luego llegas a conocer a esos padres de esos jóvenes que te dicen: “Oye, mi papá me hablaba así. Me decía esto”, y luego tú platicas con el papá, y es toda dulzura y todo respeto. Y es: ¡me estás describiendo a dos personas completamente diferentes!

Susi: Y así vivían.

Daniel: Y ese es el punto. Vivimos afuera de una forma, pero en el núcleo familiar estamos hablando a veces con maldiciones y groserías, insultos. Y crea este conflicto en nuestros hijos.

Susi: Es una incongruencia total con el Evangelio.

Daniel: Sí. No nos damos cuenta del daño que les hacemos con nuestras palabras y nuestro trato a otros. Y luego lo del servicio es igual. Allá afuera somos serviciales, amables; movemos sillas, acomodamos, barremos, y en casa no hacemos nada.

Susi: O resentimos todo lo que tengamos que hacer.

Daniel: “Yo llegué del trabajo. Yo ya trabajé. Yo ya hice lo mío. Yo ya no voy a hacer nada”. O la esposa: “No. Ya llegaste del trabajo. Yo ya me encargué de los niños; ahora te toca a ti”. Y ahí quedan los pobres volando, ¿verdad? Nadie los quiere atender. Pero es: híjole, estamos viviendo dos mundos completamente diferentes, y no nos estamos dando cuenta del daño que les hacemos a nuestros hijos.

Susi: Sí. Entonces para terminar, recuérdanos—porque yo recuerdo cuando predicaste el sermón sobre esto, nos presentaste con una condición humana que todos compartimos, que es como el pecado que está a la raíz. ¿Cuál es?

Daniel: Es el egoísmo, el yo. Nada más yo. Y lo más importante es…yo. Adivinaste, ¿verdad? Al nosotros centrarnos nuestra atención solamente en mis necesidades, lo que yo quiero, mis deseos, lo que a mí me hace feliz, tenemos una indiferencia total con cualquier persona, sea tu cónyuge, sean tus hijos, sean tus hermanos de la iglesia. A mí no me importa nadie. Entonces yo no voy a tener un trato amable con ninguna de estas personas. ¿Por qué? Porque sólo me importa lo mío.

Susi: Pero a los que sí me ofrecen algo, allí sí.

Daniel: Ah, ¿Por qué? Porque a final de cuenta yo puedo obtener algo de esas personas. Entonces debemos de tener mucho cuidado en ese tipo de cosas. Es muy sencillo verlo allá afuera. Cuando quieres cruzar la calle, las personas: no, yo paso primero. Cuando estás en la fila, nadie te quiere dejar pasar. Muchas cosas. ¿Por qué? Porque nos interesamos solamente en nosotros mismos. Ese es el gran problema que tenemos.

Susi: Y pues ese gran problema sólo lo resuelve Cristo, ¿verdad? Ahí regresamos al Evangelio, como siempre. Cristo es el que puede transformar nuestro corazón. Y ese es el punto de hablar del fruto del Espíritu. Es fruto, el fruto de que Cristo nos haya salvado, more en nuestro corazón, y el Espíritu Santo entonces controla. Nos sometemos a él. Nos dejamos controlar por él.

Daniel: Es una nueva invitación a nuestros hermanos latinos, ¿verdad? Evaluemos nuestra motivación. Evaluemos por qué estamos siendo amables y benignos con otras personas, si simplemente es porque nuestra cultura nos lo ha dictado, o porque Cristo ya ha hecho ese cambio en nuestro corazón, y ahora estamos viviendo en el Espíritu de una forma completamente diferente a como vivíamos antes, y las motivaciones que antes teníamos, y ahora empezamos a vivir como a él le agrada, que es lo más importante para el creyente.

Susi: Bueno, gracias, Daniel, por acompañarnos. Esperamos que esto sirva a tu familia, a ti como papá, como mamá. Y que esto pueda llamarnos la atención en un área donde a veces sí creo que hemos dejado que la cultura dicte cómo debemos comportarnos sin examinar nuestras motivaciones. 

Recuerda que puedes ir a crianzareverente.com, ir a episodio 201 y ahí descargar una hoja donde te ofrecemos una ayuda muy sencilla para tener devocionales familiares o con el matrimonio en esta semana para que consideren de manera más profunda este tema de la benignidad, o la amabilidad. Nos vemos pronto. Adiós.

Compartir:

Autores

  • Susi es la fundadora de Crianza Reverente y anfitriona del podcast, mamá de tres adultos jóvenes, y esposa de Mateo Bixby, uno de los pastores de Iglesia Bautista la Gracia en Juarez, NL, México.

    View all posts
  • Es originario de Sinaloa, México. Casado con Marisol desde el 2012, ahora disfrutan de criar a sus dos hijas. Estudió administración de empresas en la Universidad Cristiana de las Américas, donde colaboró por varios años. Es anciano desde el 2016 en la Iglesia Bautista la Gracia en Juárez, Nuevo Leon, México.

    View all posts

Publicaciones relacionadas