Categoría: Enseñanza

Crece, Aprende y Deja Ir

junio 12, 2022

Cómo La Crianza Expone Nuestra Necesidad De Fe

por Michelle Morin

Ya sea que estemos cocinando, cambiando pañales o llevando a los niños a su entrenamiento de béisbol, los padres somos hacedores. Siempre en modo protector, aplicamos bloqueador solar y ponemos curitas cuando se necesitan, y cuando nos topamos con una necesidad que no podemos suplir por nosotros mismos, consultamos a los expertos.

Mucho antes que los padres pudieran saquear Google o WebMD en busca de consejos médicos, el angustiado padre de Marcos 9 cargaba la necesidad de su hijo día y noche – hasta el día en que la llevó con esperanza ante Jesús. Con decepción escrita en su rostro, se alejó de la multitud y se encontró con la mirada de Jesús. Su brazo rodeaba de manera protectora los hombros de su hijo, pero cualquier parecido familiar se había oscurecido por las cicatrices de quemaduras que lo desfiguraron, su cabello moteado y las cejas que habían desaparecido. Amor y angustia quebraban la voz de este hombre mientras le explicaba su dilema a Jesús.

Fui a tus discípulos, pero no pudieron ayudarme. Un demonio ha robado la voz de mi hijo y lo arroja al piso, al agua y al fuego. Por favor. Si puedes ayudarnos… (vea Marcos 9:17-18, 22)

Antes de que pudiera terminar la historia y expresar por completo su frustración y necesidad, su hijo golpeó el suelo ahí mismo delante de los ojos compasivos de Jesús.

Marcos es el único de los cuatro autores de los Evangelios que registra la ansiosa respuesta del padre ante la certeza de Jesús de que “todas las cosas son posibles” (Marcos 9:23): “Yo creo,” él dice. “¡Ayuda mi incredulidad!” (Marcos 9:24). Con la intención de mostrar la humanidad y respuestas emocionales de Cristo, Marcos se alejó de su típico estilo narrativo directo y sin detalles para documentar la expresión de fe de un padre, una fe diluida por la duda pero inspirada por la desesperación. Al expresarse tan abruptamente hacia Jesús, se derrama el horror y el cansancio acumulado de constante vigilancia por haberse acercado al ahogamiento repetidas veces.

Lo Que Jesús Puede Hacer

La crianza hace eso. Como ninguna otra cosa en mi vida de seguidora, la maternidad me ha llevado al límite de lo que yo sé acerca de Dios y de cómo seguirlo correctamente. La crianza ha expuesto una y otra vez mi necesidad de una fe más fuerte. Incluso en la monótona experiencia de criar cuatro hijos saludables, plagada sólo por aflicciones pasajeras y la rara etapa de los eternos resfriados, me he encontrado a mí misma siendo empujada hacia el abismo entre creer y no creer de manera bastante regular. ¿Creo que Jesús puede rescatar a mis hijos? ¿Confío en que trabaja de una forma redentora en sus corazones?

Eso quiero.

Igual que este padre en el Nuevo Testamento, he cometido el error de llevar a mis hijos para recibir sanidad y ayuda a lugares donde las ofertas sonaban bien, pero el resultado fue decepcionante. He escuchado a los expertos en crianza, leído los libros, consultado con mis amigas que también son mamás y conversado con mi esposo hasta altas horas de la noche sobre las necesidades de nuestros hijos. Estando Jesús enteramente presente en cada cuarto, aun así lo he buscado como el último recurso, o incluso lo he dejado fuera del problema completamente.

Con la desesperación paternal a plena vista, el deslizamiento del padre de Marcos 9 hacia la desesperanza fue detenido al descubrir que Jesús podía hacer por su hijo lo que nadie más había podido. Nosotros seguimos su ejemplo cuando hacemos lo que nos corresponde mientras hacemos espacio en nuestra crianza para que Jesús muestre su poder y amor por nuestros hijos. ¿Cómo se ve eso en la práctica?

  1. Enfatiza la relación sobre reglas

Dado que “las fuentes de la vida” fluyen desde el corazón, la motivación interna para obedecer es fundamental (Prov. 4:23). Comenzamos el proceso al cambiar el énfasis de nuestra crianza de comportamiento a relación. Ciertamente queremos que nuestros hijos se lleven bien con otros, que obedezcan las reglas en casa y que sean amables con sus hermanos, pero a menos que su buen comportamiento fluya de un deseo de agradar a Dios y de vivir en una correcta relación con Él, solamente estamos produciendo una generación de seguidores de reglas.

Esta forma de pensar requiere una mentalidad de maratón, porque no solo buscamos extinguir comportamientos molestos o inconvenientes. Más bien, la meta es modelar un fundamento fuerte de disciplinas espirituales (oración, lectura de la Escritura, servicio, ofrenda, adoración) que nuestros hijos abracen como parte de una relación creciente con Dios. Mientras más pronto podamos zafarnos del papel de intermediarios en el crecimiento espiritual de nuestros hijos, mejor.

  1. Haz el trabajo de embajador

La travesía de la crianza es una misión con la meta de conectar a nuestros hijos con Jesús. Paul Tripp define la crianza como “un trabajo de embajador de principio a fin… La crianza no se trata de lo que queremos para nuestros hijos o de nuestros hijos, sino de lo que Dios, en su gracia, ha planeado hacer a través de nosotros en nuestros hijos” (La crianza de los hijos, p. 14). Y de esa manera, hacemos nuestro mejor trabajo cuando aprovechamos cada oportunidad para dirigir sus pensamientos (y los nuestros) hacia Él.

Kristen Welch, fundadora de Mercy House Global, se ha resistido a una narrativa de crianza con la meta de “niños felices”, inspirando en cambio a su familia hacia una preocupación compasiva por otros. En su libro Raising World Changers in a Changing World (Criando cambiadores del mundo en un mundo cambiante), ella les recuerda a los padres: “Fuimos creados para ser satisfechos por Dios, no por este mundo, por lo que todas nuestras búsquedas de felicidad sólo nos llevarán a la infelicidad” (p. 127). Mientras aprovechamos las oportunidades para reforzar esta verdad, oportunidades que inevitablemente vendrán con las decepciones de la vida, fortalecemos la conexión de nuestros hijos con Jesús como Proveedor, Guía y Fuente de contentamiento.

Dios desea el crecimiento espiritual de nuestros hijos mucho más que nosotros. Él está comprometido con el trabajo continuo de salvación y santificación, porque “el que comenzó en vosotros [¡y en tus hijos!] la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6 RV60). Oswald Chambers advierte a los creyentes sobre convertirse en una “providencia novata” para otros, entrometiendose como si pudiéramos hacer el trabajo de Dios en sus vidas. Ésta es una tentación real y presente para los padres amorosos, porque cuando nos apresuramos a suplir cada necesidad y solucionar cada problema, podríamos estar arruinando el trabajo que Dios quiere hacer y metiéndonos en el camino del Espíritu Santo.

  1. Mira el discipulado como un hábito diario

Jesús se vuelve central hasta en los aspectos más mundanos de la vida cuando los padres cultivan Deuteronomio 6 como su cultura familiar. Shelly Wildman, autora de First Ask Why, cree con firmeza que “los padres son y deberían ser la primera influencia en la vida de sus hijos” (p. 21). Como la familia Wildman, nosotros también tenemos una historia familiar de oraciones e historias de la Biblia a la hora de comer. Las tradiciones compartidas y los recuerdos son lazos fuertes que fortalecen los vínculos familiares y refuerzan el sentido de pertenencia.

Sin embargo, el discipulado que se queda alrededor de la mesa del comedor y nunca encuentra su camino en el amplio mundo de la aplicación práctica no está acorde con los principios de Deuteronomio 6:4-9, los cuales describen un discipulado que dura todo el día, un aprendizaje de sentarse, caminar, levantarse y recostarse que toma formas únicas en cada familia.

Si nuestra meta es desarrollar una fe resistente, todo lo que hacemos debe apuntar a nuestros hijos hacia una relación significativa y viva con Cristo. Al hacer esto, les ayudamos a cumplir su propósito final: glorificar a Dios y disfrutarlo para siempre. Comunicamos esto en la forma en que nos levantamos de la cama en la mañana, la forma en que avanzamos en el tráfico, e incluso en la forma en que diferimos con otros.

Traer nuestros hijos a Jesús incluye ofrecer nuestro propio ser como una ofrenda “santa y agradable” ante Dios (Rom. 12:1). Tish Harrison Warren le llama a esto una Liturgia de lo Ordinario (de su libro en inglés Liturgy of the Ordinary), porque a pesar de que la forma en que “pasamos nuestros días luce muy similar a la de nuestros vecinos incrédulos” (p. 29), con sándwiches preparados en la barra de la cocina y prácticas de piano después de la cena, la gran diferencia es una mentalidad en la que los creyentes viven con “los ojos abiertos a la presencia de Dios en este día ordinario” (p. 36). Tratamos nuestros cuerpos con respeto porque son un regalo de Dios. Hacemos nuestra cama, comemos comida recalentada y buscamos nuestras llaves perdidas con esperanza porque creemos que Dios está presente en todas nuestras rutinas y nuestros momentos comunes y corrientes.

Ora A Través De La Crianza

Cuando la multitud en Marcos 9 se había dispersado y Jesús tuvo un momento privado con sus discípulos, lo interrogaron ansiosamente sobre su intento fallido de exorcismo. Después de todo, ellos habían sido comisionados y les había sido dada autoridad sobre “espíritus inmundos” (Mar. 6:7), y tres de ellos acababan de vivir la emocionante experiencia de haber presenciado la transfiguración de Jesús.

La respuesta de Jesús quita el centro de atención de los discípulos y su propio poder personal: “Este género con nada puede salir, sino con oración y ayuno” (Mar. 9:29). ¿Es posible que su fracaso estuvo relacionado con la idea falsa de que ellos pudieron haber hecho una diferencia por su propia cuenta? En este momento revelador, los discípulos deben haberse dado cuenta con asombro de que ellos podrían haber traído al padre desesperado y a su hijo directamente a Jesús por sí mismos por medio de la fuente de poder de la oración. De la misma manera, ya sea que me estoy exasperando con un adolescente retador o estoy despierta en mi almohada con preocupaciones por los prospectos de trabajo para un hijo adulto, mi respuesta correcta como madre es entregar a mi hijo a Jesús, no como el último recurso, sino como una disciplina diaria, un camino bien trillado.

En medio de mis propios fracasos por mi falta de fe, es tanto redentor como aleccionador el escuchar a Jesús decir: “No hay ‘y si…’ entre creyentes. Todo es posible” (Mar. 9:23 TLA). Cuando nosotros como padres y madres traemos a nuestros hijos ante Jesús, reconocemos Su rol en el crecimiento, el aprendizaje y el soltar en el trayecto de la crianza. Sólo Él puede liberarnos de nuestros esfuerzos débiles y fallidos, y Él es la fuente de poder que nos habilita para hacer realidad nuestra visión de la crianza.

Este artículo fue publicado primero en Desiring God. Traducido por Adriana Arcaraz y usado con permiso.

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Autor

  • Es una esposa, madre de cuatro hombres grandiosos y dos nueras amorosas, y abuela de tres adorables nietos. Activa en ministerios de educación con la iglesia a la que ella llama hogar, Michele escribe, habla y enseña con el deseo de ver a las mujeres convertirse en seguidoras de Cristo y estudiantes de la Palabra de Dios.

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